Escritora especializada en biopolítica, activista en el 15M y en otros muchos movimientos sociales, Clara Valverde Gefaell (Barcelona, 1956) fue profesora de enfermería durante décadas. Coordina actualmente el Equipo Aquo de formación on-line y off-line. Entre sus publicaciones más recientes, cabe citar: Desenterrar las palabras. Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo […]
Escritora especializada en biopolítica, activista en el 15M y en otros muchos movimientos sociales, Clara Valverde Gefaell (Barcelona, 1956) fue profesora de enfermería durante décadas. Coordina actualmente el Equipo Aquo de formación on-line y off-line.
Entre sus publicaciones más recientes, cabe citar: Desenterrar las palabras. Transmisión generacional del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español, publicado por Icaria, como el libro en el que centramos esta conversación: De la necropolítica neoliberal a la empatía radical
SLA: Felicidades por tu nuevo libro editado en Icaria, en la colección ¡Más Madera! Seis capítulos, dos preguntas por capítulo, no te robo más tiempo. Antes de ello déjame preguntarte por sus proximidades y alrededores. ¿Qué es eso de la necropolítica neoliberal? Santiago López Petit, el autor del prólogo, señala que esa política neoliberal consiste en una necropolítica «cuyo objetivo declarado es acabar con los excluidos». ¿Es eso? ¿Qué debemos entender por excluidos?
CV: La «necropolítica» es un concepto que desarrolló el filósofo camerunés Achille Mbembe. Es la política basada en la idea de que para el poder unas vidas tienen valor y otras no. No es tanto matar a los que no sirven al poder sino dejarles morir, crear políticas en las que se van muriendo.
Los excluidos son los que no son rentables para el poder ni para implementar sus políticas. Son los que no producen ni consumen, los que de alguna manera, sin querer y sin saberlo en la mayoría de los casos, solo existiendo, ponen en evidencia la crueldad del neoliberalismo y sus desigualdades.
SLA: La empatía radical, a la que haces referencia en el título también, ¿en qué consiste?, ¿cómo la describirías?
CV: Empatía es ponerse en el lugar del Otro, del que sufre. Es intentar imaginarse lo que vive, y mostrar al Otro que su sufrimiento y su situación nos importa.
La empatía radical es una idea que he ido desarrollando que es no solo imaginarse e interesarse por el sufrimiento del Otro, sino también darse cuenta de que el Otro no es tan diferente de nosotros.
En esta sociedad neoliberal muchísima gente que ahora no están en apuros, podrían fácilmente estarlo. Si uno enferma, pierde el trabajo, etc, las políticas neoliberales le descartarán como si fuera basura.
Por ejemplo, por muchos años que uno haya cotizado, si uno enferma y no puede seguir trabajando, lo más posible es que, en Catalunya, el ICAMS (Institut Català d’Avalucións Médiques) no le den la baja o se la den y luego le den el alta aunque no esté lo suficientemente bien para trabajar. El ICAMS tiene cuotas y no les importa tu vida o tu salud. Puedes pasar de alguien con trabajo, techo y comida, a ser alguien que está enfermo y sin ingresos, con todo lo que eso supone.
La empatía radical es tomar conciencia de que uno es también el que duerme en el cajero, el que va a comer a Caritas. Y si uno ya tiene más capacidades radicales, puede imaginarse, este invierno, que también es un niño palestino sin casa. Las personas que no están en apuros, los «incluidos», la mayoría están, en esta sociedad, a poca distancia de ser excluidos y no se dan cuenta.
SLA: El subtítulo de tu libro: «Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización». ¿Violencia discreta?
CV: Sí, la gran parte de la violencia del neoliberalismo es discreta, o sea que la gente no la ve. Eso es lo peligroso. Si a alguien le pega un tiro la policía, eso es más fácil de ver que otros tipos de violencia. Mucha de la violencia ahora es discreta: la tolerancia, la exclusión, el paternalismo, etc.
SLA: Me centro en la introducción. ¿Los movimiento sociales han excluido a los excluidos como pareces apuntar en este apartado?
CV: Sí, lo han hecho sin querer, creo yo. Por ignorancia. Por no cuestionar el neoliberalismo a fondo.
La manera de funcionar de los movimientos sociales, las reuniones, eventos y encuentros, la mayoría no se llevan a cabo en sitios ni de formas en las que la gente más vulnerable, con cuerpos y energías diferentes, puedan participar.
Para mucha gente es muy difícil estar sentado 2 horas. Y ya no digamos subir escaleras, desplazarse de su casa, etc.
Si hay suerte, a veces hay una rampa para las sillas de ruedas. Pero eso es solo útil para las personas con un particular tipo de discapacidad funcional. Un grupo pequeño.
Y en el activismo por internet no se tiene en cuenta de que mucha gente no tienen dinero para pagarse internet, o no tienen la energía para implicarse por internet, o no tienen a alguien que les ayude a aprender cómo hacerlo.
SLA: Un paso también de este apartado: No es cuestión de volver al Estado de bienestar, afirmas, «que tan fácilmente ha sido saboteado y ha tomado tintes de caridad». Tampoco crees, prosigues, «que «tomar el poder» a través de la política electoral, a la larga, sea la manera de reducir el sufrimiento». ¿De qué se trata entonces?
CV: Como tú sabes bien, Salvador, yo no soy una persona de ¡programa, programa, programa!
Creo que es necesario que los «aún incluidos» se impliquen en los espacios y realidad de los excluidos. Esos espacios son los que amenazan e inquietan al poder. Los procesos son el producto. Una idea que suena un poco anarquista, ¿no?
Mira la Acampada ICAM. Es un tema que afecta a miles de personas y, potencialmente, a casi todos los catalanes el día que enfermen. Y ¿cuánta gente han ido, por lo menos una hora a manifestarse ahí? Pues muy poca.
Sobre la política electoral…no digo que no es buena idea tener colegas en el Parlament o en el Congreso. Pero es mínimo lo que pueden hacer. Los cambios vienen de fuera de los procesos electorales, de los espacios intersticiales, de los que no tienen privilegios. El cambio, como dijo Martin Luther King, vendrá de los «creativamente malajustados».
SLA: Del primer capítulo. ¿Fin de contrato dices? ¿Qué contrato ha finalizado?
CV: El contrato del estado del bienestar, en el que damos nuestro dinero a través de los impuestos a los gobernantes y ellos organizan y administran la sanidad, la educación, las infraestructuras, etc. Ya no funciona porque, aún si se hiciera bien, no hay participación de la ciudadanía en la toma de decisiones de cómo repartir ese dinero.
Pero es que encima los administradores demasiado fácilmente utilizan ese dinero para promocionar negocios privados, a través de subcontrataciones y externalizaciones. Y también es fácil de que roben ese dinero público, como ya hemos visto. Por ejemplo, la sanidad pública se ha convertido en una gran fuente de robo y enriquecimiento para la sanidad privada.
Esto hay que cambiarlo a corto plazo, empezando por pasos fáciles como los presupuestos participativos, y con leyes severas que protejan lo público. Aun en Canadá, donde las leyes para proteger lo público son muy severas, la ciudadanía está siempre alerta y al tanto de que los negocios privados no se infiltren en lo público.
Pero a largo plazo lo público tiene que devenir lo común: el dinero público tiene que estar administrado totalmente por la ciudadanía.
SLA: La necropolítica es una política en la cual la vida es objeto de «cálculos». ¿La vida de quienes? ¿De qué cálculo es objeto esa vida?
CV: Todas las vidas, para el neoliberalismo, son objeto de cálculo de los poderosos. Los que son rentables y los que consumen, esos tienen derecho a vivir bajo el neoliberalismo si siguen ciertas leyes y tienen ciertas actitudes favorables a los poderosos. O por lo menos que no cuestionen el capitalismo neoliberal y sus políticas mortíferas.
Los que no, se les deja morir como a los dependientes, gran parte de los cuales mueren antes de recibir las ayudas que se les ha concedido.
La señora Christine Lagarde, la presidenta del Fondo Monetario Internacional, ha avisado a los gobiernos de que tengan cuidado, que la gente a lo mejor viven «demasiado tiempo», que la esperanza de vida en los países más ricos ha aumentado. Y eso está creando «problemas» para el FMI! En vez de alegrarse de que la esperanza de vida, en algunos países ha aumentado, el FMI no está contento de que vivamos más años.
SLA: Estamos ahora en el segundo capítulo. ¿Cómo se excluye a los excluidos? ¿Cuántas personas están excluidas en España?
CV: A muchas personas se les excluye no dándoles las ayudas económicas a las cuales tienen derecho y necesidad, como en el caso de los dependientes, de los enfermos crónicos, etc. Se excluye al no dar acceso a la sanidad. Se excluye de la universidad a mucha gente por no tener una situación económica buena.
Pero también se excluye de formas más «discretas»: los enfermos mentales y sus familiares se tienen que callar sobre lo que viven si no quieren ser discriminados.
¿Cuántas personas están excluidas? Pues creo que muchas más de las que imaginamos.
Muchos inmigrantes están excluidos, los enfermos crónicos, los enfermos mentales, los ancianos, sobre todo si tienen ingresos limitados, los que no tiene trabajo, los que tienen trabajos precarios, los transexuales, los sin techo, los con techo pero sin hogar, los que no pueden o quieren vivir en estilos de vida convencionales…. Si empezamos a contar, creo que son muchos.
SLA: Del tercero: ¿violencia de la tolerancia? ¿No es una afirmación contradictoria? Recuerda la tolerancia represiva de Marcuse por otra parte.
CV: Sí, la tolerancia es represiva y violenta. Aunque nos hayan dicho lo contrario, menos Marcuse y otros autores como Wendy Brown.
Si yo «tolero» a alguien, es que tengo poder sobre esa persona. La aguanto. Le veo como menos.
Se dice que hay que tolerar las diferencias. No. Hay que analizarlas, hablarlas, ver a quién sirven, quién decide eso de la diferencia, mirar bien a qué se deben.
Con el concepto de la tolerancia se enseña a los niños a aguantar, a ser «amables» y caritativos con los «inferiores», con lo excluidos.
Es muy violento y mantiene un gran control sobre los excluidos.
SLA: El lenguaje, afirmas, es la clave para mantener el capitalismo neoliberal y su violencia. ¿Por qué?
CV: Si la gente se cree lo que dicen los políticos, los poderes financieros, la prensa «reverencial» y los tertulianos, entonces no se cuestiona el neoliberalismo y se participa en apoyar su necropolíticas. Si nos creemos frases como: «todos tenemos que poner de nuestra parte», «son solo unos años», «hemos salido de la crisis», «no podemos acoger a todos los refugiados», las injusticias seguirán.
En cambio, cuando dejamos de creer el lenguaje neoliberal, entonces es cuando empezamos a organizarnos y nombramos, ponemos en palabras la exclusión, el sufrimiento y las desigualdades.
SLA: Del cuarto capítulo. ¿Qué tienes en contra de los expertos? ¿No son los que más saben y más pueden ayudarnos si es el caso?
CV: Se supone que son los que tienen que ayudarnos. Pero muchos son, desgraciadamente, los que ayudan a gobernar, a implementar las ideas y políticas neoliberales. Es lo que muchos autores llaman «gobernar a través de terceros».
La mayoría lo hacen sin darse cuenta. Está en su formación, formación que tiene un enfoque ideológico que sirve al neoliberalismo.
Desde microgestos como un médico que dice a un paciente que lo que siente «no es para tanto», a gestos más obvios como no atender a la persona porque no se le cree, no se cree que sus síntomas son «de verdad».
A tanta gente en esta sociedad los expertos etiquetan, juzgan, sobremedican, no les escuchan ni dan importancia a su sufrimiento!
Y hay programas perversos de muchas administraciones para hacer que los expertos trabajen, no para el bien del usuario/paciente, sino para los objetivos de la administración, programas como la Direcció Per Objectius en Atención Primaria en Catalunya. O la Medicina «Lean»… Premian o castigan económicamente a los profesionales si cumplen o no cumplen los objetivos de la administración.
SLA: Te cito: «En el sistema sanitario del Estado español aún hay normas no escritas sobre cómo debería comportarse el paciente». ¿Y qué normas son esas?, ¿qué las ha sugerido o abonado?, ¿qué función cumplen?
CV: Son culturales. Son el producto de tantas décadas de autoritarismo y de catolicismo.
Una de las normas de las cuales hablo en el libro es el concepto del «buen paciente» y del «mal paciente». No está escrito…aunque a veces sí está escrito en el historial médico…yo he visto escrito en un historial hospitalario: «Qué buen paciente: no da trabajo!» y en Atención Primaria: «Diagnóstico: hiperfrecuentadora», en femenino, claro.
Pero todos, pacientes y profesionales sanitarios, saben lo que quiere decir, y esa norma no escrita define comportamientos, tratamientos, etc. Estas normas sirven para mantener el poder y las jerarquías, y son más dañinas que reglamentos escritos porque no se pueden cuestionar tan fácilmente. Son discretas.
No te veo muy partidaria del pensamiento positivo. Te pregunto a continuación sobre ello.
Cuando quieras.
Nota final.
El libro «De la necropolítica neoliberal a la empatía radical: Violencia discreta, cuerpos excluidos y repolitización» será presentado en Barcelona por Santiago López Petit y por la autora el 16 de diciembre a las 19 horas en el nuevo Espai Contrabandos, Carrer de la Junta de Comerç, 20, 08001 Barcelona, cerca de las Ramblas, metro Liceu (línea verde).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes