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La plenitud silenciosa de lo vivo

Fuentes: Bohemia

Una vez más quedé al amparo de la palabra versada como protección frente a las tristezas que me trajo el insomnio. Cesare Pavese, Octavio Paz, Roque Dalton y Fayad Jamis, hicieron más transitable el paso de la noche al día que me esperaba donde Fidel iba a entrar a un recinto cerrado para aparentemente no […]

Una vez más quedé al amparo de la palabra versada como protección frente a las tristezas que me trajo el insomnio. Cesare Pavese, Octavio Paz, Roque Dalton y Fayad Jamis, hicieron más transitable el paso de la noche al día que me esperaba donde Fidel iba a entrar a un recinto cerrado para aparentemente no salir jamás. Esa media certeza oprimía mi pecho. Necesitaba mayor consuelo.El «Pido silencio» de Pablo Neruda hizo entrar en calor mi alma ante la imperturbable realidad. «Ahora me dejen tranquilo. Ahora se acostumbren sin mí. Yo voy a cerrar los ojos…Pero porque pido silencio no crean que voy a morirme: me pasa todo lo contrario: Sucede que voy a vivirme…sucede que soy y sigo (…)».

La vida es finita, y en el lento y limitado lenguaje de los hombres, es a veces difícil comprenderla. Solo algunos captan que el caos de los sonidos hay que ordenarlos, darle contenido para hacer de ellos ideas, las que transformadas en obras, coronarán los sacrificios. Cuando eso sucede, los guerreros no mueren, en camposanto aún vigilan: Carlos Manuel de Céspedes quien logró alzar la Patria en armas, traduciendo su pensamiento en el primer grito de independencia. José Martí quien se dio entero a la unidad mientras arengaba y movía expediciones de acercamientos libertarios. Antonio Maceo con su intransigencia frente a timoratos. Fidel aprendió de ellos, y como ellos juntó al pueblo, entero a su lado. No todos pudieron ver la victoria. Hubo muchos compañeros caídos; en el Moncada, en la Sierra Maestra, en la clandestinidad.

Es cierto, hay un límite al paso material por la tierra, pero la inmortalidad existe. Solo unos pocos la alcanzan fruto del ejemplo, de la consecuencia, la dignidad y la valentía. Y eso tiene la misma resonancia de un poema, que recuperado de generación en generación, jamás deja de recitarse. Así es Fidel. Un hombre verso que se repetirá más allá de este presente.

Desde que el 25 de noviembre Fidel cerrara los ojos, cada uno de nosotros ha escogido su poeta, sabiendo que la mejor estrofa será aquella que lance la Revolución al futuro, por eso la gente sigue diciendo que es su propio Comandante en Jefe. El pueblo se reafirma uno solo en lemas y consignas y esa es la mejor poesía para un héroe. Pero hoy, 4 de diciembre, ante la verja del Cementerio de Santa Ifigenía, en Santiago de Cuba, los hombres, los niños, los ancianos y las mujeres decidieron callar. Sabio pueblo que comprende la necesidad de un momentáneo silencio, necesario para su despedida familiar. Mutismo aparente; desde bien adentro se agolpan los juramentos firmes y eternos.

Habrá quien diga que Fidel llegó al final del viaje. ¡Qué poco conocen a este hombre que no va a quedarse impasible cuando lo invoquemos! Presumo que nuestros reclamos de atención pudieran ser a diario, en esta cruzada contra lo vertiginoso y ligero, en combate contra esta filosofía de tanto tienes, tanto vales. El sabrá con qué verso abrirnos el camino. Habrá quien diga una vez más que el torpe caos de los sonidos pudiera hacer inalcanzable el cosmos a donde fue a volar la estrella de su charretera. No han comprendido nada. Cuando el amor es brújula, la muerte se desvanece como la niebla. «(…) no crean que voy a morirme: me pasa todo lo contrario: Sucede que voy a vivirme…sucede que soy y sigo (…)», me vuelve a reconfortar Neruda. Y el poema eterno que es Fidel me da fuerzas y me resigno a dejarlo tranquilo en su nuevo refugio del que saldrá cuando Cuba tenga un nuevo ciclón, un nuevo problema, una nueva meta, y entonces volverá a ser más allá de sus dominios.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.