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La muerte de los dioses: La crisis destroza los mitos del mercado

Fuentes: Progreso Semanal

En 1950, al inicio de la Guerra Fría y hacia el fin del reino de Stalin en la Unión Soviética, seis escritores de izquierda –André Gide, Richard Wright, Ignazio Silone, Stephen Spender, Arthur Koestler y Louis Fischer– escribieron en colaboración un libro (El dios que fracasó) en el que relataban su conversión al comunismo y […]

En 1950, al inicio de la Guerra Fría y hacia el fin del reino de Stalin en la Unión Soviética, seis escritores de izquierda –André Gide, Richard Wright, Ignazio Silone, Stephen Spender, Arthur Koestler y Louis Fischer– escribieron en colaboración un libro (El dios que fracasó) en el que relataban su conversión al comunismo y su desilusión con él.

El dios que fracasó sería un título igualmente adecuado para una obra que describiera los hechos de los últimos meses en la economía global. Porque en el curso de unas pocas semanas una importante deidad ha mordido el polvo: el mito del Mercado como motor infalible de la creación de riquezas y distribución económica y en el que se puede intervenir solo con gran riesgo.

No importa que el estado (y no la mano invisible de Dios) siempre haya sido el elemento esencial que apuntala y apoya esta supuesta divinidad, el Mercado. Qué lástima, simple daño colateral, si es que las implacables leyes del laissez-faire significan que los muchos que trabajan por su dinero ganarán poco, mientras que los pocos cuyo dinero trabaja para ellos ganarán como bandidos.

El derecho divino y la rectitud del Mercado están más allá de todo cuestionamiento. Después de todo, ¿qué son 45 millones sin seguro de salud en Estados Unidos –o una cifra mucho mayor en África, Asia y Latinoamérica– que mueren cada año de enfermedades infecciosas y desnutrición? Llámenlo como quieran: las cartas que le caen a uno, de dónde sopla el viento o la ley de oferta y demanda. Pero no lo llamen un desastre, un defecto sistémico de nacimiento o una crisis.

Una crisis es cuando el mercado de valores desciende en picada casi todos los días. Una crisis es cuando el gallo más grande del gallinero –Lehman Brothers, AIG, General Motors, Citigroup–se desploma o está en peligro de dar la última boqueada.

Este es un desastre de tales proporciones como para hacer perder la fe al propio Alan Greenspan, el Maestro de la Mitología del Mercado. Es un colapso de tal magnitud que hasta justifica suspender la ilusión haciendo visible la mano invisible -a tenor de una cifra de un cuarto de billón de dólares.

Desde la era de Reagan y la Thatcher, a las masas les han enseñado –ciertamente con alguna eficiencia aquí y en todo el mundo– que intervenir en el Mercado e imprimir y regalar dinero son pecados cardinales, tareas inútiles, grandes errores. Ahora que se ha levantado el velo, que el mago ha revelado sus trucos, ¿qué van a decir los mitificadores al pueblo cuando este pida medicina que no sea mercenaria, escuelas que realmente enseñen, agua que sea verdaderamente limpia, aire que se pueda respirar? ¿Van a decir nuestros gobernantes que no hay dinero cuando el dinero que no está disponible para necesidades vitales aparece como por arte de magia cuando se trata de rescatar a los grandes apostadores, los jugadores más irresponsables de todos?

En su libro más reciente (The Upside of Down: Catastrophe, Creativity, and the Renewal of Civilization — Lo arriba del abajo: catástrofe, creatividad y la renovación de la civilización), Thomas Homer-Dixon, profesor de la Facultad de Medio Ambiente en la Universidad de Waterloo argumenta que los enormes problemas a que se enfrenta el mundo serán resueltos exitosamente solo después de un gran colapso sistémico de una escala tal que arrase con la multitud de intereses creados que, bajo circunstancias normales, impedirían todas y cada una de las transformaciones estructurales significativas. ¿Habremos llegado ya a ese punto? ¿Estaremos en camino?

Lo menos que puede decirse es que la actual crisis, y especialmente el espectáculo de la enorme intervención del gobierno en la economía, ha hecho setecientas cincuenta mil millones de abolladuras en el mito del omnipotente, impecable e híper eficiente Mercado. Estamos viviendo un momento de gran ironía y potencial, un momento en el cual los actos desesperados de los sumos sacerdotes de la religión están sacudiendo y destrozando a sus propios iconos.

Aprovechemos este instante en el que los edificios institucionales e ideológicos que parecían eternos están colapsando ante nuestros propios ojos para barrer con los escombros dejados por el moribundo paradigma y construir una Nueva Democracia más coherente con nuestros sueños, necesidades y posibilidades humanas.