Arrancando de la premisa palpable a todas luces de la inexistencia de la conducción política revolucionaria de los trabajadores y el pueblo de Chile, aventuramos aquí algunas ideas en perspectiva de su necesaria construcción. La organización revolucionaria pendiente Hoy están en curso algunos intentos de convergencia político sociales cuyos horizontes de sentido se sostienen sobre […]
Arrancando de la premisa palpable a todas luces de la inexistencia de la conducción política revolucionaria de los trabajadores y el pueblo de Chile, aventuramos aquí algunas ideas en perspectiva de su necesaria construcción.
La organización revolucionaria pendiente
Hoy están en curso algunos intentos de convergencia político sociales cuyos horizontes de sentido se sostienen sobre la independencia política e ideológica de la clase mayoritaria, y de inspiración socialista y revolucionaria. Colocando entre paréntesis mientras tanto, que el contexto de producción histórica de los movimientos políticos revolucionarios que tuvieron su mejor momento en el país entre los 60′ y 80′ (guevarismo galopante, guerra de Vietnam, múltiples frentes de liberación nacional en los países coloniales y neocoloniales, reformas universitarias radicales, existencia del polo soviético, novedad de la revolución cubana, luego nicaragüense y casi salvadoreña; optimismo mundial sobre la parcial hegemonía socialista en los pueblos de la Tierra , etc.); de acuerdo a las condiciones materiales objetivas del actual período, la emancipación popular y el establecimiento de un gobierno de los trabajadores y el pueblo en un solo movimiento antiimperialista y anticapitalista, continúan pendientes.
El signo del capital
La refundación capitalista impuesta por la dictadura pinochetista y digitada por el imperialismo norteamericano asociada a las clases dominantes -sintetizada con acierto profundo por un campesino de Lonquén como «la venganza de los patrones»- luego de la experiencia allendista, ha modificado de manera relevante, en relación al período pre dictatorial, el patrón de acumulación del capital y la manera radical de expropiar el plusvalor generado por la fuerza de trabajo chilena.
Muy lejos del Estado desarrollista, hoy la precarización del empleo, la flexibilidad laboral, la situación ultra debilitada del trabajo en relación al capital (sólo un 7 % de los asalariados chilenos cuenta con los instrumentos legales para, colectivamente, actualizar su poder adquisitivo, mientras el 93 % permanece expuesto a la explotación e indefensión sin ninguna capacidad negociadora frente al empresariado), son las condiciones necesarias que emplea la patronal para reproducir e incrementar sus privilegios, en uno de los países más desiguales del mundo.
Por arriba, a través de un pacto interburgués, las piezas del sistema binominal de partidos políticos se colaboran explícitamente, tuteladas por un gremio patronal con una estrategia inflexible y transnacionalizada, y una táctica de presión que le brinda inmejorables resultados (tratados de libre comercio por doquier, explotación desenfrenada y blindada jurídicamente de los recursos naturales no renovables, papel decorativo del Ministerio del Trabajo ante la dirección de hierro neocapitalista de la cartera de Hacienda, consolidación ideológica consensuada con la Concertación del capitalismo como único modelo para el «desarrollo nacional»; y criminalización y represión inmediata de cualquier incidente franco de lucha de clases, demanda popular o de los pueblos originarios).
La burguesía, en general, galopa graciosamente con la legitimidad política que le ofrece la Concertación de Partidos por la Democracia , y ocupa a la derecha como fuerza negociadora y de contención ante eventuales «aventuras populistas» de franjas testimoniales del gobierno que persiguen sin éxito y más bien, declarativamente, políticas de naturaleza redistributiva.
Los de abajo se convocan
Abajo, los trabajadores y el pueblo, mientras acumulan indignación y rabia social inorgánica e inexpresiva aún, son presa de la expoliación laboral, la cooptación ideológica -ética y estética- según la epistemología patronal, el sobreendeudamiento paralizante, la lumpenización de algunas de sus láminas juveniles (efecto de la miseria y la ignorancia), la enajenación y la impotencia política.
En medio de un concierto regional mucho más promisorio que hace una década, propiciado por los gobiernos pro populares de Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador y Nicaragua, el pueblo de Chile se mantiene impermeabilizado a estas experiencias ante la pericia mediática de los de arriba y las falencias de los núcleos políticos fragmentados y a la vez, paradójicamente, mandatados a reconstruir el proyecto y la fuerza social revolucionaria liberadora.
El aniquilamiento físico y político de los destacamentos de inspiración revolucionaria durante la década de los 80′ , más la victoria mundial y nativa indiscutible de la burguesía en casi todos los planos, signa, delimita y explica la diáspora de los múltiples empeños revolucionarios genuinos que pululan descoyuntadamente por el paisaje popular. La derrota de los proyectos emancipadores a costa de la vida de los mejores hijos del pueblo durante el pinochetismo, por un lado, y la capitulación ideológica de muchos sobrevivientes -con honrosas salvedades-, enmarcan el territorio histórico sobre el cual la reformulación de los de abajo prologa su nueva convocatoria.
Los acuerdos de la reunión revolucionaria
Pero ya existen coincidencias significativas en algunos activos políticos de inspiración revolucionaria, que a través de pequeñas convergencias, comienzan el pedregoso proceso de su constelación, el sinceramiento de sus fuerzas y el debate de sus certezas, deseos, políticas y carencias.
Ya se apura el acuerdo de que la futura conducción política de los trabajadores y el pueblo y su formulación orgánica y material, debe surgir al calor de las incipientes luchas actuales y desde el seno del pueblo profundo. Que el próximo instrumento político de la clase debe ser la síntesis, actualización y superación de las iniciativas revolucionarias históricas de Chile, y no su repetición: la nostalgia no se reorganiza, independientemente que los aprendizajes de los intentos radicalmente anticapitalistas precedentes tengan que estar siempre a la vista, como bagaje, memoria, origen y continuidad en superación. Que el papel protagónico de los actores populares son el material sensible desde donde, democráticamente debe originarse la plataforma de lucha para el período y el futuro programa del pueblo. Que los trabajadores son la clave motriz cualitativa de la fuerza social que oriente el empeño político revolucionario y sea capaz, a la vez, de concertar al conjunto de rebeldías anticapitalistas hoy dispersas (la demanda de los pueblos originarios, ecologistas consecuentes, feminismo de clase, juventud en lucha, pobladores organizados en torno a demandas autónomamente convenidas, intelectuales críticos, etc.). Que la voluntad y convicción de poder son resortes fundacionales de cualquier conducción que apueste a la transformación revolucionaria de las relaciones sociales dominantes. Que urge rescatar de manera crítica, creativa y dialéctica el profuso acervo teórico y experencial del pueblo rebelde cuya fuente tiene nota marxista, mundial y especialmente latinoamericana. Y que junto a la armadura política de los trabajadores y las demás franjas populares, debe caminar la reestructuración del intelectual orgánico y colectivo de la clase.
La fuerza política y orgánica mínima necesaria o el punto de inflexión
Son altamente importantes los acuerdos y los ejercicios de convergencia de los diversos empeños revolucionarios chilenos. De hecho, hasta hace muy poco ni siquiera existían. Sin embargo, distan mucho de resultar suficientes y eficientes cuando se ubica el objetivo en la conducción política de la emancipación con perspectivas de éxito. Al respecto, aún queda un trecho no menor de concordancias y producción política y orgánica ligadas a la construcción del proyecto, el diseño estratégico -en todos sus ámbitos-, los problemas de la hegemonía de la clase, el programa adecuado y las fuerzas asociadas para constituirse mediante la lucha y la evaluación permanente, en auténtica alternativa para importantes segmentos de los trabajadores y el pueblo.
Considerando positivamente la voluntad política de varios por cortar distancias y acentuar acuerdos, es preciso transparentar el estadio de las organizaciones y convergencias de inspiración socialistas y revolucionarias del pueblo en su dimensión justa.
Las reuniones coyunturales deben ser cada vez más sintéticas y hermanadas con los sentidos superiores de un pacto político de las agrupaciones de la clase, y tienen que arribar con celeridad a una suerte de fuerza política y orgánica mínima -o punto de inflexión y arranque- que permita enfrentar un conjunto de tareas urgentes que demanda el período.
Es decir, un punto de arranque que signifique la fuerza mínima necesaria para establecer un diseño orgánico que considere labores de dirección política; construcción de pueblo organizado en aquellos núcleos de la clase definidos como estratégicos; producción de medios de comunicación que visibilicen un debate orientador, de vanguardia y con estatura histórica, la formulación colectiva del proyecto, y los rostros de la política convenida. Se trata de constelar la fuerza mínima necesaria para la división del trabajo político, la presencia nacional, la intervención y conducción concreta en procesos de lucha de clases que conviertan a la organización genuina de los trabajadores y el pueblo en sujeto en disputa consecuente y coherente de la realidad nacional.
Ya no más pueblo como víctima o victimario, sino que pueblo protagonista, tensionado, rico en expresiones y empuñado en acciones. Pueblo organizado a través de instrumentos políticos reconocidos que, por sí solos, constituyan polos de atracción de más franjas de asalariados y desheredados.
La marginalidad política, desde una perspectiva revolucionaria, no se define tanto por la presencia mayor o menor en el parlamento burgués -independientemente de su empleo táctico o adjetivo en la construcción de la fuerza- sino en sus posibilidades de enfrentarse directamente al capital y sus poderes, a sus maniobras e instituciones, con tonelaje cualitativo y vocación conductora de mayorías.
De aquí que el punto de arranque rima con la unidad de los segmentos más avanzados de los trabajadores y el pueblo. Por eso hoy el centro hay que ubicarlo en el empeño unitario del archipiélago de organizaciones actualmente desatadas, que provoque con generosidad, recreación constante y producción política y práctica, el punto de inflexión, la crisis y superación de la marginalidad política.
Es cierto; el contexto de producción de la necesaria y nueva organización de inspiración revolucionaria chilena, socialista, antiimperialista y anticapitalista, no cuenta con la retaguardia de los llamados socialismos reales, ni con la victoria fresca, apasionada y tremendamente esperanzadora y dinamizadora del Che, ni la épica y estética de las luchas liberadoras de tantos pueblos de hace tres o cuatro décadas. Sin embargo, las relaciones de poder, propiedad y subordinación entre la mayoría popular y los dueños de todo no han variado para mejor. Por el contrario; las maneras del socialismo son actualmente la auténtica salida a la perpetuación de las guerras del capital, las desigualdades insultantes e inhumanas, la desintegración ecológica potencial del planeta, y comportan las únicas posibilidades de ser felices.
Tod@s, sin excepciones.