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La realidad por encima de todo

Fuentes: Rebelión

Es una convención en las sociedades occidentales que las demo­cracias, las democracias burguesas, están vertebradas en un Estado compuesto de tres fuerzas institucionales que se contro­lan, se equilibran y se compensan entre sí: el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial.  A principios del siglo veinte, con la difusión masiva del perió­dico, se […]

Es una convención en las sociedades occidentales que las demo­cracias, las democracias burguesas, están vertebradas en un Estado compuesto de tres fuerzas institucionales que se contro­lan, se equilibran y se compensan entre sí: el poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder judicial. 

A principios del siglo veinte, con la difusión masiva del perió­dico, se incorpora otro poder que no pertenece al Estado pero se considera lo suficientemente vigoroso e influyente para ser califi­cado de cuarto: el periodismo. Pero a medida que se fueron introduciendo en la sociedad la difusión de la noticia y la opi­nión masivas a través de las tecnologías de radio y televisión, el potencial del poder mediático va alcanzando unas proporciones gigantescas que en cierto modo ensombrece la fuerza de los otros tres hasta acabar siendo en cuestiones muy importantes para la sociedad la causa de la causa. Aunque aún hay otro poder por encima de él, cuyo nombre no figura en ninguna institución: el poder económico, el bancario y financiero. Este es el poder que, en lo esencial, está detrás de todo y lo domina todo. Decisivo en la configuración de una clase de democracia que no nos recuerde en modo alguno que tenga algo de popular o de proleta­ria, pues el calificativo más suave será «populista» aunque no signifique nada.

De aquí que el partido que aspire a participar del poder polí­tico, ha de rebajar lo suficiente su radicalidad, el poder econó­mico necesita imperiosamente de estabilidad para desenvol­verse. Un poder transversal que no reside sólo en el país donde los partidos compiten localmente, sino que reside en todo el te­jido financiero que a su vez abarca a todas las naciones que com­parten el sistema. De ahí resulta que, por ejemplo, la justicia penal, la «realidad penal», en unas naciones más que en otras pero en España más que en ninguna otra, se modula y realiza en función de la capacidad crematística del condenado, pues el con­denado por un delito económico puede «lavar» ordinariamente la sentencia que le condena, neutralizando su entrada en prisión gra­cias al mismísimo producto de la rapiña por lo que fue conde­nado. Del mismo modo que en otro tiempo el ciudadano podía librarse del servicio militar mediante compra de la licen­cia. Y del mismo modo que en otro podía comprar una bula para seguir pecando. Esta otra convención tampoco figura en docu­mento ni en tratado alguno.

Así es que al igual que en la esfera religiosa, para los creyentes todo lo que le sobreviene al hombre es por la voluntad de dios, en la sociedad civil todo cuanto sucede en la política es voluntad de los mercados y de los emporios económicos, y entre ellos el mediático. De manera que si en la división y separación de pode­res del estado está el principio de la democracia burguesa, es porque el poder económico se ha dejado antes someter a cam­bio de ser él y de consuno el periodístico, quienes diseñen el ver­dadero marco de esa democracia. El nivel de ésta será el que convenga al poder económico, bancario y financiero. El margen de maniobra del político es demasiado estrecho como para darle una importancia que no tiene sólo porque tiene rostro.

¿Cuàles son las consecuencias? Pues que si la vida es sueño según muchos y muy consagrados autores, que si éste es el me­jor de los mundos posibles, según otros autores tan consagrados como los anteriores, y que si la «realidad» global es el resultado de los acuerdos a los que llegan continuamente grandes minor­ías, por arriba, y a los que llegan, o creen llegar, por propia vo­luntad grandes mayorías, por abajo, la energía que ha de desple­gar cada individuo por separado para ser dueño de su vida debe estar dirigida a corregir severamente al poder mediático, en pri­mer lugar, y luego al poder económico. Ello deberá ser con actitu­des, decisiones y prácticas exponer en otros espacios de re­flexión y de pensamiento social. Aunque no se puede ser muy optimista. El recorrido de la toma de conciencia será muy largo. Parece que ese momento pertenece más bien al siglo próximo. Ese tiempo en que el ser humano ya habrá descubierto que el di­nero no se come… Que debamos sugestionarnos permanente­mente con ficciones y fabulaciones para hacernos la vida más so­portable y no verla tan descarnada, y que en función de esto ol­videmos que es el poder económico y el dinero los que gobier­nan en los países y en el mundo, no significa que esta no sea la realidad inevitable por encima de todo…

 

Jaime Richart, Antropólogo y jurista,

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