A inicios de 2016 ningún analista hubiera podido imaginar al comité central del PS rechazando la candidatura presidencial de Ricardo Lagos. En ese momento ya había constituido su comité de campaña en la Fundación Democracia y Progreso, generando una densa trama de relaciones políticas, que pasando por la DC, el PR, el PPD y el […]
A inicios de 2016 ningún analista hubiera podido imaginar al comité central del PS rechazando la candidatura presidencial de Ricardo Lagos. En ese momento ya había constituido su comité de campaña en la Fundación Democracia y Progreso, generando una densa trama de relaciones políticas, que pasando por la DC, el PR, el PPD y el PS, mantenía una privilegiada interlocución con los grandes grupos empresariales del país. En ese instante su candidatura se estimaba inevitable, ya que lograba articular transversalmente a los más poderosos líderes de la vieja Concertación, y además, se sostenía en el argumento de la inexistencia de un candidato alternativo. El «plan Lagos» presuponía lograr su proclamación por la vía del acuerdo cupular, evitando las primarias. Los grandes barones de la DC estaban totalmente dispuestos a apoyarlo, y renunciar a una precandidatura propia, bajo la condición que el PDD y el PS aceptaran su candidatura. Este fue el principal error de toda su campaña. Incluso Lagos concluyó su candidatura afirmando alarmado: «He visto cómo se propaga el recelo hacia los grupos dirigentes», añorando los tiempos en que los «grupos dirigidos» aceptaban sin crítica las decisiones de sus «líderes» incontestables.
Pero en política existe la causalidad, pero no la inevitabilidad. Lo que en un momento parece imposible de revertir, se puede cambiar si se descubre un camino para hacerlo. Y la militancia del PS buscó, alambicadamente, una vía para cambiar el escenario. Por eso Alejandro Guillier se equivocaría si llega a pensar que su triunfo en el comité central del PS, por 67 votos a favor contra 36 de Lagos, fue una victoria personal. Lo que una amplia mayoría en ese partido buscó expresar, por medio de su nombre, era rehusarse a la imposición de la candidatura laguista.
Rechazo que tiene varias explicaciones. La más obvia es electoral: Lagos no prendía en las encuestas, y llevarlo de candidato supondría repetir el estruendoso fracaso de Eduardo Frei en 2009. Pero en ese bajo apoyo hay algo más, que no todos los que votaron por Guillier están dispuestos a reconocer. El rechazo que despierta Lagos, cuantificado claramente por las encuestas, no es sólo a su persona. Es una crítica despiadada a las políticas «social-neoliberales» que él impulsó e implementó durante su gobierno, ya que aumentaron la concentración económica, acrecentaron la degradación ética de la política e incrementaron la desigualdad social. El nombre de Alejandro Guillier surgió como un catalizador para este malestar. A la candidatura de Lagos no se le podía oponer un simple «no» como respuesta, ya que su principal baza radicaba en la inexistencia de una alternativa a su persona. En la medida en que Guillier subió en los sondeos, sumó apoyos y voluntades en el PS, ya que permitía ofrecer una alternativa electoral mucho más competitiva, que no cargaba a priori este rechazo social.
RADIOGRAFIA A UNA ELECCION
Si en la decisión socialista del 9 de abril hubieran votado solamente los senadores del PS, es probable que Lagos hubiera obtenido la unanimidad. Si además hubieran podido votar los diputados, Guillier había ganado algunos votos, pero muy minoritarios ante la enorme hegemonía de Lagos. Mientras más altos los cargos públicos y partidarios, más homogénea era la adhesión a su candidatura. De allí que el elemento clave a la hora de votar en el comité central del PS radicaba en la forma cómo se haría. Si se hacía a mano alzada muchos temían las represalias laguistas en la forma de destitución de cargos, trabajos, nombramientos, asignación de proyectos, etc. Por eso se optó a favor de la votación secreta en urna. Los temores de los miembros del CC no eran infundados. Desde que Lagos lanzó su apuesta presidencial, las presiones hacia la militancia del PS han sido brutales. Lagos ha contado con un apoyo inédito de El Mercurio y La Tercera , el abierto favoritismo de la TV, y buena parte del gabinete del actual gobierno ha salido a apoyarlo sin ambigüedades, partiendo por el ministro de Hacienda Rodrigo Valdés. Recordemos que logró que el ministro de Energía, Máximo Pacheco, renunciara en octubre de 2016 a su cartera para asumir como jefe de su campaña. De la misma forma, el laguismo cooptó a decenas de altos funcionarios gubernamentales para ponerlos a trabajar full time por el candidato. Incluso, a inicios de este año, consiguió fichar al secretario general de ese partido, Pablo Velozo, una figura con un inigualable conocimiento interno del partido.
Ernesto Ottone, principal adalid retórico de Lagos, se equivoca cuando afirma: «El Partido Socialista eligió la nada». La negación a Lagos es una afirmación clara y potente. Prioritariamente por conveniencia electoral, obviamente. Pero también porque un «sí» a esa candidatura significaba para el PS renunciar a cualquier forma de sintonía con la ciudadanía, y abandonar de forma definitiva el campo de la Izquierda en un momento en el cual la constitución del nuevo Frente Amplio constituye una abierta alternativa a la Nueva Mayoría desde esa orilla. Los ejemplos de la debacle de la socialdemocracia europea están muy frescos como para dejar de tomarlos en cuenta.
El «no» a Lagos también es reflejo de la existencia de un nuevo núcleo crítico en el PS, principalmente liderado por Fernando Atria y la corriente Izquierda Socialista, que incrementó exponencialmente su presencia en el CC en las últimas elecciones internas. Esta corriente, más allá de ser minoritaria, ha logrado poner en jaque ideológico a Ottone, Escalona y los demás adalides del «social-neoliberalismo», dentro de su propio campo partidario, cambiando las premisas del debate que se quería instalar. Este aspecto es el más relevante en la actual coyuntura y merece un análisis particular más extenso.
LA INCOGNITA GUILLIER
Alejandro Guillier parece ser el prototipo del anti-candidato. A diferencia de Lagos, el senador y periodista no ha logrado (o no ha deseado) constituir un verdadero comando programático y territorial. Su núcleo de trabajo es extremadamente reducido, y muy concentrado en su jefe de gabinete, Juan Carlos Soto. La única acción masiva de campaña, su proclamación en el Parque O’Higgins en enero pasado, fue producto de una enorme presión del PR. Guillier ha transitado desde hace meses con un silencio evidente, que le ha convenido a la hora de despejar la ruta a su proclamación por el PS. De esa forma ha evitado el conflicto abierto con Lagos, descansando en que no debe dar cuenta de un historial político anterior. Pero a partir de ahora Guillier deberá ofrecer muchas más definiciones, ya que si no lo hace corre el riesgo de ser fagocitado por la candidatura emergente de Beatriz Sánchez, que ofreciendo un perfil biográfico similar, articula mucha mayor claridad programática desde el ámbito definido por el Frente Amplio. Es probable que Guillier hasta ahora no haya deseado constituir un comando formal, ya que el PR hubiera copado todos los espacios anticipadamente y hubiera dado al programa un tono y una estructura que no refleja la mirada que Guillier espera lograr. La incorporación del PS, y la probable pronta proclamación del PC, le aportará la masa crítica para ese objetivo. La pregunta pendiente radica en la DC, que parece decidida a concurrir en solitario a la primera vuelta electoral.
Desde un punto de vista no partidista, pero de Izquierda, la pregunta central radica en el resultado final que estas operaciones van a generar. El producto de estas luchas no puede ser simplemente apoyar el mal menor para parar a la derecha. Supone profundizar en las reformas de Bachelet, pero dándoles la consistencia y coherencia que no han tenido hasta ahora. Y a la vez abrir los debates que este gobierno no se ha atrevido a poner sobre la mesa, que dicen relación con los intereses más duros del modelo neoliberal: AFP, empresas de la educación, minería, «mercado» del agua, servicios públicos privatizados o concesionados, etc.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 874, 14 de abril 2017.