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La política exterior de Colombia en la relación con Estados Unidos y América Latina

Fuentes: Razón pública / Colombia Plural

En medio de la confrontación con los vecinos, Colombia subordina su política exterior a su conflicto interno y a las políticas de Estados Unidos. Recuerdos inquietantes de Laureano Gómez, de los orígenes del Plan Colombia y de un reciente documento del Pentágono sobre la base aérea de Palanquero. En el ojo del huracán Está de […]

En medio de la confrontación con los vecinos, Colombia subordina su política exterior a su conflicto interno y a las políticas de Estados Unidos. Recuerdos inquietantes de Laureano Gómez, de los orígenes del Plan Colombia y de un reciente documento del Pentágono sobre la base aérea de Palanquero.

En el ojo del huracán

Está de nuevo Colombia en el ojo del huracán en las relaciones con los países vecinos. Es claro que la tempestad no se desprendió de un cielo sereno. En el párrafo final de un texto de análisis de la confrontación colombo-venezolana a propósito del caso Granda (13 de diciembre de 2004 – 18 de febrero de 2005) publicado en 2005, anoté: «Los motivos y situaciones objetivas que dieron lugar a la crisis están en pie. Una de las hipótesis que se ha esbozado a propósito del conflicto interno colombiano es la de su regionalización. Esta posibilidad está cargada de peligros para la preservación de la paz, al menos en los países andinos»[1].

Era una reacción escéptica frente a las declaraciones optimistas y de renovado afecto de los presidentes Uribe y Chávez, expresadas con ocasión de la visita del 18 de febrero de 2005 que el primero realizó a Venezuela. Dijo entonces el anfitrión: «Hemos decidido dar la vuelta a la página. Venezuela es una nación que lucha contra el terrorismo cualquiera que sea su rostro, disfrácese como se disfrace, vístase como se vista». Respondió el visitante: «No veía la hora de venir, pues el diálogo entre hermanos hay que mantenerlo y profundizarlo»[2]. Desde entonces hasta ahora se han registrado cuatro episodios de crisis entre los dos países.

Por otra parte, el ataque del las Fuerzas Armadas colombianas al campamento de «Raúl Reyes» en territorio ecuatoriano el 1 de marzo de 2008 abrió el frente de conflicto con Ecuador. La hostilidad entre los dos países se ha mantenido y en la actualidad se ha incrementado peligrosamente.

El convenio para el uso de las bases militares colombianas que reemplazarán las funciones estratégicas que cumplía para el Pentágono la base de Manta en Ecuador ha implicado un escalamiento del conflicto en toda la región y una ampliación geográfica de su influencia. Michelle Bachelet y Luiz Inácio Lula da Silva han pedido la convocatoria del Consejo de Defensa Suramericano, órgano de defensa de UNASUR. Se pide al presidente Uribe explicar en ese escenario los alcances del acuerdo de cooperación militar con E.U. El gobierno colombiano ha expresado su intención de no asistir a la reunión de UNASUR que tendrá lugar el 10 de agosto y en la cual asumirá Ecuador para el próximo período la presidencia rotativa del organismo.

La continuidad a manotazos

Si se miran los distintos episodios que azarosamente van acotando el curso de la política exterior de Colombia, y si se tiene en cuenta su renuncia a considerar la visión internacional de los vecinos, se tiene la impresión de estar ante una política jalonada a manotazos. Más allá de esa percepción no injustificada, es posible advertir también una línea de continuidad, al menos durante el último decenio. Los dos elementos principales que caracterizan esa política son: (1) La inextricable asociación del curso exterior con la guerra interna contra la subversión, y (2) El alineamiento incondicional con la visión y las maneras como los Estados Unidos desarrollan sus intereses estratégicos en la región y en el mundo. En este punto es pertinente una digresión. Para cualquier país es cierto que la política exterior está vinculada a la interna. Pero ello no quiere decir que esa relación se haga con el privilegio asimétrico de un solo factor: el militar, como es el caso de Colombia.

También se va articulando cierta continuidad en la manera de reaccionar de los países que se sienten afectados por la política de seguridad de Colombia. No huelga al respecto recordar que con motivo de la firma del Plan Colombia en el año 2000, los gobiernos de los países que tienen fronteras con Colombia expresaron su preocupación aún cuando el mapa político de la región se diferenciaba notablemente del actual. El Plan Colombia no figuraba con antelación en la agenda de la cumbre de países suramericanos que inició sus deliberaciones el 31 de agosto de 2000. Sin embargo se le hizo objeto de controversia en dicha asamblea realizada en Brasilia.

En aquella ocasión dijo Fujimori: «Perú en su momento ha sido uno de los países en alertar del riesgo que significa introducir o tomar acciones de armas contra las guerrillas por un monto de tres mil millones de dólares»[3]. Gustavo Noboa, que tan obsecuente se mostró con los norteamericanos, acotó: «El Plan Colombia tiene muy preocupada a América, y con razón»[4]. El canciller brasileño Luis Felipe Lampreia señaló: «El conflicto en Colombia es la más seria amenaza a la seguridad nacional brasileña»[5].

El establecimiento de la base de Manta en Ecuador y el Plan Colombia se inscribieron en la búsqueda por parte de los Estados Unidos de bases que llenaran el gran vacío que había dejado el retiro del Comando Sur de la Zona del Canal en Panamá. Hoy Manta no va más, pero la presencia militar gringa se refuerza en Colombia.

El recuerdo de una pesadilla

Por el detrimento de la soberanía nacional, el gobierno de la Seguridad Democrática sólo resulta comparable al de Laureano Gómez a comienzos de los años cincuenta del siglo XX. Recuérdese que no obstante que en América Latina reinaba el alineamiento junto a los Estados Unidos en el esquema planetario de la Guerra Fría, Colombia fue el único país de Latinoamérica que envió tropas a la aventura norteamericana de Corea. De acuerdo con el decreto del 26 de diciembre de 1950 fueron despachados a Corea, la Fragata Almirate Padilla y un batallón de infantería. Así Colombia resultó, como anota la historiadora rusa I.G. Ilina, tomando parte en una guerra contra un país separado por el Océano Pacífico y con el cual jamás había tenido conflicto alguno.

En aquella coyuntura enseñoreada por el Gran Burundúm Burundá, Colombia y Estados Unidos firmaron el Pacto militar Bilateral el 17 de abril de 1952. El gobierno conservador no presentó el pacto a la aprobación del Congreso no obstante que el poder legislativo estaba integrado exclusivamente por miembros del partido de gobierno. Tan vergonzoso era el pacto que su texto no se publicaría en Colombia sino hasta 1960, ocho años después de firmado.

Hay un elemento que completa el sentido de la alusión a la política exterior de Laureano Gómez. Aquel borrascoso caudillo cargaba el estigma de su militancia a favor del Eje en vísperas de la Segunda Guerra Mundial y en los primeros años de esta. Era una cuerda más de la cual tiraba el Departamento de Estado para mantener a Gómez en sus manos. Las convenientes «filtraciones» de la CIA en nuestros días con respecto a supuestos nexos del Presidente Uribe o sus familiares, o la lectura de un reciente reportaje del embajador Frechette, me llevan a hacer memoria de las vulnerabilidades de Laureano y a admitir la importancia que pueden tener en los procesos políticos las circunstancias personales de un mandatario.

Después de firmado el acuerdo de cooperación militar con los Estados Unidos, tanto el Presidente Uribe como el canciller Jaime Bermúdez y el comandante de las Fuerzas Armadas, general Fredy Padilla de León, han abundado en declaraciones sobre el respeto que estaría incorporado en el documento hacia la soberanía de otros Estados. Dijo el presidente Uribe: «Estos acuerdos nunca tienen por objeto crear condiciones de agredir a terceros Estados. Esto está excluido en el texto, en los acuerdos que lo enmarcan y en la práctica colombiana»[6].

Aún suponiendo sinceridad en esas palabras, surge la pregunta: ¿Están las autoridades colombianas en condiciones de responder por las acciones del personal norteamericano, cubierto por la inmunidad en los tratados? Y la alusión a la práctica colombiana, ¿puede resultar convincente a los venezolanos después del secuestro de Granda en Caracas, y a los ecuatorianos después de la violación de su territorio por parte de Colombia en el ataque al campamento de «Reyes»?

Quizá tiene más sentido atender a las fuentes norteamericanas sobre el tema. En un documento elaborado en abril de 2009 por el Comando Aéreo para la Movilidad (AMC) de la Fuerza Aérea de EE.UU. se pueden leer apartes a cual más preocupantes: «Recientemente el Comando Sur se ha comenzado a interesarse en establecer un punto para ejecutar operaciones de movilidad (…) El Comando Sur ha identificado a Palanquero, Colombia, como una localidad de cooperación en seguridad (CSL por su sigla en inglés, la forma como EE.UU. denomina las bases en otros países)»[7].

Pertenecen al mismo documento los siguientes apartes: «Incluir a Suramérica en la estrategia de ruta global logra dos objetivos: ayuda a materializar nuestra estrategia de compromiso en la región y asiste con la movilidad en la ruta hacia África». «Hasta hace poco, las preocupaciones en seguridad en Suramérica se enfocaban sólo en antidrogas. Y el cumplimiento de esa misión no requería el uso estratégico del transporte aéreo». «Hasta que el Comando Sur establezca un teatro de operaciones más robusto, Palanquero debe ser suficiente para el alcance en movilidad aérea»[8].

Cabe preguntarse: ¿A quién creerán los vecinos, al canciller Bermúdez o a los estrategas del Comando Aéreo para la Movilidad, que preside el general Arthur J. Lichte? El precandidato liberal y ex ministro de Defensa Rafael Pardo sabe muy bien de qué habla cuando dijo en estos días: «Entregar territorio a fuerzas de otro país para vigilar vecinos es una política exterior equivocada». Seguramente se va a desarrollar en más amplio debate sobre la línea de peligro que está trazando la política exterior de la Seguridad Democrática.

Notas de pie de página

[1] Medófilo Medina, «Colombia – Venezuela: una crisis sintomática», Número, Bogotá, 46 octubre – noviembre 2005, pág. 80

[2] El Tiempo, Bogotá, 16 de febrero de 2005, pág. 1-3

[3] El Tiempo, Bogota, 26 de agosto de 2000 p. 1-12

[4] El Tiempo, 1 de septiembre de 2000, p.1

[5] Ibid.

[6] El Tiempo, 24 de julio de 2009, pág. 1-3

[7] «Base de Palanquero, cada vez más interesante para Estados Unidos», El Tiempo, 31 de mayo de 2009

[8] Ibid.