Cuando asesinaron a mi padre, mi primer trabajo fue en un taller de mecánica automotriz como ayudante, me pagaban 1.000 pesos semanales. Era el año de la nueva constitución. En los bajos de mi casa vivía Paquirri, un niño también de 11 años, quien me pidió ayudarle a conseguir trabajo en el mismo taller. Don […]
Cuando asesinaron a mi padre, mi primer trabajo fue en un taller de mecánica automotriz como ayudante, me pagaban 1.000 pesos semanales. Era el año de la nueva constitución.
En los bajos de mi casa vivía Paquirri, un niño también de 11 años, quien me pidió ayudarle a conseguir trabajo en el mismo taller. Don Jairo, el dueño del taller me dijo que sí, pero a lijar. Así comenzó mi amistad con Paquirri, después de un tiempo cogimos caminos diferentes, con los años, cuando regresé a mi pueblo, Santuario Risaralda, pregunte por él, -tiene un restaurante y un estanquillo en Pereira-, me respondió un amigo en común, lo que me dio mucha alegría, yo seguía como jornalero, recolectando café.
Un día de tantos regresó Paquirri al pueblo, su situación económica había cambiado, se dedicó al juego (cartas, billar y dados), decían que tenía el misterio para ganar, siempre, siempre ganaba. Así, que se dedicó a ir de feria en feria, de pueblo en pueblo, jugando y ganando. Aunque no ya tan amigos, siempre lo admiré.