En entrevista con Clarín.cl Diego Osorno (1980), periodista mexicano, habla del libro: Contra Estados Unidos. Crónicas desamparadas (2014), y aborda la línea de investigación que seguirá sobre la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa: «Me interesaría investigar con mayor detalle en Iguala es la participación de un sector del Ejército, es la línea que yo […]
En entrevista con Clarín.cl Diego Osorno (1980), periodista mexicano, habla del libro: Contra Estados Unidos. Crónicas desamparadas (2014), y aborda la línea de investigación que seguirá sobre la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa: «Me interesaría investigar con mayor detalle en Iguala es la participación de un sector del Ejército, es la línea que yo siento que falta por explorar, para resolver hasta qué punto participaron los militares en la desaparición de los 43 estudiantes -el cuartel del 27 Batallón de Infantería de Iguala está a 800 metros de la zona donde la policía detuvo a los normalistas-, tal vez no participaron los militares y los ‘cartelitos de narcos’ ya sobrepasaron al Ejército, y el cártel de Guerreros Unidos manda más que un general, yo lo dudo. Me gustaría investigar con mayor profundidad esa historia, no es el caso de las Caravanas donde hacíamos el esfuerzo de visibilizas a las víctimas, ahora los 43 estudiantes están visibles a nivel internacional, falta encontrar a los culpables del crimen».
Corresponsal de guerra en su propio país, Diego Enrique Osorno escribió una crónica diaria, durante un mes, en el periódico Reforma sobre la Caravana por la Paz en Estados Unidos, coordinada por el poeta Javier Sicilia, entre agosto y septiembre de 2012. El reportero explica: «Con mi libro quería dejar constancia de lo que hicieron las víctimas durante la Caravana, me parece que fue desapercibido el recorrido que hicieron en México y a nivel internacional, tal vez dentro de algunos años se pueda tener una perspectiva distinta y se pueda hacer un análisis de lo que significó. Al final de la Caravana, algunos estaban desilusionados o tristes, decían: ‘no logramos nada, fue un fracaso’, sin embargo, siento que esto no se mide tan rápidamente, se necesita tiempo para entender los procesos. Me parece interesante ver cómo las víctimas se van volviendo expertas en temas jurídicos y forenses, también en política. La Caravana por Estados Unidos fue un acto de política radical, las víctimas fueron a denunciar la guerra en la cara de Estados Unidos, en las ciudades más importantes del país, eso es política radical».
MC.- Diego, durante la Caravana por la Paz en Estados Unidos publicaste 31 crónicas en el periódico Reforma, ¿cuándo decides hacer un libro con las palabras que se quedaron en el tintero y con tu extensa entrevista a Javier Sicilia?
DO.- Había terminado de escribir mi libro La guerra de los Zetas, cuando me enteré que Javier Sicilia cumpliría la promesa de hacer una Caravana por la Paz en Estados Unidos, algunos organizadores de la Caravana son mis amigos desde hace tiempo y les dije: «quiero acompañarlos en esta iniciativa», 2012 era un año electoral y a mí no me interesaba en lo absoluto, además quería escribir historias de paz; este viaje podía ser la oportunidad para escribir sobre la paz después de hablar de «La guerra de los Zetas». El propio Javier me había pedido que lo acompañara, necesitaba periodistas en la Caravana. En realidad yo iba a escribir un libro, no una crónica diaria, hablé con Guillermo Quijas (director de la editorial Almadía), me dijo que hiciera el libro, yo quería escribir con el termómetro del momento, con la indecisión de hacerlo evocativo.
Comienza la Caravana en Tijuana y de inmediato notamos que la prensa nacional y la prensa norteamericana estaban muy poco interesadas en las víctimas de la guerra, yo no era ajeno a la Caravana, era parte de ella, entonces pensé cómo ayudo: «contando todos los días una historia», cuando terminó la Caravana viene la etapa de escribir el libro, no sabía si escribiría un nuevo libro, a la mitad abandoné lo que tenía escrito, me parecía que estaba utilizando la realidad y el dolor para hablar de literatura y poesía, me dio miedo…
MC.- ¿Miedo de seguir por esa ruta?
DO.- Sí, para mí no era el momento de hacer esos ejercicios, aunque me interesa la literatura, yo pongo el periodismo por delante, me interesa el registro y la información, trato que mis crónicas tengan sentido y que despierten otras cosas, pero fundamentalmente lo importante son los hechos, así abandoné el primer proyecto del libro y regresé a las crónicas, trabajé en la larga conversación con Javier, eliminé algunos artefactos por la indecisión entre el periodismo y la literatura.
MC.- Con Javier Sicilia conversaste sobre literatura, periodismo, política, ética y religión. ¿Eran crónicas desamparadas y diálogos desde el consuelo?
DO.- Javier tiene a la poesía para tratar de salvarse, pero la mayoría de las víctimas de la Caravana no tenían nada, la idea de nombrar el libro «Crónicas desamparadas» proviene de que en las ciudades de las víctimas no tenían posibilidades de justicia, estaban abandonadas, en el desamparo. Las víctimas fueron a otro país para buscar justicia; la semana pasada, una víctima de Michoacán -María Herrera- me dijo que sería capaz de ir a China si el viaje le diera una posibilidad de encontrar a sus cuatro hijos desaparecidos.
MC.- A partir del Movimiento por la Paz se rompió la narrativa oficial de los «daños colaterales»; además, las víctimas denunciaron que algunos agentes del Estado habían participado en los crímenes. ¿La Caravana llevó esta denuncia por Estados Unidos?
DO.- Espero que las historias que están aquí den a los que todavía tienen dudas, la certeza de que vivimos una grave crisis humanitaria y de derechos humanos, que ahora se vuelve visible por lo que sucedió en Iguala con los 43 estudiantes, pero los crímenes de lesa humanidad tienen años de estar ocurriendo; si a alguien le quedan dudas, en el libro puede encontrar los testimonios que indican no sólo lo que tú dices -la vulnerabilidad de la gente y los perpetradores del Estado que han producido esta crisis humanitaria-, no se trata de un libro que explore las causas, tengo otro libro donde trato de abordar la lógica de «la guerra contra las drogas» (El cártel de Sinaloa), aquí traté de contar las historias siguiendo el planteamiento del Movimiento por la Paz: escuchar a las víctimas, algo tan sencillo y poderoso al final de cuentas; entonces el libro sigue la línea del Movimiento por la Paz, y en segundo plano muestro la corresponsabilidad de los Estados Unidos desde el punto de vista de las víctimas. Este punto de vista me parece muy interesante, salvo Javier y otras personas de la Caravana, las víctimas no tienen estudios, pero tienen una aguda intuición; el problema de la guerra no es únicamente de México tiene que ver con Estados Unidos, las víctimas están elaborando una reflexión propia y la llevaron a un hecho contundente al recorrer Estados Unidos, lo que importa es la elaboración que hacen las víctimas sobre la responsabilidad que tiene Estados Unidos en «la guerra contra las drogas».
MC.- Las víctimas se convirtieron en defensores de los derechos humanos, sin recibir talleres de medicina forense o cátedras jurídicas. ¿Están conscientes de su rol histórico?
DO.- Yo creo que no necesariamente están conscientes, con mi libro quería dejar constancia de lo que hicieron las víctimas durante la Caravana, me parece que fue desapercibido el recorrido que hicieron en México y a nivel internacional, tal vez dentro de algunos años se pueda tener una perspectiva distinta y se pueda hacer un análisis de lo que significó. Al final de la Caravana, algunos estaban desilusionados o tristes, decían: «no logramos nada, fue un fracaso», sin embargo, siento que esto no se mide tan rápidamente, se necesita tiempo para entender los procesos. Me parece interesante ver cómo las víctimas se van volviendo expertas en temas jurídicos y forenses, también en política. La Caravana por Estados Unidos fue un acto de política radical, las víctimas fueron a denunciar la guerra en la cara de Estados Unidos, en las ciudades más importantes del país, eso es política radical. Creo que no están conscientes, ni siquiera Javier, porque tiene la característica de ser un líder antipolítico, en esa contradicción estriba mi mayor interés por él, es alguien que está renegando del símbolo en el que se convirtió por ser un poeta y una víctima de la violencia.
MC.- Cuando Javier parecía regresar a la vida académica, fue nombrado Secretario de Extensión de la Universidad de Morelos, sufrió el asesinato de su amigo Alejandro Chao Barona en Cuernavaca, la Universidad organizó foros y marchas. ¿Algún día Javier podrá renunciar al símbolo de paz, al destino de líder social?
DO.- Yo no veo que Javier renuncie al destino que tiene después del asesinato de su hijo, y en un sentido más amplio Javier lo había planteado: estamos en un proceso civilizatorio de crisis y decadencia, Javier había establecido un diálogo como poeta ante la crisis y decadencia de la civilización, desde antes del asesinato de Juanelo, sólo que ahora este diálogo se vuelve algo más descarnado, más literal. Me parece que Javier seguirá siendo ese símbolo para acercarnos a mirar desde otra esperanza lo que sucede en el país, una esperanza que no tiene nada que ver con las promesas de los políticos, o con la perspectiva revolucionaria de cambiar las cosas. Veo a Javier permanentemente siendo esa referencia filosófica, poética y religiosa que nos hace falta.
MC.- Por fin se desmontó la narrativa oficial: «Mover a México», según el PRI: «vivimos en un país moderno, en paz», pero la crisis humanitaria continúa, ¿cuántas caravanas harán falta para detener la guerra?
DO.- Lo que falta es escuchar y pensar lo que se dijo en las Caravanas por México y Estados Unidos, no fueron hace mucho tiempo, ya se cumplió el fin que era: expandir las historias, visibilizar el dolor de las víctimas, demostrar que era un asunto que atravesaba todo el país. Lo que sigue ahora es lo que ha intentado el Movimiento por la Paz: la organización de todo el dolor y la indignación, porque a la par del dolor de las víctimas hay mucha gente solidaria con ese dolor y está indignada. Creo que la etapa de las Caravanas ya pasó, lo que sigue es la organización y la permanencia de esa organización en las ciudades y en los pueblos para detener esta barbarie.
MC.- La barbarie que ahora nos preocupa se concentra en la región de Guerrero, ¿escribirás un libro sobre la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa?
DO.- Sigo lo que sucedió en Guerrero con especial atención, porque es algo que tiene que ver con lo que me toca investigar. Pero ahora estoy trabajando en Oaxaca con acontecimientos de 2006 y 2007, con los crímenes y la tortura durante el gobierno de Ulises Ruiz; aquí están mis esfuerzos principales en este momento. Por supuesto se conectan con lo que sucedió en Guerrero, lo que me interesaría investigar con mayor detalle en Iguala es la participación de un sector del Ejército, es la línea que yo siento que falta por explorar, para resolver hasta qué punto participaron los militares en la desaparición de los 43 estudiantes -el cuartel del 27 Batallón de Infantería de Iguala está a 800 metros de la zona donde la policía detuvo a los normalistas-, tal vez no participaron los militares y los «cartelitos de narcos» ya sobrepasaron al Ejército, y el cártel de Guerreros Unidos manda más que un general, yo lo dudo. Me gustaría investigar con mayor profundidad esa historia, no es el caso de las Caravanas donde hacíamos el esfuerzo de visibilizas a las víctimas, ahora los 43 estudiantes están visibles a nivel internacional, falta encontrar a los culpables del crimen.
MC.- ¿Es viable tu línea de investigación sobre Ayotzinapa viviendo entre Oaxaca y DF?
DO.- Sí, porque hay personajes del Ejército que están en DF, no tanto desde aquí. A Guerrero voy muy seguido, en los últimos años he ido más de 20 veces, he hablado con actores sociales de todo tipo, incluso en la clandestinidad.
MC.- ¿A quién buscas al momento de llegar a una zona de guerra en México?
DO.- Algo que hago desde hace mucho tiempo, cuando llego a un lugar arrasado por la violencia, uno busca interlocutores -además de los testigos y las víctimas-, busco a personas que me den contextos y referencias, normalmente busco al supervisor escolar -el profesor más viejo del pueblo-, busco al sacerdote y al poeta del pueblo, siempre llego a un lugar y me interesan esas perspectivas de lo que pasó en el pueblo.
MC.- Durante la Caravana por la Paz, ¿los periodistas dialogaron entre los colegas de otros medios para aconsejarse?
DO.- Sobre todo conversé con Manuel Larios, quien me acompañó muy cercanamente; con José Gil Olmos no he coincidido últimamente porque se clavó a investigar el tema de las autodefensas en Michoacán, cité a Pepe Gil en los agradecimientos de mi libro. Fuimos bien poquitos periodistas en la Caravana, suelo escribirme con Rosario Carmona, con Débora Poó -ella estaba en Guerrero hace poco, hablamos por teléfono-, pero no somos una fraternidad. Establecí un diálogo permanente con algunas víctimas, con Olga Reyes, María Herrera y Teresa Carmona.
MC.- ¿Te agobian las preguntas elementales que a veces te hacemos los periodistas en las presentaciones de tus libros?
DO.- Me agobia tener que ser yo el que responda a las preguntas, no jerarquizo las preguntas entre las inteligentes y las elementales. Prefiero escuchar, lo que pasa es que mi libro es el resultado de escuchar a 70 personas, y lo que escuché lo tengo que contar, es un poco mi justificación interna para hacer las presentaciones en la Feria del Libro de Oaxaca y en la FIL Guadalajara.
MC.- Finalmente, ¿presentarás tu libro en la Universidad de Morelos?
DO.- Me gustaría presentarlo en Morelos, pero no tengo planes, por supuesto que Javier Sicilia ya recibió el libro, también la señora María Herrera y algunos familiares de las víctimas que participaron en la Caravana recibieron un ejemplar de mi libro Contra Estados Unidos (Almadía, 2014). Ahora estoy concentrado en mi trabajo en Oaxaca y en lo que pasó en Guerrero, pero sí me encantaría ir a Morelos.
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