La valiente decisión de la jueza federal argentina María Servini de Cubría, en una actuación judicial reciente, imputando con un incontestable, contundente e intachable Auto Judicial a cuatro antiguos integrantes de los asesinos, crueles, sanguinarios y terribles servicios secretos franquistas (donde destaca la Brigada Político-Social o BPS), hizo que un inesperado entusiasmo resurgiera en la […]
La valiente decisión de la jueza federal argentina María Servini de Cubría, en una actuación judicial reciente, imputando con un incontestable, contundente e intachable Auto Judicial a cuatro antiguos integrantes de los asesinos, crueles, sanguinarios y terribles servicios secretos franquistas (donde destaca la Brigada Político-Social o BPS), hizo que un inesperado entusiasmo resurgiera en la mayoría de las personas de bien, que habían depositado sus últimas «esperanzas de justicia» en los tribunales argentinos (Justicia Argentina), «devolviendo las mínimas esperanzas cuando habían perdido toda esperanza», cual escribió don Higinio Melián certeramente. La noticia del Auto de esta juez federal bonaerense ‘corrió’ como la pólvora, ya dirigiéndose a todos los puntos cardinales, suponiendo asimismo un rojo estallido de elevada animación colectiva y una inyección de emotivo júbilo que, como exigencia de la naturaleza, haría palpitar a las más templadas personas conocidas, y a las que sin saber nada de ellas, han resistido hasta hoy en su curtido antifascismo, manteniendo siempre su sensibilidad a flor de piel, tanto en la exaltación de sus afectos comuneros como en la defensa de los auténticos principios democráticos.
El Auto de la magistrada argentina lleva aparejada la orden de «busca y captura» contra los imputados, mandamiento remitido a todas las instancias judiciales del Mundo, a través de Interpol, cuya misión es combatir la delincuencia internacional, coordinar la investigación sobre el paradero y, en su caso, detener a los criminales, dictadores, estafadores y asesinos profesionales (que ‘trabajan con tarifas’ por cada encargo), como a los secuestradores de mujeres a las que obligarán, con «muerte, hacha y machete» (Jorge Amado), a ejercer la prostitución ininterrumpida desde su criminal estructura mafiosa. Interpol también tiene la misión, canalizando parte de la Justicia Universal, de investigar, perseguir y, en su caso, prende a estructurados grupos asesinos que se dedican a raptar a niñas y a menores para «venderlos o traficar con sus órganos»; y por supuesto, a perseguir y capturar a torturadores y asesinos de dictaduras militares, sobre todo, cual refleja el caso del Auto antes mencionado, rubricado por la magistrada María Servini de Cubría el pasado 19 de septiembre.
La jueza bonaerense ha reseñado en este documento judicial vinculante, que «Los delitos (especificados en su Auto) constituyen crímenes de lesa humanidad por lo que, en uno u otro caso, la acción y la pena son imprescriptibles y sus responsables están sujetos a persecución», reitera María Servini de Cubría, dirigiéndose a esos cuatro acusados, actores criminales respectivos, incluidos en esta Diligencia judicial. La magistrada federal imputa procesalmente en este destacado e histórico documento al exguardia civil Jesús Muñecas Aguilar; al exescolta del dictador golpista, y de la Casa Real, Celso Galván Abascal; al excomisario José Ignacio Giralte González; así como al exinspector José Antonio González Pacheco, más conocido como Billy el Niño, por sus crueles atropellos sanguinarios, barbaridades que saturan su currículo de cobardes ‘heroicidades’ criminales, y que hoy pretenden ignorar, atribuyendo tales desmanes, incontables, a «esa fértil imaginación de sus imaginarios enemigos».
El sentimiento de alborozo, el regocijo entusiasta y las nítidas manifestaciones abiertas, de felicidad incontenida sin exclusiones, y no sólo en nuestro país, ni se hicieron esperar un solo segundo, al conocerse el Auto judicial al que estamos refiriéndonos. Mensajes, correos electrónicos, llamadas telefónicas y medios y formas desacostumbrados, servían para hacer extensivo a ‘medio mundo’ este Auto judicial vinculante, redactado y suscrito por la jueza María Servini de Cubría. De manera que, en poco tiempo, la Diligencia que imputa a cuatro esbirros franquistas, adquiere categoría de ineludible noticia infinitamente valorada.
De los cuatro imputados que formaban parte de los servicios secretos de la dictadura franquista (comisarios, inspectores, agentes, militares y falangistas sobre todo), destaca por su propia voluntad enfermiza, el que fue inspector de la Brigada Político-Social (BPS), José Antonio González Pacheco, quien presumía en su enloquecimiento que él era el más conocido, y al que más miedo tenían («Soy yo, yo soy Billy el Niño», decía invariablemente a quien torturaba sin tregua), en su alucinante paroxismo, como una exacerbación de su altanero matonismo criminal.
Aunque González Pacheco, Billy el Niño, ha sido el torturador franquista del que más han oído hablar los antifascistas españoles, y aún siguen oyendo, la lista de sanguinarios «interrogadores» de la dictadura era tan numerosa que, pese a las agendas de promociones de la policía, resulta tarea ‘casi imposible’ el poder cuantificarlos. La mayoría de los ‘colegas’ de Billy el Niño, quiso evitar que pudieran identificarlos públicamente. Lo contrario del histriónico, provocador, sádico y altanero Billy el Niño, quien no perdía nunca la ocasión de que lo ‘reconocieran’, sobre todo jóvenes que estudiaban en facultades de la Universidad de Madrid. Para que así fuera, él mismo dirigiría muchas veces los comandos policiales en sus redadas y allanamientos nocturnos, apoyados por grupos falangistas como ‘fuerzas de choque’. Aunque en su actividad policial para disolver asambleas de facultad o distrito, Billy el Niño sólo actuaría de ‘gran jefe’, vigilando cómo aterrorizaban sus «legiones fascistas» a quienes correspondiera aquella jornada; él no se movía nunca en aquellas circunstancias, ni ordenaba nada en público, aún menos delante de sus bestiales subordinados. El «propósito» de sus hazañas, además de aterrorizar, todos los de la BPS debían enfocarlo a destrozar y a destruir moralmente, no sólo a quienes detenían y torturaban, sino al vecindario correspondiente, y al entorno en los que calculaban, o sabían, que realizaban sus actividades militantes antifascistas contra el franquismo y sus secuaces, y muchas veces ‘infiltrados’, en los sectores obreros sobre todo. La «especialidad» del macabro Billy el Niño, tanto siendo ‘estudiante’ en la Escuela Nacional de Policía, o de inspector y comisario, como sus fijaciones con plena dedicación, estaban en el Movimiento Estudiantil universitario, aunque sus rejos llegaban además a institutos de Enseñanza Media y Escuelas de Magisterio.
A González Pacheco, Billy el Niño, donde le ‘encantaba’ lucirse era en la primera planta y el sótano de la DGS, la Dirección General de Seguridad y terrible sede de la Brigada Político-Social (BPS). Buena parte de sus siniestros capítulos, aún escasos, van siendo dados a conocer de nuevo (sería más acertado decir que nos están refrescando la memoria), a través de los valientes testimonios, estremecedores, de bastantes personas que padecieron en sus carnes la crueldad de los verdugos de la BPS cuyas brutales heroicidades de sangre y crímenes glosaba la dictadura. Los testimonios de las víctimas, que ahora vamos conociendo, ponen los «pelos de punta», y aunque los repitan una y mil veces, debíamos seguir denunciando e impulsando esas denuncias y todas sus atrocidades, cual han hecho muchas y muchos damnificados en sus valientes testimonios. Los tremendos pasajes ya descritos y oficializados, que reflejan alegatos judiciales abiertos, con los de Isabel Pérez Alegre, Paco Tovar, Teresina Rial, Paco Lobatón, Miguel Ángel Gómez, José María Galante, Mariana Barbacid, Juan Hidalgo, José Luiz Uriz, Luis Suárez, Jesús Rodríguez, Pedro Santisteban, Enrique Aguilar, Virginia, Álvaro Rodríguez, Manolo Corpas (y familia), y Luis Roncero, Jesús Pelegrín y David Herrera Rodríguez, o Manuel León o Pilar Morales Isidro; sin olvidar a mi gente de Agüimes, Carrizal, Ingenio o Vecindario (cuantas quedan en el tintero) y tantas otras personas, dignifican y siguen dignificado nuestras vidas, aunque sean mínimas aproximaciones a la barbarie de las torturas que, incluso a las propias víctimas, alguna vez, les resulta ‘casi imposible’ describir, ni tan siquiera al iniciar las explicaciones de sus necesaria acercamientos recordatorios, que sirven para recopilar esos horribles instantes del canibalismo fascista, aunque hayan pretendido que el miedo a la sangre y la muerte dominase nuestros cerebros.
La lectura de estos espeluznantes relatos descritos por luchadores antifascistas que fueron salvajemente torturados después de su detención, están siendo puntualmente remitidos al tribunal argentino, apuntalando así los fundamentos jurídicos (políticos e ideológicos) de la Causa sumarial abierta en el proceso judicial que diligencia la jueza bonaerense María Servini de Cubría. Unos testimonios tremendos, realizados sin menoscabo alguno, y con ejemplar coraje, bravura y entereza democrática que, además, son divulgados con relativa puntualidad, sujetos siempre a imprevisibles avatares insoslayables, emboscados en la naturaleza, con más o menos dedicación, aunque con total disposición y voluntad acerada, dependiendo de inesperadas e imponderables situaciones personales que desarbolan nuestra existencia. En este punto, rindo homenaje al compañero Luis Puicercús Vázquez, quien sufriera recientemente un carnívoro ictus con pretensión de ‘terminar’ con él. El ictus perdió esta batalla y, ahora mismo, Putxi es uno de los puntales dedicados de lleno a «La Comuna», donde está siempre que le necesitan.
Pues bien, los relatos de las torturas a los que estaba refiriéndome justo antes de esta inflexión, como tantos otros centralizados en «La Comuna» (la Asociación de Represaliados y Represaliadas del Franquismo) engrosan con la máxima, rigurosa y personal precisión bastantes episodios inéditos de crímenes, persecuciones, violaciones, atropellos, ruindades y vilezas perpetrados, hasta hoy impunemente, por muchos lacayos del franquismo. Aún son muchos millares los casos inéditos de tortura, crímenes y desapariciones; como incontables son las cunetas desconocidas, donde seguirán enterrados de mala manera ni se sabe cuántos antifascistas que fueron asesinados durante la Guerra Civil y en la interminable postguerra. Es ése uno de los afanes de «La Comuna», en donde han de caber las enseñanzas puntuales, los documentos esclarecedores, las denuncias precisas contra verdugos y torturadores, y los compromisos personales que acaben con toda la impunidad de cuantos se beneficiaron ayer, y ahora aseguran que «ha sido demócratas de toda la vida». Pero La Comuna y la Memoria Histórica también van desenmascarando tales patrañas, empeñándose además en que nadie quede en el olvido, y que ningún crimen permanezca sepultado. Debo recomendar aquí la lectura del extraordinario, minucioso, claro y extenso trabajo de investigación periodística, «La sombra de Franco en la Transición», publicado en Península, escrito por Alfredo Grimaldos Feito; el mejor libro sobre las falacias de la Transición. ¿Para qué más palabras?
En la nómina de tanta barbarie, torturas y crímenes tienen capítulo especial las escuadras falangistas y, en especial, señalando esos diez últimos años del franquismo, aún viviendo el dictador, sus más prominentes sicarios ‘militando’ en la Brigada Político-Social (la BPS), donde el sanguinario Billy el Niño era de sus más ‘relevantes prendas’. No en vano llegó al ‘puesto que tengo allí’, bajo el padrinazgo de Rodolfo Martín Villa, hasta el punto de que a propuesta suya (de Rodolfo Martín Villa cual ministro del Gobierno con Adolfo Suárez), en 1977, Billy el Niño era ‘condecorado’ con la medalla de plata al Mérito Policial.
Al morir el dictador, no la dictadura, Billy el Niño, que llegó a la Policía con Roberto Conesa, acabó temporalmente de comisario tras solicitar la excedencia, siempre avalado por Rodolfo Martín Villa. Después de 1982, tras el ¿fallido? golpe de Estado el 23-F de 1981, Martín Villa propone que Billy el Niño fuese designado «Jefe de Seguridad» de la empresa francesa Talbot Renault en toda la Península Ibérica. Multinacional que está, además, dentro del consorcio Peugeot Citroën a través de «acciones intercambiables» en sus ‘inescrutables estructuras de ingeniería financiera’ gestionadas por los mismos tiburones banqueros que dirigían sus sociedades durante la propia dictadura, para lograr «evitar pagos millonarios a la Hacienda Pública». Aunque de estos detalles y muchos más, ‘hablaremos en otras entregas’. Como queremos desenmascarar cada una de las mentiras de Billy el Niño, hablaremos de sus ‘cambios de nombre y lugares’ de nacimiento, con datos puntuales de Villablino y Villaseca, localidades leonesas donde saben quién es y donde conocen casi todas sus sanguinarias y criminales tropelías. Pero ahora queremos señalar otros perfiles ‘distintos’ de José Antonio o Juan Antonio González Pacheco o si quieren Billy el Niño. Sin preámbulos para este punto, aseguro aquí, con toda rotundidad, que en Billy el Niño ‘no hay síndrome de Jano’, semidiós mitológico romano ‘sólo’ con dos caras. Sus ‘personajes’ son incontables y ‘dependen’ de las ocasiones y los lugares donde actúe. Muchos de sus perfiles son conocidos. Aunque para mí, el que más lo distingue es ‘poseer’ una de las más rastreras referencias de la cobardía. Él mismo presumía abiertamente de la siniestra teatralidad en sus gestos, pues así es cómo ‘acobardo al enemigo’, como él llamaba a los presos políticos; añadamos la chulería que unía a su violenta crueldad, ‘facturada con esmero’, para aproximarnos a la sanguinaria barbaridad inigualable con que Billy el Niño se empleaba en interminables sesiones torturadoras. Así podremos calificar su trayectoria criminal durante la dictadura, en la que alardeaba siempre de ‘cuánto gozo me dan lo que les hago». Presumía de los malos tratos y de las heridas que causaba a quienes torturaba en sus terribles sesiones asesinas’. No me cabe duda alguna de esas horribles escenas, patrocinadas por la cobardía de González Pacheco, como ya lo han testimoniado algunas de sus infinitas víctimas en otras comparecencias legales, que ya hoy son valiosos documentos que han sido incorporados a la Causa Penal abierta en un juzgado de la República Argentina.
Pero ahora trataré de demostrar que este perverso histrión de ‘tres el cuarto’, ha sido y es un cobarde, que sólo podemos comparar con la serpiente invisible de Carla Rae Radames. No voy a irme por las ramas para retratar sin contemplaciones ni miramientos a este sujeto criminal, paradigma de la barbarie que determinaban las asesinas actuaciones de la BPS (Brigada Político-Social), Policía Política del fascismo, marcando a sangre y fuego a todas las generaciones de antifranquistas españoles, mujeres y hombres, en esos últimos tiempos del franquismo, viviendo aún el golpista general, quienes combatían sin vacilaciones a la dictadura; con miedo legítimo sí, pero con un enorme valor y sin ninguna cobardía.
Han pasado años desde entonces, sumando el fiasco de la falsa Transición, que supuso otra derrota más para los demócratas y antifascistas españoles, como hoy, sí hoy mismo, podemos verificar cada jornada. Porque aquella Amnistía convenida de 1977, también benefició a criminales y torturadores (mejor dicho, beneficiaría sobre todo a los más conspicuos franquistas); que de sus infundados temores iniciales, tras la muerte del dictador, y ya ‘temiendo ser otro pasto’ de ‘sus propias comisarías’, procedimientos judiciales incluidos o cárceles; y aun peor, ‘viéndose obligados’ a devolver riquezas y dineros que habrían robado a ‘manos llenas’, sin pudores de ningún tipo y aprovechando la impunidad que les dio el franquismo, retomaban de nuevo su envalentonamiento y, de hoy para mañana, volverían por sus fueros, haciendo y deshaciendo, ahora protegidos por los ‘democráticos’ gobiernos de turno, ya fuera de izquierdas (sic), PSOE; o centro-derecha (sic), cual se hacen llamar los franquistas del PP; antes en UCD; y medio, Alianza Popular.
Señalo, todo el mundo ya lo sabe, que meses después del golpe de Estado de 1981, quizás en el año 1982, con el PSOE ya gobernando y Felipe González presidiéndolo, este partido del Gobierno y su ministro del Interior, José Barrionuevo (cuya biografía enlaza con la de los más impresentables prebostes de la dictadura), diseñan el ‘Plan Singular’ para conectar a las ‘democratizadas’ (dijo Barrionuevo) instituciones fascistas, con la sociedad española, con sus organizaciones, sus partidos políticos y sus sindicatos, al fin de facturar ‘un lavado de cara creíble’, que dé ‘otra imagen’ de la Policía y de la Guardia Civil, «proyectadas como propias, despojadas ya de cualquier connotación que las relacione con las barbaridades de la dictadura franquista».
Yo trabajaba entonces en la revista ‘Interviú’, desde su fundación en el año 1976, ocupándome de temas de actualidad e investigación histórica. Fueron unos tiempos inolvidables, con la Policía, la ultraderecha y los servicios de información militares y civiles (la BPS ya disuelta, que seguía actuando como antes lo hacía), pisándonos los talones y amenazándonos cada día, sobre todo por teléfono (estaba de moda en ese tiempo), para que dejásemos de rebuscar en sus negocios, sus biografías y las de sus colegas, en sus oscuras actuaciones durante la dictadura, o en las relaciones que tenían con traficantes de armas internacionales, entre otras muchos temas. Nos amenazaban, nos señalaron, mandaban anónimos que anunciaban ‘nuestra muerte’ o reventaban las ruedas de nuestros vehículos, y a ‘pleno sol’, sin temor a nada, gritando que «se pasaban la democracia por los cojones», o «mañana sólo van a vivir tres de los rojos que están en este antro» (llegaron a empapelar las paredes de la redacción de Interviú (en calle Potosí de Madrid), con estas y otras aún más escatológicas literarias frases, salidas de su evidente analfabetismo funcional. Aunque sus mensajes eran claros, ‘seguimos haciendo periodismo’ pero de verdad. El dueño, Antonio Asensio, estaba ‘rebosante de felicidad’ (decía él), aunque no por lo que publicaba Interviú sino porque sus cuentas corrientes multiplicaban su riqueza y su dinero a ritmo frenético, ya que las ventas y la publicidad marcarían cifras récord, hasta el punto de que Interviú empezó a convertirse en referencia para toda Europa. Asensio Pizarro hizo caso omiso a las querellas, amenazas y atentados contra las sedes de Interviú, pues lo que le importaba era la recaudación económica y el poder acumulado en paralelo, como notaba un día tras otros, cuando lo llamaban ministros, directores generales, el presidente de Gobierno y hasta la Casa Real; aun así, los temas e investigaciones iban subiendo grados y publicándose los trabajos realizados, a cual más arriesgado, pese a las querellas criminales y denuncias interpuestas, a los seguimientos ‘cantados’, los destrozos de vehículos que teníamos aparcados, próximos a la redacción, y hasta pintadas amenazadoras en las puertas de nuestras casas. Sería una etapa irrepetible, extraordinaria y única, que siguen explicando en Facultades y Escuelas de Periodismo cual figura singular esplendorosa en la historia de nuestro país. La caída de Interviú en el fango más rancio en el que hoy está, es otra historia que va pareja a la gigantesca crisis, no sólo la actual crisis económica, que venimos atravesando desde que empezamos a ver los dientes del lobo que supuso la Transición que «jamás existió». Aunque ésa es otra historia de la que deberían estar ocupándose en centros de estudio, facultades y equipos de investigación.
La historia de aquella época decisiva y clave está repleta de crímenes, palizas, amenazas y atrocidades. El magnífico libro, realizado con rigor informativo y con exigente objetividad, por nuestro común amigo y ejemplar compañero Alfredo Grimaldos Feito es insustituible para estudiar, saber a qué nos referimos y qué fue, y continúa siendo, «La sombra de Franco en la Transición», como titula Alfredo el voluminoso ensayo que estoy reseñando.
Entonces, en el año 1982 o 1983, detalles que ahora no recuerdo, que para el caso no tienen más importancia, fue cuando nombran a José Antonio González Pacheco, sigo con Billy el Niño, Jefe máximo de la ‘División de Seguridad’ de Talbot Renault, la firma francesa (que el chovinismo pedestre de Martín Villa adjetivaría de sociedad hispano-gala), en toda la Penísula Ibérica. Era la ‘época gloriosa’ de la revista Interviú, con otros propósitos para los tiempos que corrían y con una orientación informativa que, a menos en nosotros, enlazaba decididamente con el nuevo periodismo. Fueron años épicos que nadie podría olvidar. Tiempos decisivos y competitivos, en los que destacaría el periodismo de investigación que dio una voltereta impresionante a los tópicos, frases hechas, lugares comunes y reseñas que exigían los poderosos. Eso se fue acabando y la historia, algún día dejará constancia de ello y de los métodos empleados.
En esta fecha, Antonio Asensio Pizarro, principal dueño de Interviú, propuso que hiciésemos una entrevista al ‘personaje’, («no como excomisario o exinspector de la Brigada Político-Social, la BPS, aunque no exista»), diría Asensio Pizarro al Consejo de Redacción que se reunía los viernes para plantear el próximo número de Interviú; «sino dirigiendo las preguntas a su nueva vida, su adaptación a la democracia y sus labores en el departamento de Seguridad en la firma Talbot Renault». En la misma reunión, Ignacio Fontes asumiría esta propuesta, pues la entrevista la harían en Madrid ya que González Pacheco, Billy el Niño, residía en la capital española y allí harían las gestiones precisas para hacerla lo antes posible. Recordaré que aunque la sede de Interviú estaba en Barcelona, donde fue registrada la publicación, pues allí vivían los propietarios, la redacción estuvo siempre en Madrid, desde que inició su andadura en el año 1976.
Ignacio Fontes era entonces subdirector o redactor-jefe. Es lógico que, después de tantos años, no recuerde todas esas vicisitudes, esas fechas, nombres, cargos, citas, lugares de encuentro y anécdotas sin treguas. Sobre lo que reseño en estas líneas, el olvido no resta ni un ápice esencial al fondo del asunto, puesto que no tiene la menor importancia en lo que estoy escribiéndoles. Reconozco que hay ausencias premeditadas, que retengo en mi cuaderno de bitácora para mejores ocasiones. Termino con lo que iba apuntando en este bloque, diciendo que Ignacio Fontes fue nombrado director del semanario Interviú poco después. Para mí fue la mejor etapa, con diferencia, en la’ vida’ de la revista. La Edad de Oro de la publicación, ya dentro de la ‘Edad de Oro’ del periodismo español. Hasta que lograron acabar con ellas. No sé si el periodismo ha muerto, pero puedo afirmar que agoniza a galope tendido.
De la entrevista con González Pacheco, Billy el Niño, yo me enteré tres días antes de estar concertada. Me lo dijo Germán Gallego Picó, de los mejores compañeros, amigo, hermano y maestro que tengo en el pernicioso y tóxico universo del periodismo. Germán no me dijo nada hasta que, ya acordado el encuentro con Billy el Niño para hacerle la entrevista, iban a proponerme que les acompañara (Ignacio y Germán no querían decírmelo, pensando que yo pondría el ‘grito en el cielo’). Fue cuando Germán Gallego me dijo que tenía que hablar conmigo y con Ignacio Fontes en cualquiera de las salas habilitadas para las visitas. Estaban riéndose, mientras nos sentábamos, hasta que Germán o Ignacio (o Ignacio y Germán, otra vez el olvido) me dicen que, desde hacía unos días, tenían concertada una entrevista a Billy el Niño para publicar en Interviú. Ignacio haría la entrevista, y Germán las fotografías. Tengo que hacer público, que gestionan todo con cierto sigilo y precaución, como debíamos proceder durante los arriegados trabajos en aquel tiempo, aún tan complejo en los que nuestra integridad física siempre estaba desafiendo a los poderosos franquistas que seguían con sus prebendas pese a las cacareadas falsedades que proclamaban los actores y partidarios de la inédita Transición. Siempre teníamos que estar al tanto para evitar trampas y cortocircuitos tan al uso en periódicos y revistas, auspiciados incluso por quienes juraban haber «sido demócratas toda la vida», y que reventaban gestiones o temas filtrándolos a sus exjefes o exdirigentes en el franquismo.
Aún estábamos en la sala de visitas y no sé si fue Ignacio o Germán, me dicen que le gustaría que fuese con ellos al encuentro con Billy el Niño. Me negué en redondo. Así me lo dirían después, antes de informarme de que ya tenían cita, con día y hora, para entrevistarle y que les complacería que fuese. Germán Gallego e Ignacio Fontes bien sabían que Billy el Niño era «uno de los seres vivos que más he odiado toda mi vida, y sigo odiando, y no quería verlo ni en pintura» (traducción pretendidamente culta de lo que dije al recalcar mis motivos y evitar el encuentro). Volvían a pedírmelo esa misma tarde, con igual respuesta por mi parte. Ignacio me dice que él «quería que le echase una mano, e hiciésemos juntos un pequeño guión, pues yo tenía más conocimiento del personaje, no más exacto, pero sí más cercano, ya que fui una más de sus víctimas, además de padecer las torturas que Billy el Niño protagonizaba sin refinamiento a los detenidos que caían en sus manos. El «gran placer de su inigualable brutalidad», que para él suponía poner otra marca ‘cual muesca’ en el cinturón de sus cananas. Incluso así, Germán e Ignacio seguían empeñados en que yo estuviese con ellos. Me negué una y otra vez, diciéndoles que no quería ni ver a semejante elemento criminal por nada del mundo. Ya lo había maldecido millones de veces, aún más si me acordaba de mis padres, quienes debieron padecer lo indecible por lo que les hacían a sus hijos; o me acordaba de los registros indecentes en su casa de Gran Canaria, y hasta de las amenazas que les hacían cuando ya estaban enfermos con patologías terminales.
Así uno y otro día, ‘incluso dándome por imposible’, como dijo Ignacio Fontes. Dos días antes de la cita, a Germán Gallego le salió su picardía madrileña. Estaba cabreado, mucho y, mal encarado y serio, se dirige a mí. Ni tan siquiera me dejó hablar. Sin más, con la mala uva del enfadado, me dice que le había hecho creer desde que nos conocimos muchos atrás, que yo era otra clase de persona, sin miedo y con ganas de seguir peleando. Hablaba como una ametralladora. «Nunca te he fallado ni tú a mí tampoco, y hasta hoy. Me avergüenzo de que no tengas arrestos para enfrentarte a este tipo. Se lo dije a Ignacio, y él también piensa lo mismo que yo. ¿Sabes que te digo? Que no te atreves a mirar cara a cara a Billy el Niño. Cara a cara. No por cobardía sino porque no sabes qué vas a decirle. No vendrás, pero ese torturador seguiría haciéndolas si pudiera, un torturador del que tú siempre dices que es un cobarde. No tienes agallas para mirarle ‘cara a cara’ a ese verdugo, del que te digo que tendrá que pagar todo lo que ha hecho, y no sólo por ser un torturador, sino por mil cosas.. (las palabras exactas no son éstas, pero sí enlazan con el casticismo sin urbanidad característico de la sinceridad de Germán. Aunque parezca lo contrario, su monólogo me entusiasmó. Ya cuando salí a buscarlo, había desaparecido, y volví a la redacción. Hablé con Ignacio, que estaba al tanto de la bronca que me echó Germán y, por supuesto, le confirmé que iría con ellos a la cita con Billy el Niño.
Dos horas después, regresó Germán Gallego a la redacción, diciendo que, conociéndome como me conocía, sabía que la única manera de que asistiera a la cita era provocándome; y aunque tenía gran parte de razón, también yo estaba deseando verle la cara a Billy el Niño. Hasta que llegó la hora. Ignacio Fontes había citado a González Pacheco, Billy el Niño, en la cafetería del Hotel Miguel Ángel, situado en la calle madrileña del mismo nombre, dos días después. Habían quedado sobre las once y media de la mañana. Mi papel se reducía al del convidado de piedra. Ignacio entrevistaba y Germán haría las fotos. En eso es en lo que quedamos. Hasta que llegó el día.
Llegamos con antelación, y fuimos dándonos un paseo, desde el aparcamiento, hasta llegar a la entrada del hotel; todavía faltaban quince minutos para la cita. Por inercia, entramos al establecimiento y nos dirigimos al mostrador de la cafetería; miramos alrededor y, sorpresa nuestro, vimos en una mesa del fondo a Billy el Niño, acompañado de un colega que reconoció Germán Gallego. Nos aseguró que fue policía de la BPS, como Billy el Niño, ahora dedicado a la cría y doma de perros para vigilancia. Germán no recordaba su nombre, pero sí que lo llamaban El Vallecano, pues donde hacía su labores policiales ‘nocturnas’ era en el popular barrio madrileño, donde contabilizaban sus damnificados por cientos.
Después del saludo, que evité ‘colocando’ en la mesa otro artilugio fotográfico de Germán, empezaron a plantear la deriva de aquella entrevista periodística de Ignacio Fontes y José Antonio González Pacheco, Billy el Niño. He de decir que El Vallecano no abrió la boca en ningún momento ni para pedir el café; la tensión inicial iría rebajándose con el desarrollo de la entrevista, como íbamos comprobando. Hasta que Billy el Niño «se cargó la vajilla», cuando Ignacio Fontes le preguntó al propio, es decir, a González Pacheco «¿por qué tenía tan mala prensa, como él bien sabía, de ser el más implacable torturador entre los demócratas españoles, tanto mujeres como hombres». González Pacheco, Billy el Niño tenía preparada la réplica, pues sin solución de continuidad contestaría del acelerón.
-«Se lo debo a gente como ésa -señalándome a mí con desparpajo, aunque sin mirarme a la cara (tuvo clavado en el piso los ojos saltones que lo caracterizan durante el tiempo que estuvimos allí)-, que está ahí contigo».
Entonces abandoné la compostura silenciosa que mantuve hasta ese instante, y salté como resorte desatado. Di tal brinco al ponerme de pie, que asusté a una pareja que ocupaba otra mesa. Envenenado de rabia como estaba, sin más, le dije cuanto me vino a la cabeza. «Tú eres un asesino. Tú y los tuyos, sí, estuvisteis a punto de matarme. Hasta tal punto, que llegué a Carabanchel sin enterarme de nada, sin saber ni quién era. Eso no se olvida nunca. Ni lo olvido yo, ni se te olvidará nunca a ti».
Quisiera reproducir con fidelidad todo cuanto ocurrió en breves instantes. Sé que no lo dejé hablar, y pienso que él tampoco quería, pues no hizo ademán alguno de intentarlo mientras seguía con los ojos saltones, fijos en el suelo, aguantando la bronca.
Aquel encuentro que hasta poco antes discurría como cualquier sesión periodística ‘clásica’, cuando me enfrenté a lo que dijo sobre lo que Ignacio le había preguntado, emergería toda la tensión contenida, en mí, en Billy el Niño y en quienes formábamos el grupo de los cinco hasta que El Vallecano desapareció al verlas venir. Un vértigo turbador inundaría la sala de la cafetería cuando me levanté de la silla apresuradamente. Los trabajadores y los clientes del hotel parecían petrificados, atendiendo a lo que podía estar pasando en aquella mesa, pues Billy el Niño, después nos lo dirían, era cliente habitual, como sus correligionarios y demás colegas. No recuerdo qué le dije cuando salté del golpe. Sí me acuerdo de que, mientras El Vallecano se alejaba de la escena, González Pacheco o Billy el Niño, no volvió a decir palabra alguna, ni tan siquiera a intentarlo. Pero allí siguió sentado mientras yo no paraba de hablar, denunciando muchas de las sangrientas atrocidades que hizo a toda mi gente, amigos, compañeros y a mi familia. Mientras dije lo que me pareció que tenía que denunciar («recuerdas hechos, circunstancias y detalles clave de la vida colectiva, como la llamada Memoria Imantada, y cuya utilización académica consolida nuestra comprensión histórica de acontecimientos pretéritos», decía Jean Jaurès en su ensayo ‘Las pruebas’, escrito en 1898, sobre el Caso Dreyfus).
-«Yo soy gente como dices, pero tú eres de la gentuza criminal que ha estado, durante años, machacando a las personas decentes y luchadoras que peleaban contra la injusticia, contra la tortura, las persecuciones y contra el terrorismo fascista que en la dictadura, amparados en la impunidad que os daba el fascismo. Eso es lo más suave que voy a exponerte. Pues no voy a pararme, si eres capaz de aguantar todo lo que quiero decirte cara a cara; y por cierto, aún ni siquiera has levantado la cabeza. Tenía ganas de mirarte a la cara, pero veo que tú no lo haces, ni estabas haciéndolo antes. Has de saber que estoy aquí para decirte a la cara el asesino que eres, para denunciarte el torturador que has sido y, sobre todo, he venido para difundir a los cuatro vientos que, además, de ser un asesino, también eres un cobarde».
Billy el Niño no se levantó de su sitio, como tampoco Germán e Ignacio. Mientras, yo seguía desahogándome sin parar, exigiéndole al famoso torturador que escuchara mis denuncias. Al tiempo que le hablaba, volvían a mi cabeza terribles escenas ‘vivas’, dándome la sensación de que estaban sucediendo en ese mismo instante. Uno de los pasajes que me atormentaba sólo recordándolo, derivaba de otra estancia mía en la DGS.
Estaba en una celda del sótano, reventado del ‘tiempo’ que llevaba allí, cuando volverían a subirme hasta la primera planta. Poco menos de seis minutos antes me habían bajado. Eran las tres o tres y media de la mañana, según el reloj que había en la pared de aquel cuchitril, en el que operaba Billy el Niño con su banda. Estaba molido de los leñazos que me daban, ensañándose en el cuerpo. Los golpes y puñetazos, sólo yo lo notaba, doliéndome así hasta los higadillos. Billy el Niño me repetía, nunca saciado, que «esta vez sí vas a llorar, canario de mierda». Para aguantar los salvajadas de aquellos canallas que estaban torturándonos, habíamos aprendido casi todos, mis compañeros y más apresados, e invariablemente, que ‘centrásemos nuestros pensamientos’ en cualquier objeto inanimado, sin ‘salirnos’ nunca de lo que cada uno hubiese decidido, cuando el verdugo (en ocasiones, varios torturadores al alimón) iniciase la criminal sesión correspondiente. Cuando me lo dijeron, en mi ignorancia supina, pensé que aprovechaban mi tercermundismo por darme la macabra broma. Sin embargo, había razones sobradas. No era ningún Bálsamo de Fierabrás, pero los efectos sicológicos sí que se notaban. Ineludiblemente, yo pensaba en mis padres y en mis hermanos, a los que hicieron sufrir todas las perrerías imaginables. Volví a denunciarlo ante Billy el Niño, en aquel lugar donde estábamos. No se inmutó ni pronunció palabra alguna, siempre con los ojos pegados al suelo como «la momia vestida» egipcia.
«A mi hermano Juan lo cogieron a tiro limpio en una operación que tú dirigías. Claro que ni te acordarás. Eran tantas las que hacías que si te recuerdo una, darías demasiadas vueltas a tu cabeza, para saber a cuál me refiero. Voy a refrescarte la memoria. En dos coches, llenos de los tuyos, iban detrás de mi hermano, nada más salir de su casa por la mañana; aunque te caló y salió corriendo saltando la muralla que estaba cerca de la casa donde vivía. Pero tuvo la mala suerte de meterse en una calle que, en aquel momento, estaba en obras, y sin salida. Aun así, hizo todo lo que pudo para que no lo trincaran. Los tuyos, ya cabreados me figuro, comenzaron a disparar. Lo detuvieron porque quedó acorralado y a punto de matarlo».
Me acordaba de la vuelta ‘triunfante’ de Billy el Niño a la primera planta de la DGS, donde poco antes me llevan otra vez aquella misma madrugada. «Hombre, estás aquí, y con ganas de que te haga un hombre, de cómo tiene que ser el hombre con dos cojones». Era una frase que siempre salía de la boca de Billy el Niño para demostrar que era más macho que nadie, y todos los que pasaron por sus ensangrentadas manos escuchan de sus fauces. Enloquecido como estaba, «quería partirme en do», como el mismo le dijo. Detalles y pormenores de lo que maldecía, insultos a porrillo y amenazas constantes, lo han expresado los compañeros detenidos, cuyas espeluznantes declaraciones está foliadas e incorporadas a los legajos que integran las diligencias judiciales del sumario abierto en los tribunales argentinos.
En aquel estado crítico, ahogándome con mis propias babas sanguinolentas, yo ya no podía más. Entonces, esposado por delante desde el primer día, como me tuvieron, me lancé de cabeza en picado contra el postigo de una de las mesas que tenían en aquella planta de los interrogatorios, donde Billy el Niño y los secuaces de la BPS protagonizaban sus heroicidades, que traducirían a méritos para optar a los galardones y medallas que concedían por las propuestas de Martín Villa y otros franquistas que continúan gobernando en la sombra (entre ellos, Utrera Molina, el bendecido suegro del ‘tapado’ reaccionario Ruiz-Gallardón, el ministro de Justicia que pretende que la Mujer regrese a la caverna). Uno de ellos me zancadilleó, cayendo de plano en medio del cuartucho. Quedé boca abajo, creyendo que me asfixiaba. Nadie se movería para levantarme o darme la vuelta. Tengo grabado, aunque vagamente, aquel cruel e imborrable episodio. Noté cómo saltaban sobre mi espaldas, cómo me pateaban y me tiraban del pelo. Sé que hablaron del médico, sin saber a qué se referían. Desperté en una camilla cuartelera, creyendo que aún estaba en la DGS. No me enteré de nada. Ni que me habían curado, según dijeron los funcionarios. Ni que me habían llevado a Carabanchel. Nada de nada. El doctor José Luis Barros me dijo después que había perdido el conocimiento estando en el suelo por las barbaridades que me hicieron en la DGS, y viendo que había sucumbido, deciden llevarme a la enfermería de la cárcel, en Carabanchel. He entregado todo tipo de detalles que estarán acopiados en actuaciones judiciales o las diligencias correspondientes.
Con todo, manifestaré que, a los siete meses de mi «Certificado de Liberación Definitiva», firmado por Javier Cabezudo Fernández, por una crisis renal, ingresé en el hospital. Desde entonces, los dolores en la vejiga urinaria y, sobre todo, las progresivas incomodidades en la columna, no me abandonaron. Al principio creí que serían patologías normales, que iban aumentando con los años. Pero en París, tras unos análisis intensos que me hicieron en los departamentos del Hôpital de la Pitié-Salpétrière, el diagnóstico dio un giro esclarecedor. Tenía la columna destrozada con fracturas de distinta naturaleza, quizás debido a cualquier accidente, o a consecuencia de las torturas, o de los golpes que me propició la policía española en sus propias dependencias.
Sobre problemas renales, mis crisis en la vejiga y las periódicas oclusiones para evacuar, sus opiniones y diagnósticos determinan que venían provocadas por unas iguales causas e idénticos orígenes. Diré que allí me facilitaron una sonda renovable, aliviándome que tal manera, que comenzó a rescatar en mí el entusiasmo y renovadas ganas de continuar viviendo. Siempre recordaré aquellos afectos y la solidaridad de Olvido, quien fue conmigo a París. Como recordaré a Pedro Caba y José Luis Barros, quienes decidieron que tenía que ir con ellos a Francia, pensando que, con las dificultades que yo arrastraba, aquí no tenía ninguna salida e podrían incluso provocar mi muerte prematura. Expreso, asimismo, mi infinito agradecimiento a Ramón Sáenz Valcárcel, y a su familia; en especial a su entrañable padre, por su amistad, solidaridad, su cariño y por cuanto se movieron para que me restableciera, ocupados siempre de mi salud, animándome sin tregua para que no bajara la guardia ni cayese en aquel pozo sin fondo del terrible desánimo. Me quedan demasiadas cosas que reflejar, y quisiera hacerlo cuanto antes. Pero ahora debo terminar este manifiesto, pues los amigos de ‘La Comuna’ me apremian por la urgencia para enviarlo a los tribunales.
Antes de acabar con mi comunicación, deseo que sepan que desde entonces, he consultado con muchos médicos especialistas, tanto de la columna como de la vejiga urinaria; que cada uno de ellos inexorablemente manifiesta que las causas de ambas patologías, sin variación o dudas clínicas, proceden de las torturas que me infligieron los criminales de la BPS. Diré que, en estos más de cuarenta años, me han intervenido quirúrgicamente siete veces en la columna, con largas operaciones que duraban unas ocho horas de media. Además, tres cirugías entre la vejiga y el cuello vesical. Pese a que pudiera parecer que ‘acabaron conmigo’, no dejé de batallar nunca, ni pretendo hacerlo en la medida que la naturaleza me lo permita. Por último, manifiesto que cuantos hechos he relatado en este ‘cuadernillo de vida’ (Arturo Murillo Cazorla), han sido documentalmente acreditados, y avaladas están las denuncias y las declaraciones que aquí realizo. Todo esto lo he redactado, satisfecho, a petición de los amigos y compañeros de ‘LA COMUNA’, cuya lucha dará resultados positivos, ya lo estamos viendo, para que lo administren como deseen y lo presenten donde ha lugar. Además, acabo diciéndoles que ratificaré este manifiesto con total disposición, y lo haré donde sea, delante de quien sea y cuando me lo comuniquen, sin ninguna dilación. Mientras tanto, aquí estaré para lo que me digáis; con mi agradecimiento y un fuerte abrazo para todas y para todos.
José Luis Morales, periodista y miembro de La Comuna
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