El pasado 6 de agosto publiqué en esta mi columna el artículo titulado Meditando a partir de los números en el que destacaba el siguiente contrasentido: Cuba posee probablemente la fuerza laboral activa más capacitada de nuestra región (el 65% tiene nivel universitario y medio) y entre las más altas a escala global, pero a […]
El pasado 6 de agosto publiqué en esta mi columna el artículo titulado Meditando a partir de los números en el que destacaba el siguiente contrasentido: Cuba posee probablemente la fuerza laboral activa más capacitada de nuestra región (el 65% tiene nivel universitario y medio) y entre las más altas a escala global, pero a la vez muestra una baja producción y productividad, particular reconocido por las autoridades de nuestro país. No se le saca el aceite a la aceituna.
Desde mi punto de vista escribí que dicha contradicción se debía a tres causas: «estructurales, administrativas y de índole conceptual, las tres íntimamente entrelazadas».
A esas cifras, demostrativas de la inmensa inversión realizada por el gobierno en el sector de la educación, también debemos echarle un vistazo desde otro ángulo: el del uso de los medios de comunicación en consonancia con los siguientes datos: de los 11.243.000 habitantes 727.600 tienen nivel superior (universitario) y 2.545.900 nivel de técnico medio y de bachillerato. Sumados ambos niveles resulta que el 29,11% de nuestra población exhibe un alto nivel y el resto de la población alcanzó el 9º grado. Impresionante.
¿Se corresponde la relación de la política rectora de los medios de comunicación con esta realidad innegablemente exitosa en el área de la instrucción pública? ¿Estará en consonancia con un sistema educativo que desde el primer grado pone al niño frente a una computadora y enseña a manejarla?
La computación, creo que lo he escrito años atrás, se basa en el pensamiento racional, lógico, entre el operador y la maquina. Toda propuesta ilógica es rechazada y quiebra la comunicación. Ya hay generaciones formadas en el mundo cibernético y sin embargo tal parece que la política informativa desconoce este rotundo paso y al establecer con las nuevas generaciones un diálogo propio de la era morse o telegráfica, recibe por respuesta la incomunicación. «Apago la planta», como dicen algunos jóvenes.
Las consignas son válidas tanto cuanto resumen ideas esenciales procesadas con anterioridad por los destinatarios mediante la recepción de informaciones variadas exentas de ese raro maridaje que se llama información comentada. Una cosa es informar y otra orientar y opinar, ambas son válidas e imprescindibles, como también el debate, pero debemos mantenerlas solteras e ir confiando en la siembra sudada teniendo en cuenta que más del 70% de nuestra población nació después de 1959.
Nivel educacional y nuevas generaciones merecen otra línea de información. No se trata de generaciones del audio (época del radio), ya casi tampoco de las visuales televisivas, más bien se corresponden con las de las comunicaciones satelitales en sus diferentes variantes que incluye a la nanotecnología y los microprocesadores de todo tipo. ¿Qué hacer? ¿Racionar la información que brindan los medios? Tarea tan inútil como la de impedir que el agua se filtre por un colador y también peligrosa pues facilita la técnica del rumor, practica usada por los enemigos del socialismo.
A menudo escucho comentarios críticos, por demás desatinados, sobre las nuevas generaciones y que van desde las modas, las preferencias musicales, los estilos de vida y hasta de distanciamientos de los valores revolucionarios. Obvian que eso mismo sucedió con cada generación y que una de ellas, con su estilo propio, parió un proceso revolucionario genuino que precisa de continuidad, no de rupturas, de inclusiones, no de marginalidades, de aperturas y novedades carentes de contradicción con el socialismo, proceso complejo que exige creatividad renovada y otros contenidos y lenguajes comunicativos.
Toda comunicación precisa de dos: el comunicador con sus contenidos y el receptor de los mensajes, y este último ha cambiado favorablemente debido a los niveles educacionales alcanzados, logro que le permite bregar con informaciones variadas y análisis complejos. Las rupturas se producen cuando el comunicador se queda corto ante el destinatario, cuando discurso y realidad no cuadran, cuando los convocados a ser actores protagonistas no se reconocen en su papel ni en los papeles que se les escriben. ¿Hemos enseñado a diferenciar lo esencial de lo accidental del proceso revolucionario? Más aún, ¿lo hemos incorporado los mayores?
La información es poder. No hay duda. Y todo proceso docente-educativo –que no concluye en las aulas– discurre sobre los rieles de la información del conocimiento acumulado por la humanidad y tiene por objetivo no solo el de preparar a las personas para las actividades propias de su vocación, sino primordialmente el de dotarlas con los valores e instrumentos indispensables para el ejercicio del criterio, del análisis. Pensar para decidir, debatir –ejercicio ausente en los medios públicos–, actuar, participar con la mayor claridad como ciudadano y no solo para identificar problemas, sino para proponer soluciones con solidez. Este es a vuelo rápido el reto que significa para el socialismo cubano la otra cara de los números.
Manuel Alberto Ramy es jefe de la corresponsalía de Radio Progreso Alternativa en La Habana y editor de la versión en español de Progreso Semanal/Weekly.