A pesar de la notoriedad alcanzada por Thomas Piketty, nadie se refiere a un libro suyo escrito junto a otros dos economistas -Camille Landais y Emmanuel Saez- publicado en el año 2011, y cuyo título lo dice todo: «Por una revolución fiscal». Uno puede opinar lo que le de la gana de Piketty, pero no […]
A pesar de la notoriedad alcanzada por Thomas Piketty, nadie se refiere a un libro suyo escrito junto a otros dos economistas -Camille Landais y Emmanuel Saez- publicado en el año 2011, y cuyo título lo dice todo: «Por una revolución fiscal».
Uno puede opinar lo que le de la gana de Piketty, pero no puede negarle su coherencia y su perseverancia: convencido de que -allí como aquí-en materia tributaria el chancho está mal pelado, Piketty propone una revisión radical de la estructura impositiva con el loable propósito de simplificarla y de imponer un principio ya enunciado por Adam Smith en 1776: que cada cual pague en proporción a lo que gana.
La proveniencia de los ingresos no es neutra cuando se trata de pagar impuestos: hay algunos más fácilmente disimulables que otros. El salario del currante es presa fácil. Basta con amputarlo de los impuestos en la fuente, o sea en el cálculo que hace el patrón a la hora de pagar el salario. Luego, el patrón le paga al fisco lo que ha deducido de los salarios, o al menos así debiese ser.
Piketty propone que los ingresos del capital bajo todas sus formas (intereses, dividendos, productos financieros, plusvalías, contratos de seguros, rentas, etc.) también paguen el impuesto en la fuente. Precisando que dichas entradas representan apenas un 50% de los ingresos financieros, estima injustificado que se les aplique cualquier tipo de reducción a la hora de calcular el impuesto aplicable. Así, dice:
«Las plusvalías que representan parcialmente el valor de los beneficios no distribuidos y acumulados en las empresas, pagarían según el mismo baremo progresivo que todos los otros ingresos».
Esto es bueno señala,
«porque todas las experiencias internacionales mostraron que un régimen derogatorio trae consigo distorsiones y estrategias de optimización fiscal».
En buen romance, la muy conocida evasión fiscal. Una reforma tributaria seria debiese eliminar el FUT por constituir -como ha quedado demostrado hasta la saciedad- una trampa legal que permite evadir los impuestos.
¿Y el crédito fiscal aplicable al impuesto a la renta de las personas físicas? Piketty y su coautores son muy claros al respecto:
«No pensamos que haya que introducir un crédito fiscal, mecanismo que (permite) rembolsarle a los accionistas el impuesto sobre los beneficios pagado por las empresas. (…) Primero y antes que todo, porque no existe ninguna razón económicamente válida para rembolsar este impuesto a una categoría particular de ingresos que son, accesoriamente, los más mal declarados de todos. ¿Porqué más bien no rembolsarle las contribuciones a las rentas inmobiliarias, las cotizaciones sociales a los asalariados y el IVA a todos los contribuyentes?»
Sin embargo, como va quedando en evidencia, el FUT y el crédito aplicable al Global Complementario seguirán en vigor, y la tasa efectiva del impuesto aplicable a las empresas seguirá siendo inferior a la tasa efectiva de impuestos y cotizaciones aplicables a los salarios: para darse cuenta basta con sumar el 19% de IVA, el 7% de la salud, el 0.6% del seguro de desempleo, el 10% de cotizaciones de la previsión, el 4% de impuesto a la renta a partir de un salario de 569 mil pesos (13,5 UTM), para no hablar de lo que es un verdadero impuesto cobrado por particulares: los costos de la educación.
No hay que olvidar que en los países serios la carga tributaria financia integralmente la salud, la educación, la previsión y hasta los servicios públicos como el transporte.
La progresividad de la que habla Piketty va hasta un 60% de los ingresos superiores. No se trata de una tasa marginal: el 60% de impuestos se le aplica a todo el ingreso.
En Chile, la progresividad se detiene en un 40%, y es una tasa marginal, o sea que se le aplica sólo a la parte del ingreso que supera el tramo inmediatamente inferior. Como consecuencia, quienes se llevan la parte del león pagan muy poco.
Como puede verse, Andrés decidió que el miserable proyecto de reforma tributaria enviado al Congreso y ya aprobado por una cámara de diputados a las órdenes, era un pelín demasié.
Pasándose la justicia fiscal, a Piketty, al Parlamento y al mismo gobierno por las amígdalas del sur, Andrés decidió, en presencia de un par de comparsas, lo que es bueno para el capital, la inversión y la idea que él se hace de la felicidad en la Tierra.
Nos sobran un gobierno y un Parlamento con poco uso. En una de esas en El Rastro de Madrid, en el Marché aux Puces de París, o ya, a las perdidas, en el Persa Bío-Bío…
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