Comenzaré por decir que entiendo por privatizar el acto de transferir una actividad pública al sector privado. Entiendo por mercantilizar el acto de comerciar – con interés- objetos que no fueron hechos para ese fin. A mi manera de ver, en las elecciones en el Chile de hoy, más allá de abstenciones y cifras diversas, […]
Comenzaré por decir que entiendo por privatizar el acto de transferir una actividad pública al sector privado. Entiendo por mercantilizar el acto de comerciar – con interés- objetos que no fueron hechos para ese fin.
A mi manera de ver, en las elecciones en el Chile de hoy, más allá de abstenciones y cifras diversas, lo que ocurre es que la cúpula político/empresarial del país ha privatizado la democracia reservando para los ciudadanos electores la condición de capital que se negocia bajo las leyes de la oferta y la demanda. La clase política chilena se ha visto devorada por un espíritu mercantil, por un utilitarismo en que combina impúdicamente la pasión por el dinero y la pasión por el poder
Desarrollaré algunas ideas sobre la elección presidencial chilena basado en las siguientes premisas:
1. El proceso electoral chileno se da en el contexto de una institucionalidad que conserva vivos los ejes medulares de la dictadura militar en materia constitucional.
2. La izquierda que acude a esta convocatoria a elecciones lo hace enarbolando el ideario allendista sólo en términos éticos.
3. Por el contrario, en términos socioeconómicos, en lugar de reclamarse heredera de Allende, propone una versión depurada y llena de buenas intenciones populistas, de un modelo neoliberal que no ha perdido vigencia desde 1973.
4. De tal manera que la disputa electoral chilena, más que entre propuestas ideológicas, se da entre las alternativas políticas de aquellos que proponen una opción heredera del modelo creado por el pinochetismo y los poseedores de una fórmula similar, pero revestida de carácter social, que por el momento no ha logrado ni marcar distancias respecto a la anterior ni demostrar sus supuestos beneficios.
La propuesta electoral de la derecha no nos interesa. No tanto por conocida como por su reiterativa necedad.
Si nos interesan y preocupan las propuestas que, bajo el concepto de «Nueva Mayoría», se utilizan para convocar a la sociedad a respaldar un proyecto político que hipotéticamente representa el allendismo en versión renovada.
Pienso que no se podría inferir lo novedoso únicamente porque se suman nuevos aliados, sino que la categoría de «nuevo» sólo sería posible si nos encontráramos ante propuestas frescas, adecuadas a la realidad que vive Chile hoy en el contexto internacional.
Y francamente no veo en el proyecto de Michelle Bachelet y sus aliados más que la reiteración de buenas intenciones y propuestas que no por legítimas ameriten el adjetivo de nuevo. Creo que estamos ante la misma versión de hace cinco años, aderezada con un lenguaje que quiere ser renovado, pero que no lo logra por carecer del requisito básico: no tiene ni el menor asomo de una autocrítica de los errores y deficiencias del último período de la fenecida Concertación.
Me pregunto cómo decide hoy su voto la izquierda chilena y reconozco el valor de los que superan la disyuntiva. Votar hoy en Chile es dramático, así como es dramático y honroso ser de izquierda.
Votar hoy a favor del bloque que se reivindica de izquierda es duro. Votar implica dar un aval a una institucionalidad heredada del horror de la dictadura que mantiene latente el chantaje de la violencia militar.
Votar por la izquierda, hoy en Chile, exige aceptar la convocatoria de la Socialdemocracia y la Democracia Cristiana, que fueron pivotes de la Concertación y que hoy, bajo el nombre de Nueva Mayoría, pide que se haga omisión de sus inconsecuencias y que se le respalde bajo la ilusión de que esta vez – y ahora si – se darán los pasos para romper con el modelo neoliberal, cambiar de fondo la Constitución heredada de Pinochet y se dará prioridad a las reivindicaciones de los estudiantes, de las mujeres, de los indígenas y de todos los sectores sociales que esperan turno en un proceso de arreglos políticos cupulares que no acaban de entender.
Apoyar las candidaturas de la izquierda hoy en Chile significa darles un voto de confianza de que serán capaces de exigir a las Fuerzas Armadas una reconversión que democratice sus estructuras y formar a sus miembros en el irrestricto respeto de los derechos humanos.
Estas reivindicaciones se antojan imprescindibles. Mucho se ha tardado la llamada transición democrática chilena en lograrlo, en parte por la debilidad de la izquierda social y en buena parte porque el pacto que abrió paso a esta transición así lo contemplaba.
Tomemos por ejemplo la demanda de una Asamblea Constituyente. Las instituciones heredadas de la dictadura la dificultan al extremo de retardarlas por dos décadas.
En mi opinión, la izquierda chilena actual paga todavía los costos del «pecado original» de su cúpula política, que le permitió regresar a la vida política y de allí al gobierno. Está limitada, casi incapacitada, para levantar un programa de justicia social y participación democrática, por temor a que la oligarquía, las Fuerzas Armadas y el apoyo de EEUU nuevamente impidan brutalmente que se hagan realidad esas aspiraciones.
La democracia chilena actual es hija del miedo, del chantaje y la negociación super-estructural. Tanto en sus modalidades institucionales como en las propuestas y promesas electorales subyacen las concesiones que se hicieron desde un inicio. Eso explica en parte lo limitado y temeroso de las propuestas de las diversas candidaturas.
La idea de democracia del Chile actual es fruto del miedo y el agotamiento. El deseo de la paz y la justicia social se travistió en una coexistencia que pagaba un simulacro de democracia a cambio de impunidad.
Sin duda que la democracia chilena actual constituye un avance en términos comparativos con la dictadura. Pero está muy lejos de hacer justicia a los que sacrificaron su vida por ella y sin duda dista mucho de parecerse al Chile socialista y popular que proponía Allende y del cual la izquierda actual se reclama legítima y única heredera.
¿Significa esto que está todo perdido? Quiero pensar que no. Quiero creer que más allá de propuestas socialdemócratas y socialcristianas de diverso color y pelo, hay otras fuerzas que aún crean posible la formación de una fuerza social y política que exija a la candidata de la izquierda la convocatoria de una Asamblea Constituyente y a partir de allí, iniciar una verdadera transición democrática que incluya rechazar definitivamente el chantaje de las Fuerzas Armadas, el castigo a todos los culpables de crímenes contra la humanidad y violación a los derechos humanos.
Una fuerza social y política que otorgue una generosa jubilación a los agotados, desgastados y sempiternos líderes de la izquierda tradicional, para dar paso a nuevas generaciones de dirigentes y nuevas formas de dirección.
Recordemos que en sus inicios el presidente Allende y los principales dirigentes de la Unidad Popular sabían que el programa de transformaciones junto con ser progresivo, sólo era realizable asumiendo el costo de socavar permanentemente el sistema institucional vigente en los años 70.
En el sistema político chileno no pueden seguir cohabitando las aspiraciones de un modelo que priorice los intereses de los trabajadores y sectores más explotados por el neoliberalismo con una minoría que encuentra su legitimidad política y de clase justamente en la aplicación del modelo neoliberal.
Para ilustrar esto, pongo como ejemplo la aplicación de la ley antiterrorista que resulta inadecuada, ineficaz, y violatoria de derechos humanos y garantías constitucionales, particularmente en el caso de los mapuches.
En el supuesto de que hubiera que sancionar acciones de violencia de jóvenes estudiantes o mapuches es suficiente la legislación penal ordinaria.
La aplicación de esta herencia del pinochetismo no sólo es ineficaz, es discriminatoria y racista porque conlleva una estigmatización del propio pueblo mapuche.
Quiero terminar aludiendo a las luchas de los estudiantes. Aunque muchas veces difiero de sus métodos de lucha, comparto plenamente sus reivindicaciones básicas.
Y en un nuevo recuerdo del pasado cito al presidente Allende que en 1971 dijo:
«En cuanto a establecimientos particulares de enseñanza que imparten la educación pagada, el Gobierno de la Unidad Popular también garantizará el respeto y cumplimiento de las normas constitucionales y legales, pero deben integrarse al sistema nacional de educación. No creemos que deba aceptarse que la educación sea considerada un negocio, y por lo tanto, velaremos para controlar los cobros que allí se hacen y para que, al mismo tiempo, la educación pagada no represente una segregación, desde el punto de vista cultural, para los niños de Chile».
No es necesario abundar que los sucesivos gobiernos de la Concertación no honraron ese compromiso y que las movilizaciones estudiantiles han sido un exponente claro de esa indefinición.
Más allá de votar en las próximas elecciones, hay que decidir, hay que generar la fuerza necesaria para resolver la disyuntiva que la izquierda no supo, o no quiso, resolver en los años setentas. Es cierto, hoy las condiciones son distintas, pero las exigencias siguen siendo las mismas.
Conferencia en el ciclo «Tener memoria para el futuro»
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