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La pena de muerte y sus instrumentos

Fuentes: Rebelión

Estamos viviendo un tétrico revival: el Estado Islámico ha rescatado -quizá consiga volver a ponerlo de moda- ese antiguo instrumento de tortura y muerte que es la cruz; se ha dado cuenta de que su uso permite prolongar la agonía de los infieles hasta los tres días.  Resulta extrañamente macabro que una de las religiones […]

Estamos viviendo un tétrico revival: el Estado Islámico ha rescatado -quizá consiga volver a ponerlo de moda- ese antiguo instrumento de tortura y muerte que es la cruz; se ha dado cuenta de que su uso permite prolongar la agonía de los infieles hasta los tres días. 

Resulta extrañamente macabro que una de las religiones monoteístas con más fieles en la Tierra, que exalta el amor al prójimo como valor máximo del ser humano, haya elegido precisamente este instrumento como su símbolo máximo.

Hablando de exaltación y de cruces, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, existe un municipio (término municipal, para los españoles) llamado precisamente Exaltación de la Cruz. Después de todo, parece que el Generalísimo por la Gracia de Dios, Don Francisco Franco Bahamonde, fue un buen chico a quien nunca no se le pasó por la mollera ordenar que se cambiase el nombre de un término municipal de la España Una, Grande y Libre -¿por qué no, por ejemplo, el de aquel donde nació Salvador Puig Antich?- para que a partir de entonces se llamase Exaltación del Garrote Vil.

En Estados Unidos, desde agosto de 1860, para hacer efectivas las penas de muerte se utiliza la silla eléctrica, pero en 19 estados se emplea un sistema más «humanitario»: la inyección letal. Últimamente, gracias a la preparación del cóctel destinado a acabar con la vida del reo se ha conseguido alargar su agonía hasta las dos horas.

Si se trata de hacer las cosas rápidamente, por supuesto no hay nada como que te rebanen limpiamente el cuello; para ello, el hacha y la guillotina. El primer método siempre depende de la destreza del verdugo, que a veces tiene sus desprolijidades, pero el segundo nunca falla. Sin embargo, ninguno de los dos resuelve el incordio de la sangre derramada, que lo deja todo perdido. En fin, todo es mejorable…

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