Traducido para Rebelión por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas
En mi última crónica describí un escenario perturbador para el futuro de la universidad europea como resultado de los actuales procesos de reforma. Señalé que se trata sólo de un escenario posible cuya emergencia puede evitarse tomando algunas medidas exigentes.
En primer lugar, hay que empezar por reconocer que la nueva normalidad creada por el escenario descrito significaría el fin de la universidad tal y como la conocemos.
En segundo lugar, es necesario acabar con los vicios de la universidad anterior al proceso de Bolonia: inercia y endogamia detrás de la aversión a la innovación; autoritarismo institucional disfrazado de autoridad académica; nepotismo disfrazado de mérito; elitismo disfrazado retóricamente de excelencia; control político disfrazado de participación democrática; neofeudalismo disfrazado de autonomía departamental o de facultad; miedo a la evaluación disfrazado de libertad académica; baja producción científica bajo la apariencia de resistencia heroica a términos de referencia estúpidos y comentarios ignorantes de árbitros.
En tercer lugar, el proceso de Bolonia debe retirar de su vocabulario el concepto de «capital humano». Las universidades forman seres humanos y ciudadanos plenos y no capital humano sujeto, como cualquier otro capital, a las fluctuaciones del mercado. No se puede correr el riesgo de confundir la sociedad civil con el mercado. Las universidades son centros de saber en el sentido más amplio del término, lo que implica pluralismo científico, interculturalidad al conocimiento que tiene valor de mercado y al que no.
El análisis coste/beneficio en el ámbito de la investigación y el desarrollo es un instrumento tosco que puede frenar la innovación en vez de promoverla. Basta consultar la historia de la tecnología para concluir que las innovaciones con mayor valor instrumental se desarrollaron sin ningún tipo de atención al análisis coste/beneficio. Resultaría fatal para las universidades si la reforma en curso se orientara a neutralizar los mecanismos de resistencia contra las imposiciones unilaterales del mercado, los mismos que, en el pasado, fueron cruciales para resistir las imposiciones unilaterales de la religión y el Estado.
En cuarto lugar, la reforma debe incentivar a las universidades un concepto amplio de responsabilidad social, que no debe confundirse con la instrumentalización. En el caso portugués, los contratos celebrados entre las universidades y el Gobierno para aumentar la cualificación de la población dejan en ridículo la idea del aislamiento social de las universidades. Sin embargo, si no se cumplen todas las condiciones, las instituciones pueden verse sometidas a estrés institucional destructivo que alcanzaría de manera fatal a la generación de docentes situados en la franja de los treinta y cuarenta años.
En quinto lugar, para que nada de esto ocurra, es necesario que todos los docentes universitarios reciban las mismas oportunidades de investigación, no haciéndoles depender del ranking de las universidades ni del tema de la investigación, no tolerando cargas lectivas asfixiantes ni la degradación de los salarios (manteniendo las carreras activas y permitiendo que los salarios se paguen, en parte, por los proyectos de investigación).
En sexto lugar, el proceso de Bolonia debe tratar los rankings como la sal en la comida, es decir, con moderación. Debe introducir, además, la pluralidad de criterios en la definición de los rankings, a semejanza de lo que ya ocurre en otros campos: en el ranking de países, por ejemplo, el índice del PIB coexiste con el índice de desarrollo humano del PNUD [1].
Todo esto es posible sólo si el proceso de Bolonia se convierte cada vez más en una energía endógena y cada vez menos en una imposición de peritos internacionales que transforman preferencias subjetivas en políticas públicas inevitables; y si los responsables de la reforma convencen a la UE y a los Estados para invertir más en las universidades, que no sea en respuesta a presiones corporativas, sino porque ésta es la inversión capaz de garantizar el futuro de la idea de Europa como Europa de las ideas.
Notas
[1] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. (N. T.)
Artículo original del 22 de septiembre de 2010.
Fuente: http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm?coluna_id=4791
Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).