Camarada Alfonso Cano, tú luz cruza el cielo de noviembre en Colombia y Nuestramérica, ni las bombas, ni los disparos sobre la piel, son lo bastante poderosos como para interrumpir la marcha de quien camina con el pueblo.
Hace 10 años, miles de soldados, decenas de helicópteros y aviones se lanzaron contra un solo hombre, dicen que estaba ciego momentos antes que lo acribillaran, pero olvidaron que Alfonso Cano nunca necesitó anteojos para ver al fin el digno futuro de Colombia, tampoco para construirlo.
Los determinadores y los perseguidores creían romper el futuro con su muerte, pero la palabra revolucionaria brotó digna e irremediable de sus labios, como una brisa suave que recorre millones de kilómetros. La respiración desfalleció, pero la voz persiste, la palabra insurgente es la vocal del trueno, la lucha por la justicia no termina porque lo justo es el futuro.
Sabemos que más pronto que tarde, sobre la tierra aún húmeda y vociferante, las miles de fosas de este país enardecido, brotarán como una ardiente potencia, como una multitudinaria evocación, porque los huesos encendidos del pueblo aún no quieren ser roca en el camino.
Este 4 de noviembre, como tantos otros días del año despertamos con la inusitada presencia del ausente y del ausentado, del muerto y del asesinado, del que quiere desaparecer y del desaparecido, con la voz de aquel del rostro oculto y de ese el del rostro ocultado y sabemos que no podrán borrar la historia, ni romper al hombre, porque la nueva Colombia es un país que quiere erguirse y cuando lo haga los oscuros jueces no tendrán futuro acá, y serán juzgados.
El rostro oculto de Colombia descubrirá sus ojos, y la causa que nos elevó a la historia irradiará luz, sabedores somos que la única reparación posible será una nueva Colombia.
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