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La monarquía menguante y el reloj coronado con tic-tac de cuenta atrás

Fuentes: Rebelión

Todavía recuerdo aquellos tiempos gloriosos en los que el Rey, cual padre de la nación, bendecía a sus súbditos y les deseaba Feliz Navidad. Aún no era pecado matar al dios elefante y los ricos hacían ostentación de sus colmillos -que formaban arcos en estancias de lujo- y de sus cilíndricas patas convertidas en taburetes […]

Todavía recuerdo aquellos tiempos gloriosos en los que el Rey, cual padre de la nación, bendecía a sus súbditos y les deseaba Feliz Navidad. Aún no era pecado matar al dios elefante y los ricos hacían ostentación de sus colmillos -que formaban arcos en estancias de lujo- y de sus cilíndricas patas convertidas en taburetes con pezuñas.

El monarca salía en su despacho, nos miraba fijamente y nos elevaba. Los expertos en imagen hacían tomas regias de su rostro y de sus manos, y, era tal su transparencia, que a través de su epidermis veíamos su sangre azul, y nos dábamos cuenta de que, aunque pertenecíamos a la plebe, éramos amados como el Creador ama a sus criaturas.

Pero un día, un aciago día, el demonio penetró en las redes sociales, cual alquitrán que ciega al Sol, y millones de seres anónimos, invisibles, «los nadies» -como los llamaba Eduardo Galeano- empezaron a menear mensajes cainistas. Volvieron a abrir la Caja de Pandora para transmutar la Armonía en Caos. El diablo se atrevió a agitar el trono, con el inquilino sentado, haciendo que se tambalease en su testa, la corona.

Los días de Navidad se fueron sucediendo. Al principio el rey hablaba apoyándose en un retrato con toda la familia unida, cual reflejo de la piña que formaba España. Era para llorar de emoción. En años sucesivos, los miembros de la foto empezaron a migrar, cual aves en cambio de estación. Y llegó la fase de «la monarquía menguante». En la fotografía sólo estaba papá y una niña. ¡Ay, qué soledad! ¡Maldito pueblo! ¡Habéis acabado con todo lo sagrado! ¡Oléis a Tercera República!

Era como si surgieran seres malvados debajo de las piedras, como ocurrió en la serie de los Tudor (The Tudors) que estrenó la televisión británica en 2007. En ella un noble «corrompido» le entrega al rey Enrique VIII un regalo envenenado: Un reloj de mesa con una vistosa corona en la parte superior. El rey escucha el tic-tac y capta el mensaje: El «enemigo» le está diciendo que ha empezado la cuenta atrás para que el trono se rompa en pedazos.

En esa ocasión el insolente cortesano fue decapitado. Pero ahora, en 2019, parece que están cambiando, a gran velocidad, los vientos de la Historia. Y, lo que era imposible hace cuatro días, empieza a palparse como inevitable. Ya sé que el destino es incierto y que «el azar» siempre nos sorprende con algo que ni los más brillantes pensadores podrían imaginar. En el momento más inesperado aparece un cuervo blanco, como diría Paracelso, y echa por tierra los pronósticos de los más sabios.

Hay quien anuncia el advenimiento de la III República y se imagina a Felipe, igual que le ocurrió a Alfonso XIII, abordando barco en Cartagena. Otros, en cambio, esperan todo lo contrario: una alianza de todas las derechas, con VOX como núcleo duro, que haga callar a todos los colectivos que «gritaron libertad» y soñaron con pintar de azul, el infierno, y poner ahí un Sol de solidaridad universal.

¡Sancho, no son molinos, son bancos!, gritaba El Quijote del siglo XXI mientras pugnaba por clavar su lanza en las tripas de Wall Street.

Y mientras los ricos se esconden tras opacas mamparas ensangrentadas, los pobres siguen empujando, cual Sísifo, colina arriba la gigantesca roca de la miseria. Quizás haya llegado la hora de parar todos los relojes y de sacar las tenazas para romper las cadenas de esa persona con la que te encuentras todos los días en la calle o, en el espejo de la mañana de tu cuarto de baño.

Blog del autor: http://www.nilo-homerico.es/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.