El debate sobre la reforma educacional se ha centrado en torno a la gratuidad y el fin al lucro. Es un error reducirlo a estos dos elementos, puesto que los nefastos resultados que ha dejado la mercantilización del conocimiento no se van a resolver automáticamente con la gratuidad (que en realidad será no más que […]
El debate sobre la reforma educacional se ha centrado en torno a la gratuidad y el fin al lucro. Es un error reducirlo a estos dos elementos, puesto que los nefastos resultados que ha dejado la mercantilización del conocimiento no se van a resolver automáticamente con la gratuidad (que en realidad será no más que un variación en la forma de pago) y poniendo «fin al lucro», lo cual se traducirá en un cambio del modelo de administración de los establecimientos, dejando intacto el sistema de subvenciones.
Entender la educación como un «instrumento de ascenso social» es la idea que solapa la realidad que encuentran miles de profesionales universitarios ante la inestabilidad laboral o la cesantía prolongada luego de obtener sus títulos, puesto que contar con uno de esos cartones lejos está de ser una plataforma para acceder a un nivel de vida «superior».
Cuando las escuelas de postgrado hicieron su arribo a las universidades, fue porque el mercado exigía que, para acceder a un mejor empleo, se debía dar continuidad a los estudios, por lo que hacer un postgrado en estos días es casi en una obligación. La inversión que ello implica es, al mismo tiempo, la recepción de recursos frescos para las instituciones que los imparten, ya que las posibilidades de obtener una beca para estudiar un diplomado, un magíster o un doctorado son complejas. Asimismo, la opción de acortar las carreras a cuatro años -tal como lo afirmó el ministro Eyzaguirre- viene a sentenciar la precarización del pregrado, medida que no resolverá la baja empleabilidad de muchas carreras debido a la saturación de profesionales en el mercado laboral.
La anterior se explica por la masificación y diversificación, dos pilares de las transformaciones estructurales que sufrió la educación superior, manifestándose en la apertura indiscriminada de universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica, y la aparición de nuevas disciplinas profesionales, muchas de ellas de baja proyección. Asimismo, la flexibilización para el acceso a los sistemas crediticios entregó sintonía a la relación entre extensión de la oferta y cobertura al creciente aumento de la demanda, como efecto del despliegue del marketing publicitario que estimulaba el que «inversión en educación es ascenso social y superación de la pobreza».
Las estrategias puestas en curso por las fuerzas políticas situadas en la vocería de la CONFECH -que con arrogancia se autodenominan como «bloque de conducción»- no han incorporado al debate esta arista, cuestión contradictoria cuando en el discurso dicen ser portavoces de los intereses del pueblo. Seguramente deben ignorar (por comodidad o por haber asegurado su futuro gracias a su estrechos lazos con el poder) que los jóvenes populares no deciden estudiar por conseguir un pasatiempo o hacer carrera política, porque en la universidad se han depositado las esperanzas de miles de familias trabajadoras que creyeron en la posibilidad de que sus hijos no corrieran el mismo pasar que sus padres en la vida, postergando su propia estabilidad por aquello que les aseguraron sería «una buena inversión» para el futuro.
Situar el problema de la educación de mercado en un solo elemento es no reconocer el trasfondo de la realidad. De todos modos, superar estas miradas acotadas requiere rebasar los mezquinos horizontes reformistas y aquellos que pretenden «humanizar» el capitalismo bajo la consigna de «cambiar el modelo».
La agitada multisectorialidad encuentra sentido en la condición de clase de los estudiantes, porque el interés común con los trabajadores está en directa relación con su futuro, y no puede quedar reducido a una consigna de apoyo solidario, un apretón de mano entre dirigentes o a una táctica para afrontar una coyuntura y presionar al gobierno de turno, olvidando que esas masas universitarias que hoy salen a marchar serán los explotados de mañana, los trabajadores precarizados, los desempleados, los que por uno u otro motivo seguirán endeudados y verán frustrada su vocación profesional.
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