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La memoria indefensa

Fuentes: InSurGente

I. De la conciencia postfranquista a la memoria indefensaNada extraño que un homenaje se convierta en una mala broma. Precisamente una calle, una calle y su nombre, es una dedicatoria que se presta fácilmente a terminar como una burla. Que bajo el interminable mandato municipal del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, a una calle […]

I. De la conciencia postfranquista a la memoria indefensa

Nada extraño que un homenaje se convierta en una mala broma.

Precisamente una calle, una calle y su nombre, es una dedicatoria que se presta fácilmente a terminar como una burla.

Que bajo el interminable mandato municipal del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona, a una calle le dieran el nombre de Andreu Nin, ya era en origen un acto de cinismo. Que hoy miles de carteles publicitarios asocien el nombre de un hombre honesto que defendió su integridad personal, política y militante, exacta y literalmente hasta la muerte, a la inauguración de un centro comercial y a la imagen de marca de El Corte Inglés, debería mover a la reflexión sobre donde, como, para qué y para quién, deben guardarse la memoria, los hechos y los nombres, de los muertos e incluso de los vivos.

No hace mucho, también en Barcelona, la exposición «Desacuerdos» se apropiaba de cientos de carteles, panfletos, audiovisuales, pintadas… de la historia de la disidencia de los 90 y principios de este siglo, para convertirlos en materia inerte tras las vitrinas del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), uno de los estandartes del urbanismo depredador barcelonés.

En estos días, la Sala Militar del Tribunal Supremo, retrasaba la revisión del caso de Salvador Puig-Antich, el último preso político ejecutado por el franquismo, el 2 de marzo de 1974, junto al desconocido y extraño Heinz Chez. También se celebraba el 30 aniversario de los hechos de Vitoria, cuando cientos de trabajadores fueron perseguidos y masacrados con fuego real por la policía. Días antes, el actual Ministro de Defensa, Jose Bono, certificaba el carácter netamente democrático del hoy ex-presidente de Galícia y entonces Ministro del Interior, Manuel Fraga, responsable último de la actuación policial en Vitoria, y de la aplicación del garrote vil a Puig-Antich y Chez.

Un Corte Inglés en el Paseo de Andreu Nin, las acciones contra el Fòrum 2004 en el MACBA, o los juegos florales de ministro a ex-ministro bailando sobre algunas tumbas mal cerradas, son anécdotas y un poquito mas, son anécdotas significativas. Señales de qué el presente no está a la altura de las exigencias de la memoria, por qué la historia y el recuerdo también necesitan unas condiciones dignas para vivir.

El movimiento recuperacionista: logros, trampas y limitaciones

Cada una de estas piezas sueltas unidas por la relación inseparable de la memoria colectiva con la política, coinciden en el tiempo, con el movimiento recuperacionista, que desde hace poco mas de medía década trata de superar las capas de ausencia y silencio generacional, militante o político, respecto a los años de la revolución y la guerra, la post-guerra y el franquismo, para rescatar con la memoria también el respeto.

Hablo de respeto, y lo diferencio de la dignidad, por qué la dignidad como la vida misma, como la existencia física y moral, se pierde una sola vez con los que la tuvieron y ya es imposible devolverla.

Sea como sea, un archipiélago de colectivos, estudiosos, supervivientes, familiares e individuos voluntaristas, se han convertido en los canalizadores de un material histórico, que seguiría sepultado aún, si no fuera por ese esfuerzo. A través de webs, trabajos de campo, investigaciones, entrevistas, exhumaciones… la tinta invisible franquista que inscribió a los muertos, los desaparecidos y los represaliados, en los papeles intangibles del miedo, aparece hoy como un mapa superpuesto todavía repleto de vacíos.

En la mayoría de las casos sin recursos y afrontando trabas administrativas, el movimiento recuperacionista, puede aportar un balance relativamente positivo en algunos aspectos. Ha roto el tabú de los muertos y las fosas, ha recuperado el debate sobre los derechos de los represaliados del franquismo, y ha sido catalizador y espejo para poner en su sitio y desnudar a los testaferros de la herencia franquista.

Pero ese trabajo y sus logros no deja de moverse entre claroscuros, por lo que se refiere a algunos de sus aliados y apoyos circunstanciales, y por los contenidos con los que el miniboom de la memoria, se ha manifestado en el mercado.

La legitimación mediática y política, por los medios del Grupo PRISA, o por parte del PSOE y PCE-IU, son apoyos de cortas miras. Mas allá de los mensajes y las medidas propagandísticas en torno a la cuestión, su alcance ha sido sometido a estrictas limitaciones nada más empezar: «Propusimos crear una comisión parlamentaria que elaborara el libro blanco de la memoria histórica, que abriera el Congreso a los supervivientes, a las familias de las víctimas, a los historiadores, a las instituciones abolidas como la Generalitat… Pero el nuevo Gobierno nos desoyó y restringió la participación popular encargando a una comisión interministerial un proyecto de ley» (Joan Tardà i Coma, «ERC y la memoria histórica», La Vanguardia 20/7/05).

Si en el caso de PRISA es obvio el interés empresarial del holding en satisfacer la demanda de un público progre; en del PSOE, baste reseñar su papel imprescindible en el pacto de silencio y la campaña de los «100 años de honradez», utilizando el partido del primer cuarto del siglo XX como detergente para la corrupción de la época de Felipe Gonzalez, o el mantenimiento durante esa misma época de cargos policiales y militares con altas responsabilidades durante el franquismo. Por su parte, a PCE-IU todavía le quedan por resolver sus propios fantasmas, ni pocos ni pequeños, desde el asesinato de Nin o la persecución del POUM y la CNT, a la disolución del maquis mediante la siembra de diferencias y traiciones, o la entrega del ex-secretario general del PSUC, Joan Comorera, a la policía franquista, según las acusaciones de Enrique Lister contra Santiago Carrillo. Una posición desde la que poco puede decir, hasta que alguna de sus direcciones se decida a abordar con valentía y honestidad toda una época.

Así, el compromiso de cada uno de estos actores con la recuperación de la memoria histórica y sus implicaciones, es mínimo, coyuntural, y condicionado a que no se trasvasen las fronteras del consenso político o de sus particulares intereses. La amable acogida con la que ha contado el movimiento recuperacionista, no puede ocultar que las condiciones y el clima que rodean su nacimiento son como poco extrañas y tramposas.

El miedo a la memoria y la identidad de las clases medias

La total consolidación y continuidad institucional del pacto de silencio de final de los 70 y su verdad histórica socialmente aceptada, ha entrelazado el sentido de estado, la historiografía y las necesidades económicas y sociológicas de la modernización.

Es verdad que a partir de una época, la épica franquista queda defenestrada incluso para la derecha misma, y las nuevas investigaciones confirman la experiencia colectiva, el carácter abyecto y criminal del régimen. Pero esos estudios se retraen de establecer conclusiones éticas y políticas, no cuestionan la relación entre la historia real y la historia pactada y tácita. Tampoco nadie recoge desde fuera y utiliza esos estudios como legítima arma arrojadiza, para contrastar la verdad histórica a determinados aspectos, personajes y desarrollos del presente político.

Hay que tener en cuenta, que hasta bien entrados los 80, incluso probablemente en los primeros 90, un movimiento de estas características se hubiera observado como algo incómodo. La inmensa mayoría de partidos y los medios de comunicación, hace 30, 25, 20 o 15 años, hubieran lapidado cualquier iniciativa de este tipo como algo retrogrado y gratuito, dirigido a reabrir heridas. Aún hoy, «sectores muy potentes de la clase política se oponen a recuperar la memoria histórica por el potencial de deslegitimación del régimen actual que comporta. Por eso Felipe González no asistió en 1995 al cincuentenario de la liberación del campo de exterminio de Mathausen» (Joan Tardà i Coma, «ERC y la memoria histórica», >La Vanguardia 20/7/05).

Durante los ochenta o a principios de los noventa, la memoria histórica no hubiera conseguido demasiado por si sola; pero si ya hoy la derecha y la nueva extrema derecha, han reaccionado con virulencia frente a propuestas tan elementales como la retirada de monumentos o la revisión de sentencias y penas; la manera en que lo hubieran hecho entonces hubiera obligado a posicionamientos y distinciones nítidas entre izquierda y derecha, dificultando el práctico apoliticismo que exigía la formación de la conciencia social post-franquista.

Si un movimiento de cierta envergadura, por moderado que fuese, hubiera tratado de transgredir el pacto de silencio, incluso por vías estrictamente legalistas, hubiera dificultado y supuesto un reto a la construcción del imaginario y la cultura de las nuevas clases medías. Conseguir una masa económica y política, de consumidores y votantes, con un cierto nivel adquisitivo, despojada de cualquier identidad y posición política fuerte, después de una historia de luchas de clase como la que llega hasta los años 30, de 40 años de dictadura y de los agitados 70, exigía ponerle puertas, candados y siete llaves a la historia y el tiempo.

La omertá, no tenía solo los fines políticos de asegurar el reparto de influencia y un sistema de partidos, más la inmunidad de los nuevos demócratas del viejo régimen. Para conseguir crear la identidad de las nuevas clases medías, había que deshistorializarlas, no rozar la aún sensible piel de la historia.

Del miedo a la memoria a la memoria indefensa

Hoy, la buena acogida y la apropiación, en algunos casos sonrojante, que del movimiento recuperacionista hacen hoy determinados sectores y personajes, responde a razones coyunturales e histórco-políticas, y a un momento en el que la memoria, por lo menos desde algunos puntos de vista y bien manejada, ha perdido su potencial conflictivo.

Es representativo el papel del ex-vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, que después de convertir la guerra civil en un accesorio oportunista, electoral y mitinero; y de que su gobierno restringiera a una minoría las ayudas a los detenidos, exiliados y supervivientes de la zona republicana; hoy, desde la Fundación Pablo Iglesias, se erige en recuperador de los vencidos. Con esta cuestión entre otras, el PSOE ha buscado la distinción estética con el proyecto del PP, y mas específicamente le ha permitido coquetear con la reivindicación histórica (la reivindicación política o ideológica es harina de otro costal, y tiene sus riesgos) de la República o de los vencidos. Pero si el PSOE tiene hoy ese margen de maniobra, para jugar con la historia y la memoria sin que se resientan los límites del sistema institucional, es por qué hoy los hallazgos y conclusiones del movimiento recuperacionista, no pueden alterar las necesidades sociológicas del sistema económico o la estabilidad del orden institucional, político y electoral, ni siquiera llevar a los tribunales a esos hombres vivos como Fraga, que le dan aún mas relieve a la memoria de los muertos.

Pero la apropiación puede llegar mas lejos y ser mas profunda que la mera instrumentalización oportunista. El método y la costumbre de avanzar olvidando, puede acabar reforzándose paradójicamente, de los trabajos por la recuperación de la memoria. adaptándolos y ajustándolos a la misma tradición del olvido.

La memoria puede ser un nuevo instrumento para una nueva situación. El pasado servirá para justificar el presente.

¿Que pretende el PSOE, cuando hoy aprueba indemnizaciones y una comisión interministerial, retira monumentos y realiza actos de homenaje, si no es decirnos que existieron la explotación, la dictadura y la guerra, para recordarnos que hoy no existen en nuestra vida otra cosa que la democracía, la paz y la libertad?

Del miedo a la memoria que dio lugar a la formación de la conciencia postfranquista, hemos pasado a la memoria indefensa, cuando hoy, pueden decirse todas las cosas, abrir las fosas, y recordar las heridas, sin que se suelten las amarras. Si «para el pensamiento postfranquista la memoria es una enfermedad, un virus que puede hacer pedazos la vida real» («Atrapados en la conciencia postfranquista: sin memoria ni conflicto», Cadiz Rebelde), la memoria indefensa de hoy, es un instrumento inestimable para reproducir la imagen y la interpretación oficial de la realidad.



II. La historia oficial, la derecha real y la izquierda nostálgica



Las dos Españas, los extremismos y el fascismo

Nuestro consenso político determinó también un consenso histórico-académico, que vuelve sobre el tópico latente de las dos Españas, y acota los términos y el calado de los acontecimientos, reduciéndolos y magnificándolos como una guerra entre hermanos.

Sobre el tópico de las dos Españas se pregunta acertadamente Ignacio Iglesias en su reseña positiva pero crítica del libro de Santos Juliá «Historias de las dos Españas» (Fondo Taurus, 2004): «¿Las dos Españas? El título del libro ya incita a la discusión. ¿Quién sacó a colación este término tan trillado? Lo que sabemos es que lo usaron no pocos, desde Larra a Balmes, Menéndez Pelayo, Maeztu y sobre todo Ortega y Gasset e incluso el historiador portugués Fidelino de Figueiredo, que escribió sobre As dues Espanhas. En cambio negó tal expresión Américo Castro, a quien tanto debe la historiografía española. En efecto, ¿por qué dos Españas? ¿Por existir dos sectores, uno conservador y hasta reaccionario, cerrado a cal y canto a todo cambio, a la más mínima transformación del país, y otro reformista, progresista, ansioso de salir del estancamiento? Mas esta situación suele darse en otros países, en casi todos los países, divididos entre derechas e izquierdas, conservadores y progresistas» («Historias de las dos Españas», Iniciativa Socialista n.75, primavera 2005).

Esa solución de continuidad de la historiografía española, que ha servido igual para sesudos estudios que para el oportunismo político, se mezcla en su momento con los intereses y las necesidades estratégicas de una parte de la oposición en el exilio, y de los movimientos de oposición y reformistas en el interior.

La popular trilogía «Un millón de muertos» de José María Gironella, las observaciones y posicionamientos públicos de intelectuales en el interior mismo del régimen franquista, o la propia estrategia de Reconciliación Nacional propugnada por el PCE, llevaban esa dirección, que a la larga conformaría la lógica historiográfica oficial. Una parte de la verdad – la de las tragedias familiares, los cambios de bando, las traiciones y las arbitrariedades criminales o políticas bajo el paraguas de la contienda – se convertiría en el todo. Esos aspectos trágicos, conmovedores, dañinos, distorsionados o inconfesables a veces para quien los ha vivido, si bien son experiencias insustituibles a nivel objetivo y subjetivo, hablan de lo que supone cualquier guerra y sobre todo cualquier guerra civil, pero la metafísica del cainismo español, les da una supuesta especificidad.

Esa comprensión a partir de La España Trágica, menos histórica que antropológica, y sobre todo culturalista y racista, que atribuye los españoles una especie de tendencia fraticida; sirve para diluir el conflicto social, económico, político, y por supuesto histórico, en la barbarie de la guerra; además de invisibilizar a través de un atajo casi literario, la controversia en torno la cuestión nacional y la identidad española.

Vale además como punto de partida para una serie de lugares comunes, que afectan fundamentalmente a lo que entonces eran los sectores revolucionarios de la izquierda obrera. En La España Trágica de la Guerra Civil, las culpas se distribuirían en estricta progresión geométrica, con menores responsabilidad y mayor equilibrio cuanto más al centro se sitúe el actor político, y al contrarío, con mayor responsabilidad en la tragedia cuanto más escorado políticamente a cualquiera de los extremos. «Se lamentará desde la amargura Manuel Azaña en sus Causas de la Guerra de España de la impotencia de aquel pequeño grupo de socialistas humanistas, incapaces de controlar a los sectores extremistas de su partido que nunca habían creído en la República y que contribuirán, junto a las extremas derechas, a llevar a España a la catástrofe» (Laurentino Velez-Pelegrini, «Los intelectuales, la nación y la dialéctica de las dos Españas», El Viejo Topo n.208-Julio 2005).

Desde esta perspectiva, el problema y lo que habría que evitar, entonces y ahora, no serían el fascismo, ni siquiera la guerra, sino los extremismos.

Esto tiene mucho de expresión subconsciente y cronocéntrica, donde se impone un imaginario contemporáneo, en este caso el que asocia moderación y sabiduría a centro político casi como una obviedad, y que sirve como una muleta fácil y adaptada a nuestras necesidades para juzgar lo ocurrido.

Esa relación de necesidad entre radicalismo político (de izquierda o derecha indistintamente) y barbarismo, no corresponde a los comportamientos y actitudes de algunos de los sujetos políticos más importantes de la época, y aún así se da por una verdad incontrovertible.

Hay que decir, que si bien Azaña se queja de los extremismos como causa de la guerra, el presidente republicano está defendiendo también y como es lógico, su tradición política y su estrategia presidencial inmediatamente anterior al levantamiento. Pero esta no tenía por que ser la más razonable, como indicaban algunos precedentes de aquel mismo momento. Tanto los análisis de la época como los estudios históricos posteriores, coinciden por ejemplo, en que el exagerado margen de maniobra logrado por Hitler en Alemania, estaba íntimamente relacionado con la falta de beligerancia de los comunistas y socialdemócratas en el parlamento y en la calle, ¿o alguien se atrevería a decir hoy, que si hubieran sometido al Partido Nazi a un acoso parlamentario y callejero, las cosas hubieran ido a peor?.

Si pensamos que de diferente manera, en Italia y Alemania, e incluso con diferente suerte y desarrollo en Francia e Inglaterra, distintas manifestaciones del Fascismo se articulaban como respuesta a una situación de crisis y conflicto, ¿se pueden aislar de este contexto la guerra y la dictadura?. Comprender sus características específicas, no debería servir para obviar el Mínimo Común Denominador histórico y político: el Fascismo, su derrota o todo lo contrarío.

La situación y las posturas adoptadas entonces, deberían ser comprendidas a través de la existencia de ese peligro real, y de la experiencia inmediata con el gobierno de la CEDA que había provocado 3.000 muertos en la represión de la Revolución de Asturias en 1934, además de a la existencia de un movimiento revolucionario complejo y extremadamente heterogéneo, pero profundamente real y arraigado.

Hablar de los extremismos, ha oscurecido el conocimiento de las diferentes culturas políticas que se movían en el espectro de la izquierda revolucionaria, y con eso la percepción de la realidad de la época. No se contrastan las posiciones táctico-políticas con los comportamientos militantes, los principios, las sensibilidades, los debates o la cultural política, detrás de cada organización y tradición. Por poner dos ejemplos, un partido como el POUM, de posturas netamente radicales e incluso a veces incendiarias antes y durante la guerra, tuvo una conducta en el frente y la retaguardia, y en la relación con el resto de partidos del campo republicano, limpia y honesta a nivel ético, político y humano. Mientras, un partido que Stanley Paine ha considerado «de los mas moderados partidos revolucionarios españoles» de la época, el PCE, llegó a cometer en el frente y la retaguardia, y con los propios partidos del campo republicano, verdaderos horrores. Eso por no hablar de la diversidad de posturas en el seno del anarquismo y el anarcosindicalismo, reducido a una pandilla de pirómanos descerebrados, o de las corrientes y matices en el seno del PSOE de la época.

Es llamativo, que mientras en otros lugares se lamenta la falta de visión de las izquierdas para comprender el verdadero peligro del fascismo, aquí se concluye fácilmente que las posturas mas combativas y coherentes, eran intransigencia, pasión o ceguera revolucionaria y revolucionada, para concluir fácilmente que los extremos se juntan y dan lugar a la tragedia.

Mientras que en Alemania sería imposible obviar lo fundamental, y hacer una equivalencia entre el gobierno nazi y los judíos, gitanos, sindicalistas o comunistas, o en Francia es inconcebible hacerlo entre el régimen de Vichy y la resistencia, aquí, con todo un espectro de matices y con la España trágica como un filtro de largo alcance, se entienden los extremismos como la chispa que enciende la mecha.

El revisionismo histórico y la derecha real

El nacimiento del revisionismo histórico de la derecha española, que se presenta a sí mismo como una réplica a lo que Pío Moa llama el academicismo políticamente correcto, en realidad ha encontrado en la guerra entre hermanos, las equivalencias que ahora le permiten legitimar entre otras cosas el levantamiento del 18 de julio, dándole la vuelta ideológica al calcetín. Posturas como estas son posibles precisamente allí donde el proceso público, judicial y político al fascismo ha sido nulo o meramente simbólico. No es casualidad que por ejemplo en Italia, donde a pesar del final del Duce, la colaboración in extremis de las autoridades monárquicas y fascistas con los aliados limitó la exigencia de responsabilidades; un presidente del gobierno como Berlusconni, pueda permitirse coquetear alguna que otra vez con las cosas buenas de Mussolini. Tampoco es casualidad, que en el estado español, donde los torturadores no abandonaron nunca sus puestos, y los ejecutores de la pena de muerte terminan de honorables presidentes autonómicos, surja una corriente que no solo busque las cosas buenas de un levantamiento militar y una dictadura, sino que ofrezca a sus responsables la legitimidad histórica.

Dentro de ese marco de la guerra entre hermanos, el revisionismo histórico presenta una derecha mayoritariamente moderada frente a un extremismo izquierdista del que ha de defenderse. Desliga a la derecha de la sublevación del general Sanjurjo en 1932, convierte a la Revolución de Asturias de 1934 en un golpe de estado dirigido por el PSOE, acusa a Azaña y los nacionalistas de preparar golpes abortados en última instancia, rebaja el papel político de la iglesia en los años 20 y 30, convierte a la CEDA en la única defensora de la legalidad republicana, y justifica el levantamiento militar como la única salida posible para la derecha.

Respecto a todo esto, considera Francisco Bustelo que «quienes defienden a Franco en la España democrática de hoy día son un puñado cada vez más exiguo, sin presencia apreciable en la vida política, los medios de comunicación o los libros de historia serios» («A vueltas con el franquismo», El País, 23/7/05).

Pero la suficiencia de Bustelo frente a este fenómeno, está muy lejos de la realidad. El revisionismo histórico derechista, y esa es su fuerza, nace a la misma vez que el fortalecimiento y la renovación militante y política, institucional, mediática y social, de la derecha y la extrema derecha. La nueva historiografía elaborada y desarrollada entre otros por Pío Moa y Cesar Vidal, cuenta no solo con un público potencial si hablamos en términos de mercado, sino con un ámbito de influencia social y política de primer orden. No se puede reducir el actual movimiento al sentimentalismo de algunos hombres viejos, o a la mezquindad de neofalangistas como Jimenez Losantos, sino situarlo como lo que es, un fenómeno integrado en las fuerzas sociales y políticas realmente existentes.

Habría que señalar dos cosas importantes. Una es que se da por supuesto que la extrema derecha no ha tenido una evolución ni una transmisión generacional, cuando delante de nuestras narices se produce el éxito de ciertos locutores o la pervivencia de periódicos como La Razón, que parecía condenada a morir nada mas nacer. Por otra parte, no tiene la gente de la derecha, que enfrentarse a un hilo roto, a un silencio prolongado o a un vacío histórico. Tienen un lazo sólido con la historia, con su historia, con sus relatos y correlatos, una interpretación y un discurso que durante cuarenta años fue la verdad oficial sin contrastes, y que luego se blindó por un pacto de silencio entre desiguales. Por eso esa cuerda floja se tensa si se la toca, incluso cuando no hay ningún riesgo de justicia real o material, incluso cuando las condiciones, la política y el tiempo que ha pasado, no ofrecen siquiera justicia poética ni simbólica posible.

Al contrarío que las afirmaciones de Bustelo, Julián Casanova sí se lamentaba no hace mucho de que «la propaganda, las técnicas agresivas de mercado y el poder de sus medios no explican, sin embargo, por sí solos el enorme éxito de público y de ventas que han tenido algunos de esos libros sobre los orígenes, mitos y crímenes de la Guerra Civil, un éxito nunca alcanzado por los historiadores profesionales» («Mentiras convincentes», El País, 14/6/05). Casanova se lo atribuye a «que quedan todavía en España muchas personas agradecidas a Franco y a su dictadura, por su posición social, por sus creencias religiosas o compromisos ideológicos, por sus vínculos familiares con las víctimas de la violencia revolucionaria, que obtuvieron enormes beneficios, materiales y espirituales, de ese largo dominio y que, por supuesto, nunca sufrieron persecución alguna». Para Casanova, el éxito del revisionismo histórico, sería una especie de reacción natural frente al movimiento recuperacionista, pero sigue adscribiéndolo a sectores anclados al pasado, y no los relaciona con los fenómenos políticos del presente.

El peso sentimental del oscurantismo franquista y el peso material de la extrema derecha, en la presunta derecha democrática de los 30 años de paz, es evidente cuando ha entrado al trapo de cada retirada de un símbolo o de cada moción parlamentaria. Pero lo que parecen torpezas tácticas de un partido sonado aún por la derrota electoral del 14-M, son una prueba de la real composición social e ideológica de la supuesta derecha moderada, que ha desnudado los secretos a voces que le unen realmente a la historia. Esa reacción, ese desnudo, puede considerarse como un éxito, pero es un éxito que tiene un reverso tenebroso.

Es quizás un tic de la izquierda mas que un análisis real, considerar a la extrema derecha mediática, social y política como a la derecha nostálgica, después de que, sin obviar los matices del amplío espectro social movilizado, miles de personas hayan salido a la calle en nombre de reivindicaciones netamente regresivas y reaccionarias. ¿No tiene un calado fácil y profundo sobre una base social que considera el matrimonio homosexual una agresión, un discurso histórico que atribuya a los peligros revolucionarios la natural reacción de la gente de bien?.

Esa sociedad oculta, hasta no hace mucho difuminada y confundida entre los discursos del centro político y la estética de la modernidad, y que ahora ya sale a la calle contra los matrimonios y la adopción gay, contra la negociación con ETA o por los papeles de Salamanca, no es de ninguna de las maneras la derecha nostálgica. Es un espectro social e ideológico, con un proyecto político para el presente y el futuro, con un peso específico indudable, y con un poder y una capacidad de influencia y maniobra reales. La nueva extrema derecha, cuenta con apoyos institucionales y mediáticos en la Iglesia y sus medios como la COPE, y cuenta con presencia en las dos partes del bipartidismo estatal. No solo en el PP sino también en el PSOE, con individuos como el alcalde coruñés Francisco Vázquez, el presidente de Extremadura Rodriguez Ibarra, o el Ministro de Defensa José Bono, que hizo propaganda por el hecho del revisionismo histórico con la invitación a sentarse juntos en el desfile militar del Día de la Hispanidad, a un republicano y un miembro de la División Azul.

No estamos pues, ante una derecha nostálgica aferrada a una épica trasnochada, sino ante una derecha real, que cuenta con base social y con cuadros intelectuales suficientes y bien situados, y en cuyo proyecto político se incluye una actualización de los hechos históricos acorde a sus necesidades. No verlo, tanto por parte de los historiadores mas honestos, como por parte de la izquierda militante, sería un auténtico suicidio.

La memoria histórica y la izquierda nostálgica

En cambio, es quizás la izquierda que tacha de nostálgica a la derecha, la que realmente observa la historia con melancolía y ni la siente ni la entiende como los trazos perdidos de su propia trayectoria.

A la gente del movimiento recuperacionista no se les puede exigir mas de lo que están haciendo hasta ahora con el terreno en que pisan y con los medios que cuentan. Pero la vida de esa materia histórica que ellos sacan a la superficie, su recorrido, su desafío a la historia oficial o todo lo contrarío, depende de quienes de una u otra manera no nos sentimos espectadores de un pasado en blanco y negro, sino, guardando las distancias necesarias y rompiendo las distancias innecesarias, hermanos de un proyecto político de libertad, rebelión y disidencia. A quienes nos situamos ahí, corresponde hacernos las preguntas necesarias.

¿Que queremos hacer con la memoria histórica?. ¿Barrer las hojas secas?. ¿Reinventar la iconografía de la guerra civil? ¿Hacer una contribución a una nostalgia de izquierdas?

Se de tres personas que llevan a cabo sendos trabajos sobre el maquis urbano y rural en Granada, dos desde ámbitos universitarios y otro de vídeo con una productora independiente sevillana. ¿A donde irá y que fuerza tiene toda esta descarga de información, recogida prácticamente al borde de la muerte de sus protagonistas?. Precisamente una de estas personas me expresaba no hace mucho su especial preocupación, sobre los riesgos de su propio trabajo de caer en el testimonialismo, y la tendencia general de numerosos trabajos en torno al tema, a contribuir a la historia de los vencedores y a los iconos del orden político actual.

Hay que tener en cuenta además, que hasta ahora, el tratamiento literario y cinematográfico dedicado a la guerra y la revolución o al maquis, salvo excepciones, lleva incluida la propina de la despolitización, de la disolución de las cuestiones políticas e ideológicas en elementos abstractos sobre la condición humana. Un estudio de José María Izquierdo titulado «Maquis: Guerrilla antifranquista. Un tema en la literatura de la memoria española», confirma y documenta esto, casi considerándolo como algo natural y lógico, ya que para el autor la política en este caso del maquis, se forma y parte de «un discurso político hoy en día inaceptable». «Si se reivindica a los guerrilleros, y no a sus discursos políticos ya periclitados, es porque forman parte de la historia y de, aún, la memoria personal y colectiva, españolas y por el aspecto ético de devolverles oficialmente la vida»En ningún caso, ese despojamiento es fruto de la misma historia y del mismo silencio, sino que sería casi un acto de generosidad de los aquí presentes. ¿Acaso no se habla del franquismo y los franquistas como sujetos políticos?. ¿Como se puede negar de una manera mas o menos tácita, esa condición a los maquis, y además considerarlo normal?. Esa mezcla de arrogancia y condescendencia, es la ignorancia misma de los mismos elementos que el franquismo y el postfranquismo, ha dejado como invisibles pero arraigados en la educación y la percepción de la historia.

A la propia fragilidad de lo literario y lo cinematográfico de los aspectos políticos, y su efecto sobre la percepción colectiva, hay que añadir la propia debilidad de la izquierda social. Las diferentes interpretaciones documentales, historiográficas o de ficción, mas o menos a la izquierda, no cuentan en ninguno de los casos con un espectro social y militante, sino con un mercado de consumo formado fundamentalmente por una parte de las clases medias o estudiantes jóvenes, y que como es coherente a una izquierda en la que se rompieron la mayoría y los más importantes canales de comunicación inter-generacional, al contrarío que la derecha social y política, no tiene un fuerte lazo con la historia y la memoria. Existe una necesidad real y sincera de saber y recuperar, pero es un interés que por lo general no sobrepasa los límites del fetichismo, precisamente por esa situación político-histórica de impotencia y frustración. .

A parte de la debilidad general, entre las organizaciones que tienen algo que esconder, las que viven el pasado no aprendiendo de el sino viviendo en el, y la nueva izquierda de los foros sociales y el movimiento antiglobalización que no ha mostrado especial interés en estos temas, parece que hay poco espacio, para enfrentarse a la historia, incluirla en el aprendizaje colectivo, y contrarrestar a una derecha dispuesta a volver a desequilibrarla en su favor

Algunas victorias como la referida a los papeles de Salamanca o la retirada paulatina de símbolos del franquismo, no puede ocultar la relación real de fuerzas. Hoy por hoy, respecto a la memoria histórica, lo de la derecha nostálgica es un mito, y que lo realmente preocupante y real es la izquierda nostálgica, la que consume la historia y llora la historia, pero la vive como un fetiche, una ortopedia de conocimiento para una vida ajena a esos ajetreos.