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La ofensiva de los antisistema, o la reducción al absurdo de la sociedad

Fuentes: Rebelión

Resulta difícil explicarse nuestra sociedad y la situación en la que nos encontramos si no es interpretándola como una pesada broma que alguien nos está gastando. Y en cierto modo, así es. Ante esta broma, hacen falta respuestas racionales que planteen alternativas no ya para cambiar el sistema, sino para volver a él. La ofensiva […]

Resulta difícil explicarse nuestra sociedad y la situación en la que nos encontramos si no es interpretándola como una pesada broma que alguien nos está gastando. Y en cierto modo, así es.

Ante esta broma, hacen falta respuestas racionales que planteen alternativas no ya para cambiar el sistema, sino para volver a él.

La ofensiva antisistema ha surgido de los mercados, del sistema bancario y de los políticos neoliberales, y a estos últimos se han incorporado incluso los que habían sido elegidos para defender el sistema social. No es mucho lo que podíamos esperar del Partido Popular, evolución forzada de aquellos gobernantes primitivos e ignorantes que nos guiaron durante la dictadura. Los planteamientos de sus dirigentes, si bien reaccionarios y antisolidarios, al menos son sinceros. Sin embargo, causa mucho más estupor asistir a la evolución inaudita del Partido Socialista Obrero Español. El partido en su totalidad ha faltado al pacto antitransfuguismo, pasando la totalidad de sus miembros a las filas neoliberales, y raptando el voto de los ciudadanos de izquierda o centro-izquierda que confiaron en ellos.

Los antisistema visten traje y corbata, controlan el sistema financiero, se infiltran -hasta llegar a coparlo prácticamente- en el congreso, el parlamento, las diputaciones y los ayuntamientos. Frecuentemente también se introducen en ONGs y organizaciones sociales, sindicales o ecologistas, para redirigirlas de modo que parezca que actúan cuando en realidad permanecen pasivas.

Estos antisistema no tienen el pelo largo, ni viven de la artesanía ni se hacen acompañar por «chuchos», sino que apestan a colonia cara, malhumor y egoísmo. Viven de nosotros, de nuestros sueldos y del recorte de nuestros derechos. Y aún con todo, les damos dinero público en un ejercicio de socialismo con los poderosos (socializar sus pérdidas), mientras avanzamos en la privatización de sus beneficios. Cuando el sistema bancario comenzó a hundirse, víctima de su temeraria ansia de beneficios, los refinanciamos con dinero público, quitándoselo a las pensiones, la educación o la sanidad. Hubiera sido un excelente momento, una vez asumido el sacrificio, para desarrollar una banca pública que se oriente por parámetros sociales y racionales. Pero nadie (de los que están arriba, los antisistema) planteó esta opción. En su lugar, y con una impudicia histórica, plantearon la necesidad de privatizar también las cajas de ahorro, pero claro, solo después de inyectarle más dinero público, en un nuevo ejercicio de socializar pérdidas y privatizar ganancias. Tal despropósito resulta inaudito, y no por parte de los antisistema, a los que hay que reconocer unos logros que ni ellos imaginaban, sino por parte del resto de la ciudadanía, cuya pasividad e ignorancia es incomprensible.

No es fácil explicarse como hemos llegado hasta aquí. Parece claro en cualquier caso que una de sus principales herramientas ha sido el control de los medios de comunicación, desde los que se nos inculcan las ideas de competitividad, egoísmo, consumo, espectáculo y vulgaridad, a la vez que se menosprecia el pensamiento crítico, la cultura y la educación. CNN+ ahora es Divinity. Una sociedad culta y crítica jamás admitiría la situación a la que hemos llegado. Copiamos el estilo de vida norteamericano, y con ello nos infantilizamos.

Con esto, a la sumisión de la política al poder económico, se suma el problema social de los votantes condicionados por la propaganda y control mediático. Es insólito ver como el pueblo apoya a alcaldes y dirigentes condenados por corrupción, o en el mejor de los casos, olvida rápidamente los hechos. Se respeta y admira a estos antisistema. Hemos llegado a aceptar que enriquecerse, aún mediante la corrupción, es un objetivo respetable y lógico para cualquier persona. Mientras, se desprecia y silencia a quienes defienden lo público, lo social y el compromiso democrático, a los que se tacha de moralistas trasnochados.

Su control ha llegado también al uso del lenguaje, que todos hemos asumido. Así, los especuladores se hacen llamar a sí mismos «los mercados», a los trabajadores se les llama «capital humano», a la eliminación de los derechos laborales se le llama «flexibilidad en el empleo», y la inversión social la han rebautizado como «gasto social», como si pagar las pensiones o la sanidad fuese tirar el dinero. Por el contrario, sí podemos hablar de «inversión» en infraestructuras. Debemos suponer que los puentes y autopistas son más necesarios que la salud o la educación. Para quien tiene claras las ideas, este lenguaje dirigido no le conducirá jamás a confusión, pero por desgracia un amplio margen de la población carece del interés suficiente para enjuiciar y marginar estas técnicas.

Otras muestras más violentas de la manipulación del pueblo en este giro suicida son el renacimiento de la violencia militar y de las religiones. Las guerras, que comenzaban a verse como algo del pasado, vuelven a la actualidad, como eficaz herramienta para autofinanciar gobiernos y «mercados» y para aterrorizar a la población (no a la agredida, sino a la propia que agrede, que llega a creerse en peligro apocalíptico y clama para que el Estado le defienda con tanques e invasiones). Y de otro lado, las religiones, cuyo primitivismo parecía estar apagándolas definitivamente, pero que muy al contrario, ahora renacen con fuerza en diversos sectores de la población. Da igual que sean islámicas, católicas o judías, pues todas sirven a los mismos objetivos, aunque actúen en diferentes países o sectores de la sociedad.

Esta historia irracional se inició con la entrada de la economía de mercado, impulsada a mediados del pasado siglo por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y fue evolucionando en nuestro país hasta llegar a la primera década del siglo XXI, donde el enriquecimiento rápido, el urbanismo sin sentido, la economía sumergida, la malversación y el lavado del dinero negro generaron una burbuja económica solo superada en gravedad por nuestro desmoronamiento ético y cultural.

En la actualidad, la economía de mercado se ha transformado ya en una sociedad de mercado. Marx escribió en su día que el sistema capitalista lo convierte todo en mercancía, pero lo que jamás imaginaría es que llegaría hasta el extremo de acabar con la democracia, la justicia y con buena parte de los valores sociales que habían ido cimentándose muy lentamente durante décadas. Nosotros mismos somos mercancías. Si salen adelante las propuestas laborales que se están planteando actualmente, los salarios no serán por trabajador, sino por productividad. Llegamos al extremo delirante de negar nuestra identidad como persona para convertirnos en máquinas de producción.

El cáncer empezó localizado, pero se ha extendido hasta tal punto de dejarnos debilitados en la cama, y además drogados. No solamente nos sentimos impotentes para actuar, sino que además incluso llegamos a creer que este es el mejor mundo posible.

Reinan los «mercados» y se desprecia a las personas. No resulta fácil ni ético asimilar que el capital pueda circular libremente por todo el mundo, y las personas no. Un mundo lógico exige que cambiemos los visados de los inmigrantes por las tasas a la circulación de capitales y a los movimientos especulativos.

Mientras tanto, las desigualdades y la pobreza avanzan, un cada vez mayor porcentaje de familias españolas viven situaciones dramáticas e indignas, los migrantes sufren más exclusión y xenofobia, el equilibrio de la naturaleza se va deshilachando… y la sociedad en su conjunto, incluso la que se enriquece económicamente, involuciona. En un futuro, absolutamente a nadie favorecerá esto.

Y aún con todo, seguimos confiando en los políticos de siempre para que arreglen esto. Les seguimos votando para que legislen y gestionen nuestro sistema. Ahí están los resultados de las anteriores elecciones locales y autonómicas. Si ellos son mediocres, nuestro futuro también lo será.

Soluciones existen, tantas como queremos imaginar. Y solo hace falta eso, imaginar, pensar. Y actuar. Se puede actuar desde la política o desde los movimientos y colectivos sociales. E incluso si no nos apetece levantarnos del sofá, también se puede actuar, sencillamente, retirándole el voto en las próximas elecciones a los que nos han traído hasta aquí.

Desde el inicio de la «crisis» ya hemos dormido demasiado, y desde el 15 de mayo, ya hemos reflexionado suficientemente. Ha llegado el momento de ser vehementes, de alzar la voz y despertar conciencias.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.