Recomiendo:
0

La muerte de un cobarde

Fuentes: Rebelión

Apenas oída la noticia de la muerte de Pinochet, mi primer impulso fue volcarme al computador para escribir un artículo. Era demasiada la tentación para no resistirme a volcar en el papel mis impresiones sobre la muerte de tan siniestro y deleznable personaje. Sin embargo, decidí aguantarme, a la espera de la finalización de sus […]

Apenas oída la noticia de la muerte de Pinochet, mi primer impulso fue volcarme al computador para escribir un artículo. Era demasiada la tentación para no resistirme a volcar en el papel mis impresiones sobre la muerte de tan siniestro y deleznable personaje. Sin embargo, decidí aguantarme, a la espera de la finalización de sus exequias para captar previamente las distintas reacciones que se iban a producir sobre el hecho. Era lógico que en nuestro país las opiniones se mostraran divididas. Así hemos estado desde el 11 de Septiembre de 1973, y tal cual parece esto no va a cambiar en muchos años.

En contraposición, en el resto del mundo, las opiniones se presentaron casi unánimes, condenatorias a Pinochet por sus asesinatos y crímenes impunes, incluso aún, las del propio gobierno de Estados Unidos y del Partido Popular de España, lo que no es poco decir. Un repudio mundial a su persona, salvo excepciones que nunca faltan, por un lado, las de Margareth Tatcher, y por otro, las de un despistado ruso que las oficia de presidente de una de las cámaras legislativas de Rusia.

De esto, resulta del todo lógico que el gobierno de Chile no decretara duelo oficial ni menos hacer un funeral de Estado. Hubiera resultado impresentable que así lo hubiera hecho, pues en ninguna parte del mundo habrían comprendido el por qué el estado de Chile habría tenido que rendirle honores a un viejo criminal asesino y, más encima, cobarde, ladrón y corrupto.

Eso en lo que respecta a la prensa oficial. En lo que toca a la prensa digital los términos no pudieron ser más lapidarios. Daban cuenta de que acababa de morir el mayor forajido de Chile, el mayor rufián, el más ladrón de todos los ladrones, el más corrupto, el más cínico, el más poco hombre, el más cobarde. En fin, entre otras perlas, el más criminal y el más detestable de todos los chilenos jamás antes conocido en la larga historia de Chile.

Y no podía ser de otro modo si hasta los últimos días vivió haciendo de las suyas, mintiendo y fingiendo siempre al amparo de quien pudiera refugiarlo de su cobardía. Los chilenos hemos sido testigos de esto viéndolo, por un lado, correr a ampararse tras la institucionalidad del ejército, y por otro, correr entre las faldas de su mujer y una pléyade de leguleyos y picapleitos, éstos últimos para que intermedien ante una obsecuente Corte Suprema. Y claro, como buen pillo y sinvergüenza que es, su costosa defensa, y su numerosa servidumbre de más de 60 personas, entre cocineros, asistentes y quien le lustraba los zapatos, ni siquiera la pagó con la plata que se robó, sino con cargo a platas fiscales de todos los chilenos.

Como se ha podido ver en la prensa mundial, han faltado los epítetos para retratar a tan repudiable personaje. Sin embargo, en esta nota yo no quiero referirme ni al Pinochet criminal, ni al Pinochet ladrón, ni tampoco al Pinochet corrupto. Sobre estos tópicos ha corrido ya mucha tinta. Quiero referirme en la ocasión, a uno de los aspectos menos comentados, vale decir, al Pinochet «falto de honor», al Pinochet «poco hombre», al Pinochet «traidor», y sobre todo, al Pinochet «cobarde».

Y es en este punto donde quiero llamar la atención sobre el lastimoso papel protagonizado por el Ejército de Chile, al decidir brindarle honores militares a Pinochet en sus exequias. Digo esto porque mientras a cualquier hijo de vecino tendría que darle asco ser impelido a tomar una postura tal, el ejército dio un gran traspiés (¿otro más?) al obligar a los jóvenes alféreces a tener que rendirle honores a un asesino y ladrón de tal calaña. Por eso, en mi opinión, urge que nuestra sociedad pueda proveer a las fuerzas armadas de una nueva doctrina militar que le impida caer nuevamente en tan grotesco e ignominioso espectáculo que lo deshonra ante los ojos del mundo.

En relación a esto, hace poco más de un año, para ser más preciso, en el mes de Noviembre del 2005, fui el primero en solicitar en forma pública en el Granvalparaíso.cl, Culturalibre.cl e Icalquinta,cl, entre otros, que la única manera que tenía el Ejército para reivindicarse ante el pueblo de Chile y el mundo, era proceder a degradar al tirano, en el Patio Central de la Escuela Militar, ante los ojos de todos los oficiales instructores y alféreces. Eso como mínimo acto reivindicatorio para borrar la mancha que cubre al Ejército. Hace unas semanas atrás, en el mismo sentido, se pronunciaron el Partido Comunista y la Asamblea Nacional de Derechos Humanos. Por cierto, el Ejército ha hecho oídos sordos y ha preferido prenderse en un fatal abrazo de oso al cuello de tan detestable criminal y asesino aún después de muerto.

Joan Garcés en España, a propósito de la rendición de honores militares en la Escuela Militar a Pinochet, ha sido muy claro diciendo lo siguiente: «si el Presidente Allende hubiera sobrevivido al asalto militar, lo primero que hubiera hecho es llevar a Pinochet ante un tribunal para que fuera juzgado de acuerdo con el código de justicia militar que sanciona la rebelión y la sedición»…. «El hecho de que hoy se esté rindiendo un homenaje en la Escuela Militar a un general que se levantó en armas contra las instituciones de la República, técnicamente puede ser calificado como que el Ejército de hoy en Chile sigue en estado de sedición frente a las instituciones republicanas», explicó. Y yo le encuentro toda la razón, cuestión que plantea de suyo una tarea urgente al gobierno de la Concertación para desenredar luego este embrollo, caso contrario no seguir enjuagándose la boca con aquello de que «las instituciones funcionan» o bien que estamos «viviendo en democracia» (¿)

Las razones de esta petición no podían ser más claras: degradación por traidor y cobarde, ya no sólo contra el Presidente Allende y el masacrado y torturado pueblo de Chile, sino por traición y falta de lealtad a sus propios compañeros de armas. Sí, porque no le hace ninguna gracia a la lealtad y honor militar, de que quien ordena a sus subordinados cometer crímenes y actos delictivos horrendos, después de quedar en descubierto le eche la culpa a aquellos que actuaron sólo como mandados. Eso, aquí y en la quebrada del ají, tiene un solo nombre: «poco hombre», «traidor» y «cobarde». La negación misma de cómo debe actuar un auténtico soldado: escudarse en subalternos para eludir sus propias responsabilidades… ¿Qué dirán aquellos subordinados, hoy tras las rejas, que creyeron ver en Pinochet un oficial «bien hombre» y leal con sus soldados?… Interesante pregunta que habría que hacérselas a Alvaro Corbalán, Jiménez Herrera y Mamo Contreras, entre otros.

Ahora bien, en notas anteriores he señalado que estamos viviendo en un país en donde la impudicia se ha enseñoreado. Digo esto porque me ha parecido, por decir lo menos, paradojal que el Sr. comandante en jefe del Ejército, a propósito de la muerte del dictador, haya predispuesto rendirle honores militares. Sin duda, en mi opinión, una gran torpeza que echa por borda todo aquel intento de lavar la imagen de un ejército desprestigiado, justamente, por obra y gracia de aquel a quien presto y presuroso corrió a rendirle honores. Creo, de verdad, y con todo el respeto que me merece su alta investidura, que el general Izurieta, en esta ocasión, le debe una muy buena explicación al país y al mundo por tan grande desatino. ¡Una lástima!… ¡Una verdadera lástima!… Tal gesto no le hace bien a la reconciliación que tanto se reclama, sobre todo, a un país como el nuestro en donde sus heridas aún no se restañan.

Como punto final a esta nota una última reflexión. Fachos y momios reunidos en la Escuela Militar se quejaban ante los periodistas por el hecho de que la presidenta Bachellet haya decretado dos días de duelo por la muerte de Gladys Marín y no lo haya hecho con el dictador. Pero… ¿Qué se creen estos tales por cuales?… ¿Acaso las peras son igual a las manzanas?… No hay que perderse en ello. Gladys Marín, nunca mandó a matar a nadie, nunca mandó a torturar, ni menos robar como si robó Pinochet. Así que, por favor, hablemos alguna vez en serio y no sigamos hablando estupideces. Gladys fue lo que fue, y por eso su gran estatura y reconocimiento. Una mujer digna, luchadora y comprometida con los movimientos sociales toda la vida. Un ejemplo de vida. Siempre diciendo las cosas de frente en forma valiente y nunca con cobardía como lo hizo el tirano. Por eso, no fue casualidad que mientras las noticias más auspiciosas señalaban que en el pick de las exequias de Pinochet se congregaron 7.000 u 8.0000 personas, eso representa sólo una ínfima pequeñez frente a la más de 1.000.000 de personas que despidieron los restos de Gladys en las calles.