Pedro Rosas y otros siete presos políticos recluidos en la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago quedaron fuera del indulto presidencial concedido recientemente, por razones procesales. Pedro es profesor de Historia, y fue detenido al inicio de la transición democrática, y torturado por realizar actividades subversivas. Con diez años de prisión, precedida de activa participación […]
Pedro Rosas y otros siete presos políticos recluidos en la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago quedaron fuera del indulto presidencial concedido recientemente, por razones procesales. Pedro es profesor de Historia, y fue detenido al inicio de la transición democrática, y torturado por realizar actividades subversivas. Con diez años de prisión, precedida de activa participación en la lucha política y social, Pedro es un rehén cuyo encarcelamiento cuestiona la democracia por la que luchó desde que era adolescente. Lo visitamos junto a la cineasta Carmen Castillo.
Cuando Carmen oprimió el timbre de la puerta de hierro de ingreso a la Cárcel de Alta Seguridad nosotros supimos que comenzaba una experiencia que de algún modo nos marcaría. La verdad es que lo sabíamos desde antes. Lo habíamos comenzado a comprender el día en que una de las compañeras de magister de Pedro Rosas nos había convocado a hacernos parte en la lucha por su libertad y esa impresión se había agudizado cuando Carmen nos habló de Pedro con énfasis, con emoción y obstinada determinación:
-Tenemos que sacarlo de la prisión, a él y a todos los compañeros. Es un hombre íntegro, esto no puede ser, la situación que lo mantiene entre rejas es kafkiana. Hay que moverse, hacer algo, esta es una lucha en la que debemos participar todos.
La inflexión de la voz de Carmen se tornaba perentoria y al mismo tiempo desgarrada.
Ahora, frente a la puerta blindada, Carmen había obturado el timbre e inmediatamente un sonido de cerrojo desplazándose precedió al sonico tétrico de la enorme puerta girando sobre sus goznes.
Tres gendarmes apertrechados de armamento y casacas antibalas nos esperaban más allá del umbral. Rápidamente fuimos sometidos al procedimiento habitual de identificación. Después, y habiendo recorrido varios pasillos, entramos a una sala donde nos separaron para cachearnos -mi compañera y Carmen en una sala, y yo en otra-. El gendarme me preguntó acerca del contenido del libro que llevaba en la mano; se lo extendí, diciéndole:
-Es una antología del poeta turco Nazim Hikmet, se lo traigo de regalo a mi amigo Pedro Rosas.
El guardia lo tomó entre las manos, lo sopesó como si fuese un ladrillo, lo hojeó buscando entrever su contenido y me lo devolvió sin mayor trámite.
Una vez juntos nuevamente y luego de haber dejado todos nuestros efectos personales sobre una repisa -llaves, celulares, documentos- continuamos la marcha internándonos en un laberinto de túneles, escaleras y patios, trasponiendo una y otra puerta mientras diversos gendarmes abrían y cerraban candados. Finalmente arribamos a una antesala donde otro uniformado nos indicó con una seña que debíamos subir a un tercer piso siguiendo una estrecha escalera.
Para mi compañera y para mí, el trayecto y el ingreso al recinto eran una experiencia nueva, para Carmen ya era habitual: ella había visitado a Pedro por lo menos cinco o seis veces antes y en todo momento la serenidad de sus movimientos y de su actitud digna frente a los guardias y al lugar en que nos encontrábamos nos contagiaba de una rara certeza.
Hicimos el último tramo de tres pisos fijándonos en los afiches y carteles pegados a los muros confeccionados por los prisioneros políticos reclamando su libertad. Cuando alcanzamos el último pasillo flanqueado por las celdas y seguimos tras los pasos de Carmen hasta la última y antes que ella avisara nuestro arribo golpeando con los nudillos en la puerta cerrada, nos miramos recuperando el aliento.
Esperamos unos segundos y Carmen empujó la puerta metálica, abrièndola. Se trataba de una habitación pequeña, aunque más espaciosa de lo que habíamos imaginado.
La primera imagen que tuvimos fue la de un hombre relativamente joven, de pelo largo, entre negro y cobrizo, de barbilla y bigotes, acodado a una mesa rectangular e inclinado concienzudamente sobre las páginas de un libro abierto y provisto de un lápiz en la mano. Nos miró sorprendido y con agilidad se levantó para acogernos.
-Te pillamos trabajando… -dijo Carmen, aproximándose a Pedro para darle un abrazo que él devolvió con presteza. Ella lo retuvo entre sus brazos un instante, como queriendo traspasarle un afecto intenso, prolongado y cargado de optimismo que él asumía con los ojos entrecerrados.
Carmen nos presentó con su habitual y cálida cortesía y a nuestra vez abrazamos al compañero con emoción.
A partir de ese momento, las cerca de cuatro horas que permanecimos juntos pasaron como una ráfaga donde las palabras eran insuficientes para comunicar los sentimientos, las emociones y los pensamientos.
Al primer golpe de vista, lo primero que atrajo nuestra atención fue constatar que en esa celda de condición material precaria había un lugar privilegiado para los libros apilados a lo largo de un travesaño de madera bruta, libros de historia, literatura, poesía. Nos llamó poderosamente la atención encontrar entre ellos los tres tomos de la novela «Umbral», del genial y desconocido novelista chileno Juan Emar. Dos mil y tantas páginas de imaginación, creación y puesta en escena de un mundo alucinado.
El otro golpe al corazón fue ver colgado un mapa artesanal de América Latina en cuyo centro pendía una bandera roja y negra.
El camastro, la mesa, el lavamanos, las dos ventanillas por donde se filtraba un poco de la luz evanescente del mediodía inundando la estancia de una claridad sombría no eran más que los ornamentos accesorios para un encuentro que nos estaba tocando la orilla del alma y que traía irrevocablemente imágenes de nuestro propio pasado, retazos de escenas de nuestras vidas, de nuestras compañeras y compañeros con quienes habíamos compartido luchas, esperanzas, anhelos, derrotas, dolor y alegría.
Pasaban por nuestras mentes momentos de un ayer interminable que acababan confluyendo hasta ese instante, donde la voz calma y profunda de Carmen y la voz algo nerviosa y firme de Pedro nos devolvían a un presente donde aún permanecemos al filo de todos los desafíos que contiene la realidad en la cual existimos.
Pasadas las horas nos disculpamos ante Pedro por sólo haber llevado té, bebidas en lata, leche y unos paquetes de galletas. No se nos había ocurrido llevar un almuerzo preparado para los cuatro.
La respuesta de Pedro no se hizo esperar ante nuestras disculpas:
-Compartir un té con las compañeras y los compañeros es siempre más nutritivo que cualquier cazuela de los pacos.
Durante esas horas fugaces y desde su difícil situación material, Pedro se convirtió en un anfitrión inigualable. El relato de su historia personal inmersa en las luchas de nuestro pueblo, su experiencia entre pobladores, campesinos huilliches y estudiantes, y su visión dinámica, amplia y profunda de la historia de las luchas sociales y políticas en nuestro país, parecían adquirir vida a partir de sus palabras y la habitación amurallada era invadida por un torrente de imágenes que daban cuenta no sólo de una biografía personal, sino de una épica colectiva que nos alcanza a todos.
Al cabo de las horas llegó el momento de despedirse. Nos abrazamos. Le dimos a entender, mi compañera y yo, la emoción que nos había provocado el conocerlo.
Pedro me miró con fijeza directamente a los ojos, y sólo dijo:
-Hermano…-
Nos dimos un abrazo.
Solamente atiné a responder:
-Compadre, te necesitamos afuera…
Ahora, a algunos días de distancia de la visita a Pedro y después de darle vueltas al porqué de la carga de emoción que nos invadió al conocerlo, hemos concluido en un hecho simple y, sin embargo, decisivo: cuando uno mira en los ojos de Pedro se está mirando en un espejo; sus ojos son los nuestros, su historia es la nuestra, su corazón es el nuestro.
No es sólo Pedro Rosas el que se encuentra prisionero en la Cárcel de Alta Seguridad. En realidad, somos todos nosotros, cada uno de nosotros y, con nosotros, nuestra historia.
No es sólo Pedro Rosas el que está imposibilitado de moverse libremente por las calles, caminos y parajes de este país, somos todos nosotros.
Es usted compañera, es usted compañero, allí donde se encuentre, el que está prisionero en la Cárcel de Alta Seguridad de la capital de Chile.
Los ojos de Pedro Rosas son un espejo donde lo que podemos descubrir es nuestra propia historia.
Ahora sabemos porqué la liberación de Pedro y de todos los compañeros presos políticos es una causa nuestra.
Ahora sabemos porqué cuando luchamos por la liberación de Pedro Rosas Aravena estamos luchando por todos nosotros.
Y ahora sabemos, más que antes, porqué esta causa no nos puede resultar ajena.
Cuando se cierra la puerta blindada y dejamos atrás la CAS, nos invade el silencio. Está todo dicho. Las palabras están de más.
Hacia adelante está la ciudad, la agitación del mundo. Sabemos que hay un quehacer concreto y sabemos que hay un mensaje que debemos llevar.
Un mensaje que no es posible comunicar con palabras sino con los ojos. Con los ojos del alma.