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La negación del Holocausto

Fuentes: Revista Actitud 15, Buenos Aires

El holocausto nazi pretendía liberar a Europa de la «corrupción judía», presentada como sinónimo del capital bancario opuesto al capital industrial. Esto junto con la degradación moral, la falta de patriotismo, el menosprecio de los valores nacionales y la tradición y otros tantos males, eran consecuencia del «gusano» que aniquiló por completo todo lo que […]

El holocausto nazi pretendía liberar a Europa de la «corrupción judía», presentada como sinónimo del capital bancario opuesto al capital industrial. Esto junto con la degradación moral, la falta de patriotismo, el menosprecio de los valores nacionales y la tradición y otros tantos males, eran consecuencia del «gusano» que aniquiló por completo todo lo que era noble y puro en el pueblo alemán.

Aquel «gusano» era una tensión racial que nunca fue propia del pueblo germano, sino totalmente extraña, pero se instaló y desparramó su contaminación. El objetivo fue el pueblo judío europeo en cualquier sector, capitalistas, comunistas o liberales, e incluso su mera presencia que, según este sistema diabólico, era un flagelo para la pureza racial.

En la Alemania nazi un capitalismo tardío impuesto por el estado burocrático centralizado convergió con un fanático y rabioso nacionalismo xenófobo sustentado ideológicamente en el «verspaeteten nationen» (naciones tardías NdT), estructurado según una tradición de antisemitismo religioso que se remonta a la Edad Media y a las expediciones de los cruzados. Éstos atacaron pueblos judíos de Europa central ubicados en la ruta a Palestina, basándose en una determinación de exclusión religiosa. El objetivo, que apuntó tanto a musulmanes como a judíos fue trazando, de esta forma, parte de la identidad europea. Los musulmanes fueron un determinante externo y los judíos un determinante interno.

Pero la obsesión de los nazis de la aniquilación de los judíos también estaba espoleada por una ideología que incorporó la ingeniería social totalitaria basada en el darwinismo social y en recientes descubrimientos biológicos que se aplicaron sobre seres humanos, junto con un romántico socialismo populista que era hostil al comunismo, al socialismo democrático y al liberalismo, todos estos movimientos considerados «extraños» por el «Volksgeist» (la tradición y la identidad del pueblo alemán NdT) y el espíritu del pueblo.

Esta forma de exterminación masiva, con una justificación pseudocientífica, que se llevó a cabo fríamente, no hubiera sido posible sin una gran capacidad para compartimentar las operaciones entre la burocracia administrativa y la mano de obra de ejecución por un lado, y la moral de los individuos por el otro, fenómeno que constituye una de las características del aparato estatal moderno.

Tampoco hubiese sido posible sin un ingente trabajo de registro y archivo de documentación, que también es una característica del aparato estatal moderno.

La ironía de toda esta taxonomía humana pseudocientífica y la documentación obsesiva de los nombres, domicilios, posesiones confiscadas y detalles físicos de las personas que fueron detenidas y enviadas a los campos de concentración y de allí a las cámaras de gas, radica en el hecho de que el archivo se ha transformado en la fuente primaria más importante de lo sucedido y en el instrumento más importante con el que se pueden refutar los argumentos de aquellos que niegan la existencia del holocausto o minimizan su magnitud.

Lo que distingue al holocausto no es del todo el enorme número de víctimas. Aunque haya sido el único en el siglo XX, también se exterminaron en masa millones de habitantes nativos en el continente americano en los siglos anteriores. No es sólo una cuestión de cantidad, murieron muchos más millones de personas en la Segunda Guerra Mundial que en las cámaras de gas nazis, y esto incluye a rusos, alemanes, polacos, franceses, italianos y muchas otras nacionalidades.

El verdadero horror del holocausto no reside solamente en la búsqueda deliberada y selectiva de pueblos enteros (judíos y gitanos) para la exterminación y en la magnitud de este crimen, sino en la totalidad del objetivo y en la forma «racional» en que se llevó a cabo.

Se arranco a los judíos de sus hogares en medio del silencio general de sus vecinos, un silencio que se mezclaba con la incitación al odio promulgada por los grupos antisemitas y la complicidad activa de los informantes. La mayoría de los judíos que murieron en los campos de concentración no eran sionistas; de hecho, muchos quizá ni siquiera habían oído hablar del sionismo.

Por otra parte, el papel del movimiento sionista que salvó judíos o colaboró con los nazis fue muy marginal, no importa el número de estudios que se han realizado para analizar ambas situaciones y sin considerar el hecho de que la mayoría de sus resultados han sido corroborados. El sionismo, en efecto, tenía dos caras: fueron -y son- las perspectivas y las metas de los investigadores las que provocan el desacuerdo. El movimiento sionista había comenzado y había fijado su vista en Palestina mucho antes del holocausto.

Los sionistas sólo utilizaron el holocausto para justificar retrospectivamente su proyecto nacional y esa justificación condujo a algunos árabes a negar la existencia del mismo. Sin embargo, aunque ha habido personas que consideraron que minimizando o aún refutando las consecuencias del holocausto socavan las demandas judías por un estado en Palestina, la mayoría de la opinión árabe educada e informada nunca ha negado el holocausto o la existencia del antisemitismo en Europa. Más bien han argumentado, correctamente, que puesto que este horror tuvo lugar en Europa los palestinos no deben pagar el precio.

A pesar de que existió vagamente como una mezcla entre lo residual de una cultura religiosa y las ideas nacionalistas extremistas importadas de Europa -también en etapas anteriores- el antisemitismo en el sentido de hostilidad hacia los judíos comenzó a esparcirse de forma significativa en el mundo árabe, en los aspectos culturales e intelectuales, sólo a partir de 1967. Claramente, el surgimiento de este fenómeno coincidió con la aparición de una actitud metafísica que intentó explicar la abrumadora derrota árabe de ese año en los términos de una confrontación con un mal absoluto, basado en una conspiración global del estilo de los «Protocolos de los Sabios de Sión «. A pesar de que se ha demostrado que éstos fueron una invención del servicio secreto ruso a finales del siglo XIX, encontró muchos crédulos en el mundo árabe como consecuencia de la derrota de 1967.

De manera similar surgió la negación del holocausto durante este período con el mismo sentido de una teoría conspiradora fantástica que le atribuye a un grupo selecto de judíos en el mundo el poder de inventar y engañar al mundo entero haciéndole creer una serie de estupendas mentiras.

Quisiera sugerir que hay dos formas de negar el holocausto. La primera, sustentada por elementos de la derecha tradicional europea y la nueva ultraderecha, simplemente niega que el holocausto ocurriera. Esta postura no ha adquirido suficientes raíces para convertirse en un determinante del comportamiento de naciones y sociedades. La segunda forma de negación es ignorar que el holocausto ocurrió dentro de un contexto histórico particular y por lo tanto considerarlo como una aberración diabólica que sucedió de alguna manera fuera de los límites del tiempo y el espacio. Una consecuencia importante de este enfoque es que inhibe el estudio del holocausto como fenómeno histórico y como extraordinario ejemplo de los peligros del racismo, del chauvinismo nacionalista extremo y de la ingeniería social totalitaria en sociedades contemporáneas.

Pero la negación del holocausto puede presentar otro perfil, que es su reducción a un mero instrumento con fines políticos. El movimiento sionista se ha destacado en esto, sus rituales y la retórica de la conmemoración por las víctimas del holocausto superó de lejos su preocupación por las mismas y sus actividades para combatir el fenómeno cuando ocurrió.

De hecho, durante los años de la guerra, el asunto ni siquiera se planteaba en la comunidad judía que vivía bajo el Mandato británico en Palestina. Muchos sionistas en esos tiempos se avergonzaban desconcertados al oír hablar de los judíos que eran arrastrados y masacrados sin oponer resistencia alguna ya que esto entraba en conflicto con el espíritu nacionalista combativo y la imagen del nuevo hombre que intentaban inculcar. No fue hasta el juicio a Adolf Eichmann cuando se rompió el silencio vergonzante y repentinamente dieron rienda suelta a las emociones.

Mientras los sionistas se esforzaban por retratar la historia del pueblo judío como una corriente ininterrumpida de opresión y persecución que culminaba inevitablemente en el holocausto, la historia del mismo se ha convertido en propiedad exclusiva israelí. Han nacionalizado y convertido a las víctimas de las cámaras de gas nazi, a pesar de sí mismos, en un episodio de la lucha sionista para crear un estado o en un instrumento para chantajear a otros y lograr el apoyo a los objetivos sionistas o para justificar los crímenes que el estado sionista comete contra otros. Es como si la magnitud de los crímenes le diera derecho a Israel a asumir el papel de la víctima por excelencia o como si fueran los únicos, colocándose más allá de cualquier crítica de sus actos.

El argumento sionista de que todos los judíos han sido víctimas de las atrocidades nazis ha dado lugar a dos fenómenos curiosos:

El primero es que todo israelí puede hablar y actuar como víctima, incluso aunque tenga más en común ideológica y psicológicamente con el delincuente o el «Kapo» (los judíos que cooperaron con los nazis en los campos de concentración). Es decir, el mero hecho de haber nacido de una madre judía le daría el derecho de representar a todas las víctimas, incluso frente a aquellos que en realidad son mas víctimas que él y a aquellos que son más hostiles al nazismo, al racismo y a sus seguidores.

El segundo fenómeno es el monopolio que reclama la clase gobernante israelí para hablar en nombre de los judíos y de la historia judía en general, que se manifiesta al solicitar y presionar para lograr apoyo político y financiero a Israel. El desafío del verdadero entendimiento y de las lecciones aprendidas del fenómeno nazi se reduce -en primer lugar- a algo parecido a una sesión de terapia en la que aquellos que ejercen el papel de víctimas ayudan a aquellos que en su papel de verdugos tienen que purgar su culpabilidad satisfaciendo las demandas psicológicas y materiales de las víctimas.

Hay algo moralmente repugnante en esta herencia de pecados, o de inocencia, de padres a hijos, que se opone a involucrarse a un proceso objetivo de investigación histórica con el fin de combatir el racismo en todas las formas y en todas las sociedades. Después de todo, las víctimas principales del racismo europeo en la actualidad no son los judíos y éstos, en Palestina, no son las víctimas, sino los verdugos.

Desgraciadamente, las sesiones de terapia israelíes-alemanas ignoran estas duras realidades y, al hacerlo, ofrecen a israelíes y alemanes un cheque en blanco para derramar su racismo sobre otros, como si el holocausto fuera una preocupación puramente alemana-israelí y el gran fenómeno del racismo algo completamente diferente. Es como si con su catarsis mutua uno exonerara de responsabilidades al otro. Mientras tanto el monopolio del sionismo, injustificable, ilógico y que no se sustenta históricamente en el papel de portavoz de las víctimas del holocausto, le sienta bien a los europeos. La mayoría de los objetivos y las demandas sionistas no requieren que Europa se involucre en un proceso serio de introspección para desarraigar las causas más profundas que dieron lugar al holocausto. Contrariamente a lo que uno podría esperar por lógica, esto coincide con los propósitos del sionismo porque mantiene intacta la leyenda monolítica del holocausto y minimiza, en comparación, el significado de otros crímenes cometidos en Europa.

En consecuencia se traslada totalmente la cuestión judía fuera de Europa y se sitúa en Oriente Próximo. Es posible que para los funcionarios europeos sirva de alivio poder exonerar sus culpas por el holocausto calmando a Israel al mostrar simpatía hacia los antipalestinos, antiárabes y antimusulmanes. Sin embargo, este comportamiento confirma la continuación del síndrome subyacente, un síndrome que esta encubierto por una factura pendiente de salud moral autorizada y sellada por Israel después de cada visita de redención que los líderes europeos realizan a «Yad Vashem» (el museo del holocausto) en Jerusalén.

Por eso todas las víctimas del racismo en todo el mundo deberían hacer una campaña para romper el monopolio sionista en su papel de portavoz de las víctimas del holocausto. Inversamente, los árabes y los palestinos que niegan el holocausto no pueden ofrecer al racismo europeo y sionista mayor regalo que esta negación del mismo. ¿A qué posible interés árabe o islámico puede servir la negación del holocausto y exonerar a Europa de una de las páginas más negras de su historia? Hacer esto significa, no sólo absolver a Europa de un crimen que cometió, sino también ganar su desprecio y despertarse un día para encontrar que Europa e Israel se alían contra los árabes o musulmanes que niegan el holocausto con tanto veneno que uno podría imaginarse que el holocausto sucedió en Egipto o Irán y que la negación del mismo es un crimen mucho más grave que el hecho en sí mismo.

La negación del Holocausto es absolutamente estúpida incluso como argumento político. Pero Israel no dejará de utilizar sus ventajas en contra de sus adversarios regionales que no tuvieron nada que ver con el holocausto. Por otra parte, el holocausto es un fenómeno que merece el estudio académico apropiado, cuyo objetivo sea separar la realidad de la ficción. Ningún acontecimiento histórico subyace más allá de este proceso. Dicho esto, no se puede considerar que Teherán tenga una tradición de estudios sobre el holocausto y el asunto tampoco es una de las prioridades académicas iraníes.

Y la conferencia en Teherán, que fue precedida por un discurso político que negaba holocausto, no se puede considerar como una conferencia académica, sino como un acto político que daña a árabes y musulmanes y sólo les viene bien a las fuerzas de ultraderecha y neonazis europeas y al movimiento sionista.

Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando algunos árabes y otros pueblos del Tercer Mundo se acercaban a Alemania porque luchaba contra las potencias que eran Francia e Inglaterra, los árabes y la izquierda del Tercer Mundo que se habían aliado con la Unión Soviética argumentaron que era incorrecto que las víctimas del racismo se aliaran con el racista régimen nazi. Su postura era correcta. En la actualidad no existe ni siquiera una justificación pragmática inmoral para aliarse con el racismo europeo. La negación del holocausto no socava la justificación moral de la existencia del estado de Israel, como algunos imaginan. Lo que sí hace, sin embargo, es poner a disposición de la derecha europea y de Israel un enemigo conveniente sobre el que descargar sus problemas. Este enemigo comprende a palestinos y árabes, especialmente a los musulmanes fundamentalistas, aquellos a los que a Bush gusta denominar «fascistas islámicos». La reacción árabe inicial al holocausto fue simple, directa y mucho más racional. El holocausto ocurrió, pero fue una tragedia por la que los europeos deberían asumir la responsabilidad y no los árabes. Esta es la opinión que predominó durante los años 40 y 50. El sentido de cordura que sobrevive en todos nosotros continúa sosteniéndola.

(*) Azmi Bishara es árabe de nacionalidad israelí, miembro del parlamento del Estado de Israel desde 1996. Fue director del departamento de filosofía de la Universidad palestina de Bir Zeit.