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La reducción del trabajador

Fuentes: Rebelión

Nos dicen que la estabilidad presupuestaria puede garantizarse mediante dos vías: por la vía de la reducción del gasto o por la vía de los ingresos en forma de impuestos. Entre estas dos vías se estableció el combate entre, por decirlo de alguna manera, la socialdemocracia y los liberal-conservadores. Ahora bien, es más que notorio […]

Nos dicen que la estabilidad presupuestaria puede garantizarse mediante dos vías: por la vía de la reducción del gasto o por la vía de los ingresos en forma de impuestos. Entre estas dos vías se estableció el combate entre, por decirlo de alguna manera, la socialdemocracia y los liberal-conservadores. Ahora bien, es más que notorio que desde que triunfó la propuesta de la llamada «tercera vía» tras los estertores de la URSS, la socialdemocracia se adhirió incondicionalmente a la vía de la reducción del gasto, de tal modo que la vía de los ingresos, es decir, de los impuestos quedó borrada del mapa mental, no así su fantasma, que aparecía para recordar al sujeto revolucionario que si pagaba menos impuestos podía consumir más, cantinela que caló porque había pagas extras de navidad y crédito fácil.

Con la vía de los impuestos en proceso de mengua, la reducción del gasto se realizó mediante la privatización de empresas estatales o la concesión de la gestión de servicios públicos a empresas privadas, apoyadas por reformas laborales que pasaron desapercibidas (a lo sumo un día de huelga) en tanto que el sujeto revolucionario tenía trabajo y capacidad de consumo. Mientras tanto, el fantasma de los ingresos por impuestos seguía sobrevolando, lanzando proclamas al ideal de paraíso fiscal, en donde el individuo disfruta de la totalidad de su dinero sin tener que rendir cuentas.

Pero el fantasma también lo era de la especulación, en una forma nunca antes conocida, que dio con el hundimiento del sistema financiero mundial y que tuvo su canto del gallo con la quiebra de Lehmann Brother´s. Fue en este momento cuando la reducción del gasto quedó extrañamente suspendida en funciones y los estados se apresuraron a preparar partidas presupuestarias para salvar principalmente a la banca. Poco tiempo después eran los propios estados los que, en el peor de los casos, se declararon en quiebra, al no poder garantizar los plazos de pago de la deuda pública.

Resulta paradójico que durante la fase pánico de salvamento financiero se hablara de un retorno al Estado y de la necesidad de intervención para corregir los desajustes de la economía; para inmediatamente después, descubiertos los agujeros de los mismos, se hablara de la necesidad de derivar más competencias al sector privado, de la desregulación total de la economía y la flexibilización del mercado laboral. También resulta paradójico el hecho de que fue el deudor el que salvaba al acreedor, el cual, una vez en aguas seguras, empezó a exigir garantías de cobro bajo amenazas de triples A o el diferencial de puntos básicos.

Y resulta que la garantía no es sino una exacerbación de la vía de la reducción del gasto, de tal modo que se empieza a cuestionar servicios básicos como la sanidad o la educación, o el aumento por decreto de la edad de explotación a los sesenta y siete años de edad. En este sentido, cabe hablar de la educación o la sanidad como objetos de consumo, de tal modo que solo se toman si se pueden pagar. Y este poder pagar apunta directamente al sujeto revolucionario, atemorizado por las triples A y la caída de la bolsa, que o bien acepta una reducción de derechos para conservar un ya de por sí trabajo miserable, o bien acepta trabajar por horas aquí o allá porque es mejor que nada.

Así, esta reducción del gasto, cuyo ideal acaba de ratificarse en la unión europea con la exigencia del déficit cero, supone la asunción de un trabajador barato, cuyo ideal sería el esclavo, un ideal por otra parte bastante asequible en otras partes del mundo. Para ello hay que tener en cuenta que el trabajador es considerado como gasto, por lo que entra dentro del precio de coste de la producción, y dado que estamos en plena efervescencia de la reducción del gasto, que es el coste, nos hacen creer en la necesidad del abaratamiento de los costes bajo la coartada de que con ello se favorecerán las exportaciones, que por alguna extraña razón favorecen al conjunto de la población. Y decimos extraña razón en tanto que solo advertimos beneficio en el empresario que vende fuera, al cual a su vez se le han reducido los impuestos una vez descartada lo que antes hemos llamado la vía de los ingresos, por lo que no decimos nada nuevo al recordar que todos estos movimientos de salvamento y abaratamiento de la mano de obra en lugar de estar propiciando una salida a la crisis lo que propicia es una concentración de la riqueza en unos pocos, cada vez más pocos, y en un empobrecimiento de la gran mayoría.

Y decimos esto en la medida en que la vía de los impuestos supone en cierta medida una distribución de la riqueza siempre y cuando queden implementados en políticas sociales y no en corruptelas basadas en velódromos, institutos sin ánimo de lucro y monarquías de amiguetes. Ahora bien, la vía de los impuestos es reivindicada es desde una postura (suponiendo unos máximos a pagar) de socialdemocracia radicalizada, la cual, si suponemos que logra imponer impuestos elevados a las rentas y beneficios empresariales más altos, se encontraría inmerso en una de sus más horribles pesadillas dada la facilidad de mover el dinero por una parte y la tan temida deslocalización por otra. Y esta es la amenaza incesante que lanzan los favorecidos por la acaparación de riqueza.

Pero lejos de soñar con una radicalización de la socialdemocracia, la cual ha asumido descaradamente el rescate y el abaratamiento, y que sería más bien fruto de una nostalgia del estado del bienestar, hay que incidir en el abaratamiento del trabajador. Y es ahora en el que cabe un matiz, el abaratamiento está ocurriendo en Europa y por decirlo de alguna manera, en las democracias liberales occidentales, cuyo eje es EEUU; ya que la mano de obra esclava mantenía sus reservas en África, Latinoamérica y Asia. Y así como ocurrió con el dinero, ocurrió con el trabajo, de modo que esas reservas de mano de obra esclava se hicieron mucho más asequibles para implantar maquilas que antes estaban ubicadas en el caro norte, lo que a su vez sirvió, como ya hemos indicado antes, como amenaza para que el trabajador aceptara su propio abaratamiento.

Esta aceptación se realiza en muchos casos en tanto que el abaratamiento del norte parece lejos de la estricta esclavitud, lo cual da margen para seguir disfrutando de algunos lujillos que compensan la jornada de explotación. Esta aceptación también se produce al consolarse pensando que más mal están en otros sitios y con ello marcando la distancia del creerse afortunado en un mundo desafortunado. Así, el trabajo esclavo actúa como doble coartada, en tanto que para algunos es legitimación de la reducción de gastos y en tanto que para otros es la legitimación de los lujillos, los cuales, no está de más decirlo, se basan cada vez más en la oferta que caduca.

En suma, la vía de la reducción de gastos se ha traducido en una reducción del trabajador, hasta el punto de que ahora mismo se habla de manera candente de mini-trabajos, aunque en realidad habría que hablar de mini-trabajador. En otras palabras el esclavo es el trabajador reducido al máximo, el coste cero, la garantía de la deuda. Con la extensión de la esclavitud del sur al norte, cabe, por una parte, preguntarse por qué se miró mayoritariamente para otro lado (y aquí me incluyo personalmente) cuando parecía que la cuestión de esclavos no afectaba al trabajador democrático moderno ; y por otra si no sería la esclavitud lo que uniría en un destino común a los trabajadores, ya que las condiciones de trabajo de unos afecta a las condiciones de trabajo de otros.

Para finalizar debemos añadir que al hablar de destino común, el cual, como hemos dicho antes, viene anudado por la esclavitud, cabrían al menos dos opciones: Por una parte la aceptación del ser esclavo o la deriva hacia la esclavitud, pues al fin y al cabo se tiene algo que comer; por otra la lucha contra la esclavitud, que es la lucha por la dignidad de los trabajadores. Y en esta lucha nunca deberíamos, debimos, dejar de tener en cuenta que mientras haya un solo esclavo todos somos esclavos.

¡PROLETARIOS DELMUNDO UNÍOS!

POR UN SALARIO MÍNIMO INTERNACIONAL

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.