Dada la efervescencia y dinamismo que han tomado los recientes acontecimientos en Colombia en relación al debate del plebiscito, la inminente firma de un acuerdo final entre el gobierno y las FARC-EP, y seguramente el proceso de implementación que se adelante luego de la aprobación mayoritaria con el «si», quise indagar un poco en el […]
Dada la efervescencia y dinamismo que han tomado los recientes acontecimientos en Colombia en relación al debate del plebiscito, la inminente firma de un acuerdo final entre el gobierno y las FARC-EP, y seguramente el proceso de implementación que se adelante luego de la aprobación mayoritaria con el «si», quise indagar un poco en el documento final de los acuerdos, cuáles eran los lugares, las perspectivas y la importancia que las ciudades y el tema urbano tenían en el desarrollo y en las propuestas allí esbozadas. Para ordenar algunas de las ideas que se me ocurrieron con respecto a lo que encontré, voy a plantear tres preguntas orientadoras en lo que sigue del documento.
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¿Por qué indagar sobre el tema urbano en el contenido de los acuerdos?
Me parece importante ubicar la importancia que tienen las ciudades en la Colombia actual y su relación con los acuerdos de la Habana, al menos por tres razones. En primer lugar, porque actualmente Colombia es un país mayoritariamente urbano, y ello implica que la mayoría de su población vive en centros urbanos. Sólo por dar una cifra estimada que nos permite dimensionar la importancia de las ciudades, se puede afirmar que la población de las tres principales ciudades del país representa aproximadamente el 25% del total de la población en Colombia; es decir, en menos del 3% del territorio nacional vive la cuarta parte del total de habitantes del país. Se estima que el 75% de la población viven en ciudades o entornos urbanos, y sólo el 25% habita zonas rurales. Ello implica que, para un proceso exitoso de aprobación de los acuerdos, se debe tener un índice de favorabilidad relativamente bueno en las grandes ciudades, ya que allí se encuentra un alto volumen de votantes.
En segundo lugar, resulta evidente que las dinámicas de poblamiento y urbanización de las ciudades se han acelerado en los últimos 25 años de una manera muy fuerte, y en parte el fenómeno del conflicto armado ha dinamizado e intensificado esta problemática, ya que miles de habitantes de zonas rurales donde hubo enfrentamientos, combates u operativos militares, se desplazaron hacia las ciudades para busca establecer nuevos espacios de vida en entornos donde no se vivieran situaciones de confrontación militar intensas; desafortunadamente la mayoría de estas poblaciones entraron a robustecer y ampliar las denominadas zonas periféricas y de marginalidad de las ciudades, y por ello muchas de estas personas vivieron, e incluso todavía viven en predios de infraestructura limitada, sin títulos de propiedad de sus lotes o chozas, y sin el suministro adecuado de servicios públicos. Entonces, uno supondría que parte de los acuerdos deberían abordar esta problemática de las poblaciones vulnerables afectadas en el marco del desarrollo del conflicto social y armado interno de Colombia.
En tercer lugar, mirar el tema de las ciudades y su lugar en los acuerdos de la Habana es importante porque nos permite dimensionar los escenarios de posibilidad para que eventualmente las FARC o el movimiento político que vayan a constituir, tengan niveles de incidencia óptimos con respecto al segmento mayoritario de la población colombiana; es decir, mirar los acuerdos en clave de lo urbano, en parte nos permite identificar la existencia o ausencia de algunos de los derroteros o apuestas transversales que el movimiento político emergente se pudo pensar o podría proyectar de cara a ganar favorabilidad en el corto y mediano plazo.
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¿Cómo aparece lo urbano en los acuerdos de la Habana?
Luego de revisar el documento recientemente publicado del acuerdo final para la terminación del conflicto, encuentro que el tema de ciudad y el tema urbano puntualmente no aparecen en el contenido de los acuerdos, si bien se hace mención nominal a estos términos en algunos apartados del documento, lo cierto es que no hay esbozadas propuestas y elementos de fondo que permitan identificar estos temas en el documento. Es cierto, el desarrollo del conflicto armado interno colombiano tuvo una evolución espacial predominante en los entornos rurales, pero ello para nada implica que las ciudades no se hayan visto afectadas por esta problemática, y el hecho de que no se contengan en los acuerdos así sea algunos principios que si bien no sean políticas públicas materiales por implementar, si podrían ser algunos principios rectores para armonizar lo que se implemente en los entornos rurales con las políticas y planes de gobierno diseñados desde las urbes.
La única mención que se hace reiteradamente en los acuerdos, es sobre la necesidad de consolidar y afianzar la relación entre campo y ciudad, ello en parte como escenario de posibilidad para favorecer los intercambios productivos, el abastecimiento de alimentos, y la garantía de la circulación y demanda de los productos del campo; sin embargo, insisto en que se debe dar una vuelta al tema de ciudad, y al revisar problemáticas de vivienda, de garantía de servicios básicos, de mejora de condiciones y entornos de habitabilidad para miles de habitantes que conviven en zonas marginales y periféricas, y que de alguna manera también están en estos espacios como resultado de las complejas dinámicas de movilización demográfica en parte promovida por el conflicto armado.
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¿las ciudades de la paz, y la paz en las ciudades? Un debate pendiente.
Mucho se ha hablado de las ciudades del post-conflicto, pero desafortunadamente quienes se han pensado con mayor seriedad y profundidad el tema, han sido los sectores económicos dedicados a la actividad de la construcción, los sectores con grandes capitales, y los políticos que están fuertemente convencidos de las ventajas del mercado, de la competitividad, la inversión privada y la consecución de utilidades económicas, es decir, el sector más convencido y promotor del neoliberalismo y del modelo privatizador es quien se ha abanderado mayoritariamente la idea de pensar e ir proyectando el modelo ciudad para el post-acuerdo en Colombia.
Por ejemplo, el fin de semana anterior no dejaba de resultarme problemático y paradójico ver a alguien como el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, apoyando el si a la paz, cuando por un lado sus acciones y decisiones en la ciudad han mostrado un trato totalmente inhumano y despótico al momento de atender problemas sociales; entonces me resultaba sospechoso ver a alguien como el alcalde de Bogotá afirmando que apoya la paz hasta el momento que explicó porque apoyaba la paz. Según él, la paz en Bogotá se traducirá en mayor infraestructura, inversión y oferta turística para la ciudad. En ese punto todo quedó más claro, el fin del conflicto para estos señores se resume en la siguiente formula: paz= inversión, pero lo paradójico es que será una inversión, una infraestructura y unos ingresos que seguramente van a seguir robusteciendo los bolsillos, embelleciendo las calles, y funcionalizando espacios para sus negocios, y entonces me pregunto: ¿acaso la paz no debería buscar en ultimas disminuir brechas de desigualdad, mejorar condiciones de vida de población vulnerable, y dar garantías de inclusión social y de todo tipo para la gente? Pues con un alcalde como Enrique Peñalosa, y su modelo de administración y visión de ciudad, espero se me permita poner esto es cuestión.
Entonces veo que a la luz de los acuerdos recientemente publicados, y de la inminencia de un proceso de implementación en el corto plazo, se hace necesario y urgente debatir con diversos sectores sociales y políticos sobre las visiones, apuestas y propuestas que se pueden ir ubicando sobre el deber ser de las ciudades en un contexto que está cambiando. Si bien el eje central de los acuerdos de la Habana está en el tema agrario, no se debe dejar a un lado la urgencia y la oportunidad de abrir el debate de la ciudad en Colombia hoy. El tema de la paz en las ciudades debe ir más allá del debate o el asunto de la seguridad, sino que se deben revisar las condiciones materiales de existencia de millones de personas que viven en barrios informales, que no cuentan con viviendas dignas, o simplemente no tienen acceso a una vivienda; se debe mirar el tema de las condiciones laborales, dado que en las ciudades la tasa de informalidad en el empleo supera la mitad del número de empleados, debemos mirar en detalle muchos temas que podrían y deberían ser tocados en este momento histórico, ya que la única salida a la resignación y la desesperanza a la que cotidianamente se enfrentan miles de colombianos que no saben cómo votar el 2 de Octubre y que viven en las ciudades, es abriendo un escenario de esperanza y oportunidad para que esa fecha sea el punto de partida de un debate político nacional sobre el curso que debe tomar Colombia para realmente construir la paz en las ciudades, en el campo y en cualquier parte de la geografía nacional.
La ciudad, como espacio físico que concentra los centros de poder político, económico, financiero, cultural y religioso; también concentra y en ella se expresan unas profundas desigualdades y desequilibrios de todo tipo. Habitar dignamente las ciudades también debería ser un derecho, y este derecho debe estar necesariamente en relación con la perspectiva de construir la paz.
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