En una ceremonia cuidadosamente escenificada, Sebastián Piñera presentó su primer gabinete en un lugar recargado de simbolismos. De republicana, poco. Más bien parecía la auto coronación de un monarca absoluto, que distribuía suertes y encargaba tareas cuya definición era de su estricta incumbencia. Cada ministro recibía un ejemplar especialmente editado para esos efectos, de la […]
En una ceremonia cuidadosamente escenificada, Sebastián Piñera presentó su primer gabinete en un lugar recargado de simbolismos. De republicana, poco. Más bien parecía la auto coronación de un monarca absoluto, que distribuía suertes y encargaba tareas cuya definición era de su estricta incumbencia.
Cada ministro recibía un ejemplar especialmente editado para esos efectos, de la Constitución Política de Chile. ¿Un mensaje para aquellos que sostienen la necesidad de reemplazarla por un texto democrático en su origen y contenidos? No pensarlo, sería ingenuo.
El otro llamativo obsequio era un pendrive, que el propio futuro mandatario les «impuso» atado a una suerte de cadena tricolor colgada del cuello. Todo un símbolo de los nuevos tiempos. En el otro gobierno gerencial, el de Alessandri Rodríguez, el objeto de culto era una regla de cálculo. ¿Cambia, todo cambia?
No pocos han hecho la observación de que el despliegue comunicacional del próximo gobierno tiene, entre otros propósitos, el de adelantar su implantación. Al día siguiente de la imposición de manos, el presidente electo realizaba su primera «reunión de gabinete». ¿Se trataría de un gobierno y gabinete paralelos? ¿No teníamos por sabido que el mandato de la actual presidenta, Michelle Bachelet, concluye el 11 de marzo?
Pero, más allá de las parafernalias y las reiteradas invocaciones a las «excelencias» -recomendación que viene muy de cerca- lo que sí quedó en claro es el carácter de clase del próximo gobierno. ¿Es que a alguien le cabían dudas de ello? Aunque… tal vez, sí, dada la votación alcanzada en sectores medios y populares. Ahora, ya se lo sabe: el mando está en manos de los patrones.
El sutil tejido que une líneas y ramas familiares y empresariales, de una clase renovada y ostentosa, no dejará de proporcionar sorpresas a medida que se vaya conociendo más sobre el «quién es quién» del equipo piñerista. Al que falta agregarle el contingente de subsecretarios, intendentes y gobernadores, entre otros cientos de cargos a repartir.
Que habrá «conflictos de intereses», va de suyo. Aunque, bien pensado, ¿quién se hará un «conflicto» por la coincidencia y cohabitación de tales intereses? ¿Es un «conflicto», en la lógica empresarial que pronto presidirá al gobierno del país, el que, por ejemplo, el ministerio de Salud sea entregado en las manos de un representante conspicuo del sector privado?
Con un buen manejo de su prensa, Chilevisión incluido, bien se puede pasar gatos por liebres y convencer a la gente que se trata de «un gobierno de unidad nacional» porque un ministerio fue a dar a las manos de un conocido político concertacionista cuya última incursión electoral tuvo como escenario Santiago, en donde perdió la alcaldía frente a un hombre de la derecha.
Y en cuanto a la tierna preocupación manifestada en la campaña electoral por la suerte de «los más desfavorecidos» y «nuestra postergada clase media», ¿dónde están sus representantes en el bullado gabinete de sus «excelencias»?
Quedan otros pasos que aún deberá dar el próximo presidente para que pueda asumir dignamente su cargo. Quedan las acciones LAN, de altísimo valor; sus intereses en clínicas privadas y su propiedad de un canal de televisión.
Al derroche de doctorados y títulos en universidades yanquis y también locales, habría que sumarle un dato que sería relevante en cualquiera democracia. Se trata de la suma de los patrimonios de excelencia que conformarán el gabinete. Nada significativo, por cierto, en comparación con el del propio presidente, pero no por ello carente de relevancia luego de tanto hablar de la transparencia, y de esa «vocación de servicio público» de que se ha hecho tanta gala en los últimos tiempos.
Faltan aún algunos días para el cambio de mando. Entonces, comenzará una etapa nueva, en la que la derecha extrema del país tendrá la casi absoluta suma del poder. Habrá maniobras de simulación para no se le noten las hilachas pinochetistas detrás de la alfombra «de excelencia». Habrá piedras de tope, materias en las que se pondrán a prueba tanto la índole del nuevo gobierno como sus reales intenciones. Un listado no exhaustivo podría ser encabezado por asuntos como las relaciones con los países vecinos, la postura en relación con las causas de derechos humanos, el tratamiento a las demandas de los trabajadores, la conducta ante las manifestaciones y movilizaciones de los distintos sectores de la vida nacional.
Si de algo no puede haber dudas, es que los diversos sectores sociales -trabajadores, mujeres, jóvenes, activistas por los derechos humanos, defensores del medioambiente- no bajarán la guardia sino, al contrario, mantendrán una actitud de vigilancia y estarán prestos a resistir cualquiera vulneración a su dignidad y a sus derechos. Y tal vez sea ésa la marca de los nuevos tiempos, en esta etapa provisoria que deberá enfrentar como una repetida prueba el pueblo chileno.