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Tragedia y catástrofe

La paz y la violencia en la distopía colombiana

Fuentes: Rebelión

En memoria de M.J.R

Para A.M.R

Quizá los libros puedan sacarnos a medias del agujero. Tal vez pudieran impedirnos que cometiéramos los mismos funestos errores, Ray Bradbury.

En la cartilla pedagógica «ABC del acuerdo final» (2016), elaborada en el gobierno de Juan Manuel Santos, a la pregunta ¿Por qué se hizo el acuerdo de paz? se argumentaba: para poner fin a la violencia política con la guerrilla de las FARC-EP, y así, terminar con las hostilidades bélicas, las extorsiones, las retenciones políticas, de prisioneros de guerra y los secuestros. Para lograr esto, se acordó entre la guerrilla y el Estado: 1). Una reforma rural que generará oportunidades de vida digna a los campesinos, 2). Una reforma política que promoviera la participación, la movilización y la apertura liberal dentro del sistema político colombiano, 3). Un programa de sustitución de cultivos ilícitos que anulara la financiación económica de la guerra y 4). Un sistema de justicia transicional para que se supiera la verdad del conflicto y así; se pudiera reparar a las víctimas y se lograra sancionar a los responsables de los diferentes hechos acontecidos dentro del conflicto armado. Sin embargo, pareciera ser que todo el acuerdo de paz se redujo a que la guerrilla de las FARC-EP entregará las armas y con esto, cesaran los enfrentamientos contra el Estado, esto debido a que, desde el alba del acuerdo de paz se han venido negando las reformas que posibilitarían transformar los problemas esenciales que arrastra Colombia desde la constitución de la República.

Claro está que, más allá de que el acuerdo de paz terminará siendo incumplido, saboteado y totalmente despedazado, hecho trizas según los dirigentes del centro democrático, este desde el año 2016 simboliza el triunfo de la razón, es para muchos ciudadanos la imagen de que ya no hay nada que nos impida sonreír (Zamiatin, 1970); de que ya no hay nada que nos impida acercarnos a la solidaridad, a la equidad y a la reconciliación nacional. No obstante, pasados ya varios años el único triunfo visible del acuerdo de paz, además de la decepción y la sinrazón, es la desigualdad causada y la injusticia cometida contra los firmantes, las víctimas y la sociedad civil, así como, la anuencia de los dos últimos gobiernos colombianos a las iniciativas administrativas y legislativas que entorpecieron la materialización del acuerdo de paz. Puede ser que después de tantos años de violencia haber pensado que el país podía transformar su «normalidad» solo fuera una estupidez.

Por ejemplo, basta recordar el «inverosímil» sabotaje que el ex fiscal general Néstor Humberto Martínez cometió contra el proceso de paz cuando, auspiciado por la DEA, el gobierno norteamericano y bastantes funcionarios del gobierno de Juan Manuel Santos, entrampó al comandante insurgente Jesús Santrich, llevándolo no solo a rearmarse, sino, en palabras del difunto comandante guerrillero: «generando una traición al acuerdo de paz y las consecuencias adversas, de descrédito a la buena fe, del pacta sunt servanda, del valor de la palabra empeñada y del diálogo como instrumento para la resolución de conflictos que generó la perfidia institucional» ( 28-07-2020). Por tales motivos, el acuerdo de paz que prometía inaugurar una época histórica en donde la razón, como forma sustancial del espíritu moderno, afirmaría la intensidad no desarrollada (Hegel, 1968) de la cultura colombiana, lo único que inauguró, además de una nueva frustración histórica, fue la idea de que la paz es la negación de la violencia y no un devenir que la supera a ella, a saber, que la paz es solo la disolución del conflicto, al igual que, la supresión de todo vestigio de insubordinación, locura y subversión.

Y es que, para la oligarquía colombiana, que promulga los ideales de la Ilustración y la Revolución Francesa pero gobierna con prácticas tramposas en donde la igualdad y la libertad son suplantadas por los privilegios monárquicos, significar la paz como la disolución del conflicto es negar la posibilidad de solucionar las causas históricas que lo originaron en sí mismo, esto debido a que para la oligarquía la paz, al igual que, la rebelión de los sectores excluidos, es algo exterior, molesto y distante de lo cual tienen que defenderse, de lo cual tienen que fabricar una imagen (lucha contra el terrorismo; la ideología de género en el acuerdo de paz, entre otras) para delinear un rechazo y una demonización constante. Claro está que, en esa identidad contradictoria, entre paz y violencia, la primera deviene regularmente como negación de la segunda, es decir, como lo que debe ser en sí, a saber; como superación de las causas culturales, sociales y económicas que hacen que persista el conflicto armado. No obstante, a pesar de que el acuerdo de paz sea un devenir que pasa de una significación en el vacío a un existir concreto de fantasías y utopías de otras colombias posibles, hay una frustración profunda en esto, ya que, so pretexto de defender a la paz esta se encuentra desgastada, la oligarquía para desacreditarla y perjudicarla, la llevó al absurdo; a los límites del dolor y del descrédito.

Basta ver cómo ese nuevo contrato social denominado «Paz Total» ha servido más para que ciertas actividades civiles delictivas y subversivas generen un estancamiento social y un retroceso en la materialización del acuerdo de paz, que, para la Seguridad Humana que se basa en la protección de la vida y su plena realización a partir de políticas sociales, medioambientales, económicas y culturales. Pareciera ser que la «Paz Total» es antes que nada una reconsideración del contrato social del capitalismo para hacerlo más inclusivo a un conjunto de intereses más allá de las libertades individuales como se plantea en «Deaths of Despair and the Future of Capitalism» de Anne Case y Angus Deaton o en «Rethinking Capitalism» de Michael Jacobs y Mariana Mazzucato. Podría ser que la indiferencia que en este momento genera la aplicación del acuerdo general pactado por la guerrilla de las FARC-EP y el Estado colombiano no es más que una forma de sobrevivir ante las derrotas infringidas o es antes que nada el drama de la constitución de la conciencia colectiva en donde se pagan los errores de la historia.

En Colombia la «Paz total» está revelando la esencia misma de la violencia, se supondría, la excepción que confirma la regla, y es que, hay una lucha de clases, que se presenta como el aumento de la ansiedad y la incertidumbre de la sociedad por las precariedades económicas y laborales; por el miedo a la escasez, y que, políticamente se manifiestan como demanda de seguridad en contravía de las libertades políticas, así como, consuelos seductivos del progresismo y la confirmación de la lucha armada como opción de vida. En este momento no se trata de que el relato sobre la «Paz Total» tenga que ser falso o verdadero, debido a que, los relatos son creencias acerca de los hechos, no, de lo que se trata es de percatarse, a saber, desvelar lo que aparece y se muestra en el país, por un lado la búsqueda del bien común y la plenitud existencial, por el otra lado, los caminos incongruentes que huyen de la vida y se sientan al lado de la muerte. La «Paz Total» se puede acusar de servir a intereses que no reconocen a la vida, que en la cotidianidad burocrática satisfacen las políticas pasajeras de intereses particulares oligarcas que, parafraseando a Nietzsche, critican ferozmente a todos los que pretenden amar al enemigo, cuando en realidad están intentando ocultar su resentimiento y deseo de venganza contra alguien frente al que se sienten impotentes.

La paz y la violencia, hasta el momento en Colombia, han llevado a la mortificación, a la revelación y al suplicio constante en las profundidades de la historia patria; territorios y poblaciones enteras mueren diariamente, no literalmente, sino figurativamente en la existencia cotidiana, si esto posee alguna justificación propia, lo único que la explicaría seria la finalidad de que los colombianos travistan la posibilidad de un cambio profundo y estructural por una desigualdad potencial y un juego de cambios aparentes, en donde el engaño de los individuos no correspondería a un cambio o cosificación de la conciencia, sino más bien, a los mecanismos de producción de las verdades históricas. Escribía Foucault (2006) que no existe una verdad a descubrir o mostrar sino un conjunto de reglas que la configuran y suponen efectos de poder, a saber, que los colombianos nos hemos subjetivado al interior de un régimen de verdad que niega e imposibilita lo que la paz o la violencia tienen que ser en sí, la superación de las causas que originaron el conflicto interno armado en el país.

La tragedia de la paz y la catástrofe de la violencia en Colombia revelan una constitución patológica profunda en los individuos y en la sociedad, que no solo exige comprender los regímenes de verdad que los imposibilitan y los hacen visibles, sino antes que nada, interpretar la racionalidad que subyace a ellas, comentando a Adorno: es necesario criticar la relación profunda de los individuos colombianos con su propia naturaleza, no solo la externa que pretenden dominar, sino igualmente, la que mantienen entre sí y con los otros. Ahora bien, alejándonos de los comentarios sobre ese conjunto de ideas e instituciones que actuando en el seno del Estado incumplieron el acuerdo de paz; promoviendo así la violencia, bordeemos a la guerrilla de las FARC-EP, la cual buscaba, según lo expuesto por ellos, ayudar a todos y cada uno de los colombianos a mejorar su vida mediante el acuerdo de paz, pero que, por esa misma constitución patológica de la nación, se supone, facilitó todo lo contrario. Debido a que, el pecado de la oveja es también imputable al pastor (Foucault, 2006), se podría pensar que, la guerrilla también tiene responsabilidad en el incumplimiento del acuerdo de paz, debido a que si quería reconciliación y salvación corría el peligro de perderse a sí misma para ayudar a los demás o fenecer ante su propia realización y desaparecer sin dejar huella.

Antes que «a cualquier idea general meramente enunciada se le reconozca la dignidad de la verdad» (Said, 2009, pgn. 80) se tendría que decir que un error estratégico para el cumplimiento del acuerdo de paz fue no pactar la instauración de una asamblea nacional constituyente para la refrendación del acuerdo general, así como, hacer entrega de las armas por parte de la guerrilla; las cuales según el comandante Manuel Marulanda Vélez iban a ser las garantes del cumplimiento de cualquier acuerdo con el Estado colombiano. No obstante, ante la voluntad de ser diferentes a los anteriores procesos de paz las FARC-EP creyeron que se estaba realizando la paz en sí misma, pese a la pérdida del plebiscito, desconociendo que la diferencia sólo se permitió para hacer de la paz una idea comercializable y consumible en un país en dónde se vive con la angustia de no hacer todo lo que se pueda, en donde ya no hay relaciones sino conexiones; en donde ya no hay comunicación sino transferencia de información, en pocas palabras, en un país en donde no se quiere ver al otro; solo se busca verse a sí mismo (Han, 2012).

La guerrilla de las FARC-EP olvidó que no debía buscar un fundamento absoluto para la paz, sino, un devenir que no ignorara la voluntad de vivir, que no desconociera que para la sociedad actual cualquier relación entre las personas es fácilmente transmutable en relaciones entre cosas, por lo cual, la paz requería ser una praxis entre los individuos reales y no un tratado asociado a unas condiciones materiales. Pareciera ser, que para la guerrilla el acuerdo de paz se legitimaba a sí mismo, asegurando así su integración al sistema político colombiano, cuando por experiencias históricas anteriores, era evidente que todo acuerdo de paz era deformado ante el aislamiento, el sometimiento, la renuncia y la presión a adaptarse a los cuales fueron sometidos tanto insurgentes como simpatizantes. Si hay que asumir con honestidad la derrota y reconocer que de aquel sueño y anhelos algo queda, habría que preguntarse ¿El secretariado de la guerrilla de las FARC-EP facilitó que el acuerdo de paz pereciera en sus propias manos? Será que: «El éxito se le subió a la cabeza y los reconcilió completamente con el mundo que, hasta entonces, habían juzgado poco satisfactorio. Desde el momento en que le reconocía a él como un ser importante, el orden de cosas era bueno» (Huxley, 2021, pgn. 143)

Pareciera ser, que el secretariado de las FARC-EP, que firmó el acuerdo de paz, guarda una íntima relación con el personaje de Un mundo feliz: Bernard Marx, el cual se rebeló contra la sociedad de los gammas, los deltas y los epsilones pero al ser reconocido por el poder él reconoció a la sociedad y, como tal, tomó su lugar dentro de los gammas, ya que, «nuestros hombres están condicionados de tal forma que no pueden obrar de otro modo que como deben hacerlo» (Huxley, 2021, pgn. 196). La culpa irremediable de la guerrilla, por el naufragio del acuerdo de paz, y quizás por esto no desea ver su responsabilidad, es que, parafraseando a Huxley en un paroxismo de abyección cayo de rodillas ante el gobierno de Juan Manuel Santos e insistió en su actitud rastrera, debido a esto, si algo más horrible que el incumplimiento del Estado es visible, es que, el acuerdo no solo fue lastimado por los enemigos ocultos de la paz, sino también, por los amigos de esta. Frans de Waal (2007) plantea que al arañar la piel de un altruista se verá sangrar a un hipócrita, esto debido a que, desde la sociobiología se plantea que el ser humano ha desarrollado un conjunto de aptitudes y actitudes que le permiten engañar, a saber, conductas que les posibilitan mentiras y falsedades para la adaptación social, de pronto en el secretariado, que firmó el acuerdo de paz, se encontraban ocultas unas fidelidades infieles incorporadas a su ideal político.

De lo anteriormente mencionado, se podría afirmar que lo oculto en la firma del acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera definió un espacio para lo ilegal, es decir, constituyo un ámbito para la anomalía, a saber; las disidencias. El acuerdo de paz que buscaba la superación y la supresión de la violencia política en la historia colombiana, lo único que hizo fue conservarla, diseminarla y reproducirla en sí, esto debido a que, al trazar una frontera exterior al imponer una conformidad que buscaba homogeneizar una rebeldía y la negación de la misma, normo unos actos y conductas que sólo se reconocían en la diferencia y en la comparación, la valoración de las conductas determinó la anormalidad de aquellos que no se recogían en la regla, y que al no reconocerse en la regla aceptaron el carácter transitorio de la violencia y de la paz; porque aquel que busca la redención del sufrimiento debe consumarse a sí mismo, o, como escribiera Nietzsche (2015) quien quiere crear por encima de sí mismo debe por ello perecer. Por tal motivo, al reconocer esto, al salir afuera y encontrar lo abierto, se está reflexionando sobre en dónde está el acuerdo de paz y cómo se puede ir más allá, esto debido a que tanto para las disidencias como anormalidad como para comunes como la regla; la condición de revolucionarios les impone no solamente la necesidad sino el deber de tomar el camino de la unidad o al menos el de la coordinación en beneficio de las comunidades que creen todavía y que de una u otra forma tienen sus afectos compartidos y confundidos.

Bibliografía

De Waal, F. (2007). Primates y filósofos: la evolución de la moral del simio al hombre. Paidós. Barcelona, España

Foucault, Michel. (2006). Seguridad, territorio, población: curso en el Collège de France; 1977-1978. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, Argentina.

Han, B. (2012). La sociedad del cansancio. Herder. Barcelona, España.

Hegel. (1968). Wissenschaft der Logik. Ediciones Solar S.A. Argentina.

Huxley, A (2021). Un mundo feliz. Blanco y negro Editorial. Colombia

Nietzsche, F. (2015). Así hablo Zaratustra. Editorial Valdemar. Madrid, España.

Said, E. (2009). Oriantalismos. Random House Mondadori S.A. México.

Zamiatin. (1970). Nosotros. Plaza and Janes S.A. Barcelona, España.

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