Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Tom Cruise – «la celebridad más poderosa del mundo» según Forbes Magazine – fue despedido sin más ni menos en 2006. Su despido fue particularmente chocante porque no fue realizado por su empleador directo, los Estudios Paramount, sino por el holding de Paramount, Viacom. El director gerente Summer Redstone – tristemente célebre por su irascibilidad – quien posee una larga lista de compañías mediáticas incluyendo a CBS, Nickelodeon, MTV, y VH1 – dijo que Cruise había cometido «suicidio creativo» después de una avalancha de maniática actividad pública. Fue un despido digno de un episodio de «The Apprentice» [El Aprendiz] [i]
El caso Cruise apunta a la noción pasada por alto de que los mecanismos internos de Hollywood no son determinados en su totalidad por los deseos del público, como se podría esperar, sino que están orientados a responder exclusivamente a las decisiones de los creadores de los estudios, o incluso a las de los propios jefes de los estudios. En 2000, The Hollywood Reporter publicó una lista de las 100 personalidades más poderosas en la industria durante los últimos 70 años. Rupert Murdoch, jefe de News Corporation, dueño de
Twentieth Century Fox, era el personaje en vida más poderoso. Con la excepción del director Steven Spielberg (Nº 3), ningún artista aparece entre los máximos diez.
Cada uno de los estudios dominantes de Hollywood («los grandes») es ahora una subsidiaria de una corporación mucho mayor y por ello no es tanto un negocio separado o independiente, sino más bien sólo una de numerosas fuentes de ingresos en el imperio financiero más amplio de su casa matriz. Los grandes y sus sociedades controladoras son: Twentieth Century Fox (News Corp), Paramount Pictures (Viacom), Universal (General Electric/Vivendi), Disney (The Walt Disney Company), Columbia TriStar (Sony), y Warner Brothers (Time Warner). Esas empresas matrices se encuentran entre las mayores y más poderosas del mundo, dirigidas habitualmente por abogados y banqueros de inversión. [ii] Sus intereses económicos también están a veces estrechamente vinculados a áreas politizadas como la industria de los armamentos, y están frecuentemente inclinadas a hacer que el gobierno del momento se sienta cómodo porque decide sobre la regulación financiera.
Como lo describe el periodista ganador del premio Pulitzer, profesor Ben Bagdikian, mientras otrora los hombres y mujeres dueños de los medios cabían en una «modesta sala de fiestas de un hotel,» los mismos propietarios (todos varones) podrían caber ahora en una «amplia cabina telefónica.» Podría haber agregado que, aunque puede que una cabina telefónica no sea exactamente el sitio ideal para gente como Rupert Murdoch y Sumner Redstone, esos individuos ciertamente se reúnen en lugares como Sun Valley en Idaho para identificar y forjar sus intereses colectivos.
Por cierto, el contenido de los filmes de un estudio no es siempre determinado enteramente por los intereses políticos y económicos del holding. Los directores gerentes de los estudios tienen habitualmente considerable libertad de acción para hacer las cintas que desean hacer sin interferencia directa de los que mandan en última instancia. Al menos, sin embargo, el contenido de los estudios de Hollywood refleja ampliamente los grandes intereses corporativos y, a veces, las sociedades matrices tras los estudios toman un interés consciente y deliberado en ciertas películas. Hay una batalla entre fuerzas «de arriba abajo» y «de abajo arriba», pero los medios y los círculos académicos dominantes se han concentrado tradicionalmente en las segundas, en lugar de las primeras.
Consideremos el éxito de ventas «Australia,» el ‘peliculón’ de Baz Luhrmann. Dos de los aspectos más destacados de la cinta fueron que, primero, restó importancia a la historia de los aborígenes nativos y, segundo, que hizo que Australia pareciera un sitio fantástico para ir de vacaciones. No debiera sorprender – la compañía matriz de Twentieth Century Fox (News Corp de Rupert Murdoch) – trabajó de común acuerdo con el gobierno australiano durante toda la producción de la película debido a intereses comunes. El gobierno se benefició de la inmensa campaña turística de Luhrmann, que incluyó no sólo la cinta en sí sino también una serie de extravagantes anuncios relacionados (todos en aparente apoyo a su torpe programa de «reconciliación» aborigen). Por su parte, el gobierno dio a su hijo favorito decenas de millones de dólares en rebajas de impuestos. El periódico West Australian llegó a afirmar que Murdoch hizo que su «infantería periodística» asegurara que cada aspecto de su imperio mediático diera a «Australia» reseñas entusiastas, una evaluación ilustrada primorosamente por The Sun, que gozó tanto de «esa rara pieza de buen entretenimiento a la antigua» que su crítico se sintió «tentado a ir rápidamente a la agencia de viajes.»
Hay precedentes históricos para semejantes interferencias. En 1969, Haskell Wexler – director de fotografía de «Alguien voló sobre el nido del cuco» – tuvo considerables problemas para distribuir su clásico «Medio ambiente frío», que tocó el tema de las protestas contra la guerra en la Convención Demócrata del año antes. Wexler afirma que tiene documentos obtenidos según la Ley de Libertad de la Información que revelan que en la víspera de la distribución de la cinta, el alcalde de Chicago Richard J. Daley y altas fuentes en el Partido Demócrata hicieron saber a Gulf and Western (en aquel entonces la sociedad matriz de Paramount) que si distribuía «Medio ambiente frío», no obtendría ciertos beneficios tributarios y otras ventajas a su favor, «Un gilipollas tieso no tiene conciencia,» nos dijo furioso Wexler, al hablar de los dirigentes empresariales de Hollywood, «y ellos no tienen conciencia.»
Wexler explicó cómo fue implementada esa conspiración corporativa para atraer el mínimo de atención: «Paramount me llamó y dijo que yo necesitaba exenciones de todos los [manifestantes] en el parque, lo que era imposible de conseguir. Dijeron que si la gente iba a ver esa película y salía del cine y cometía un acto violento, las oficinas de Paramount podían ser procesadas.» Aunque Paramount estaba obligada a distribuir la cinta, presionó con éxito para lograr un certificado X, la publicitó poco, y prohibió a Wexler que la llevara a los festivales de cine. No es exactamente la mejor manera de obtener ganancias con una cinta, pero es un medio efectivo para proteger los principales intereses del holding.
Luego está el famoso caso de «Fahrenheit 9/11» (2004), el éxito de Michael Moore que Walt Disney Company trató de echar por tierra a pesar de haberlo «probado hasta por las nubes» en pruebas de público. La subsidiaria de Disney Miramax insistió en que su sociedad matriz no tenía derecho a impedirle que distribuyera la cinta porque su presupuesto estaba muy por debajo del nivel que requería la aprobación de Disney. Representantes de Disney replicaron que podían vetar cualquier película de Miramax si parecía que su distribución sería contraproducente para sus intereses. El agente de Moore Ari Emanuel afirmó que el jefe de Disney, Michael Eisner, le había dicho que quería retirarse del acuerdo por preocupaciones respecto al efecto político de parte de políticos conservadores, especialmente respecto a ventajas tributarias dadas a propiedades de Disney en Florida como Walt Disney World (el gobernador era el hermano del presidente de EE.UU. de entonces, Jeb Bush). Disney también tenía vínculos con la familia real saudí, que era mostrada de modo poco favorable en la película: un poderoso miembro de la familia, Al-Walid bin Talal, es dueño de una inversión importante en Eurodisney y había jugado un papel decisivo en el rescate del parque de entretención con problemas financieros. Disney desmintió la existencia de un juego político tan importante, explicando que estaban preocupados de ser «arrastrados a una batalla política con una carga política tan importante,» que dijo podría molestar a clientes.
Disney ha difundido consecuentemente mensajes favorables a los círculos dominantes en sus cintas, particularmente bajo enseñas subsidiarias como Hollywood Pictures y Touchstone Pictures (aunque la película biográfica «Nixon» de Oliver Stone en 1995 es una excepción notable). Varias recibieron generosa ayuda del gobierno de EE.UU.: «In the Army Now» [En la mili americana] (1994), Crimson Tide [Marea roja] (1995), y Armagedón (1998), respaldadas por el Pentágono y censuradas por la CIA. En 2006, Disney distribuyó la serie para la televisión «The Path to 9/11» [Camino al 11 de Septiembre] que fue fuertemente deformada para exonerar al gobierno de Bush y culpar al de Clinton por los ataques terroristas, provocando cartas indignadas de queja de la antigua Secretaria de Estado Madeline Albright y del ex Consejero de Seguridad Nacional de Clinton, Sandy Berger.
La naturaleza de la producción de Disney tiene sentido si consideramos los intereses de las altas esferas de la corporación. Históricamente, Disney ha mantenido estrechos lazos con el departamento de defensa de EE.UU., y el propio Walt fue un virulento anticomunista (aunque los informes de que haya sido un informante secreto del FBI o incluso fascista, son bastante más especulativos). En los años cincuenta, patrocinadores corporativos y gubernamentales ayudaron a Disney a hacer películas promoviendo la política de «Átomos para la Paz» del presidente Eisenhower, así como el infame documental «Duck and Cover» [Agáchate y cúbrete] que sugería a los escolares que podrían sobrevivir a un ataque atómico ocultándose bajo sus pupitres. Incluso ahora, un miembro durante mucho tiempo del Consejo de Directores de Disney sigue siendo John E. Bryson quien es también director de The Boeing Company, uno de los mayores contratistas aeroespaciales y de la defensa del mundo. Boeing recibió 16.600 millones de dólares en contratos del Pentágono después de la invasión de Afganistán por EE.UU. [iii] Debe haber sido un interesante incentivo para que Disney no encargara películas críticas contra la política exterior de Bush, como Fahrenheit 9/11.
Es poco sorprendente que cuando Disney distribuyó Pearl Harbor (2001) – una película simplista, de mega-presupuesto hecha con plena cooperación del Pentágono, y que celebró la resurrección nacionalista estadounidense después de ese «día de infamia» haya sido ampliamente recibida con cinismo. Sin embargo, a pesar de reseñas lamentables, Disney decidió inesperadamente en agosto de 2001 ampliar la ventana de distribución nacional de la cinta del estándar de entre dos y cuatro meses a sorprendentes siete meses, lo que significaría que ese éxito «de verano» fuera visto hasta diciembre. Además, Disney aumentó la cantidad de cines en los que se mostraba la película, de 116 a 1.035. Para las corporaciones que se beneficiarían con las secuelas del 11-S, Pearl Harbor aseguró una música de fondo convenientemente sombría.
Pero mientras películas como «Australia» y «Pearl Harbor» recibieron tratamiento preferencial, películas que dan a pensar o que son incendiarias son frecuentemente arrojadas al agujero negro de la memoria cinematográfica. «Salvador» de Oliver Stone (1986) fue una denuncia gráfica de la guerra civil salvadoreña, su narrativa era ampliamente favorable a los revolucionarios campesinos izquierdistas y explícitamente crítica de la política exterior de EE.UU., condenando el apoyo de EE.UU. a los militares derechistas de El Salvador y a los infames escuadrones de la muerte. La cinta de Stone fue rechazada por todos los principales estudios de Hollywood – uno la describió como una «obra odiosa» – aunque recibió excelentes reseñas de muchos críticos. La película fue finalmente financiada por inversionistas británicos y mexicanos y logró una distribución limitada. Documentales más controvertidos recientemente como «Loose Change» (2006/2007), que argumentó que el 11-S fue «hecho en casa,» y «Zeitgeist» (2007), que presenta una visión aterradora de la economía global, han sido vistos por millones a través de Internet cuando los medios corporativos se negaron a tocarlos. [iv]
La producción contemporánea de los estudios Universal ha mostrado una comprensión menos rígida frente al poder de EE.UU., como indican cintas como «Hijos del hombre» (2006), «Jarhead» (2005), y «El buen pastor» (2006). A pesar de ello, con películas como «U-571» (2000) y «La guerra de Charlie Wilson (2007), tiene sentido que la compañía matriz de Universal sea General Electric, cuyos intereses más lucrativos tienen que ver con la producción de armas y de componentes cruciales para aviones de guerra de alta tecnología, tecnología avanzada de vigilancia, y equipos esenciales para las industrias globales del petróleo y del gas, notablemente en el Iraq posterior a Sadam. El consejo de directores de GE tiene fuertes vínculos con grandes organizaciones liberales como la Fundación Rockefeller. Aunque «liberal» pueda sonar como un término positivo después de la impopularidad de la marca de conservadurismo de Bush, las organizaciones liberales están firmemente adheridas al fundamento de las elites de EE.UU. y han sido frecuentemente arquitectos de la política exterior intervencionista de EE.UU., incluida la de Vietnam. Están dispuestas a aliarse con conservadores frente a ciertos temas, particularmente la seguridad nacional, de modo que no debe chocar a nadie si descubre que GE estuvo cerca del gobierno de Bush tanto a través de su antiguo y su actual presidente. Jack Welch (presidente de 1981 a 2001) declaró abiertamente su desdén por «el protocolo, la diplomacia y los reguladores» e incluso fue acusado por el congresista de California, Henry Waxman, de presionar a su red NBC para que declarara prematuramente la victoria de Bush en la «elección robada» de 2000, cuando apareció sin ser anunciado en la sala de redacción durante el recuento de votos. El sucesor de Welch, el actual presidente de GE, Jeff Immelt, es neoconservador y fue un generoso donante para la campaña por la reelección de Bush.
Tal vez el estreno más asombroso de GE/Universal fue «United 93» (2006), presentada como «la verdadera historia» de cómo heroicos pasajeros «frustraron el complot terrorista» el 11-S al obligar al avión a caer prematuramente en Pensilvania rural. Aunque la cinta obtuvo un beneficio sobre su inversión relativamente limitada, fue saludada con bastante apatía y hostilidad del público antes de su estreno a escala nacional. En aquel entonces, la historia oficial del 11-S de Bush estaba siendo seriamente cuestionada por los medios noticiosos independientes de EE.UU.: según los resultados de un sondeo Zogby de 2004, la mitad de los neoyorkinos creían que «los dirigentes de EE.UU. tenían conocimiento previo de inminentes ataques el 11-S y «conscientemente no actuaron» y, sólo un mes antes del estreno de «United 93», un 83% de los espectadores de CNN registraron su creencia «de que el gobierno de EE.UU. encubrió los verdaderos eventos de los ataques del 11-S.» Como la narrativa oficial estaba bajo fuego, el gobierno de Bush saludó el estreno de United 93 con los brazos abiertos: la película era una fiel conversión audiovisual del Informe de la Comisión del 11-S, con «gracias especiales» al enlace del Pentágono con Hollywood, Phil Strub, ocultas discretamente en los créditos finales. Poco después de la fecha de estreno nacional de la cinta, en lo que podría ser interpretado como una acción cínica de relaciones públicas y gesto de aprobación oficial, el presidente Bush se sentó con algunos miembros de las familias de las víctimas para una proyección privada en la Casa Blanca. [v]
«Munich» (2005) de GE/Universal – la exploración por Steven Spielberg de la venganza israelí después del ataque terrorista en los Juegos Olímpicos de 1972 – provoca sospechas parecidas. Aunque la Organización Sionista de EE.UU. llamó a un boicot de la película porque consideró que igualaba a Israel con terroristas, una interpretación semejante es menos que convincente. Por cierto, para cuando comienzan a aparecer los créditos de Munich sus mensajes decisivos han sido grabados indeleblemente en el cerebro por los personajes de las Fuerzas Especiales israelíes: «Toda civilización descubre la necesidad de negociar compromisos con sus propios valores,» «Matamos por nuestro futuro, matamos por la paz,» y «No jodas con los judíos.» Predeciblemente, Israel es uno de los clientes más leales de GE, ya que compra misiles láser
Hellfire II así como sistemas de propulsión para el caza F-16 Falcon, el caza F-4 Phantom, el helicóptero de ataque Apache AH-64, y el helicóptero UH-60 Black Hawk. En los 167 minutos de duración de «Munich», la voz de la causa palestina es limitada a dos minutos y medio de diálogo simplista. En lugar de ser un «grito imparcial por la paz,» como lo aclamó Los Angeles Times, Munich de General Electric es interpretada con más facilidad como un sutil endoso corporativo de las políticas de un cliente leal.
En el extremo más liberal del espectro de las películas en los últimos años ha estado «JFK» (1991), «The Iron Giant» [El gigante de hierro] (1999), «South Park: Bigger, Longer and Uncut» [South Park: más grande, más largo y sin cortes] (1999), «Good Night and Good Luck» [Buenas noches, y buena suerte] (2005), «V de Vendetta» (2005), «A Scanner Darkly» (2006), «Rendition» [Expediente Anwar] (2007), y «En el valle de Elah» (2007), todas de Warner Bros. Es indicativo que después de quejas de estereotipia racial en la aventura de acción de Warner Bros., patrocinada por el Pentágono: «Executive Decision» [Decisión crítica] (1996), el estudio haya tomado el paso poco usual de contratar los servicios de Jack Shaheen, asesor en el plató sobre política racial, lo que resultó en lo que fue recibido por la crítica como uno de los mejores filmes de su género en una generación, «Three Kings» [Tres reyes] (1999).[vi] Puede que no sea por coincidencia que la compañía matriz de Warner Brothers, Time Warner, esté menos íntimamente ligada a la industria de armamentos o a la pandilla neoconservadora.
Pero para tener una idea de lo que sucede con las películas cuando se eliminan los intereses multinacionales de la industria, hay que considerar al distribuidor independiente Lions Gate Films, que no deja de ser en mucho parte del sistema capitalista (formado en Canadá por un banquero de inversiones) pero que no está comprometido con una corporación matriz multimillonaria con múltiples intereses. Aunque Lions Gate ha generado una buena cantidad de productos políticamente vagos y sangrientos, también ha sido responsable del cine político popular más atrevido y original de los últimos diez años, criticando el corporativismo en «American Psycho» (2000), la política exterior de EE.UU. en «Hotel Rwanda» (2004), el tráfico de armas en «Lord of War» [El señor de la guerra] (2005), el sistema de salud de EE.UU. en «Sicko» de Michael Moore (2007), y el establishment de EE.UU. en general en «The U.S. vs. John Lennon» (2006).
Apenas hay que volver a señalar que Hollywood es impulsado por el deseo de ganar dólares que por la integridad artística. Como tal, el cine está abierto a la publicidad por emplazamiento en una variedad de formas, desde juguetes, a coches, cigarrillos, e incluso armas ultramodernas (de ahí las «gracias especiales» a Boeing en los créditos de «Iron Man» (2008)). Menos obvio, sin embargo – y mucho menos investigado – es cómo los intereses de las propias sociedades matrices de los estudios tienen impacto en el cine – tanto en los ámbitos sistémicos como individuales. Esperamos ver que la atención crítica pase a los productores en última instancia de esas cintas para ayudar a explicar su contenido desradicalizado, y para finalmente ayudar a las audiencias a tomar decisiones informadas sobre lo que consumen. Mientras levantamos la vista de nuestras palomitas de maíz, vale la pena recordar que tras la magia de las películas están los magos de las relaciones públicas corporativas.
………….
Matthew Alford es autor del próximo libro: «Projecting Power: American Foreign Policy and the Hollywood Propaganda System.» Robbie Graham es Catedrático Asociado en Cine en Stafford College.
NOTAS
[i] De manera inolvidable, Cruise declaró su amor por Katie Holmes mientras brincaba de arriba abajo en Oprah (el chat show, no la mujer).
[ii] La lista 2008 Fortune Global 500 colocó a General Electric en el Nº 12 con ingresos de 176.000 millones de dólares, Sony estaba en el Nº 75, Time Warner en el 150, The Walt Disney Company en el 207, y News Corp en Nº 280. Como comparación, Coca Cola está en el Nº 403.
[iii] Es interesante, que el presidente de Disney, Michael Eisner, haya estado personalmente involucrado en el retiro del show «Politically Incorrect» de Bill Maher después que el presentador cometió el pecado capital de decir que el uso de misiles crucero por EE.UU. era más cobarde que los ataques del 11-S, y que Eisner «convocó a Maher a su oficina para darle una paliza» según Mark Crispin Miller en The Nation.
[iv] Un caso menos convincente pero igualmente fascinante puede presentarse sobre la fuerte influencia político/económica sobre la distribución de la satírica ciencia ficción «They Live» [Están vivos] (1988), que representó el mundo dirigido por una fuerza invasora de malignos extraterrestres, aliados con el establishment de EE.UU. La cinta fue bien recibida por los críticos (con las notables excepciones del New York Times y del Washington Post) y abrió como número uno en la taquilla. Recuperó fácilmente su inversión de 4 millones de dólares durante el fin de semana, y aunque había caído al cuarto lugar durante el segundo fin de semana, ganó 2,7 millones de dólares. El estudio distribuidor, Universal Pictures, publicó un anuncio durante su presentación que mostraba a un extraterrestre esquelético parado detrás de un podio en traje y corbata, con una greña parecida a la de Dan Quayle, el nuevo vicepresidente electo de EE.UU. de entonces. La elección presidencial acababa de tener lugar unos pocos días antes, el 8 de noviembre. El actor secundario Keith David señaló: «No es que nadie sea paranoide pero… repentinamente uno no podía verlo. [Están vivos] en cualquier sitio – era, como, un rapto».
[v] Dijimos en otro sitio que representantes de Universal asistieron a la proyección. Fue un error.
[vi] Shaheen también asesoró posterior «Syriana» (2005) de Warner Bros.
© Copyright Matthew Alford, Global Research, 2009