La orden era terminante y clara: No dejar salir al Libertador con vida del territorio neogranadino, pues se corría el riesgo de que su espada volviera a cabalgar por América latina. Bolívar viene “febril, pálido y grave”, camino a su encuentro definitivo con el boticario francés Próspero Reverand, quien ha sido nombrado oficialmente su médico y previamente instruido por el general venezolano Mariano Montilla, acérrimo enemigo del Libertador desde todos los tiempos y abierto partidario del general venezolano Páez, quien está en guerra con el general Santander de Colombia, para juntos destruir el proyecto anfictiónico bolivariano y quedarse cada uno con su ‘patriecita’.
También viene rumbo a Santa Marta, la goleta de guerra norteamericana ‘Grampus’, con el cirujano militar Dr Night (Noche) a bordo. Reverand (ahora se ha venido a saber) no era médico, si no que, con algunos conocimientos adquiridos en Francia sobre cirugía militar, y muchos, sobre brebajes y menjurjes farmacéuticos, ha montado una botica particular para venderle sus pócimas a los samarios. El 1 de diciembre de 1.830 examina al Libertador, oye su tos, mira su semblante y se dice para sí, que el eminente paciente padece “una consunción”, sinónimo de tuberculosis. Y acorde con la orientación recibida, instaura el plan terapéutico: sinapismos de Cantárida pulverizada, mezclada con arsénico, aplicados como vejigatorios en la nuca del paciente, pues la vía oral es incierta y no puede controlarla directamente. Los polvos se absorben bien por piel, se sinergizan y no dejan muchas huellas. El boticario tiene porqué saber que esa mezcla magistral, es conocida desde la antigüedad romana, y que en la edad media era el veneno utilizado por la familia del papa Borgia llamada “cantarela”. El vulgo la conoció como los polvos de la Toffana. Poco después viene el cirujano norteamericano Night, examina al Libertador y le dice a Reverand que su palidez, delgadez y estado febril, corresponden a un “paludismo crónico”. El boticario se aferra al de “consunción tísica”. Discuten, pero coinciden en dos cosas: una, que es una dolencia “crónica”, es decir que el Libertador ha comenzado a morir hace tiempos, quizá con ayuda de las “curas arsenicales contra las calenturas” a las que lo sometieron varios médicos ingleses, el último el Dr Joly, y la otra, fundamental: ¡seguir con los vejigatorios en la nuca!
Contra la razón “científica” y en contra de todos los conocimientos médicos de la época para tratar ambas enfermedades y sobre todo, en contra de la realidad anatómica que ambos como cirujanos conocían muy bien, es el absurdo de que los líquidos perniciosos de la cabeza (no en los pulmones) se pueden extraer a través de la nuca con vejigatorios de Cantárida.
En los 17 días que el Libertador está en las manos del boticario francés; le aplica 8 emplastos en total, incluso sobre la piel sangrante, con una obstinación y encarnizamiento tal, que lo hacen aún más sospechoso. El cirujano militar norteamericano, seguro de que el Libertador no saldrá vivo de Santa Marta, emprende tranquilo el regreso a su país y la goleta de guerra yanqui, poco después, misteriosamente desaparece para la historia, probablemente, en el hoyo negro del triángulo de las Bermudas. Mientras tanto en la hacienda de San Pedro alejandrino, el boticario francés redacta 33 boletines sobre la evolución clínica del Libertador, hasta su muerte. Después, se encarniza con su cadáver, lo despedaza sin compasión, escribe y edita una necropsia en donde se da la razón: el Libertador muere de “tisis”. Pero su empirismo francés lo pone al descubierto.
Hoy cualquier médico general puede descubrir en estos excepcionales documentos escritos, cómo los vesicatorios de Cantárida aceleraron la muerte del Libertador. No es sino leerlos juiciosamente y agrupar sus signos y síntomas en tres grupos:
1-Urinarios: debidos a una intoxicación por Cantárida: Orinas sanguinolentas seguidas de anuria, falla renal e insuficiencia renal aguda, con “riñones intactos, vejiga vacía pegada bajo el pubis” .2-Neurológicos: debidos a una intoxicación por arsénico: Letargia, confusión mental, delirio, inquietud extrema, estupor y coma. Inflamación meníngea con “circunvoluciones cerebrales cubiertas de serosidad semi roja”. 3- Gastro-Gastrointestinales de intoxicación arsenical: Hipo, vómitos, cólicos, diarreas, “estómago dilatado por un licor amarillento, sin lesión ni flogosis (a pesar del ayuno prolongado y el veneno), intestino delgado meteorizado, marcada hepatomegalia, vesícula biliar muy extendida, y glándulas mesentéricas muy obstruidas” No describe peritonitis tuberculosa, pero si pericarditis; “el Corazón (a pesar de las cavernas pulmonares descritas), no ofreció nada particular, aunque bañado por un líquido verdoso contenido en el pericardio”.
Dudo de la confesión de Simón Bolívar ante el obispo. Y no creo que tuviera claridad mental para dictar un testamento. Quizás el único instante de lucidez y realismo que le permitió el envenenamiento, es cuando le dice a su asistente cercano:
– ¿Cómo saldré de este Laberinto? No podía. Era un Laberinto de 5 ángulos o Pentágono, más terrible y complicado que el desierto imaginado por Borges. Con escaleras secretas, pasadizos y túneles que conducen a ninguna parte. Con puertas que se abren en cementerios blanquecinos protegidos por muros impenetrables y guardias armados de pistolas ametralladoras; zaguanes sin fin y mansardas ocultas, cuya única comunicación exterior es mediante asteroides telemáticos, construidos por el Hombre.
El 20 de noviembre de 1.842, doce años después de su famosa necropsia escrita, Reverand con la mirada gacha y avergonzada, junto con el jefe político santanderista de Santa Marta Manuel Ujueta, en una tétrica exhumación identifica el polvo en que quedó convertido el Libertador. Joaquín Posada Gutiérrez en su memoria escrita (1.865), deja esta constancia para la historia:
“el cráneo aserrado horizontalmente y las costillas cortadas por ambos lados oblicuamente, los huesos de las piernas y pies estaban cubiertos por botas de campaña, la derecha completa, la izquierda despedazada. Al lado de los huesos de los muslos, pedazos de guion de oro deteriorado y listas de color verde con metal oxidado, fueron los únicos fragmentos de su vestido que se encontraron; todo lo demás se había pulverizado”.
Entonces, ¿Cómo no estar de acuerdo con la identificación, esta, si científica, que ha ordenado hacer el gobierno venezolano de Hugo Chávez en Caracas, sobre los restos entregados por el gobierno del general Santander al gobierno de Venezuela? ¿Por qué no quieren que se determine en las reliquias pulverizadas del Libertador, cual es arsénico y la Cantárida ordenadas desde el Laberinto de 5 ángulos, y cual es verdadero polvo sideral que nos ilumina y orienta?
¿A que le temen señores dueños del Laberinto, si lo que brilla por luz propia nadie lo puede apagar, como canta Pablo Milanés?
Post scriptum: 5 años más tarde, julio de 2012, el gobierno venezolano publicó un informe sobre las causas de la muerte del Libertador Simón Bolívar firmado por la dra Yanuacelis Cruz y el Dr José Manque, coordinadores del equipo científico multidisciplinario que analizó, con todas las técnicas disponibles hasta el momento, los restos del Libertador; en su pormenorizado informe científico, los especialistas confirman en la epicrisis que, los estudios de biología molecular fueron negativos para mycobacterium tuberculosis y mycobacterium bovis, agentes causales de la tuberculosis.
Tampoco hallaron trazas de Treponema pallidum causante de la sífilis, ni de Brucella sp causantes de la brucelosis. Fue negativo para Plasmodium sp causante del paludismo, y para Leishmania donovani y cutánea, causantes de la leishmaniasis. También fue negativo para el hongo Paracoccidioides brasilensi, causante de la micosis paracoicidiodea.
Hacen un aparte que, si bien no se pudo realizar la investigación para determinar una infección por el hongo Histoplasma capsulatum, queda pendiente la confirmación de esta infección, que de llegar a evolucionar hacia su cronicidad produce lesiones histológicas y sintomatología semejantes a la de la tuberculosis pulmonar crónica, y de no ser tratada adecuadamente (tratamiento antimicótico inexistente en la época del Libertador) lleva a la muerte.
Por correlación clínica obtenida de los informes escritos por Reverand, llegan a concluir que, sí se le administró al Libertador arsénico, y sí hubo una intoxicación aguda producida por los polvos de Cantárida administrados por el farmaceuta francés que le ocasionaron la falla renal aguda desencadenante de la muerte del Libertador.
Y que, no se encontraron restos de microorganismos causantes de: Tuberculosis. Sífilis. Brucelosis. Paludismo. Leishmaniasis y Paracoicidisis. Quedando en positivo la posibilidad de que el Libertador hubiera padecido una Histoplasmosis pulmonar, enfermedad que al no ser tratada y volverse crónica, produce una sintomatología similar a la de la Tuberculosis y la muerte, lo que acabaría con el mito de la causa de la muerte del Libertador por Tuberculosis pulmonar.
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