1.- Los funerales de Pinochet La historia, a veces, resulta irónica. Augusto Pinochet muere el 10 de diciembre de 2006, el día en que el mundo celebra el día de los Derechos Humanos. El protagonista de una las más cruentas dictaduras del siglo XX, acusado, precisamente, de crímenes de lesa humanidad moría aquel día en […]
1.- Los funerales de Pinochet
La historia, a veces, resulta irónica. Augusto Pinochet muere el 10 de diciembre de 2006, el día en que el mundo celebra el día de los Derechos Humanos. El protagonista de una las más cruentas dictaduras del siglo XX, acusado, precisamente, de crímenes de lesa humanidad moría aquel día en el Hospital Militar de Santiago, enriquecido e impune.
En todo el país hay dos sentimientos: Quienes celebran la muerte del dictador y aquellos seguidores de Pinochet que lamentan su partida. La figura controversial de Augusto Pinochet ha sido capaz de generar el fanatismo de algunos y el odio de muchos hasta el presente. Para los que defienden su legado se trató de un héroe, un «libertador», para sus detractores se trata a todas luces de un «traidor» y un criminal. Si bien nunca se le reconoció su condición de presidente de la república y, por tanto no se le rindieron honores de estado, sí se le reconoció como Comandante en Jefe de su ejército.
La muerte de Pinochet trajo a la memoria de los chilenos todo lo acontecido tres décadas antes, marcando la profunda división que suscitó la dictadura militar entre «amigos» y «enemigos», víctimas y victimarios, de un régimen de violencia extrema. Lo cierto es que su muerte no dejó a nadie indiferente. Quizás el gesto más elocuente fue aquel que protagonizó Francisco Cuadrado, nieto del ex Comandante en Jefe, general Carlos Prats, quien fuera asesinado por la DINA en Buenos Aires en 1974. El nieto de Prats lanzó un escupitajo sobre el féretro de Augusto Pinochet representando con ello el deseo de una amplia mayoría de compatriotas.
2.- Los viudos de Augusto
Más allá del funeral de Pinochet, hay una proyección política e histórica de su dictadura que marca el ahora de Chile. Hasta nuestros días el país vive bajo un espacio judicativo fraguado por las elites políticas y empresariales al amparo de la dictadura. Esto significa que la institucionalidad que nos rige es la obra política del dictador. Los jóvenes de Chacarillas se han convertido hoy en figuras relevantes de la extrema derecha, organizados en la UDI (Unión Demócrata Independiente), fundada por Jaime Guzmán, una de las eminencias del régimen. Los viudos de Augusto se han dado a la cruzada de salvaguardar la herencia del dictador, preservando en primer lugar aquella constitución construida a la medida de la derecha triunfante tras el golpe de estado.
Hasta el presente, el pinochetismo sigue vigente como ficción hegemónica en la derecha chilena. Travestido hoy con ropajes populistas, UDI-Popular, su líder Pablo Longueira ha sido capaz de convertir este partido político en el más numeroso del país, desplazando toda opción liberal en este sector político. Este maridaje entre el empresariado y sectores de las fuerzas armadas fue consolidado en Chacarillas y bendecido por el fundamentalismo católico expresado en el Opus Dei. Se podría afirmar que el pinochetismo logró anudar las fuentes históricas del pensamiento de derechas en Chile esto es, el nacionalismo, el conservadurismo católico y el liberalismo económico.
El golpe de estado en Chile fue el crisol que logró la síntesis de los diversos sectores que componen la derecha criolla. Este hecho singular fue posible ante la percepción de este sector de una amenaza común, más ficticia que real, que llamaron el «comunismo internacional» Esto explica aunque sea parcialmente, cierta homogeneidad en el pensamiento de derechas, anclado a un imaginario oligárquico de confrontación y amenaza que no ha sido posible superar. Por ello en la actualidad se constata en la sociedad chilena un orden tecno económico de raigambre neoliberal y un orden político conservador en extremo.
Los viudos de Augusto siguen ordenando las filas de la derecha y condicionando el desarrollo de una frágil democracia de baja intensidad en una singular «modernidad oligárquica», tal como señalan algunos teóricos. Lejos de debilitar esta visión, la muerte de Pinochet desplaza al espacio mítico su figura, cristalizando en las elites un pensamiento de extrema derecha capaz de sobrevivir al decurso histórico. Este hecho fundamental resulta ser un lastre para cualquier proyecto democrático serio, pues representa una oposición radical al cambio que es visto como un peligro a los privilegios de una clase exclusiva y excluyente. Por lo mismo, se podría aventurar que este tipo de pensamiento anidado en la derecha chilena es, también, un riesgo presente y futuro para las políticas de reformas democráticas.
3.- ¿Ha muerto Augusto Pinochet?
Hoy que soplan vientos de cambio en nuestra sociedad, es conveniente reflexionar sobre los alcances de un «mito operante» en el pensamiento de derechas. Una derecha que no adscribe a los cambios democráticos, sobre todo cuando se trata del sector hegemónico, es, insistamos, un riesgo para cualquier gobierno. Es claro que el pensamiento de derechas se ha atrincherado en su versión más dura, impidiendo su propia renovación desde su interior. Una derecha extrema no es garantía para un gobierno democrático que anhela reformas profundas al sistema político de manera pacífica. Mucho menos cuando este tipo de pensamiento se encuentra en muchos oficiales de las fuerzas armadas, muchos de ellos formados durante la dictadura militar.
Desde el llamado «retorno a la democracia» se ha silenciado el tema de las fuerzas armadas convirtiéndolo en los hechos en un «tabú», políticamente incorrecto. Sin embargo, allí radica una de las claves para una reconstrucción democrática de Chile. No basta reclamar la asepsia política de los uniformados, se trata más bien de incorporar a los uniformados a los desafíos históricos que se está planteando el pueblo de Chile hacia un sistema democrático más justo y participativo. La dictadura militar no solo instrumentalizó a las fuerzas armadas sino que en rigor, politizó las instituciones castrenses. De hecho, hasta hace poco, la carrera militar culminaba en el senado de la república. Por ello, reclamar la «democratización» de las fuerzas armadas es un legítimo reclamo ciudadano para hacer de tales instituciones un factor de desarrollo social democrático en tiempos de paz.
A diferencia de lo acontecido en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, en Chile no hubo ningún juicio de Núremberg ni un proceso de desnazificación. Durante años muchos verdugos de la dictadura siguen anónimos e impunes, muchos de ellos incrustados en la casta política de la derecha. El «mito Pinochet» se afirma, entre otros factores, en la impunidad de su propia muerte y la de los secuaces que le sobreviven. La ausencia de castigo ante los graves crímenes cometidos durante la dictadura envalentona a una derecha que sigue hasta el presente defendiendo el legado constitucional de la dictadura, sin atender siquiera a las miles de víctimas de aquel régimen de terror. De poco sirven las pruebas contundentes en torno a la violación de derechos humanos o el enriquecimiento ilícito de muchos cómplices de la dictadura y de Pinochet mismo. Hasta la actualidad, una derecha insolente desafía de igual a igual a los sucesivos gobiernos democráticos, vetando toda posibilidad de cambios. Se ha llegado al extremo de rendirle homenajes al extinto dictador a través de una serie de organizaciones espurias que han convertido a Pinochet en un lucrativo negocio.
¿Ha muerto Augusto Pinochet? La pregunta pareciera absurda cuando ya un ánfora contiene sus cenizas. No obstante, el mito Pinochet sigue vivo en el imaginario de las elites empresariales, políticas y militares. Todo cuanto representó el golpe de estado sigue plenamente vigente en sectores de chilenos. En este preciso sentido, la respuesta es no, Pinochet no ha muerto. Los fanatismos que suscita la muerte de Augusto exteriorizan comportamientos pre reflexivos nada fáciles de desarraigar. La figura del dictador ha marcado a una o más generaciones de chilenos que sienten los cambios democráticos como una amenaza a su «modo de vida» Augusto Pinochet sigue vivo en su constitución que prescribe un estado policial, sigue vivo en el fanatismo ciego de sus seguidores y, al igual que la peste, sigue vivo en los rincones más sucios de muchos cuarteles, esperando un momento de debilidad democrática para volver como una mortal epidemia sobre toda la sociedad.