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Cuando se aproxima el 40º aniversario de caída en combate del secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria

La primera entrevista de Miguel Enríquez

Fuentes: Punto Final

La primera entrevista de Miguel Enríquez como secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria – MIR – se publicó en Punto Final Nº 53, del 23 de abril de 1968. Es un documento histórico sobre una línea de pensamiento revolucionario, coherente y audaz, que el joven dirigente cumpliría hasta las últimas consecuencias. Cuando se aproxima […]

La primera entrevista de Miguel Enríquez como secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionaria – MIR – se publicó en Punto Final Nº 53, del 23 de abril de 1968. Es un documento histórico sobre una línea de pensamiento revolucionario, coherente y audaz, que el joven dirigente cumpliría hasta las últimas consecuencias.

Cuando se aproxima el 40º aniversario de su caída en combate, Punto Final considera de gran interés reproducir esa entrevista. Se publicó bajo el título «Jefe del MIR saca la cara» con una foto en portada del hasta entonces desconocido dirigente. Cabe agregar que en esa época el gobierno democratacristiano del presidente Eduardo Frei Montalva impulsaba una política represiva que apuntaba al MIR, con el pretexto de combatir «actos terroristas».

La entrevista permitió a Miguel Enríquez trazar una clara frontera entre «terrorismo» y revolución. Sus conceptos permanecen vigentes y enriquecen el pensamiento revolucionario.

 

La represión policial de los presuntos actos de «terrorismo» apunta en especial contra el MIR. Esta organización, relativamente nueva, ha cobrado importancia a través de focos de rebeldía juvenil, y pasó a un primer lugar en la Universidad de Concepción, donde junto al Partido Socialista logró desalojar a la Democracia Cristiana de la Federación de Estudiantes. A partir de ese instante, el MIR ha estado en forma permanente bajo el fuego propagandístico de la reacción y ahora sus militantes son acosados por la policía. Se ha intentado pintarla como una organización «terrorista» y aparece evidente el propósito gubernamental de aplastar lo que estima un movimiento revolucionario en ciernes.

PF buscó al máximo dirigente del MIR, a su secretario general, a fin de presentar el pensamiento auténtico de esta organización que figura a diario, deformada, en las columnas de la prensa derechista. Hasta ahora, Miguel Enríquez Espinosa, secretario general del MIR, 24 años, recién casado, próximo a recibirse de médico, había eludido toda publicidad personal. Fue elegido en un congreso celebrado en Santiago a fines del año pasado. Era el jefe de la corriente joven de esa organización, que logró apreciable representación en el nuevo comité central del MIR. Estudió medicina en la Universidad de Concepción y pertenece a una familia en la que figuran varios políticos, como Humberto e Inés Enríquez, tíos suyos, senador y diputada del Partido Radical, respectivamente. Su padre es médico y profesor universitario. Ha hecho algunos viajes, por ejemplo a China Popular, Perú, Cuba y Argentina. Fue dirigente de la Juventud Socialista en Concepción y se marginó en 1963: planteaba la radicalización de la campaña electoral del FRAP.

 

El siguiente es el diálogo de PF con el secretario general del MIR, Miguel Enríquez:

¿Qué participación tiene el MIR en los «atentados terroristas»?

«Ninguna. Sin embargo, nos gustaría dar nuestra opinión. Se ha pretendido descalificar sin más trámite al terrorismo. Nosotros sostenemos que es un arma susceptible de usarse en el combate social, pero subordinada a dos factores: a) ceñida a una política revolucionaria, o sea, el terrorismo es repudiable según sea la política que sirva. Nadie puede sino rechazar -por ejemplo- el asesinato de más de dos mil personas, familiares o amigos de guerrilleros, por la organización terrorista de derecha MANO en Guatemala; y b) la etapa de la lucha en que se emplea el terrorismo: nadie se escandaliza, y por el contrario todo el mundo aplaude, las acciones ‘terroristas’ del FLN sudvietnamés contra la embajada de Estados Unidos en Saigón o los casinos y hoteles de soldados yanquis. A ese nivel el ‘terrorismo’ se presenta como un arma legítima de un pueblo que lucha por su liberación desde hace ocho años.

Considerando estos aspectos, puedo afirmar categóricamente que el MIR no ha participado en los hechos que hoy sirven al gobierno para atacar a la Izquierda revolucionaria. Aunque algunos de esos actos tienen una orientación política correcta, el método no corresponde a la etapa que vive el movimiento revolucionario en Chile. Aunque está absolutamente clara nuestra línea política y nuestra actitud frente a esta clase de ‘terrorismo’, el gobierno pretende complicarnos en forma mañosa».

¿Por qué cree Ud. que se pretende implicar al MIR, siendo como es una organización política joven, sin prensa, parlamentarios, etc.?

«Nos parece que el motivo es claro. El MIR ha sido elegido como ‘cabeza de turco’ para llevar adelante una campaña de terrorismo ideológico. Esa campaña se viene expresando a través de la prisión de Carlos Altamirano, la sistemática intimidación del movimiento obrero, etc. Tiene como propósito golpear a los sectores más avanzados de la Izquierda y encerrar a los trabajadores en los marcos del corral eleccionario de 1969-70. En una declaración pública que el MIR entregó el 8 de abril, dijimos que se intenta confundir a la opinión pública al presentar como una misma cosa repudiable los conceptos de terrorismo, lucha armada e ideas revolucionarias. Se quiere legitimar únicamente todo lo que afirma al régimen y la institucionalidad, esto es, dar patente exclusiva de validez al gastado juego político tradicional, obstaculizando el impetuoso desarrollo de la Izquierda revolucionaria. El MIR sostiene que la única respuesta a esta maniobra político-policial es no retroceder ni andar dando todo tipo de explicaciones, sino, al contrario, proclamar el derecho a la existencia y desarrollo de las ideas revolucionarias y de sus organizaciones. A los pueblos les asiste el derecho legítimo de levantar la lucha armada como vía para la conquista del poder».

¿Cuál es el origen del MIR? ¿Cuáles son las características de su militancia?

«El MIR surgió en 1965 de la fusión de varias pequeñas organizaciones de ex militantes socialistas, comunistas, trotskistas y pekinistas. En la actualidad, el MIR capta su militancia fundamentalmente en sectores sin pasado político. En 1965, era un reducido grupo intelectual-estudiantil cuyo trabajo esencial era la propaganda. Al año siguiente ya se convirtió en un vasto, aunque todavía difuso, movimiento en escala nacional. Sin embargo, en 1967-68 ha llegado a ser una organización político-revolucionaria bien estructurada, sólida, coherente y orgánica. Ha experimentado un vertiginoso desarrollo entre los estudiantes y pobladores. Su penetración es creciente en el sector obrero y empieza a brotar con fuerza entre los campesinos. En algún sentido ha sido una verdadera sorpresa comprobar cómo son bien acogidos nuestros planteamientos entre los trabajadores del campo y la ciudad».

¿Cómo se justifica la presencia del MIR en un país donde existen dos fuertes partidos de Izquierda, como el PC y el PS?

«Yo diría que corresponde a una necesidad política de esta época en toda América Latina. La agudización de las relaciones agresivas del imperialismo yanqui con nuestro continente, y la impotencia de la Izquierda tradicional para responder a ese desafío, han hecho surgir toda una nueva Izquierda revolucionaria. Algunos ejemplos: el MIR, ELN y VR en Perú; el MIR y las FAR en Venezuela; Acción Popular y Política Operaria en Brasil, etc. En Chile la Izquierda tradicional tampoco ha sido capaz de dar una salida revolucionaria a las aspiraciones de las masas. Prueba de ello es que después de treinta años y en oportunidades con cerca de la mitad del electorado de su parte, los obreros y campesinos chilenos siguen más pobres y explotados que antes. Es indudable que no se perfila a partir de esos partidos políticos una salida categórica a esta situación».

¿Hasta qué punto es cierta la crítica que se hace al MIR en el sentido que se trata de una organización de jóvenes estudiantes y pequeño-burgueses?

«La pregunta es adecuada, pero permítame contestarla en un plano teórico si se quiere, luego histórico, y enseguida concreto. Estamos claros que la lucha revolucionaria se libra, por una parte, entre obreros y campesinos que enfrentan a la burguesía y el imperialismo. Pero no aceptamos que sólo la clase obrera tenga un lugar en el combate social. En caso alguno. En un plano teórico, por así decir, muy pocos ‘marxistas’ deterministas siguen definiendo la clase social a partir del lugar que el individuo ocupa en la producción. Ello, es sabido, sólo define un conglomerado humano, no una clase. Más bien hoy se sostiene, como lo dijo Marx, que el lugar que ocupa el individuo en la producción es fundamental, pero lo que a partir de ella lo hace miembro de una clase social es su práctica política, o sea, el papel que juega el individuo en la lucha social. De allí que en la revolución tengan cabida por igual obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales. Esto sobre la base que ni el estudiante ni el intelectual constituyen clase social, y que sólo tendrán un papel en el proceso revolucionario en la medida que se integren al combate que libran las clases motrices de la revolución, obreros y campesinos, y tras los intereses de esas clases.

En un plano histórico: muchos revolucionarios de origen pequeño-burgués, o al menos no obrero ni campesino, han tenido destacada actuación en las revoluciones socialistas: Lenin, Trotsky y casi toda la dirección bolchevique eran intelectuales y pequeño-burgueses. En la dirección de la revolución china: Mao Tse-Tung provenía de la pequeña burguesía agraria y muchos de sus compañeros eran estudiantes, ex militares del ejército reaccionario, o aún hijos de mandarines. En la revolución cubana: Fidel Castro era hijo de un terrateniente, y casi toda la dirección era también de origen pequeño-burgués. Y por último, el más destacado y heroico de los líderes revolucionarios latinoamericanos, Ernesto Che Guevara, era médico. El papel combatiente de los estudiantes en América Latina, incluyendo Chile, nadie puede desconocerlo. La Izquierda tradicional sólo puede echar en cara al MIR la juventud de sus dirigentes. Porque la mayoría de la dirección de esos partidos es también pequeño-burguesa, aunque más vieja que la nuestra. Contestando, ahora, la pregunta en lo concreto: de que somos jóvenes, es un hecho, y corresponde a una realidad general en la Izquierda revolucionaria latinoamericana. En cuanto a nuestra extracción social, también hay algo de cierto. El MIR nació hace tres años, fundamentalmente en las universidades y parte de su actual dirección está integrada por dirigentes estudiantiles o que hasta hace poco lo fueron. Sin embargo, de hecho, desde 1966, viene cambiando progresivamente la composición de clases en nuestra organización y hoy el panorama es distinto. Surgen cuadros obreros y de pobladores, como asimismo estamos actuando con relativa eficacia en el frente campesino».

Muchos hablan en Chile de hacer la «revolución», ¿qué es lo que el MIR plantea? ¿En qué se diferencia del FRAP?

«Quisiera aprovechar de aclarar que nuestras diferencias con la Izquierda tradicional no estriban únicamente en la cuestión de los métodos, o de las ‘vías para la conquista del poder’. Discrepamos también en los objetivos. La pregunta, entiendo, se orienta al carácter que el MIR cree que tomará la revolución en Chile. Esto podría definirse por la realidad económico-social del país y por la conciencia política de las masas. Para nosotros, Chile es un país semicolonial, atrasado y de desarrollo capitalista desigual que combina rasgos del sistema. Por ejemplo, hay un capitalismo urbano muy desarrollado -industrial y minero fundamentalmente-, y bastante atraso en el campo. Sostenemos que el poder en Chile lo detenta una alianza del imperialismo con la burguesía nativa. Ambos constituyen un complejo social y político indisoluble. De allí que planteemos el carácter socialista de la revolución chilena, esto es, antimperialista y anticapitalista a la vez. Creemos -y conviene recordar lo que al respecto ha dicho Fidel Castro-, que no hay cabida en una estrategia revolucionaria para alianzas con una presunta burguesía ‘nacional’ y ‘antimperialista’, que por lo demás no existe en Chile. El Partido Comunista, en cambio, sostiene que existe en el país un feudalismo agrario y una burguesía nacional y antimperialista susceptible de aliarse a obreros y campesinos. Pretende por ello imprimir a la revolución un carácter ‘nacional-antimperialista-antifeudal y popular’. Bajo una supuesta dirección de la clase obrera se desarrollaría el capitalismo nacional, es decir, habría que perfeccionar el régimen para engendrar las fuerzas que lo abatirán. El MIR sostiene, en cambio, la necesidad de hacer añicos el régimen y sentar de inmediato las bases para la construcción del socialismo. Para ellos, entonces, no debe lucharse directamente contra el capitalismo. Para nosotros, lo fundamental es empujar a la clase obrera de la ciudad y el campo. Los comunistas luchan por un gobierno popular y democrático. Nosotros por un gobierno revolucionario de obreros y campesinos. Ellos por una reforma agraria, nosotros -como fue en Cuba- por una revolución agraria anticapitalista. Ellos por una reforma universitaria, nosotros por una revolución universitaria. De las concepciones que el PC tiene sobre el carácter de la revolución en Chile, surgen las posibles alianzas con un Partido Radical o una Democracia Cristiana que podrían traducirse en el plano electoral en la postulación de un Baltra o un Tomic, y es aquí donde se comprende porqué el PC desarrolla toda su vida política sumido en la institucionalidad».

Sin embargo, es consenso político generalizado que en Chile existe un orden institucional democrático. ¿Cree Ud. posible el desarrollo de una revolución armada en el país?

«En primer lugar, quienes sostienen esto -los partidos políticos ‘conocidos’- son justamente quienes usufructúan y dependen de esta institucionalidad. Es más, si entendemos que fueron las propias clases dominantes las que configuraron este régimen institucional a su imagen y semejanza, justamente para mantenerse como tales, es evidente que ellas lo difundirán y sostendrán con todas sus fuerzas. Por décadas la base social que sustenta a todos los partidos políticos, incluso los de Izquierda tradicional, está constituida por clases medias urbanas. La vida ‘institucional y democrática’ en este país se desarrolla bajo la anuencia y presión política casi exclusiva de ellas, y ese sector social es justamente el que más usufructúa de esta muy relativa institucionalidad.

Es también difícil hablar de institucionalidad en América Latina, continente en el que el imperialismo se muestra cada vez más agresivo y dispuesto a romper las normas del juego cuando se le ocurra. Estados Unidos se arroga el derecho de invadir el país que desee, cuando quiera. Por otra parte, la lucha armada es un sustrato permanente en la vida política continental, ya sea en la forma de golpes militares o de guerrillas revolucionarias. Hay quienes sostienen que Chile es una excepción. Se equivocan. Por encima de la esencia del régimen chileno, que es la utilización constante de la violencia reaccionaria, en este momento la institucionalidad está siendo cuestionada a cada instante, tanto por las clases dominantes como por los obreros y campesinos. El gobierno democratacristiano desarrolla una política cada vez más represiva, cede cada vez más al imperialismo en lo económico, político y militar, cada vez muestra con mayor desenfado amenazante el poder castrense que lo respalda, cada vez se desarrollan más los grupos ultraderechistas. Eso está señalando que la burguesía se aproxima al límite de sus posibilidades de juego ‘institucional’ y que está dispuesta a echar mano a toda clase de recursos para la defensa de sus intereses.

Desde otro ángulo: las masas comprenden que las vías legales les son cada vez más estrechas. Las huelgas se alargan más o se hacen más difíciles, se gana menos y es mayor la represión. Ha llegado a mirarse como rutina que un paro nacional tenga no menos de cinco o seis víctimas. Los obreros y campesinos están siendo impelidos a romper el orden establecido. Aumentan las huelgas ilegales, las ocupaciones de tierras, fábricas y locales escolares, etc. Así, pues, también las masas se encuentran sin salida, cada vez más pobres, más explotadas y reprimidas. Por eso ellas ven también limitadas sus posibilidades dentro del juego político tradicional. No otra explicación tiene el crecimiento de la Izquierda revolucionaria en este país. Sostenemos, y lo estamos palpando a cada instante, que al margen del inútil y ya fracasado juego político tradicional, se desarrolla una corriente subterránea entre obreros, campesinos e intelectuales, cuya esencia es la búsqueda de nuevos caminos que, rompiendo la institucionalidad, forjen modelos orgánicos y políticos necesarios para el inicio y desarrollo de una auténtica revolución en Chile. Sólo a partir de ese punto podrá plantearse una estrategia y táctica de lucha armada en nuestro país».

Si es así, ¿qué plantea el MIR frente al proceso electoral que se avecina?

«Asistimos a un periodo de ajuste y reagrupación de fuerzas, previo al proceso electoral 1969-70. Gran parte de los hechos políticos diarios encuentran allí su explicación. Primero que nada, en general, el MIR no cree en el camino electoral. Dar en ese plano las batallas políticas es darlas en territorio enemigo, es consumirse orgánica y políticamente en un camino infructuoso y ya fracasado, es afirmar la institucionalidad y es, por último, domesticar a las masas, creándoles falsas ilusiones y enseñándoles a esperar todo de una ley y un orden que, en realidad, aseguran su explotación. Más aún, por encima de los principios, creemos que a raíz de la crisis económica del país, expresada también en una inflación galopante que para obreros y campesinos no constituye simple argumento político-técnico, sino que se traduce en cuestiones de realidad vital como hambre, enfermedad, cesantía, frío, etc., sumado todo esto a las frustraciones electorales recientes y al fracaso de algunas fútiles luchas reivindicativas que se desarrollaron siempre en el terreno legal, se está operando un cuadro nuevo en la conciencia política. Se trata de un proceso de radicalización que cuestiona los métodos y los objetivos de lucha tradicionales y que se traduce en escepticismo y desesperanza en el camino electoral. Los partidos políticos viven en otro mundo, influidos por el cabildeo del Congreso Nacional y por grupos profesionalizados en politiquería y parlamentarismo. Por eso, ahora están embarcados en preparar una estrategia electoral para 1969-70. Necesariamente, para ingresar a la rueda del circo electoral, los partidos de Izquierda retroceden desde posiciones más radicales que levantan en periodos alejados de las elecciones. Así vemos la aprobación que dio el PC al proyecto de reajustes del gobierno, la discusión que se abre acerca de una futura colaboración de clases que lleve a la Presidencia a un Baltra o a un Tomic a la cabeza de un paquete pluripartidista heterogéneo. Todos los partidos, incluyendo al Demócrata Cristiano, ajustan sus monturas para el galope electoral, y se cargan a la derecha. Ese proceso de derechización de los partidos está en contradicción con el inadvertido proceso en sentido contrario que desarrollan las masas. Los partidos políticos tradicionales, especialmente los de Izquierda, quieren resolver esta contradicción canalizando la izquierdización masiva de los trabajadores por el atajo electoral.

Creemos que lo conseguirán, pero sólo parcialmente; las masas evidentemente votarán pero ya no con la fe y el sentido que le dieron a la elección de 1964, donde sumidas en una vorágine electoral creyeron estar transformando el régimen. Ahora votarán por un gobierno que lo haga menos mal que el actual. Sólo esperan algunas reformas, algunas leves mejoras que siquiera alivien la caótica situación nacional.

Estas características, más el fracaso del FRAP para constituirse en alternativa del derrumbe democratacristiano, han dejado un enorme vacío en el plano político. Esto posibilita aún más el desarrollo de una Izquierda revolucionaria y abre una perspectiva cierta de configurar una nueva alternativa político-revolucionaria a fin de sentar las bases y emprender definitivamente una vía revolucionaria para la conquista del poder».

La muerte del comandante Che Guevara y el fracaso inicial de las guerrillas bolivianas ha sellado, según muchos, la suerte del camino guerrillero en América Latina. ¿Qué opina Ud. de ese planteamiento?

«Por razones obvias, sólo podré contestar limitadamente. La guerra de guerrillas como método de lucha sólo podrá ser dejada de lado si se cuestionan válidamente algunas de sus premisas fundamentales: 1º) la necesidad política de la lucha por el poder; 2º) la lucha armada como vía para la conquista del poder; y 3º) la correlación de fuerzas entre el movimiento revolucionario y el imperialismo y la burguesía que, en definitiva, imponen la forma de la guerra revolucionaria. Como nada de esto está cuestionado, creemos que la lucha guerrillera muy por el contrario de haber fracasado, permanece vigente para todo el continente latinoamericano. Naturalmente no soy yo el indicado para formular una crítica idónea a las estrategias y tácticas de los distintos movimientos revolucionarios de América Latina. Pero sí puedo decir, en general, que la guerra de guerrillas de por sí no es una fórmula mágica que opere al margen de las condiciones históricas y sociales. Ella debe adecuarse a condiciones que son muy peculiares en cada país.

Hablando de Chile, todo el que se plantee una forma de lucha armada guerrillera como estrategia fundamental, debería considerar, según creo: a) la necesidad de una organización política previa que permita realizar un trabajo ideológico que homogenice un pensamiento coherente, y logre la adecuada colaboración y coordinación entre revolucionarios; b) para bien o para mal, Chile no es Bolivia ni Ecuador. Cuenta con 30 años de vida política muy desarrollada, una Izquierda tradicional poderosa, un elevado nivel de organización y conciencia de las masas, de lo cual se desprende la importancia que tomarán en Chile, antes y durante el proceso revolucionario, las ideas políticas claramente expresadas, la propaganda y la agitación; c) es necesario también considerar como fundamental la creación de cordones umbilicales orgánicos con obreros y campesinos, que permitan desarrollar una mediana influencia en las masas. No se trata, desde luego, de diluirse en los ocho millones de habitantes, sino de penetrar planificadamente en determinados frentes de masas, en las zonas rurales, en las organizaciones de pobladores y estudiantes, y en ciertas áreas industriales y mineras; d) el inicio de una tal lucha armada debería corresponder a la situación política dada del país en el momento adecuado, desarrollándose paralela y vibrando con ella; e) en el plano guerrillero propiamente tal, deberá ser probablemente rural pero desde el punto de vista táctico con gran desarrollo de la lucha en las ciudades; f) tendrá que actuar en correspondencia con todo el proceso revolucionario latinoamericano, o sea, como postulaba el Che, será continental.

A pesar de esta formulación general, tenemos muy claro el drama que hoy vive la Izquierda revolucionaria en general, el drama de la formulación de líneas programáticas y estratégicas adecuadas, que en algunas ocasiones han estado desprovistas de una traducción concreta y táctica en lo inmediato. Eso es lo que a sectores desorientados los arroja al terrorismo, al sectarismo y a la atomización. Creemos que el MIR está haciendo una experiencia valiosa. En medida importante ha roto ese círculo vicioso y vive al margen del conventilleo político que en el pasado hizo inocuos los intentos de agrupar a los sectores revolucionarios. El MIR se perfila como un polo sano de reagrupación de fuerzas y ya ha dado los primeros pasos, que posibilitarán una revolución en la que todos los verdaderos revolucionarios tendrán cabida».

 

 

 

 

Re-Publicada en «Punto Final», edición Nº 811, 22 de agosto, 2014

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