Para que vean que verdades hay por las calles, la más de las cuales es un secreto a voces: no puede haber perdón frente a la masacre mientras los victimarios sigan tranquilos, engordando, fabricando verdad a medias.
Son 30 años cumplidos el 11 de noviembre de 2018. 43 personas asesinadas por un escuadrón paramilitar que dejó al amanecer del 12 de noviembre un río de sangre en pleno parque. La gente no olvida. Tampoco perdona porque el perdón no se tramita con burocracia ni eventos. Están bravas las víctimas porque se impuso la impunidad y porque los victimarios gobiernan; gestionan muy orondos una paz, un perdón, un olvido y una reconciliación: de cartón.
Voces que claman
El cura que celebró la misa de conmemoración: «Nos sentimos avergonzados porque la estupidez humana llega a cometer actos totalmente de barbarie. Hace cien años, 1918, hoy lo recuerdan en Francia, se terminaba la Primera Guerra Mundial. Un día como hoy, 11 de noviembre. Y seguramente se planeaba para la segunda. Son las paradojas de la vida. 11 de noviembre de 1988, un drama de muerte. Aquí no hemos venido a hacer un juicio de responsabilidades, no hemos venido a señalar a nadie. Que Dios haga justicia, y que la justicia humana logre su cometido».
Arminda de Jesús Restrepo
«¿Quién nos ha reparado a quién? Un caos total. Yo soy católica y le dije al padre: quiero confesarme pero yo no soy capaz de perdonar… Y él me dijo: tienes que perdonar… Y le respondí: -Padre, tener es una obligación. Nosotros trabajamos de lado a él (el político Cesar Pérez), y nos pagó matándonos la familia. Y después dijo en Bogotá que no sabía quiénes éramos nosotros. No paga con el tiempo que está en la cárcel. Le dieron 30 años y fueron 43 los muertos, ¡o sea que no paga siquiera de a año por muerto! Y no repara a nadie porque todos los bienes los pasó a terceros. Pues si nos quitó las manos y los pies que eran los hermanos para ayudarnos, él debe repararnos a nosotros».
«En esta casa cayó: Carlos Enrique Restrepo Pérez, mi padre; Carlos Enrique Restrepo Cadavid, mi hermano el carnicero; una hermana que le iban a amputar los pies porque se los dañaron con las balas que mataron a mi papá; un hermano perdido… y nosotras con el dolor. Ojalá que le ayuden al pueblo. La gente no necesita solo comida, la gente necesita paz y tranquilidad, y el Gobierno no nos la da».
Los niños
Un grupo de seis niños, entre 12 y 14 años, todos en bicicleta, nos ven como forasteros y se preguntan por nuestra presencia. Uno de ellos dice: «es por lo de la masacre». Y se despierta en ellos la memoria de lo macabro transmitida por sus padres en sucesivos relatos. Uno de ellos toma el hilo del relato: «eso fue toda una noche de bala y bombas. El día del velorio, mi mamá me cuenta que un señor tocó el tambor duro y con el primer golpe los que cargaban a los muertos soltaron los ataúdes al suelo y muchas cajas se dañaron y tocó recogerlos de nuevo».
Enterrados pero no olvidados
Y en el parque, en el evento conmemorativo, vuelve uno a ver que la memoria es un campo en disputa, pero los poderosos siguen agenciando su aplanchamiento, su esterilización, su conversión en lugar común, lenguaje oficial, trámite. Así lo demostró el alcalde de Segovia sentado en el centro de la mesa y las víctimas, de nuevo, al margen.
En su discurso se limitó a decir: «tengo varios cuestionamientos al actual proceso de paz, porque delimitaron la zona verdal de Carrizal como territorio de Remedios y eso pertenece a Segovia» (¡!). Aún la patria boba. Hasta de la muerte los gobernantes fabrican un banquete, un aparecer. Triste la Alcaldía presidiendo un evento donde las víctimas son el centro. Y así apoyen la conmemoración con algo de dinero, su presencia no deja de tener cierto aire carroñero.
Mientras, como en cualquier parque de los pueblos de Antioquia, aparecen los que no están invitados a la mesa pero que son del parque, o mejor, son ellos mismos el parque. En realidad muchos segovianos tienen memoria de los hechos porque ahí cayó algún familiar o conocido.
Un señor gordo y barbado se acerca y nos dice: «Ah, eso para qué si ni dicen la verdad. Los responsables son el Ejército y la Policía que se acuartelaron desde las cuatro de la tarde porque sabían lo que iba a pasar y no hicieron nada, y vea, ni piden perdón». Otra señora, llorando, nos dice: «Esto no ha cambiado, nos siguen matando. Me mataron al hijo hace dos meses y luego al esposo, yo solo espero esas plata de la reparación pero para vengarme, y echarles así sea café sobre la sangre».
Para que vean que verdades hay por las calles, la más de las cuales es un secreto a voces: no puede haber perdón frente a la masacre mientras los victimarios sigan tranquilos, engordando, fabricando verdad a medias. Bastaba ver a los de la Alcaldía repartiendo unas velas con los nombres de las víctimas, y una de las velas sin mecha para prenderse. La elocuencia de los detalles. Pero sienten que cumplieron.
Como había delegados de la Unidad de Víctimas, JEP y de la CEV, la comitiva de la Alcaldía aparece presidiendo la marcha conmemorativa, todos bien peinados, sintiéndose políticamente correctos de acuerdo al momento histórico, pero, definitivamente, sin nada que decir. Y peor aún, sin darse cuenta de que en ciertos momentos es preferible quedarse calladitos, a ver si así entendemos más la muerte.