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Entrevista a Martín Alonso sobre El catalanismo, del éxito al éxtasis. III. Impostura, impunidad y desistimiento

«La psicología victimista es un complejo con varias aristas pero en términos políticos se resume en la fórmula ‘ganar o ganar'»

Fuentes: Rebelión

Martín Alonso, profesor de Instituto jubilado, es doctor en Ciencias Políticas y autor de Universales del odio. Creencias, emociones y violencia; No tenemos sueños baratos. Una historia cultural y El catalanismo, del éxito al éxtasis (3 volúmenes). Nos centramos en este tercer volumen, «Imposturas, impunidad y desistimiento», que ha publicado El Viejo Topo en 2017. […]

Martín Alonso, profesor de Instituto jubilado, es doctor en Ciencias Políticas y autor de Universales del odio. Creencias, emociones y violencia; No tenemos sueños baratos. Una historia cultural y El catalanismo, del éxito al éxtasis (3 volúmenes). Nos centramos en este tercer volumen, «Imposturas, impunidad y desistimiento», que ha publicado El Viejo Topo en 2017.

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Nos habíamos quedado aquí [1], en este punto del primer capítulo del libro. ¿De qué hablas cuando hablas de la psicología emocional del pujolismo? ¿Qué psicología es esa? ¿Cómo se ha ido construyendo?

Básicamente es el victimismo, bien tratado en el libro de Vélez-Pelligrini. La psicología victimista es un complejo con varias aristas pero en términos políticos se resume en la fórmula «ganar o ganar». Porque si consigo lo que pretendo es por mis méritos (soy el mejor, soy superior: la elección étnica) y si no lo consigo es por culpa de los demás (me quieren mal, me tienen envidia, me roban, no me dejan: el agravio constante). Dicho en caricatura. Con algo más de detenimiento, es lo que Maurice Tugwell llamó transferencia de culpa (guilt transfert) y consiste en desviar la atención del actor responsable de un acto negativo al adversario. Pujol fue un prestidigitador avezado y transformó los delitos propios de apropiación indebida y falsedad en documento mercantil en una jugada indigna del gobierno central. Esta estrategia retórica ha sido pulcramente definida por Sánchez Ferlosio (Ensayos 2), y vale la pena evocar sus palabras dada la importancia que ocupa en el arsenal dialéctico de Pujol: «No hay nadie éticamente más abyecto que el que induce su propia bondad o la de sus acciones de la maldad de sus víctimas o enemigos, ni nadie más bellaco que el que declara malo a aquel de cuyo daño necesita o desea desentenderse».

No las recordaba. Son muy oportunas.

Es muy importante también el componente narcisista, como señaló Freud, que instrumentaliza los rasgos más egoístas (etnicismo) de la dinámica grupal. Por decirlo en caricatura. Se puede construir enseguida, cuando uno se encuentra en una posición comprometida. Así funciona el mecanismo del chivo expiatorio. Recuerdo una frase de Tasio Erkizia cuando Francia dejó de ser santuario de ETA, en los últimos años el estado francés se ha convertido en el enemigo secular del pueblo vasco. Lo tenemos en tu tercera pregunta sobre la «eterna incomprensión». Hay un fondo de armario de estereotipos que en determinadas ocasiones un líder carismático regurgita para cocinar con ellos un sucedáneo ideológico, una ideología informal; se les puede considerar como programas por defecto porque están hechos con piezas muy elementales, básicamente emociones de bajo coste, como el odio y el miedo. Creo que los éxitos de Trump, Farage, Orbán, Kazynski, Erdogan… ilustran bastante estos supuestos. Lo que tienen en común es la lógica adversarial: corresponde al enemigo la carga de la prueba, de ahí la importancia de montar un buen enemigo. ¿Hace falta recordar el título del simposio que inauguraba el Tricentenario (otro intento avieso de construir la eternidad de la hostilidad)?

No hace falta pero lo recuerdo: «España contra Catalunya (1714-2014)». Por cierto, ya que estamos en esto, ¿por qué un intelectual prestigioso como Josep Fontana inaugura un «congreso» de estas características? ¿Qué explicación le das?

Lo he dicho antes, mentes ilustres sucumben a la meteorología tribal (las de quienes no llegamos a eso también, por descontado). Es un aspecto importante, que no remite solo a la corruptio optimi citada sino a un hecho difícilmente aceptado porque nos gusta unificar la personalidad en el marco de un rasgo dominante: la heterogeneidad de la inteligencia. Como nadie es perfecto, nadie es inteligente en todas las cuadrículas de la vida; personas brillantes en su disciplina pueden ser torpes a la hora de entrever las maniobras de alguien en una organización o creerse alguna variante del timo de la estampita o ser incapaces de desmontar un enchufe. Y personas mates también. En los asuntos donde cuenta mucho el contexto hay una enorme presión hacia la conformidad. Fontana y otros miembros de prestigio de la academia -hay que citar por lo menos al organizador y exsocialista (la condición de ex genera su propia lógica situacional de hiperadaptación, los grandes saltos han tenido a socialistas en la proa: Mascarell artífice del apoyo de ilustres socialistas en la apoteosis de Mas en 2012, Sobrequés armando el simposio, Ignasi Elena al frente del Pacto Nacional hoy han cumplido el papel de avalistas de los tópicos puestos en circulación sin el contraste requerido)-.

La conformidad hace que estos exponentes de la élite intelectual acepten el menú de plato único del estereotipo popular: España contra Cataluña. (El esquema funciona igual en sentido contrario, porque es un epifenómeno de la gramática identitaria). Y ahí tenemos al Fontana autor de exquisitos, sofisticados y voluminosos trabajos desgranando los más burdos tópicos. Y aquí hay que ser cuidadoso con el poder de la lógica situacional -eso habría hecho probablemente quien escribe de haberse encontrado en las mismas circunstancias-. Por ello es tan crucial poner remedio antes de que las circunstancias sean tan potentes, como cuando uno pasa la línea crítica en la ingesta de alcohol. Fontana y otros historiadores asumieron la tarea de dar lustre al estereotipo, con una operación requetemanida de la retórica nacionalista que usa la historia como excipiente o pretexto y que consiste en invertir la función de las operaciones mentales, imaginando el pasado y recordando el futuro (según argumentó el historiador L. Namier) en vez de proceder al revés, como corresponde. Los nacionalistas serbios (muchos desembarcados del comunismo y otros con un pie en él) justificaron la llamada a rebato de 1989 recordando la batalla de 1389. Como habían hecho los asesinos del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, el mismo 28 de junio de aquella otra imaginada, desencadenando la primera Guerra Mundial.

Así que el simposio tuvo que imaginar 1714 a partir de 2014 (la cosecha de anacronismos es por ello inabarcable) y recordar ¿2114? como el ectoplasma de esa Ítaca mágica que sobrevuela el procés. Por eso el discurso procesista insiste en la idea de recuperación, de que nos dejen volver a ser lo que fuimos (tendría que decir lo que ahora imaginamos que fuimos). Aquí se juntan la retórica adversarial con la inversión cronológica de la causalidad: hacemos decir a los antepasados lo que fingimos escuchar de ellos (ventriloquia inversa). Puedo añadir un ejemplo en boca del peneuvista y luego profeta del MLNA Telésforo Monzón: «Para nosotros Zumalacárregui en la primera guerra carlista, Santa Cruz, en la segunda guerra carlista, José Antonio de Aguirre en el año 36 luchando contra el fascismo internacional y ETA, lo digo claramente, son una misma guerra. Guerra cuyo origen está en que nos robaron la soberanía de nuestro pueblo». El cansancio del tópico. Puigdemont no ha podido no hacer referencia a la nación milenaria en su presentación coreografiada del anuncio del referéndum de octubre. Frente a las espesas nieblas de la literatura historizante -lo que llamo parahistoriografía- hay que preferir el análisis empírico y formularse esas preguntas que ya son tópicas: «Cuándo y por qué se torció/jodió lo nuestro». La respuesta es también indicativa: Para los esencialistas lo nuestro se jodió al día siguiente de nacer, cuando unos bárbaros nos arrebataron la edad de oro y nos arrojaron a las tinieblas de la esclavitud ontológica (el motivo del destino robado).

Vistos desde hoy, explicado de forma breve, ¿qué es lo que se pactó esencialmente en el llamado Pacte del Majestic?

Esto es fácil recuperarlo en las hemerotecas. Aznar consiguió el apoyo de Pujol para sustentar su insuficiente mayoría (como había hecho antes el PSOE, y acaba de hacer Rajoy con el PNV por un lado -Concierto-Cupo- y con PDeCAt, por otro: decreto de la estiba) a cambio de financiación, traspaso de competencias y dos elementos muy característicos del estilo Pujol: la intangibilidad de la política lingüística y la cabeza de Vidal-Quadras. La psicología mencionada antes no le permitía a Pujol presumir de los logros porque se quedaba sin bazas para la lógica adversarial, de modo que la presentación pública puso un bemol para no agotar la alfaguara de los  agravios. Por cierto, ¿cómo sintonizamos datos como este acuerdo con el estribillo de la incomprensión secular de una pregunta anterior? Y aprovechando la solemnidad de los nombres para la disputa sobre la antigüedad de los odios y el dato de la muerte fulminante del Banco Popular, una invitación a buscar al padrino que le bautizó como Banco Popular Español, la adscripción ideológico-religiosa de fundadores o directivos o las hazañas de algunos de sus vástagos.

Eso, ¿cómo sintonizamos datos como los señalados con la incomprensión secular? ¿Cuento, puro cuento, coartada falsaria ideológica?

Claramente no resisten ni el primer asalto de un análisis cabal. Solo se puede explicar invocando la dependencia de la razón respecto a motivaciones no racionales. Pero como escribió Kolakowski, a nadie le faltarán razones para demostrar aquello en lo que esté decidido a creer (o a negar, como en el caso del cambio climático).

En lo que llamamos pujolismo, en el nacionalismo catalán, abiertamente secesionista o no, ¿hay etnicismo, supremacismo étnico?

Los nacionalismos tienen una pigmentación variable y regulable. Hay diferentes expresiones de un mismo nacionalismo así como una susceptibilidad al cambio de cada una de ellas entre esos polos ideales que llamamos nacionalismo étnico y cívico. Pero son ideales; en la realidad hay un continuo y en la realidad los ingredientes doctrinales cambian y pueden activarse, inhibirse o desaparecer determinados rasgos. Pensemos en la curva de nacionalismos como quebequés, el bretón, el canario o el vasco tras la travesía en la oposición a la salida de Ibarretxe. El etnicismo y el supremacismo son dimensiones siempre latentes en los nacionalismos y van asociados. En realidad todos los nacionalismos en su fase activada descansan sobre tres premisas: somos diferentes, somos mejores/superiores, tenemos derechos asimétricos. La primera puede expresarse como etnicismo, darwinismo social o formulaciones análogas. La segunda remite al supremacismo que es una variante de la elección étnica. La querencia a traducir estas premisas en clave genética es también un clásico; el conteo genealógico de los apellidos es un ejemplo del lado vasco y en el catalán bastan dos ejemplos de un mismo partido (¡que lleva la palabra izquierda en su tarjeta de visita!) de Heribert Barrera a la tesis de la distribución diferencial de genes catalanes de Oriol Junqueras. Recordamos igualmente el empeño de Antonio Vallejo Nájera, jefe de los Servicios Psiquiátricos del Ejército de Franco, de aislar el «gen rojo» de la inferioridad, desviando aquí ligeramente el referente del soporte genético.

Pero en el caso de Vallejo Nájera hablamos de inferioridad ideológica, de señalar locura a los oponentes políticos, con lo que puede justificarse su exterminio o cuanto menos agresiones y muertes. Cuando hablas con mucho secesionistas te encuentras con lemas como este: «Yo no escogí ser catalán; tuve esa suerte» (lo llevaba un sindicalista amigo no hace mucho en una concentración sobre Venezuela).

Hay ciertamente una diferencia pero ambas estrategias discursivas se sitúan a lo largo de un continuo y la posición puede desplazarse en función de los vientos de la lógica situacional, por un lado. Por otro, todas las estrategias identitarias tienen este elemento paradójico: se reclaman de realidades eternas pero son superlativamente oportunistas. Volviendo a lo de recordar e imaginar. No es que estemos contra España porque es nuestro enemigo secular sino que si estamos contra España tiene que ser nuestro enemigo secular. Como ha escrito el especialista en los Balcanes Misha Glenny, el enemigo de hoy es siempre eterno. Y el de mañana enseguida adquirirá esa pátina aunque sea enemigo del de ayer y del de pasado mañana. Pensemos en los discursos franceses durante los años de la derrota ante Prusia a finales del XIX. Y de nuevo en algunos discursos francés y alemanes en vísperas de la Primera Guerra Mundial. O en los de Trump y colegas de hoy y sus antecedentes reaganianos con relación al «imperio del mal». Y así ad nauseam. El eslogan que citas es una versión hipocalórica del menú de la elección étnica. ¿Ahondamos? La tierra y la sangre catalana tienen propiedades distintivas, corresponden a una ontología de orden superior; por eso es una suerte que el destino nos hiciera nacer allí. El fatalismo asimétrico. Como si fuera algo distinto de haber nacido un martes de un mes con r en fase de cuarto menguante ¿O exagero?

(Y un paréntesis sobre los cambios oportunistas de evaluación: recordamos que en vísperas del 9N este tenía para sus convocantes todos los merecimientos incluida la excelencia (¡) de la pregunta, pero ahora que se convoca el referéndum del 1 de octubre no duelen prendas en admitir que hubo más de arena que de cal en la cocina de aquella iniciativa suprema, incluida la fórmula oportunistamente alambicada de la pregunta).

Tomemos un descanso.

De acuerdo.

Nota:

1) Primera parte de esta conversación: «El dad (derecho a decidir) es un producto de marketing. Si me permites una nota de humor, es una marca de gaseosa» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=232251

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.