Este fin de semana se celebra en España uno de los espectáculos más obscenos de la desigualdad que han generado la globalización y las nuevas tecnologías: el Festival de Benicàssim. No tengo nada contra el FIB ni contra Glastonbury, Coachella, Roskilde ni ningún otro evento similar. Ni contra la música rock. A fin de cuentas, […]
Este fin de semana se celebra en España uno de los espectáculos más obscenos de la desigualdad que han generado la globalización y las nuevas tecnologías: el Festival de Benicàssim.
No tengo nada contra el FIB ni contra Glastonbury, Coachella, Roskilde ni ningún otro evento similar. Ni contra la música rock. A fin de cuentas, escribo con la experiencia que da haber visto cuatro (sí, cuatro) veces a Roger Waters interpretar ‘The Wall’ en directo desde 2010.
La cuestión, sin embargo, es que la música rock es un ejemplo de la sociedad. Y por más que los cantantes juren que ellos están con el pueblo llano (tipo Springsteen), u ofrezcan conciertos gratis (Bon Jovi) o digan que hay que perdonarle la deuda a los países en vías de desarrollo (como Bono, de U2), la industria en la que viven es tremendamente oligárquica.
Si no, observe esta gráfica:
En ella se ve en azul lo que se llevan el 1% de los grupos y solistas mejor remunerados de EEUU de todo el mercado de conciertos en ese país. En rosa está el 4% siguiente. Y, finalmente, tenemos el 95% en blanco.
Las conclusiones hablan por sí solas: el 1% pasó del 26% en 1982 al 56% en 2003. Y desde entonces previsiblemente ha crecido todavía más. Por su parte, la participación del 4% siguiente ha caído de casi el 40% a poco más del 20%. Finalmente, para el 95% de los grupos, su trozo de la tarta ha descendido de algo más del 35% al 15%.
Los datos proceden de este discurso dado por el entonces jefe de la Casa Blanca, el profesor de Princeton Alan Krueger, en junio pasado.
Lo más paradójico es que los artífices de ese cambio somos nosotros, es decir, el 99% de la gente que sufrimos para llegar a fin de mes. A medida que Internet ha liquidado los derechos de propiedad intelectual, los ingresos de los grupos por las ventas de música se han desplomado. La solución es ir de gira. Se acabaron los viejos tiempos ochenteros y noventeros en los que una banda sacaba un disco cada cuatro años e iba de gira entonces. Ahora hay que estar más tiempo en directo.
Para rentabilizar eso, los grupos han disparado los precios de las entradas, como muestra este otro gráfico de Krueger:
Pero, a su vez, ¿quién tiene más posibilidades de llenar un estadio? Los artistas más veteranos. O sea, lo más viejos. Eso, a su vez, actúa contra la movilidad intergeneracional, como revela la lista de Forbes de los 25 músicos y grupos mejor pagados de 2012. Si miramos, por ejemplo, los 5 que encabezan la lista, vemos que solo uno, Dr. Dre, había sacado un nuevo trabajo ese año. Los demás (Waters, Elton John, U2 y Take That) hicieron casi todo su dinero con actuaciones en vivo. A su vez, de esos cuatro, solo U2 genera, aunque a un ritmo de una vez al lustro, discos nuevos. Apenas uno de los 11 músicos que están en esa lista de tres solistas y dos cuartetos tiene menos de 40 años: es Robbie Williams, ex Take That, que aún así tiene 39. El mayor, Waters, cumple 70 en un mes y medio. Los celebrará tocando en Dusseldorf a un precio por entrada que va de 77 a 700 euros.
Lo dicho: el 99% hemos creado en la industrias de la música la oligarquía del 1%. Que, encima, nos da lecciones sobre pobreza e igualdad social. Estamos de manicomio.