La muerte es la única fuerza de la naturaleza que siempre vence al hombre y quizás la única que es temida por él. Desde este punto de vista, la pérdida de cada vida humana es una tragedia que normalmente es respetada por todos los que quedamos todavía en esta tierra. Sin embargo, hay excepciones y […]
La muerte es la única fuerza de la naturaleza que siempre vence al hombre y quizás la única que es temida por él. Desde este punto de vista, la pérdida de cada vida humana es una tragedia que normalmente es respetada por todos los que quedamos todavía en esta tierra. Sin embargo, hay excepciones y el deceso de Augusto Pinochet, el general chileno que globalizó el terror, es una de ellas. La justicia, por la voluntad de los poderosos globalizadores anticomunistas cuya causa fue implantada a sangre y fuego por él, no pudo juzgarlo pero lo hará la historia al constatar las huellas de terror que no solamente dejó en Chile sino en todo el continente latinoamericano y quizás en el mundo porque despejó el camino para todos los dictadores de turno.
Los que piensan que el general Pinochet, que hizo asesinar a su propia gente para «ganar la batalla al comunismo», fue un iniciador de aquella eterna lucha de los ricos contra los pobres o de los poderosos contra los desposeídos bajo diferentes consignas en diferentas épocas históricas, están equivocados. Fue un simple ejecutor de las órdenes norteamericanas siguiendo un plan elaborado en Washington. En realidad fue uno de los primeros terroristas modernos, que quizás haya inspirado a los autores de la destrucción de las Torres Gemelas en Nueva York, al ordenar a sus pilotos a tirar bombas contra un edificio civil, la Casa de la Moneda, aquel trágico 11 de Septiembre de 1973.
El «héroe» de la cruzada anticomunista, llamado por sus seguidores un «hombre de honor», en realidad fue un cobarde villano que hizo matar y robó al estilo de Al Capone a diestra y siniestra bajo la mirada protectora de sus mentores de la CIA. En octubre de 1970, los agentes norteamericanos estacionados en Chile, recibieron, de acuerdo a los documentos desclasificados del Archivo Secreto Nacional de EE.UU., instrucciones provenientes de Henry Kissinger indicando que «Allende debe ser sacado del poder con un golpe de estado sin mostrar enlace con la CIA».
De allí, los agentes de la CIA se lanzaron a tallar agentes, infiltrar sindicatos, gobierno, organizaciones de base, iniciar una campaña de propaganda anticomunista para asustar a la población.
Propiciaron especialmente, el terrorismo y sabotaje como si fuesen ejecutados por la izquierda. Pagaron 35,000 dólares a los asesinos del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de Chile, René Schneider, y asignaron el pago a los transportistas para iniciar la huelga. Pero la tarea principal fue encontrar a los cabecillas del golpe bajo el criterio: ser ambicioso, propicio a traición, simpatizante del fascismo, anticomunista y ferviente católico. Unos 8 meses antes del golpe la CIA informó al gobierno de Nixon que la Armada, con el entrenado en Estados Unidos almirante José Toribio Merino y la Fuerza Aérea bajo la dirección del general y poeta amateur, Gustavo Leigh, estaban listos para el golpe. También los Carabineros estaban dispuestos. Faltaba un representante del ejército, y la CIA no se equivocó al seleccionar al inescrupuloso admirador de Hitler, el Comandante General del Ejército Augusto Pinochet.
Con bendición de Nixon y Kissinger se produjo el sangriente golpe de estado. En 1974 el presidente de los EE.UU. dijo, comentando los acontecimientos en Chile, que «el gobierno norteamericano hizo lo mejor para el pueblo de Chile y el de los EE.UU.» Esto «mejor» significó más de 3,000 mutilados y desaparecidos, unos 30,000 torturados, más de 200,000 refugiados y no menos de tres generaciones de chilenos sicológicamente afectados.
El reino del terror duró hasta 1990, pero sus consecuencias las sigue viviendo el pueblo de Chile.
El millonario Pinochet habilidosa y cobardemente logró evadir la justicia; sin embargo fue derrotado por la muerte. Pero ni siquiera tendrá una tumba por el recuerdo del terror y sufrimiento que sembró a su paso por la tierra. Los que le secundaron e impidieron que fuera llevado a cárcel o corte marcial saben que está maldito por generaciones y que jamás tendrá la paz de un sepulcro.