Marx cuestionó la idea de que el capitalismo se autorregulaba. Para él no había una “mano invisible” que ponía en orden las fuerzas del mercado, como había postulado Adam Smith en La Riqueza de las Naciones. En cambio, Marx sostenía que el sistema estaba condenado a periodos de crisis recurrentes que eran inherentes a él. El crash bursátil de 1929 y las subsecuentes crisis alcanzaron su punto culminante en 2007-2008, cuando el mundo vivió un colapso financiero nunca antes visto en cuanto a su gravedad, impacto y persistencia.
Aunque, al contrario de lo que predijo él, las crisis no han ocurrido en la industria pesada, sino en el sector financiero.
Ganancias desmedidas y monopolios
La plusvalía es el valor que un trabajador crea por encima del valor de su fuerza laboral. El problema, según Marx, es que los dueños de los medios de producción se adueñan de la plusvalía e intentan maximizar sus ganancias a expensas del proletariado. Así, el capital tiende a concentrarse y centralizarse en unos pocos acaudalados y, como contrapartida, conduce al desempleo y a una depreciación de los salarios de los trabajadores. Esto puede verse hasta nuestros días. Por ejemplo, un reciente análisis de la revista británica The Economist muestra que en las últimas dos décadas el sueldo de los trabajadores en países como Estados Unidos se ha estancado, el salario de los máximos ejecutivos ha aumentado significativamente, han pasado de cobrar 40 veces más que el promedio a embolsarse 110 veces más.
La teoría económica asume que la competencia se mantendrá de forma natural; Marx notó que el poder del mercado se centralizaría en compañías monopólicas que se depredarían entre sí; como por ejemplo: WalMart y otros gigantes de industrias tecnológicas, comunicacionales, etc., cuya presencia e influjo abarcan todo el orbe.
La alienación económica
Tras el pensamiento marxista existe una voluntad de transformación social. Para que dicha voluntad sea posible es necesario denunciar las injusticias e incoherencias del sistema. Tanto Marx como Engels así lo hicieron, y consideraron que el miserable estado de gran parte de la humanidad tenía como causante las relaciones de producción propias del capitalismo, pues este supone una organización internacional del trabajo donde el ser humano no se realiza en plenitud… Más bien se aliena.
El trabajo es natural y esencial para el ser humano. El trabajo, como forma de transformación de la naturaleza y medio para garantizar la subsistencia, se convierte en una necesidad, pero también en una forma de humanización porque permite la realización personal. No obstante, en la sociedad capitalista el trabajo, en lugar de dignificar, solo desposee y aliena, ya que se convierte en una forma de explotación.
Estar alienado significa no identificarse ni reconocerse a sí mismo, ni con aquello que nos define, por ende, implica deshumanización. Se genera alienación cuando el trabajador no se siente reconocido ni valorado, además de percibir que aquello que crea con su labor no pertenece realmente a él. De esto último se destilan tres niveles de alienación económica:
-Respecto del producto del trabajo: se desencadena cuando el trabajador no se reconoce en aquello que crea, ya que no le pertenece. El objeto de su labor o trabajo deviene mercancía y con la transacción comercial se convierte en capital, es decir, se transforma en un instrumento más de explotación. Gran paradoja: el trabajador produce el medio de su opresión.
–Respecto del acto de trabajar: muchas veces se desarrolla en paupérrimas condiciones. Amén, el trabajador carece de posibilidades de desarrollar su habilidad intelectual porque solo es un pequeño agente en el gigantesco engranaje productivo.
–Respecto de la sociedad: la alienación económica hace que el objeto producido no le pertenezca al trabajador sino a otro, creando con ello una escisión en la sociedad, dando lugar a dos grupos o clases sociales antagónicas: la clase oprimida que realmente produce las mercancías y la clase opresora que se apropia de ellas.La alienación social
Es una forma derivada de la alienación económica. Implica la estricta y discriminatoria división en clases, según podrán o no los medios de producción,comporta el reconocimiento o no de privilegios sociales. Esto es la causa de que los desfavorecidos económicamente se vean privados del reconocimiento de su dignidad como personas y como ciudadanos.
La alienación religiosa
También deriva de la alienación económica. Marx considera que las religiones suponen un medio de opresión a la clases baja. La creencia en un futuro celestial, dónde todas las personas serán iguales ante Dios, propicia que se resignen a las desigualdades e injusticias reales. La promesa de un «más allá» atenúa las ansias de transformación social y hace aceptables situaciones intolerables. La célebre frase: «La religión es el opio del pueblo», significa que las creencias religiosas adormecen las luchas reivindicativas de la clase trabajadora.
La globalización y la inequidad
En el Manifiesto Comunista se plantea que la expansión global del capitalismo se convertirá en la principal fuente de inestabilidad del sistema internacional, como lo demostrarían una serie de crisis financieras en el siglo XX y XXI.
“La necesidad de constantemente expandir mercados para sus productos persigue a la burguesía sobre toda la superficie del globo. Debe anidar en todas partes, establecerse en todas partes, establecer conexiones en todas partes. Obliga a todas las naciones, so pena de extinción, a adoptar el modo burgués de producción“.
De acuerdo al profesor de Historia Económica Albrecht Ritschl, de la London School of Economics, hoy constantemente hay destrucción de mercados locales, inseguridad laboral y pérdida de empleos.
Desigualdad
La Fundación Oxfam en su informe Economía para el 99% de la población (2017) señaló que tan solo ocho personas poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, es decir, 3.600 millones de personas.
Bajo el capitalismo las diferencias de ingresos varían en cada etapa, difieren significativamente entre países y están condicionadas por las conquistas populares o la correlación de fuerzas entre opresores y oprimidos. Pero en todos los casos el capitalismo tiende a recrear y ensanchar las brechas sociales.
Además, Marx atribuyó la reproducción de la desigualdad, a la dinámica de un sistema asentado en ganancias derivadas de la plusvalía extraída a los trabajadores.
Apetitos imaginarios
Marx ya había detectado la tendencia del capitalismo, en búsqueda del crecimiento infinito, de crear falsas necesidades “la extensión de los productos y las necesidades se vuelve una especie de calculada y confabulatoria servidumbre a sofisticados apetitos imaginarios, inhumanos e innaturales”. Un ejemplo patente de esto es la constante fiebre consumista por la adquisición de diversos productos tecnológicos: ¿necesidad urgente y perentoria o solo una falsa ilusión de estatus?
Revolución no es Totalitarismo
Su modelo de gobierno es la Comuna de París de 1871. El rasgo principal de este tipo de gobierno es que la fuente del poder no es la ley previamente discutida y votada en el parlamento, sino la iniciativa directa, local, que arranca desde abajo, de las masas populares. Muy en boga actualmente por la eclosión mundial de los nuevos movimientos sociales.
Marx no planteó revoluciones de “minorías conspirativas”, o “revoluciones desde arriba”. Allí hay una radical diferencia entre Lenin y él.
La revolución socialista siempre ha debido ser una revolución democrática de multitudes. Por lo tanto, nada de veneraciones al Estado, a su maquinaria burocrática, a sus funcionarios y capas administrativas: “La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella” (Crítica del Programa de Gotha, 1875).
El Estado es un órgano subordinado a la sociedad, que debe ser radicalmente democrático aun en las fases de transición, y que depende enteramente del control de la inmensa mayoría para el interés de la mayoría inmensa. Sin Estado radicalmente democrático, sin socialización del poder, sin autogobierno de masas, no hay revolución socialista alguna.
La conclusión es sencilla: los promotores del Socialismo de Estado, del Socialismo burocrático, despótico y acrítico podrán autodenominarse “marxistas”, pero a la luz del pensamiento marxiano, se comprende por qué Engels los criticó y por qué Marx llegó a decir: “Yo no soy marxista”.
«Toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas hechos, sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha investigación” (carta de Friedrich Engels a Werner Sombart; 11 de marzo de 1895).
Finalmente, la derecha política no ha reparado en la explicación del resurgir del marxismo y de los nuevos movimientos sociales que toman las banderas de esta filosofía política. Se quedaron en una crítica, por lo demás justa, hacia los genocidios cometidos arbitrariamente por las dictaduras socialistas que maliciosamente tergiversaron la metodología marxista, como si esa fuese la quintaesencia de esta ideología; su ceguera intelectual no les permitió reparar en el tipo de gobierno popular, permanentemente renovado, autocrítico, antidogmático y participativo que Marx y Engels plantearon, y que actualmente cobra nuevos bríos entre una ciudadanía más empoderada.