El sabio mexicano Luis Enrique Erro publicó en 1951 un libro de excepcional importancia dedicado a enaltecer la vida y el ejemplo de Emiliano Zapata. En él, aludiendo al legendario líder agrario de la Revolución Mexicana, lo describió como «una luz en la oscuridad de nuestra historia». Las mismas ocho palabras podríamos citar aquí, haciendo […]
El sabio mexicano Luis Enrique Erro publicó en 1951 un libro de excepcional importancia dedicado a enaltecer la vida y el ejemplo de Emiliano Zapata. En él, aludiendo al legendario líder agrario de la Revolución Mexicana, lo describió como «una luz en la oscuridad de nuestra historia». Las mismas ocho palabras podríamos citar aquí, haciendo honor a su inicial depositario cuando nos referimos a la revista Amauta, cuya primera edición fuera entregada por José Carlos Mariátegui a sus lectores, hace ochenta años, en la primera semana de septiembre de 1926. Y es que, en efecto, la publicación que evocamos tuvo en su momento, y luego a lo largo de los años, idéntica función iluminadora.
En recuerdo de tan importante fecha de la historia latinoamericana, y precisamente en los mismos días, se desarrollará en Lima un Simposio Internacional convocado por la Casa Mariátegui y los Amigos del Amauta, bajo el patrocinio de Universidades e Instituciones de Cultura de nuestro país. Una ocasión cierta para reflexionar acerca de la vida del autor de los «7 Ensayos…» y ponderar la trascendencia de su obra sintetizada en una publicación que duró solamente 4 años y que murió al desaparecer la figura de su realizador. Como Erro, podríamos decir sin ninguna duda, en efecto, que Mariátegui y su revista Amauta fueron una luz en la oscuridad de nuestra difícil y compleja historia.
Para tener una mejor idea de la trascendencia de su aporte, buscaremos entonces abordar el tema a partir de tres elementos: las ideas en juego, la identificación de Mariátegui con el objetivo socialista, y la trascendencia de la revista Amauta como portadora de su mensaje esencial. Aunque puedan parecer temas distintos, los une una sola comunidad: la práctica revolucionaria y de clase que entregó el autor de «La escena contemporánea» a la posteridad. Aspiramos ciertamente a que esto ayude a superar prejuicios, afrontar mejor diferencias menores y afirmar el cauce de la unidad de las fuerzas progresistas, que la situación de hoy, en el Perú y en la región, reclama perentoriamente
MARIATEGUI, Y SU APORTE AL PENSAMIENTO PERUANO
José Carlos Mariátegui, la personalidad más destacada del Perú en el siglo XX concita siempre reflexiones y debates. Sus ideas son un fermento constante de inquietudes y una simiente inagotable de iniciativas. Alimentan y afirman voluntades y abren cauce para la lucha de los pueblos. No envejecen nunca porque se afirman en la realidad de nuestro tiempo y conservan la misma vigencia de la historia en la medida que encarnan los sentimientos más altos de las masas oprimidas de nuestro continente.
Como se recuerda, Mariátegui vio en la luz de Lenin y en la experiencia revolucionaria rusa de 1917, el signo de una nueva época. Y convocado por ella, se enrumbó resueltamente hacia el socialismo. Asumió, como su primera tarea, la misión de brindar solidaridad activa a los trabajadores que luchaban por el establecimiento de la Jornada de las 8 horas y puso su valiosa pluma a disposición de una causa que configuró la primera gran batalla del proletariado en nuestro país. Pero si bien esos fueron los cimientos de su formación política, la consolidación de su pensamiento socialista ocurrió en Europa entre 1919 y 1923, cuando en el viejo continente pudo espectar y conocer las expresiones más definidas del sentimiento revolucionario de la época.
Fueron esos años expresión de dos fenómenos contrapuestos: el ascenso combativo de los pueblos en el marco de la célebre «ola revolucionaria del veinte», y el surgimiento del fascismo, como expresión más clara del capital financiero y sus métodos terroristas para enfrentar la resistencia de los trabajadores. Observar el proceso social europeo fue lo que le dio a Mariátegui su primera y más clara noción del escenario: la imperiosa necesidad de una visión internacional de los problemas. Y él mismo lo diría, abordando la crisis en sus conferencias en las Universidades Populares González Prada:
«La civilización capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad, ha creado entre todos los pueblos lazos materiales que establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El internacionalismo no es sólo un ideal, es una realidad histórica».
Es importante subrayar, sin embargo que ya en esta etapa de su vida, cuando Mariátegui aún no había cumplido los treinta años, afloraban en él los rasgos esenciales de un indoblegable combatiente revolucionario: era un espectador de las luchas, pero también un receptos de las mismas y un trasmisor de sus inquietudes esenciales; un activista pleno del trabajo concreto, un participante declarado y un constructor activo de organizaciones de clase; un líder del pensamiento, y un introductor de ideas. En otras palabras, un marxista en pleno proceso de formación llamado a afirmar su personalidad en contacto con la vida misma de su pueblo, como ocurrió, en efecto, entre 1923 y 1930, etapa que Jorge del Prado diera en llamar con acierto «los años cumbres de Mariátegui».
No se requiere profundizar en el análisis para recordar el hecho que Mariátegui retornó al Perú con una idea central en la cabeza: forjar la alternativa socialista para el proceso peruano. Y la herramienta que se propuso desde un comienzo, fue una revista.
En un inicio pensó llamarla «Vanguardia», porque esa palabra le pareció probablemente más cercana a la misión que debía cumplir en la materia: jugar un rol de vanguardia en la introducción de ideas, mirar más lejos, otear el horizonte para percibir los nuevos fenómenos de la época y advertir a los peruanos acerca del acontecer mundial. La iniciativa de su amigo, el destacado pintor nacional José Sabogal, le hizo cambiar. El artista no sólo le sugirió un nuevo nombre –Amauta– sino que le diseñó el formato de la edición y le dibujó el logotipo con el que pasó a la historia, y que se ha repetido en todas partes hasta ser convertido en una suerte de símbolo del pensamiento nuevo en el Perú.
A la obra monumental, la revista que prologó diciendo que estaba llamada a hacer historia, le sumó luego sus otras creaciones: el Partido de los Comunistas que bautizó con el nombre de Partido Socialista pero al que le reservó una declaración programática rotunda; y la Central Obrera, la CGTP, que fundada en mayo de 1929, cayó sin embargo abatida poco después por la brutal ofensiva del capital, para renacer de sus cenizas años más tarde, en junio de 1968 bajo el influjo combativo de sus seguidores.
Mucho se ha discutido acerca del pensamiento y la obra de Mariátegui en esta etapa compleja de la vida mundial. Partidarios y adversarios del Amauta han analizado en sucesivos eventos y a lo largo de muchos años los más variados tópicos referidos a esta singular figura de la historia. Pero en Mariátegui se ha cumplido también largamente aquello que señalara Lenin en «El Estado y la Revolución» y que se refiere al trato que reciben los revolucionarios: en vida son ponzoñosamente atacados y vilipendiados por las clases opresoras. Y una vez muertos, ensalzados y deificados por las mismas gentes, hasta tornarlos irreconocibles. Una manera práctica, por cierto, de deformar su imagen, distorsionar su pensamiento y luego usarlos contra su propia causa contraponiéndolos a sus mismos seguidores.
En el caso de Mariátegui se registraron, en efecto, varios intentos orientados a descalificar su obra. Uno, fue en su momento, liderado por el APRA y su más conspicuo exponente, Víctor Raúl Haya de la Torre; otro, por el extremismo «de izquierda» -el «Senderismo Gonzalista»- que pretendió convertirlo en un icono del terror desenfrenado: y un tercero -más reciente-, que buscó presentarlo como una suerte de «marxista nacional» desligado de la experiencia mundial del socialismo y aún enfrentado por ella. Estas deformaciones subsisten y periódicamente vuelven a la carga con los mismos argumentos de siempre, procurando desdibujar el perfil de un revolucionario que respondió a una realidad concreta. Deformar la obra de Mariátegui y cuestionar los elementos básicos de su teoría y de su práctica, parecen ser el pasatiempo preferido de quienes, sin embargo, rehuyen compromisos con el accionar de sus pueblos.
UNA TEMPESTAD EN UN VASO DE AGUA
Es verdad que en el proceso de afirmación del pensamiento marxista en América Latina, y más precisamente en el Buró Sudamericano de la Internacional Comunista, se registraron contradicciones y errores. Es cierto también que no todos los actores de la lucha en el periodo, mantuvieron la misma coherencia, ni fueron hasta el final con sus ideas. Como en todos los casos, también en esta etapa de la historia y en esta vertiente del pensamiento, hubo quienes militaron en las filas del movimiento popular ocasionalmente y otros que luego «cambiaron de bando» hasta renunciar a las posiciones más consecuentes. Recordemos a Guralsky, por ejemplo, antiguo trotskista que por dificultades en el trabajo político en los años de Stalin, decidió más bien dedicarse a la ciencia; o a Humbert-Droz, en su momento representante del Buró de la IC para la región, quien luego abandonó las filas de la revolución para liderar en su Suiza natal un pequeño movimiento de corte social-demócrata. Guardando las distancias, fue también similar el caso de Marcos Chamudes, en Chile, o de Eudocio Ravines, en el Perú, considerados ambos en su momento supuestos teóricos del marxismo revolucionario, y luego disidentes netos de la causa que enarbolaron asumiendo una conducta lindante con la traición.
En un escenario así, en el marco de ideas nuevas enfrentadas a fenómenos convulsos y en circunstancias en las que los países de la región vivían sometidos a las más crueles expoliaciones, cuando asomaban las primeras herramientas del trabajo realmente revolucionario de los pueblos; es explicable que anidaran planteamientos erróneos, ideas infundadas o criterios contradictorios; o que, incluso, unos actores cambiaran de opinión entre una y otra etapa de sus vidas trocando puntos de vista en función del estudio de los temas o del cambio de rumbo de los acontecimientos.
Esto hay que advertirlo para que no se caiga en la tentación de tomar un personaje, o una cita, como algo definitivo y categórico, como una suerte de «verdad revelada», que debía permanecer inmutable en el tiempo. Caer en ese error -lamentablemente frecuente en ciertos intelectuales de nuestro medio- se abrir la puerta a un debate en el fondo estéril, pero sobre todo improductivo. Hacer una suerte de tempestad en un vaso de agua tan sólo apenas para justificar especulaciones teóricas ciertamente intrascendentes.
Así ocurre, por ejemplo, cuando se busca contraponer el pensamiento y la obra de Mariátegui, al aporte que brindara en su momento la Internacional Comunista al proceso de formación de Partidos Marxista-Leninistas y a las luchas que ellos desarrollaran en el continente. Escudriñando en un escenario confuso, se ha buscado, en efecto, crear la imagen de un Mariátegui desligado de la IC, pero además enfrentado y combatido por la misma, una suerte de figura quimérica aplastada por una estructura burocrática e insensible que resultó incapaz de comprender sus devaneos intelectuales y sus aportes originales al pensamiento marxista. De ese modo se ha construido una suerte de «cartilla» de diferencias entre el pensador peruano y la estructura de los comunistas latinoamericanos. Y se ha pretendido ubicar en Buenos Aires -1929- la contradicción entre ambos.
Es claro que en todas las etapas de la historia de formación y desarrollo de los Partidos Comunistas -y no sólo de ellos- se registraron errores de diverso tipo. Uno fue, por ejemplo, la extensión al plano universal, de la exigencia leninista concebida originalmente primero para la URSS, y que se refería al cambio de nombre del Partido Revolucionario. Aún se recuerda, en efecto que, en 1918 Lenin aseguró que los marxistas rusos estaban cansados de la casaquilla social demócrata desprestigiada por la conducta de los líderes europeos de la misma en el marco de la I Gran Guerra. Debemos, dijo, echar la camisa sucia y ponernos una camisa nueva: llamarnos comunistas, y no ya social demócratas.
Esa decisión que llevó al viejo POSDR a trocar su nombre y convertirse en el PC (b) de la URSS, fue ciertamente correcta para el naciente país soviético, pero su extensión al plano más amplio, puso en serios aprietos a movimientos que apenas surgían. Algunos de ellos adoptaron la nueva denominación sin dificultades, pero varios en condiciones muy adversas, tuvieron que sortear apremios variados. Pero finalmente hubo quienes optaron por saltarse a garrocha ésta, que fue una de las «21 condiciones… de la IC». En diversos países los Partidos Comunistas dejaron de llamarse así y asumieron otras denominaciones: Partido del Trabajo, por ejemplo, sin cambiar una línea de sus programas ni un ápice de sus formulaciones políticas.
Resulta poco útil ahora abrir un debate de principios en torno a asunto en el fondo trivial: el nombre, y no el contenido ni el carácter de los Partidos Revolucionarios. Sin embargo eso ocurre en el Perú, donde se busca cimentar el tema de «las diferencias» entre Mariátegui y la IC a partir de la denominación del Partido que fundó el Amauta: Partido Socialista, y no Partido Comunista.
Para despejar dudas vale la pena recordar aquí las dos reuniones referidas as la formación del Partido, que ocurrieron en 1928. La primera de ellas, en la playa de la Herradura el 16 de septiembre, resolvió «Constituir la célula inicial del Partido, afiliado a la III Internacional, y cuyo nombre sería el de Partido Socialista del Perú, bajo la dirección de elementos conscientemente marxistas». La segunda, en Barranco el domingo 7 de octubre, oficializó la creación del Partido y lo dotó de un Programa transparente que proclamó:
«La praxis del socialismo marxista en este periodo, es la del marxismo-leninismo. El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú lo adopta como su método de lucha»
Erróneamente unos han querido ver, a partir del nombre del Partido, una disidencia de fondo y han sostenido entonces que el propio Mariátegui no fue en realidad comunista, sino apenas socialista. Otros, por el contrario, han pretendido encontrar en el tema una discrepancia de otro tipo: Mariátegui fue un marxista creador, enfrentado a los marxistas dogmáticos, que lideraban la IC y más específicamente el Buró Sudamericano de la IC. Vittorio Codovilla, el italiano migrante que radicó en Argentina, fue quien pagó los platos rotos en esa aparente contradicción. Por eso el escenario se sitúa en la Conferencia de Partidos Comunistas celebrada en Buenos Aires hace exactamente 77 años, en junio de 1929.
Fue este un evento excepcional, la primera reunión continental de comunistas representados por 38 delegados, la inmensa mayoría de los cuales eran muy jóvenes, marxistas en proceso de formación, que provenían de distintos países, que habían vivido experiencias diversas y que pertenecían incluso a diferentes segmentos de la vida social latinoamericana. Ellos afrontaban debates inéditos abordando temas candentes pero que no dominaban en un mismo nivel. Soslayando esto, y como una manera de darse la razón, los que han especulado con una supuesta «diferencia de principios» entre Mariátegui y la IC, simplemente se han saltado a garrocha los documentos centrales del debate y han omitido considerar, por ejemplo, la intervención del representante peruano -Hugo Pesce, un eminente sabio marxista- que aludiendo al informe de Codovilla, subrayó hablando en nombre de la delegación a la que representaba:
«Refiriéndome al informe del compañero Codovilla, diré que nuestra delegación está de acuerdo con los conceptos vertidos. Creo que ese informe sintetiza en forma certera la realidad actual y señala la posición que el proletariado debe adoptar en los presentes momentos».
Codovilla, tan joven como Mariátegui -ambos habían nacido en 1894- puso énfasis y pasión en la defensa de sus opiniones en asuntos puntuales, como la cuestión de Tacna y Arica, en ese entonces de moda, y subrayó su incidencia en los peligros de guerra en el continente, exhortando a los comunistas peruanos a luchar más activamente por un Plebiscito vinculado al tema de la autodeterminación, que pusiera fin a ese conflicto. La franqueza de sus expresiones y la elocuencia de sus palabras, cargadas con el acento italiano que las hacía más sonoras, dio pábulo a interpretaciones diversas.
Julio Portocarrero, el otro representante de los comunistas peruanos, analizando la lucha antiimperialista y los problemas de la táctica de los PP.CC advirtió a los representantes de los otros partidos, lo siguiente:
«Hemos venido los compañeros del Perú a solucionar un asunto que a todos nos interesa como revolucionarios, y apreciamos en su justo valor las intervenciones de los compañeros, encaminadas a evitar que incurramos en algún error que más tarde se pueda reflejar en nuestro Partido. Quiero pues que se produzca la crítica severa sobre nuestras proposiciones, la que será recibida y contestada con la máxima sinceridad».
La agenda de asuntos encarados en esta discusión, fue muy amplia. Se trataron temas muy diversos: los conflictos fronterizos subsistentes en la región, el problema de las razas, el papel de la clase obrera, la misión de los sindicatos, el carácter de los gobiernos, la estructura de clase de los Estados, el tema de las nacionalidades, la situación del indios, el ascenso combativo de las masas, el surgimiento de los partidos revolucionarios, su estrategia y su táctica, y otros de singular interés. Y en torno a cada uno de ellos hubo coincidencias y diferencias. Pero unas y otras respondían a visiones concretas del proceso político, y no a diferencias de orden ideológico, ni a contradicciones de fondo. Precisamente por eso, en carta enviada desde Buenos Aires el 25 de junio de 1929 dando cuenta de la conclusión del evento, Pesce dijo:
«La discusión durante el Congreso así como en sesiones de Comité, se ha desarrollado, inútil es decirlo, dentro de un ambiente de la más franca camaradería, no sólo, sino que, contrariamente a suposiciones hechas por compañeros peruanos desterrados, ha habido la mayor comprensión de nuestros problemas, y un verdadero espíritu de cooperación por parte de los dirigentes».
Hoy puede afirmarse sin embargo que Mariátegui concibió un enfoque realmente leninista y científico referido al Partido al que concibió como un resultado natural -histórico natural- del proceso de maduración de la conciencia de clase de los trabajadores. Esa concepción chocó ciertamente con opiniones de otros marxistas de la época, que actuaban con una mentalidad más bien burocrática y que pensaban tan sólo en la necesidad de nuclear a un grupo revolucionario para crear un partido y trabajar por la revolución que consideraban próxima.
Aunque siempre resulta útil volver sobre los temas, no es indispensable hacer una tempestad en un vaso de agua. Y eso lo subraya Jorge Basadre, el más importante historiador peruano de la República:
«Se discute mucho y se seguirá discutiendo en el Perú -dice- acerca de si Mariátegui fue el fundador del Partido Comunista o no- En realidad, la polémica carece de objeto. Mariátegui no estuvo en desacuerdo fundamental con los dirigentes del comunismo internacional; su discrepancia fue sólo de orden táctico., inmediato, incidental».
Y eso, es exacto.
UNA DECISIVA HERRAMIENTA DE CLASE:
Basadre también subraya que la revista Amauta «cuestionó y teorizó a profundidad sobre los problemas de la sociedad peruana». Y es que, en verdad, fue una decisiva herramienta para la formación de una verdadera conciencia nacional. Como lo señala Genaro Carnero Checa, hay que distinguir, sin embargo, tres etapas en esta importante publicación. La primera, corresponde a los 16 números iniciales de la revista, publicados entre septiembre de 1926 y el mismo mes de 1928.
En su editorial liminar se proclama como «la voz de un movimiento y de una generación», editada con el firme propósito de ayudar «a conocernos mejor nosotros mismos». «No hace falta declarar expresamente -sostiene- que Amauta no es una tribuna libre, abierta a todos los vientos del espíritu. Los que fundamos esta revista no concebimos una cultura y un arte agnósticos. Nos sentimos una fuerza beligerante. Polémica. No le hacemos ninguna concesión al criterio generalmente falaz, de la tolerancia de las ideas. Para nosotros, hay ideas buenas e ideas malas
Este periodo sin embargo fue interrumpido, como se sabe, por la abrupta represión policial que generó la detención de Mariátegui y la clausura de la revista, en junio de 1927 cuando en su edición N. 9 dedicó sus páginas a analizar el tema del imperialismo. Como se recuerda, la publicación quedó en receso hasta diciembre de ese año. Al volver a luz, lo hizo con un editorial titulado «Segundo acto», en el que reafirmaba su misma voluntad de lucha: «La temporal clausura de Amauta -dijo- pertenece a su biografía. Más propiamente que a su vida. El trabajo intelectual, cuando no es metafísico sino dialéctico, vale decir histórico, tiene sus riesgos».
La segunda etapa de Amauta coincidió con su segundo aniversario, y se inició así -en su edición en septiembre de 1928-con un editorial titulado «Aniversario y balance». En él, precisó el rumbo más definido de la publicación: «Amauta no es una diversión ni un juego de intelectuales puros; profesa una idea histórica, confiesa una fe activa y multitudinaria. Obedece a un movimiento social contemporáneo. En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentirnos espectadores. No inventar un tercer término. La originalidad a ultranza, es una preocupación literaria y anárquica. En nuestra bandera, inscribimos esta sola, sencilla y grande palabra: socialismo»
Cada una de las ediciones de Amauta da una idea del sentido universal y aun ecuménico de las concepciones de Mariátegui, su verdadera identidad internacionalista capaz, al mismo tiempo, de absorber todas las facetas de la vida humana. El número 17, por ejemplo, ya aludido, nos muestra un sumario riquísimo: El editorial, Aniversario y Balance; el artículo Defensa del Marxismo, del mismo Mariátegui; una colaboración de Antenor Orrego sobre la cultura de América; , un poema de Xavier Abril, una de las más caracterizadas figuras de la poesía vanguardista de nuestro país; cuatro exquisitas acuarelas de José Sabogal; un estudio de Juan Andrade referido al nuevo curso de la Revolución China;; una nota en torno al problema de la nueva educación, suscrita por Carlos V. Velásquez; un capítulo de «Matalaché», la novela costumbrista de López Albújar; una crónica de Estuardo Núñez, titulada «Meditación del circo», el trabajo de Martínez de la Torre en torno al Movimiento Obrero en 1919; y otras notas de de prestigiadas plumas como Enrique Peña Barrenechea, Martín Adán, Manuel Seoane, Blanca Luz Brum, Alberto Hidalgo; un mensaje surrealista de Andrés Bretón y hasta una nota sobre el primer aniversario de Nicolás Sacco y Bartolomé Vanzetti, los italianos anarquistas ejecutados en Massachusetts en 1927.
Un universo de temas, de artículos, notas y pinturas vinculadas a ideología, política, educación, historia, arte, cultura y otros aspectos estrechamente relacionados con el pensamiento humano. Un mosaico expresivo de las inquietudes y motivaciones de Mariátegui, un genuino marxista en proceso de realización.
Mariátegui, como se recuerda, pudo tener presencia activa en la publicación de Amauta sólo hasta su número 29, correspondiente a febrero y marzo de 1930, pero ya en él su aporte estuvo ausente. En cambio asomó Ravines con un estudio sobre la realidad social de América latina, que tuvo las páginas preferentes de la edición. Los números siguientes -30, 31 y 32, que corresponden a su tercera época- salieron ya bajo la responsabilidad de Ricardo Martínez de la Torre, esforzado colaborador de Mariátegui que sin embargo no pudo vencer las dificultades políticas y materiales del periodo. De inicio a fin, sin embargo, Amauta fue una muy valiosa herramienta de lucha por la afirmación de ideas nuevas, por la búsqueda de alterativas destinadas a concretar el ideal socialista. Una piedra de toque, también, para distinguir lo bueno de lo malo en el escenario político y social de nuestra patria.
Hubo un tiempo, es verdad, que se impuso un rumbo equívoco en el proceso revolucionario peruano y fue mucho más producto de la situación interna que resultado de la influencia exterior. Ocurrió poco después de la muerte de Mariátegui, sobre todo entre 1933 y 1939 -bajo la dictadura del Mariscal Benavides- cuando el Partido de los Comunistas, reprimido e ilegalizado, cayó la influencia sectaria y estrecha de Ravines. Este oscuro personaje usó toda su capacidad polémica, y sus altas funciones partidistas no para atacar al imperialismo ni defender los intereses de los trabajadores, sino para desvirtuar y denigrar el pensamiento del Amauta atribuyéndole desviaciones de orden «populista» que nunca tuvo. En esa misma línea, un analista soviético, Vladimir Mirochevski, basado en los escritos de Ravines, comparó erróneamente a Mariátegui con los antiguos «populistas» rusos.
Contribuyó a ello el hecho, innegable, que los colaboradores de Mariátegui en realidad, estaban a una apreciable distancia del Amauta. Eran muy jóvenes -Jorge del Prado, por ejemplo, tenía apenas veinte años cuando murió el Maestro- tenían escasa experiencia política y una aún incipiente formación marxista. Fue eso, en buena medida, lo que permitió que prosperaran las iniciativas deformadoras que nos afectaron. Ningún ataque, sin embargo, quedó sin respuesta. Ravines pronto desenmascaró la esencia de su mensaje. Se reveló como un simple traidor, y Mirochevski fue rebatido en las páginas de la revista cubana «Dialéctica» mediante valiosos artículos escritos por Jorge del Prado y Moisés Arroyo.
Hoy, Mariátegui, en su verdadero sitial, señala el derrotero de nuestras luchas, y la revista Amauta es, como se ha dicho, la luz que nos alumbra en nuestra oscura historia. El Simposio que se avecina contribuirá a comprenderlo mejor. (fin)
(*) Profesor y periodista. Miembro del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera