El poeta, novelista y ensayista cubano Cintio Vitier, quien falleció la semana pasada, formó parte del grupo de intelectuales que animó la revista Orígenes, junto a José Lezama Lima, Eliseo Diego, Fina García Marruz, entre otros poetas, músicos y artistas plásticos. Estos artistas tenían la consciencia de que era necesario asumir la decadencia política, cultural […]
El poeta, novelista y ensayista cubano Cintio Vitier, quien falleció la semana pasada, formó parte del grupo de intelectuales que animó la revista Orígenes, junto a José Lezama Lima, Eliseo Diego, Fina García Marruz, entre otros poetas, músicos y artistas plásticos. Estos artistas tenían la consciencia de que era necesario asumir la decadencia política, cultural e intelectual de la Cuba posterior a la independencia. Esa «república mediatizada», la de 1901, era la Cuba de las dictaduras de Machado y posteriormente Batista, donde se enseñoreaba la figura del «politiquero». Había que volver a los «orígenes» de la cultura cubana para poder sacar de ahí la fuerza cultural, política y espiritual que resolviera dicha crisis.
Esta visión la comparten autores como Lezama y Eliseo Diego. Hay en ellos una inconformidad grande con la tradición de falsedad que hallan en la «república mediada», norteamericanizada, después de la guerra de 1898 entre España y Estados Unidos, lo cual era el peligro que ya prevía Martí. Ante ese rechazo de la tradición, estos poetas buscan «crearse» una nueva tradición. No en balde Cintio Vitier (hijo del filósofo Medardo Vitier) exploró en la obra de José Martí para buscar esas fuerzas originarias y fundamentar una eticidad desde las raíces culturales e históricas cubanas. Ensayos como Lo cubano en la poesía y el imprescindible Ese sol del mundo moral, son parte de este esfuerzo. Este párrafo de «La luz del imposible», escrito por Vitier en 1956, lo explica:
Son de este modo, más o menos, las preparaciones que me iban a permitir abrir una brecha en la muralla de la mudez, decir algunas cosas aturulladas y a veces con sombreros falsos que no me importaba me sombreasen el rostro avinagrado por las inconveniencias y tenacidades del idioma. Pero no quería estar solo con mi deseo, porque si el deseo de soledad es muy cuerdo, la soledad del deseo puede conducir a la locura, y entonces empecé a querer que otros hubieran deseado en mi país lo mismo que yo. Necesitaba una tradición para mi deseo, no quería afrontar esa especie de extravagancia del ser, que me hubiera puesto en la obligación del fundar un partido con los retiramientos del crepúsculo y los gritos del pescador. Necesitaba avizorar el rostro de los otros enmascarados. Y como en Cuba no hay casi nada que Martí no haya dicho, entredicho o callado (pues hay que creer con verdadero candor en la elocuencia y penetración de lo que un poeta calla, o del silencio que lo rodea cuando cumple ese acto, el más ingenuo de todos los actos, de mojar la pluma), recordé aquella frase de nuestro sumo poeta cuando, en un cariñoso y tal vez inconsciente reproche a Julián del Casal, escribe: ‘No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble y graciosa’.
En su poesía, Cintio Vitier da cuenta, entre muchas cosas, de esa búsqueda moral que emprende. En «Palabras del hijo pródigo» (escrito entre 1952 y 1953), Vitier, que es un joven de clase media cuando las escribe, habla de un conflicto existencial:
La luz es poca ya, y el alma
se apodera dle viento desterrado
que mueve lo que al fin poseo,
las naves de una paz lejana.
(…)
La luz es poca al fin, y el ángel oye
mi corazón aún turbio y pedregoso
de su perdida vanidad, vacío
en el color del año.
La salida a esta crisis es la entrevisión de un cambio histórico. Escribo «entrevisión», pues ese cambio no es un hecho consumado:
Cuando llegué al final
de la calle, nada había cambiado.
Sí, nada había cambiado. El cambio
era la nada brillando en las ventanas y las nubes.
Era el mismo lugar que siempre había sido otro,
el crepúsculo sabe cambiar la nada,
y yo paseaba por las bambalinas de lo mismo
talvez mirado por un ardiente público
que en sus ratos de olvido pasea por la calle.
Es una nueva civilización, lo que Ellacuría llamó «civilización de la pobreza», la que es vislumbrada por la intuición del poeta. De ahí, la clave de su conversión a un catolicismo de los débiles (usando la expresión de Vattimo):
Era una época de cambios y crepúsculos.
Me deshacía entonces, pero el aire
que ahora notaba ausente, como un sueño
de inesperada blancura comenzaba a despertarme,
porque todo era tan dulce,
tan lleno de su nada, tan igual y tan distinto,
y lo que a todo le faltaba era tan puro,
que mi casa, o lo que fuera
el lugar que me impulsaba, no podía estar muy lejos.
Para Vitier, la revolución cubana es el hecho histórico que posibilita superar la crisis moral y espiritual de Cuba. Con tropiezos, atrocidades, equivocaciones, pero también con sacrificio, amor, voluntad de verdad, esto es para el poeta la condición de posibilidad de la superación de la «república mediatizada». Ello no es automático. Hay trampas que se ponen a la orden del día. En un poema del 67, dice:
No me pidas falsas
colaboraciones, juegos
del equívoco y la confusión:
pídeme que a mi ser
lo lleve hasta su sol sangrando.
…
No hagamos otro mundo de mentiras.
Vamos a hacer un mundo de verdad, con la verdad partida
como un pan terrible para todos.
Es lo que yo siento que cada día me exige, implacablemente,
la Revolución.
En esa lucha por la verdad, creció la luz de la palabra de Cintio Vitier.