En una desvergonzada entrevista concedida a El Mercurio, la nueva presidenta de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe, tiene el desparpajo de acusar a la Izquierda de haber destruido la democracia en nuestro país. Una temeraria acusación que, por supuesto, no fundamenta de manera alguna y lleva el propósito de borrar con el codo nuestra historia […]
En una desvergonzada entrevista concedida a El Mercurio, la nueva presidenta de la UDI, Jacqueline van Rysselberghe, tiene el desparpajo de acusar a la Izquierda de haber destruido la democracia en nuestro país. Una temeraria acusación que, por supuesto, no fundamenta de manera alguna y lleva el propósito de borrar con el codo nuestra historia y enmendar la impresión mundial que se tiene sobre el Golpe Militar de 1973, el bombardeo de La Moneda, la muerte del presidente constitucional, como el inicio de 17 años de dictadura de manos del terrorismo de Estado. Un régimen que, desde luego, suspendió todas las prácticas ciudadanas y las dos consultas populares que hizo, no rindieron cuenta del más mínimo estándar democrático.
La Presidenta de la UDI se hace cómplice y ferviente partidaria, así, de lo sucedido durante 17 años, congruente con el hecho que, desde de la misma elección de Salvador Allende, los militares fueron instados por la derecha y el gobierno de los Estados Unidos a acometer una criminal acción repudiada por los regímenes democráticos de mayor solvencia en el mundo. Y hasta por el pontífice católico que, además de condenar el Golpe, estuvo a punto de excomulgar a Pinochet y a sus principales colaboradores. Largos años de interdicción ciudadana, sin duda, que llevaron al propio Departamento de Estado norteamericano a promover una salida política para Chile, cuando los horrores de la Dictadura alcanzaron hasta las calles de Washington con aquel espeluznante atentado cometido contra el ex canciller Letelier y su secretaria Ronni Moffitt.
Jacqueline Van Rysselbergue, en efecto, era muy joven en 1973, pero en ningún caso esto la exime de saber lo que sucedió y asumir una posición que se condiga con la decencia y la obligación de representar debidamente al partido de mayor respaldo electoral. Aunque se trate, por supuesto, de una ventaja dentro de la escuálida participación actual de los ciudadanos chilenos, cuya creciente abstención representa un verdadero repudio al régimen autoritario y corrupto heredado de la Dictadura, como a la larga vigencia de un sistema electoral binominal que explica que personas como ella lograran imponerse como legisladoras.
Contrasta su opinión con la de quienes le reconocen al extinto presidente de la Unidad Popular una larga trayectoria democrática que lo llevara al Gobierno después de varios intentos electorales, siendo ratificado en el cargo con una amplia mayoría del Congreso Pleno. Un histórico hito en que, por unanimidad, los propios demócratas cristianos sumaran sus votos a las fuerzas de izquierda para investirlo como jefe de estado. Es decir, concitara incluso el respaldo de un partido que luego se asumiera como opositor a su gobierno y cuya directiva llegara también a conspirar para derrocarlo.
Lo curioso es que la senadora Van Rysselbergue se atreva a profesar su vocación democrática luego que recién resultara ganadora en la primera elección general de un Partido que estuvo renuente por más de 26 años a elegir sus autoridades mediante el voto de sus militantes. Una colectividad entre las más reacias, por cierto, a democratizar su vida interna y cuyas directivas siempre fueran definidas por sus cúpulas. Esto es, por los llamados «coroneles» empoderados de todas sus decisiones. Pero ya se sabe que su elección apenas logró la participación del 10 por ciento de sus militantes, aunque en esto la UDI no difiera mucho de lo que le acontece en las demás colectividades de nuestro espectro o esperpento político.
Lo que no podemos obviar, en todo caso, es que su elección representa la continuidad de la línea seguida por este partido, en que han sido drásticamente derrotados los que aspiraban a una renovación. Por cierto, una colectividad fundada por Jaime Guzmán Errázuriz, a quien se identifica como el principal inspirador o redactor de la Constitución de Pinochet, y cuyos más prominentes militantes fueran todos operadores del Dictador y ocuparan hasta el final importantes cargos en su gobierno. Un partido que ha estado en las antípodas de los esfuerzos por promover una institucionalidad genuinamente democrática, así como hacer verdad y justicia respecto de los crímenes de lesa humanidad. Llegando a patrocinar, actualmente, la excarcelación de sus más tenebrosos ejecutores.
Al mismo tiempo que se ha consolidado, además, como un partido renuente a reconocer los derechos laborales y promover mejores índices de equidad en el ingreso de los trabajadores, así como siempre ha estado presto a defender los intereses de los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros. Una colectividad partido que intenta, curiosamente, identificarse por la fe católica que profesa el grueso de sus militantes, pero se demuestra en la práctica tan reñida con la Doctrina Social de la Iglesia. Un referente que, para colmo, hoy es el que se encuentra más comprometido por los escándalos de colusión y corrupción de la política y las empresas. Algunos de cuyos legisladores han recibido ingentes sumas de dinero para financiar sus actividades electorales a cambio de postrar su labor legislativa ante las demandas de los poderosos empresarios y sus entidades patronales. Llegando a la impudicia, como se sabe, de patrocinar los proyectos redactados por estas mismas, como sucediera con la vergonzosa Ley de Pesca.
Cuando empresarios y políticos celebran un regalo tan enojoso para la dignidad de la mujer, como el otorgado recientemente por los empresarios exportadores al Ministro de Economía, la actitud de la Presidenta de la UDI se nos hace como la de una mujer también de goma, inflada por la impostura, el cinismo y el encantamiento físico que, dícese, despierta entre las cúpulas políticas y sus colegas del Parlamento. Solo que a ella nadie le ha tapado la boca para proferir tan groseras sentencias contra la democracia y nuestra historia.
Nos equivocamos, ciertamente, quienes pusimos alguna esperanza en que, por su género y por lo que le resta de juventud, Jacqueline pudiera representar algo distinto a lo que ha sido los mandamases de la UDI. Un partido que comparte también la obscenidad de estar bautizado con el calificativo de demócrata.
http://radio.uchile.cl/2016/12/19/la-obscenidad-de-jacqueline/