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La quintaesencia

Fuentes: Rebelión

Que los griegos son sabios lo demuestra Empédocles de Agrigento, un filósofo y político democrático griego que nace unos cinco siglos antes de Cristo en el seno de una familia noble y ocupa importantes cargos en la vida pública. Se sabe que cuando pierde unas elecciones es desterrado y que en adelante se dedica a […]

Que los griegos son sabios lo demuestra Empédocles de Agrigento, un filósofo y político democrático griego que nace unos cinco siglos antes de Cristo en el seno de una familia noble y ocupa importantes cargos en la vida pública. Se sabe que cuando pierde unas elecciones es desterrado y que en adelante se dedica a la búsqueda de la sabiduría. Su personalidad está envuelta en la leyenda, que lo hace aparecer como mago, profeta, autor de milagros y revelador de verdades ocultas y misterios escondidos; aunque fuentes verosímiles afirman que también fue un filósofo de gran envergadura entre los egipcios.

Aristóteles le atribuye un experimento en el que usa una clepsidra para demostrar la presión del aire. También descubre la fuerza centrífuga y el sexo de las plantas. En astronomía identifica correctamente que la luz de la Luna es el reflejo de la del Sol y que la Tierra es una esfera.  Escribe los poemas «De la Naturaleza» y «Las Purificaciones», inspirados en el misticismo de Orfeo, de los de los 5.000 originales únicamente se conservan 450 versos. En ellos, Empédocles comienza, como Parménides, por establecer la necesidad y perennidad del ser; su originalidad consiste en que concilia dicha necesidad con el devenir, con el transcurrir del Todo.

Empédocles postula la teoría de las cuatro raíces, que más tarde Aristóteles va a llamar elementos, en la que junta el agua de Tales de Mileto, el fuego de Heráclito, el aire de Anaxímenes y la tierra de Jenófanes, componentes de los distintos entes que hay en el Universo. Para Empédocles, cada uno de estos elementos es imperecedero, pero al mezclarse entre sí, dan lugar a la diversidad de los seres y los cambios que se observan en el mundo; posteriormente, Demócrito postula que estos elementos están hechos de átomos.  Para Empédocles, estas raíces son originarias e inmutables y están sometidas a dos fuerzas que explican el cambio y la permanencia de los seres en el mundo: el Amor, que tiende a unir los cuatro elementos como atracción de lo diferente, y el Odio, que actúa como separación de lo semejante. Cuando predomina el Amor, en la más pura y perfecta esfera, el Odio comienza a deshacer toda esta armonía hasta lograr en el caos la disgregación más completa; de nuevo interviene el Amor para unir lo que el odio ha separado, y así, estas fuerzas en cíclicas contiendas dan origen a las diversas manifestaciones del Cosmos.

Empédocles considera al hombre un microcosmos, una síntesis del macrocosmos compuesto por estos cuatro elementos, y cree que la salud en él depende del equilibrio armonioso entre los mismos. Del enfrentamiento de estas fuerzas en los hombres se explicaría todo cuanto les sucede.

Empédocles dedicó gran interés a la observación de la naturaleza y expuso concepciones originales sobre la evolución de los organismos vivos, la circulación de la sangre y situó la sede del pensamiento en el corazón, tesis acogida durante mucho tiempo por la medicina. Es autor de la hipótesis de la evolución orgánica. Con base en su teoría de las raíces, supuso que en un principio habría numerosas partes de hombres y animales distribuidas al azar: piernas, ojos, etc, que se combinarían aleatoriamente por atracción o por Amor, lo que, de ser incompatibles, daría lugar a criaturas aberrantes e inviables, que no habrían sobrevivido. Dijo: «Muchas especies de criaturas vivas tienen que haber sido incapaces de propagar su linaje, ya que en cada una de las especies hoy día existentes o la industria o el valor o la velocidad ha protegido desde el principio su existencia, conservándola.»

Esta doctrina, de la evolución y transformación de todos los seres, ha dado pie a la teoría de la metempsícosis, pues por ley necesaria los seres expiarían sus delitos a través de una serie de reencarnaciones. Escribió: ya he sido, anteriormente, muchacho, muchacha, arbusto, pájaro y pez. Para él, sólo los hombres que logren purificarse podrán escapar por completo del círculo de los nacimientos y volver a morar entre los dioses.

Platón, en el Timeo, describe la naturaleza del principio material del cosmos, amorfo y caótico, sujeto a la necesidad; se ocupa, por lo tanto, del estudio de los fenómenos físicos. Las consecuencias a las que llega no son ciertas sino probables, pues se trata de una realidad sujeta al devenir. También, para Platón, el cosmos está compuesto de cuatro elementos: fuego, tierra, aire y agua, que no son el fundamento de la realidad material sino que están a su vez compuestos por algo más básico, los triángulos.

Para Platón, estas partículas geométricas son sólidas, pequeñas e invisibles, pero en gran cantidad toman apariencia. De los cuatro elementos: la tierra corresponde al cubo; el aire, al octaedro; el agua, al icosaedro y el fuego. al tetraedro. Además teoriza sobre una quinta partícula sólida, el dodecaedro, que funciona como elemento decorativo del cosmos, y cuya función no precisa.

Para Aristóteles, el éter, del latín aether, es el elemento material del que se compone el mundo supralunar, mientras que el mundo sublunar lo forman cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. A diferencia de éstos, el éter es un elemento más sutil, más ligero y más perfecto que los otros cuatro. En el hinduismo, el Akash significa éter, espacio o cielo, y es el quinto de los cinco grandes elementos (pancha-mahā-bhūta); los otros son: prthivi (tierra), apa (agua), agni (fuego) y vayu (aire). En la wicca, una religión neopagana que surge en Inglaterra luego de ser abolidas las leyes que persiguen la brujería, el akash, quintaesencia, éter, o sonido sagrado, es una energía unificadora que se encuentra de modo inherente en cada criatura viviente del planeta, así como en los otros cuatro elementos (tierra, aire, agua, y fuego) que componen el mundo natural.

En la obra «El Traité de l’harmonie réduite à ses principes naturels», publicado en 1722,  se sintetizan los esfuerzos del autor, Jean Philippe Rameau, por hacer de la música una ciencia, pese a que siempre fue considerada un arte. Rameau recoge los trabajos de sus predecesores, especialmente de Gioseffo Zarlino y René Descartes, para ordenar las nociones dispersas publicadas antes de él y hacer de la armonía una ciencia deductiva como las matemáticas. Postula que: El sonido es al sonido, lo que la cuerda es a la cuerda. Para Rameau, es la naturaleza misma la que establece esta teoría y afirma que la armonía es la quintaesencia de la música y que la melodía proviene de la armonía.

Durante la Edad Media, el término aether, justamente por ser el quinto elemento material reconocido por Aristóteles, comenzó a ser llamado así, quinto elemento o, también, quinta essentia, de donde viene la expresión quintaesencia. El éter es una sustancia hipotética extremadamente ligera que se creía que ocupaba todos los espacios vacíos como un fluido imperceptible. El término aparece tanto en la física aristotélica como en la antigua teoría electromagnética de finales del siglo XIX hasta que Einstein la elimina de la ciencia al formular la Teoría Particular de la Relatividad.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.