Solían irse tranquilamente a vacaciones los dueños del país cuando llegaba el receso del verano: los gobernantes de turno habían triunfado sobre un repertorio de promesas recogidas con aprobación por la ciudadanía, pero «ellos» tenían la certeza de que no eran sino eso: «promesas». «Del dicho al hecho» -se ufanaban- hay mucho trecho». Y no […]
Solían irse tranquilamente a vacaciones los dueños del país cuando llegaba el receso del verano: los gobernantes de turno habían triunfado sobre un repertorio de promesas recogidas con aprobación por la ciudadanía, pero «ellos» tenían la certeza de que no eran sino eso: «promesas». «Del dicho al hecho» -se ufanaban- hay mucho trecho». Y no se equivocaban: así había ocurrido, para hablar sólo de la historia más o menos reciente, con los gobiernos de González Videla (1946-1952) e Ibáñez del Campo (1952-1958), sin omitir por cierto y en homenaje a la verdad histórica más de un compromiso programático de la Concertación.
Así, todo en «paz social», ciudadanía desmovilizada, show de festivales y ofertones.
Cuando el gobierno de Frei Montalva mostró que su proyecto de Reforma Agraria iba en serio, arreciaron los sabotajes y hasta el asesinato de funcionarios que sólo trabajaban por dar cumplimiento a la ley. También, cuando Salvador Allende avanzó en la Reforma Agraria, rescató para la soberanía nacional nuestras riquezas básicas por la vía de la Nacionalización del Cobre. Pero, eran apenas excepciones a la regla, y para eso estaban otras piezas del repertorio de las oligarquías nacionales y extranjeras. Se vive hoy otro momento «anómalo»: el verano más caliente de los últimos años se ve agravado por el alza de la temperatura social y política. Ocurre que el gobierno de la Nueva Mayoría, liderado por la presidenta Michelle Bachelet, no ha hallado nada mejor que culminar su primer año calendario dando cumplimiento a buena parte de su programa.
Y la derecha grita «¡Escándalo!» Y a pesar de estar herida en el ala, penta-herida, moviliza todas sus reservas políticas e ideológicas. Encuestas, manifestaciones «integristas», movilización de sus organismos de fachada, campañas comunicacionales, todo le sirve para bloquear la desfachatada obstinación de La Moneda por cumplir fielmente el programa que votó la ciudadanía. Pero, incluso las encuestas muestran un panorama diferente y auspicioso. Así, la muy reciente de Adimark registra un alza en la aprobación a la mandataria del 40% de diciembre a un 44% en enero, mientras que la desaprobación bajó de un 53% a un 49%.
Buena conocedora de nuestra realidad y de las fuerzas motrices de los cambios, la penta-derecha apunta privilegiadamente a los centros de poder popular que, aunque disminuidos por los años de la dictadura y un cierto inmovilismo que en este terreno se institucionalizó bajo la premisa de «los consensos», siguen constituyendo los lugares de encuentro y acción de lo más dinámico de la sociedad chilena.
¿Es casual, que, por ejemplo, apunte privilegiadamente al movimiento sindical, acusándolo de poca o ninguna «representatividad», cuando precisamente para ello es que impusieron su Plan Laboral bajo la dictadura y que con posterioridad hayan bloqueado todo intento democrático por devolver a los sindicatos y a su Central las prerrogativas que habían conquistado en decenios de luchas sociales y políticas? Y he allí su principal objetivo, el centro de mira de su arsenal de provocaciones y violencias.
Pero hay otros espacios que los inquietan hasta el extremo de quitarles su penta-sueño. Son los dos conglomerados de trabajadores organizados con mayor masividad e influencia nacional, por estar instalados en sectores que influyen poderosamente en la marcha del país, y cuyas reivindicaciones están vinculadas a aspiraciones muy sentidas y a los terrenos más pedregosos del quehacer nacional: la educación y el rol de control, fiscalización y acción punitiva del Estado. Nos referimos, ciertamente, al Colegio de Profesores y a la Agrupación de Funcionarios del Estado (ANEF). A la primera, negándole representatividad y el derecho a incidir como protagonistas esenciales e irremplazables en las reformas en curso; a la segunda, impidiendo el derecho a manifestación y huelga de los funcionarios públicos y el término de la impresentable mantención de miles de ellos en condiciones de virtual «subcontrato».
Pero queda otro actor esencial: los estudiantes, secundarios y universitarios, como componentes de vanguardia del movimiento por una educación de calidad, pública y gratuita.
Utiliza la penta-derecha en este empeño todo su insolvente arsenal argumentativo, moviliza recursos, deforma y soborna. Desgraciadamente, no todos los legítimos protagonistas de este proceso histórico tienen la misma percepción de sus contenidos, ni concuerdan en la forma de procesar sus legítimas diferencias. Y he allí un elemento clave para avanzar y abrir, así, paso a reivindicaciones de mayores alcances y profundidad. «Caminante no hay camino, se hace camino al andar», nos dejó dicho el gran poeta antifascista español Antonio Machado. Se argumentará que «el camino» puede ser lento y tortuoso, lo que nadie refutará. Lo importante es que ese «andar» sea colectivo, incluyente, y que esté claro el destino: un mundo diferente, de libertad y justicia social.