Conmemoramos este año el Día Internacional de los Derechos Humanos en momentos en que en nuestro país con aristas diversas a las vividas durante la dictadura, tales derechos se empiezan a conculcar. Tales derechos se conculcan cuando la represión uniformada violenta la libertad de reunión y de expresión, con formas de ataque desproporcionadas. Se violan […]
Conmemoramos este año el Día Internacional de los Derechos Humanos en momentos en que en nuestro país con aristas diversas a las vividas durante la dictadura, tales derechos se empiezan a conculcar. Tales derechos se conculcan cuando la represión uniformada violenta la libertad de reunión y de expresión, con formas de ataque desproporcionadas.
Se violan cuando hay silencio oficial que tolera la exaltación de la figura de un despiadado asesino, torturador y genocida. Se violan nuestros derechos humanos con el tratamiento discriminatorio, cruelmente represivo, injusto y degradante hacia el pueblo mapuche, en el sur del país. Se violan nuestros derechos humanos cuando no se permite el regreso de los extraditados, como ocurrió en estos días, con el compañero Hugo Marchant.
Se violan nuestros derechos humanos cuando se ataca, golpea, se asfixia con gases gravemente tóxicos, a las manifestaciones y protestas, y así se intenta disuadir de su lucha, al movimiento estudiantil, al movimiento sindical, al movimiento ecologista, al movimiento por los Derechos Humanos, etc.
Cuando los estamentos gubernamentales empiezan a justificar la represión política, los malos tratos, los vejámenes, calificando a los manifestantes como delincuentes o como subversivos, el semáforo de nuestra conciencia debe prenderse en rojo, porque estamos ante el peligro de que la opinión pública también se acostumbre a ese discurso y vuelva a narcotizarse en la pasividad.
Porque la represión aplicada en forma permanente y desproporcionada nos señala el peligro de poner, poco a poco, en riesgo, el Estado de Derecho. La no aceptación de esta asonada de malos tratos que se ha hecho frecuente este año, y su denuncia permanente, debieran ser parte coexistente de cualquier movimiento social, o político; reivindicativo o denunciante, porque de lo contrario, la lucha por el NUNCA MAS puede quedar suspendida, dentro de las etiquetas de la clase dominante.
En un anochecer de 1976, en que el mundo entero conmemoraba un aniversario más, de la firma de la declaración de los derechos Humanos, yo llegaba a Hamburgo, Alemania. El día anterior la dictadura de Pinochet había firmado dos decretos de expulsión, uno para mí, y otro para mi hijo de 7 años. Y esa noche de fuegos artificiales que en Hamburgo celebraban el respeto a los Derechos Humanos, yo junto a mi hijo, me encontraba de golpe con el exilio, después de haber estado dos años detenida. Dos años de detención, que comenzaron con tres meses de permanencia aquí en la Villa Grimaldi.
En este lugar, que es un símbolo de la trasgresión total al respeto por los Derechos Humanos, se torturó, se asesinó y se hizo desaparecer a miles de personas que ejercieron su derecho a recuperar la esperanza, a reconstruir la utopía, a resistir al tirano, a soñar y luchar por un mundo mejor. Con el fín de obtener información que pudiera destruir las organizaciones clandestinas o las formas embrionarias de organización social, con el fín de amedrentar a la sociedad toda y con el fín de disuadir cualquier forma de oposición, aquí se intentó cosificar a las personas, minar su voluntad, destruir sus vínculos afectivos, sus creencias, su sentido de la solidaridad, su ética, sus lealtades.
Aquí se intentó destruir el cuerpo físico, la psiquis y el campo emocional de los torturados.
Cuando hace algunos días hemos asistido al intento de homenajear a uno de los torturadores más simbólicos, a Krassnoff, a ese hombre, que nos retiraba la venda a los prisioneros, para que lo conociéramos, porque se jactaba de su rol patriótico de torturador, yo digo, hace unos días… no podía dejar de pensar en lo absurdo y contradictorio de ese intento de algunos viejos fascistas nostálgicos, de levantar a la altura del heroísmo ejemplar, el quehacer de este hombre.
¿Por qué me parecía incluso desde el punto de vista de ellos, tan grotesco y absurdo este pseudo homenaje? Porque no hay nada, nada, nada, más cobarde, más rebajante en la dignidad de la persona, que torturar. Se desciende en la escala humana, más bajo aún que el primate más prehistórico.¿Cómo puede alguien, por muy fanático que sea, por muy fascista, por muy nazi, pensar que puede ser héroe, alguien que tortura a personas vendadas, esposadas, encadenadas.
¡Qué valiente hay que ser para demostrar poder frente a quienes están en tal desigualdad de condiciones! Golpear, colgar, aplicar el palo de Arara, aplicar electricidad, sumergir en aguas fétidas, asfixiar, aplicar teléfonos en los oídos hasta romper los tímpanos, golpear con puños y pies al que ya tienes en el suelo, meter en las venas jeringas con drogas, despertar cada media hora al detenido durante la noche para romperle su sentido de realidad y acrecentarle el estrés, hacerle escuchar grabaciones de gritos de niños haciendo creer que al lado están torturando a tu hijo, o a tu hermanito, abusos sexuales, tender al prisionero en el suelo y luego pasar una camioneta sobre sus piernas, vejámenes, simulacros de fusilamiento, amenazas de muerte a los tuyos, etc, esos son los actos heroicos de Krassnoff.
Que no venga Krassnoff a decir en los tribunales que era un analista, solamente alguien que analizaba las declaraciones de los detenidos. Somos muchos, no cientos, somos miles los hombres y mujeres a los que personalmente torturó. A los que aplicó todas las torturas que hemos enumerado antes.
Detentó el poder omnímodo junto a Contreras, incluso creyéndose dioses, para decidir quien vivía y quien moría. Un detenido politico, no reconocido como tal, por lo tanto en calidad de desaparecido, como fue el caso de quienes pasaron por esta Villa, es un ser absolutamente desprotegido, indefenso, en situación de desvalimiento total.
El detenido es mantenido en estado de pánico constante, tanto por las agresiones físicas como psicologicas. Está privado sensorialmente por el vendaje a los ojos, por el aislamiento, por la interrupción del sueño, la alteración de sus estados de vigilia, el silencio total, o el ruido ensordecedor, por las continuas y constantes palabras soeces, los golpes no solamente durante las sesiones de torturas, sino en cualquier momento, cuando caminabas en forma vacilante para ir al baño, porque no veías, y el golpe arreciaba venido desde uno no sabía dónde.
Pareciera que todo esto que narro, me pasó solamente a mí, o a mis camaradas, o a mis compañeros de lucha, o a los opositores a Pinochet. Pero no fue así. No es así.
Este trauma histórico que ha vivido nuestra Patria articula lo individual con lo social, de manera indisoluble, indisociable. O sea, nos pasó a todos, les pasó a todos ustedes, les pasó a mis nietos que estaban lejos de nacer.
La tortura no es aplicada pos psicópatas o por algunos que abusaron de su condición de gendarmes. La tortura, el asesinato, la desaparición para siempre, sin que aparezcan sus cuerpos, es una decisión política racional y estratégicamente usada para aniquilar a los opositores más activos, con la idea central de amedrentar a toda la sociedad, de impedir su resistencia, su cuestionamiento. Usar la crueldad sobre los más decididos para que el miedo paralice al conjunto.
La devastadora experiencia de degradación y exterminio que se vivió bajo la dictadura militar si bien tuvo su efecto más brutal en el ámbito individual, pretendió sin embargo, tener un efecto paralizante en lo colectivo. Lo que conlleva en sí, un capítulo tan doloroso de nuestra historia como el señalado, no es solamente la recopilación de testimonios de quienes padecieron el horror, ni es solamente luchar para que la sociedad se indigne ante tanta brutalidad y exija castigo.
Lo que además está en juego, y eso sí es perenne, es la concepción del mundo que hemos anidado, es la concepción de sociedad que defendemos, es la valoración que hacemos del ser humano que ha requerido millones de años sobre la tierra para llegar a este nivel evolutivo y que un depredador como Pinochet y sus secuaces, pueden permitirse destruir en forma masiva.
Por eso es que hoy, la represión a los estudiantes, a nuestros pueblos originarios, a lo más activo de nuestra sociedad no es un hecho que solamente les atañe a ellos, es un tema de derechos humanos que golpea la conciencia de todos, que convoca a nuestra vigilia, a nuestra capacidad de estar alertas. Porque si no defendemos hoy los derechos humanos de los que salen a protestar, a exigir, a exigir lo mismo que tenemos atragantados todos, y denunciamos su irrespeto, su atropello, no tendremos derecho mañana a quejarnos, cuando sea demasiado tarde. Si no salimos hoy a denunciar los malos tratos, los vejámenes, la represión matonesca contra las manifestaciones, no estaremos rindiendo el justo homenaje que merecen todos los que dieron sus vidas por alcanzar una sociedad más justa, un mundo mejor.