En busca de un balance: para que los lectores dispongan de una visión crítica acerca de las opiniones expuestas por Boaventura de Sousa Santos en torno a las relaciones de la izquierda mundial y la Revolución Cubana, aparecidas en el artículo «¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?» (www.rebelion.org/noticia.php?id=83540), publicado […]
En busca de un balance: para que los lectores dispongan de una visión crítica acerca de las opiniones expuestas por Boaventura de Sousa Santos en torno a las relaciones de la izquierda mundial y la Revolución Cubana, aparecidas en el artículo «¿Por qué Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda?» (www.rebelion.org/noticia.php?
El artículo señalado incluye la siguiente nota aclaratoria que detalladamente nos informa que el autor es: «Doctor en Sociología del Derecho por la Universidad de Yale, profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coímbra, director del Centro de Estudios Sociales y del Centro de Documentación 25 de Abril de esa misma Universidad, profesor distinguido del Institute for Legal Studies de la Universidad de Wisconsin-Madison. Boaventura de Sousa Santos es uno de los principales intelectuales en el área de ciencias sociales con reconocimiento internacional. Es un activo participante en el Foro Social Mundial de Porto Alegre. Es uno de los académicos e investigadores más importantes en el área de la sociología jurídica a nivel mundial.» Fin de la cita.
A estas alturas no es preciso subrayar a nadie la importancia de la teoría. (Tanto menos a lectores de medios alternativos de izquierda.) Especialmente valiosas son las construcciones teóricas -refiéranse ellas o no a ciencias positivas, naturales o humanísticas- que, provenientes de la realidad y soportadas por ella, mejor ayudan a describirla modélicamente. Más aún, si eventualmente el modelo teórico es muy completo y se retroalimenta convenientemente con datos provenientes de las observaciones, esas construcciones teóricas permiten prever ciertos acontecimientos reales con un margen de error también estimable. Por su parte, el más mínimo fracaso de las previsiones anuncia el momento de reevaluación y ocasional reformulación de la teoría.
Tampoco son desdeñables las especulaciones teóricas productivas, o sea, aquellas aproximaciones puramente teoréticas, fundamentadas en la llamada ciencia establecida (dura, aceptada, estándar), que recrean la realidad con lenguajes desarrollados muy específicos, mediante la ideación de diversos problemas fantasiosos o virtuales, cuya solución enriquece el instrumental de la propia teoría y -por su vía-, a más largo plazo, el de la praxis.
Sin embargo, cuando el objeto de estudio es un proceso histórico concreto vigente y pujante, su análisis exige la prudencia que brinda el apego a su realidad con la mayor meticulosidad posible. Esto es, la aplicación de una terminología muy general, deducida de otros contextos históricos, asumida en calidad de leyes universales, podría a la postre describir de manera muy deforme el proceso en cuestión.
En el referido trabajo de Boaventura de Sousa Santos no se ve irradiada la rigurosidad procedimental mencionada. En él resaltan las siguientes tesis:
a.) La izquierda (comprometida, auténtica) mundial se ha desarrollado mucho en los últimos años;
b.) Ese desarrollo no ha tenido como referente a la Revolución Cubana, porque el desarrollo [teórico] de ella se ha visto amordazado por el inmovilismo que impone su liderazgo, a consecuencia del conservadurismo que irremisiblemente contagia a las revoluciones en el poder. [De ello necesariamente se infiere que los éxitos de la Revolución Cubana, entre los que destaca su existir sin claudicar, no sólo son independientes de su desarrollo teórico, sino a contrapelo de él];
c.) El carisma de Fidel Castro, especificidad de la Revolución Cubana, frena la capacidad de maniobra de la dirección sistémica de Raúl Castro.
d.) La supervivencia de la Revolución Cubana depende de su capacidad de plantearse y contestar interrogantes fuertes con respuestas fuertes, esto es, ella se salva tras superar adecuadamente (a favor de la dirección sistémica) el dilema que plantea las contradicciones ínsitas de liderazgo, la principal de las cuales está asociada al hecho de que, en palabras de Boaventura de Sousa Santos, «El final de la teoría de la vanguardia marca el final de toda forma de organización política asentada en ella, en particular el partido de vanguardia.».
Comoquiera que vivir la realidad generada por la Revolución Cubana otorga una visión fuertemente divergente, y en virtud de la importancia de plantear acertadamente los problemas para acercar su solución, obviando los falsos dilemas, humildemente solicito permiso para discrepar del autor.
Para facilitar a los lectores el seguimiento de los criterios divergentes mediante cotejo, su exposición no seguirá el orden temático señalado, sino que se atendrá al orden expositivo del artículo original.
I.- Después que Boaventura de Sousa Santos asegura en el mismo primer párrafo que: «De hecho, el lugar de la Revolución Cubana en el pensamiento y en la práctica de izquierda a lo largo del siglo XX es ineludible.[…]», afirma: «Europa y América del Norte podrían ser lo que son al margen de la Revolución Cubana […]», lo cual, entre otras interpretaciones, significa en propiedad que en América del Norte y Europa no existe izquierda en ningún grado o ella ha podido eludir a la Revolución Cubana. (Valga recordar algunos sinónimos del adjetivo «ineludible» empleado por Boaventura de Sousa Santos, en la norma internacional del castellano: forzoso, obligatorio, ineluctable, imperioso… No parece que él revele muy claramente la importancia de la Revolución Cubana; más bien se acepta como algo que -mal que bien, guste o no- no se puede eludir.)
Pero ni siquiera la contradicción evidente apuntada, es lo más importante. Semejante exposición de la realidad es un triunfo del fariseísmo imperialista, de su diversionismo ideológico, de su maquinaria propagandística, cuyo objetivo es aparentar que Cuba no está en la agenda política de los poderes mundiales. «Pero, ¿qué significación puede tener un país tan pequeño, desde todos los puntos de vista, en un mundo en que los jerarcas del mundo han reducido todo a cifras?», nos espetan esos poderes arrogantes. (Lo peor que podría ocurrir es que «la izquierda académica» acepte esa «aproximación cuantitativa» y reductora a la realidad.)
Esa visión cuando menos se balancea entre la ingenuidad y la ignorancia, porque ella no explica el derroche de recursos del imperialismo estadounidense (en contubernio con los poderes globales) en la persecución de los activos financieros del «insignificante país» y de sus operaciones comerciales, ni los dilapidados en propaganda directa contra Cuba (incluyendo una millonaria estación de televisión surrealistamente invisible y un sofisticadísimo dirigible aerostático para radiotransmisiones); no explica la invasión de Playa Girón, ni el apoyo a las bandas contrarrevolucionarias del Escambray, ni los atentados contra instalaciones productivas, de servicios y diplomáticas del estado revolucionario cubano, ni las miles de acciones terroristas ejecutadas en su territorio; ni los millonarios fondos destinados (hoy mismo, casi dos décadas después del comienzo del fin de la Guerra Fría, en el instante en que el lector pasea sus ojos sobre este texto) a la creación de una oposición interna a la Revolución Cubana … No hay que engañarse (tanto menos la «izquierda académica»), Estados Unidos actúa como el macho despechado: visto que no puede conquistar a Cuba, aparenta no estar interesado en ella, al tiempo que -más o menos entre telones- la acosa, la persigue, la hostiga, la difama, la denigra, la maldice y ningunea.
Es más, un análisis levemente minucioso, no circunscrito a lo aparencial (cual podría esperarse de la «izquierda académica»), demuestra que, todo lo contrario, Cuba ES el problema insoluble de los Estados Unidos y de los poderes globales, incluyendo la Unión Europea, por bizarra que parezca esta afirmación: Cuba no solo ha obligado a que Estados Unidos modifique su belicismo descarnado y su política de intervención y cañoneras en América Latina, sino que se ha convertido en una agenda difícil entre la Unión Europea y Estados Unidos y en un maridaje casi imposible entre Estados Unidos y América Latina. Cuba -entre otras muchas cualidades- es la evidencia de que no todo puede ser comprado, de que el salvamento definitivo de un solo ser humano exige el salvamento definitivo de todos (la afirmación equivalente es también cierta: o nos salvamos todos o todos nos hundimos), que es más importante el avance de la humanidad en términos de humanismo que de tecnología, que las peculiaridades de lo producido (monto, grado de sofisticación, diversidad, eficiencia con que se obtiene) no es más significativo que el modo en que se reparte, que la instauración de sistemas de salud y educación universales es un asunto más cercano a la política que a la economía…
II.- Boaventura de Sousa Santos afirma que «[…] los hostiles condicionamientos externos en que la Revolución Cubana fue forzada a desarrollarse impidieron que el potencial de renovación de la izquierda que la Revolución ostentaba en 1959 se realizara plenamente.» Falso: no fue el «potencial de renovación» el que se vio afectado (ese se «realizó» íntegramente), sino el de la plena satisfacción de las necesidades materiales de la población cubana.
Y aquí vale la pena detenerse, porque este economicismo superficial constituye -en mi modesta opinión- la esencia del difícil problema de Boaventura de Sousa Santos con la Revolución Cubana.
Efectivamente, Cuba enfrenta serias dificultades económicas. Desde luego, ellas no son ni remotamente tan graves como las contrariedades que sufre el sistema capitalista mundial y los poderes imperialistas globales: los embrollos de Cuba se resuelven apenas con «más cosas»; la solución de los «otros» exige la construcción a nivel planetario de un sistema… como el cubano, con los perfeccionamientos y adecuaciones de rigor.
Diríase sin demasiadas honduras que las dificultades económicas de Cuba poseen una raíz múltiple, a saber:
a.-) Razones históricas: Cuba no tiene un «desarrollo tecnológico» (incluyendo el relacionado con su infraestructura productiva) mayor, ni menor, que las restantes excolonias de similares proporciones.
b.-) Razones naturales: hasta el momento en Cuba no se han descubierto yacimientos importantes de minerales que tengan un valor significativo en el mercado internacional.
c.-) La política agresiva de bloqueo económico seguida abiertamente por los Estados Unidos y recatadamente por los poderes imperiales mundiales impide el acceso directo y expedito del estado revolucionario cubano a fuentes provisoras de financiamiento, tecnología, mercado y know-how.
d.-) Las «falencias» propias de la construcción del socialismo (intencionalidad subrayada), especialmente visibles en el plano económico, ya que los actores sociales, educados en la ideología cuyo paradigma principal estriba en el tener, se ven súbitamente en un escenario, cuyo paradigma predecible (pero no completamente formulado, tanto menos objetivado) radicará en el ser.
e.-) Las deficiencias en la instrumentación del socialismo en Cuba atribuibles a la mala conciencia, ineptitud, torpeza, desidia, tozudez, incapacidad de los cubanos de escuchar «voces académicas» y a la impericia e inexperiencia de los dirigentes cubanos, todos los cuales únicamente han sabido mantener un régimen comunista a 150 kilómetros de las costas de la Florida, debacle euro-socialista incluida, por un escaso medio siglo… (Todo eso parece un poco nacionalista, racista, etnicista, ¿o no?)
Los enemigos acérrimos de Cuba solamente ven y subrayan los puntos d.-) y e.-). Es de esperar que los amigos, especialmente aquellos que provienen de la «izquierda instruida», consideren todo el problema.
Habría que subrayar que en los últimos tiempos, en el formidable coro plurilingüe de voces estentóreas de izquierda que exigen el fin del bloqueo económico a Cuba, se escuchan aisladas expresiones de personas de apariencia seria que reclaman a Cuba un milagro digno de Harry Potter: crear riquezas de la nada. No hay por qué extrañarse: ya Karl Marx en la Crítica al programa de Gotha señalaba que una insuficiencia de aquel texto -de origen abiertamente idealista- era que consideraba al trabajo el generador de las riquezas [«El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (¡que son los que verdaderamente integran la riqueza material!), ni más ni menos que el trabajo no es más que la manifestación de una fuerza natural, de la fuerza de trabajo del hombre.», escribió Karl Marx].
La variante post-moderna y neoliberal de ese idealismo es suponer que el simple cómo puede material-izar algún qué. Esa novísima «ideota» suele verse acompañada de diferentes argumentaciones que enmascaran el aserto, asumido como axioma, de que la eficiencia de las empresas privadas radica en que tienen dueño, como si existiera una predisposición egoísta del psiquismo humano.
Con todo, no es siquiera este idealismo abierto el elemento más inapropiado de esta «cosmovisión» que cierta izquierda se atribuye, de acuerdo con la cual Cuba sería el referente indisputable (necesario, absoluto, imperioso, deseable) para la izquierda si este país hubiera alcanzado el desarrollo económico de Japón, digamos. Así, la principal ceguera de esta izquierda es no ver lo inadecuado de semejante desarrollo tecnológico. No solo la imposibilidad de que en las actuales circunstancias de intercambio un país del Tercer Mundo pueda alcanzarlo de forma endógena, independientemente de las modificaciones estructurales a que se someta, sino lo inviable para el mundo de ese curso de desarrollo.
III.- Boaventura de Sousa Santos afirma que: «[…] Tal hecho [la irrealización del potencial de renovación de la izquierda que la Revolución ostentaba en 1959] hizo que la izquierda mundial no se renovara, en los últimos cincuenta años, sobre el legado de la Revolución Cubana, sino a partir de otros referentes.»
Uno ante todo se pregunta, sinceramente, cómo puede alguien hablar a nombre de la izquierda mundial, por muy académico y profesor que este alguien sea; parecería más adecuado emplear expresiones menos categóricas y más humildes: «pienso que», «a mi juicio», «diríase que»… Con todo, visto desde acá, entre quienes tenemos la inmensa dicha de vivir la interesante experiencia de la Cuba actual, no somos pocos a quienes el azar ha permitido conocer militantes de izquierda para quienes su referente mejor es justamente la Revolución Cubana. (No soy nadie para aconsejar, tanto menos para mencionar personas, así que a riesgo de parecer altanero, invitaría a indagar acerca de este tema entre los propios hacedores de Rebelion, a cuya loable actividad tanto sentimos -sin cifras, pura intuición- que debe la izquierda latina e iberoamericana, en el sentido más noble que este gentilicio admita.)
No es difícil coincidir con los numerosos pensadores de la izquierda comprometida que encuentran aberrante verse constantemente obligados a exponer verdades de Cuba, a causa de la sistemática labor de engaño y descrédito con que los medios presentan su realidad. Obviemos pues en lo posible el penoso procedimiento. Remítanse los interesados a los informes de instituciones internacionales acerca de la salud pública, la educación, los niveles de ingesta poblacional, la distribución de la riqueza, la diversidad de eventos deportivos y culturales y su asequibilidad para los habitantes del país, los índices de desarrollo humano, y no olviden compararlo con las cifras que revelan el funcionamiento de la economía de la nación cubana… Después, después pueden cotejarlo con la situación en sus propios países y arribar a las conclusiones de rigor.
Por eso, la segunda pregunta obligada sería pues esta: si no fue la Revolución Cubana, acosada y victoriosa en muchas batallas, que a pesar de todas las vicisitudes continúa perfeccionándose sin claudicar ni desmoronarse, ¿cuáles son los referentes a partir de los cuales se renovó «toda» la izquierda mundial?… ¿Acaso sirvieron de sistemas referenciales los regímenes renegados y oportunistas de Eurasia Central, cuya estrecha visión eurocentrista los indujo a adjudicar el estado de bienestar general de que gozaron por largo tiempo los países de Europa Occidental no al sufragio que recibían de sus excolonias, como era el caso, sino a razones subjetivas y racistas? ¿O los trabajos promocionales del eurocomunismo destinados a «contemporizar» la «lucha de clases» con la «nueva realidad», esa que evidenciaba que la burguesía era un interlocutor hasta tal punto razonable que había que renunciar a la violencia para tomar el poder político y a la «dictadura del proletariado», término maldito? ¿O los de la Internacional Socialista? ¿O los textos iluminadores del estructuralismo, con seguridad reveladores de la realidad del estado de bienestar general de la Europa posbélica que lo engendró con algún grado de certeza, pero -por lo mismo- de vigencia local, difícilmente aplicable a la realidad del Tercer Mundo?
Sin apelar a una suerte de falacia genética, no es fácil señalar «razones» no discriminadoras que acepten la conveniencia de ciertas interpretaciones nacidas en un medio, al tiempo que desacreditan las que la praxis en otro entorno valida. Tanto más engorroso es supeditar unas a otras, mediante cierta «generalización erróneamente inducida», carente del recurso de la comprobación en los hechos. ¿En virtud de qué argumentos, si no lo es -queda repetido- de los que brinda la práctica social?
Llega uno, descreído que es, a dudar de la tal renovación.
Tal vez, ante todo, la izquierda referida por Boaventura de Sousa Santos tendría que plantearse muchas interrogantes fuertes en torno a la ética, y darse respuestas fuertes. Aun así, profundísima carencia conceptual vislumbrada, uno se pregunta si para esa izquierda Cuba es su referente ético… Luego cabría preguntarse si, además de los éticos, requiere la izquierda otros referentes.
IV.- Antecedentes vistos, no es raro que Boaventura de Sousa Santos «sostenga que para esa izquierda […], Cuba sea hoy un problema difícil«, ni que para él esto «signifique que a.-) en las presentes condiciones internas, Cuba haya dejado de ser una solución viable de izquierda; b.-) que los problemas que enfrenta, sin ser insuperables, son de difícil solución; c.-) que si tales problemas fueran resueltos en los términos de un horizonte socialista, Cuba podría volver a ser un motor de renovación de la izquierda. Será entonces una Cuba distinta […]».
Son estos negros augurios, en verdad, el primero de los cuales («[…] en las presentes condiciones internas, Cuba haya dejado de ser una solución viable de izquierda; […]») significa -ni más ni menos- que Cuba es un fracaso… A esa afirmación de un representante prominente de la «izquierda académica» vale la pena retornar más adelante.
Sin embargo, lo que verdaderamente maravilla es que de esas simples afirmaciones resumidas hasta aquí, Boaventura de Sousa Santos deduzca toda una «axiomática absoluta» que reza: «Hechas estas precisiones, el ‘problema difícil’ se puede formular como sigue: Todos los procesos revolucionarios modernos son procesos de ruptura que se basan en dos pilares: la resistencia y la alternativa.«
Es interesante esta reformulación de la dialéctica de todos los procesos revolucionarios modernos mediante el par categorial resistencia-alternativa y la búsqueda de su equilibrio, como panacea universal…
No caben dudas que cada cual está en el derecho de aplicar un sesgo antrópico y explicarse los complejos fenómenos sociales que testimonia, con el lenguaje que le resulte más cómodo o pertinente. (Algunos llaman, en inglés, a esa práctica tan desprovista de objetividad como llena de intencionalidad, mindturbation.) Claro, en la actualidad, cuando las personas medianamente instruidas conocen que cualquier teoría científica (sin relativismo) no es más que un modelo que explica la realidad con un grado de aproximación previsible -si el lenguaje es suficientemente completo- dentro de ciertos límites, encontrar un absoluto como ese resulta… llamativo. Por eso uno se siente tentado a sumergirse en sus honduras a ver adónde conduce su aceptación rigurosa, sin olvidar -precavidamente- que la realidad es siempre más rica que cualquier modelo (para evitar que nos ocurra lo que a los financistas del mundo actual que creyeron que el dinero era en verdad estrictamente equivalente a las riquezas y ahora tienen una agudísima «crisis mental de expectativas gananciales insatisfechas»).
Antes de hacerlo, resulta imperioso que me refiera a una idea expuesta de soslayo por Boaventura de Sousa Santos en el párrafo mencionado, según la cual toda la ayuda recibida por Cuba de la URSS se cataloga como «la forzada solución soviética en los años 70«… No me queda más remedio que hablar a título personal, porque es casi imposible hacer generalizaciones sobre la repercusión subjetiva que estos temas, de puras relaciones humanas, provocan en cada quien, pero no creo que Boaventura de Sousa Santos encuentre muchos revolucionarios cubanos, nacidos entre los años 20 y 70 del tormentoso siglo XX, que tengan una opinión tan endemoniadamente pobre, ingrata y mezquina del papel que jugó la URSS en la supervivencia del joven estado socialista cubano. No se trata siquiera de cómo en este caso Boaventura de Sousa Santos hace una afirmación tan absoluta y estrecha que reduce la fértil multiplicidad esencial de la realidad histórica a un solo camino, que -por esta vía- se convierte en «forzado», sino que para Cuba, para los millones de cubanos que supimos directa y carnalmente de la solidaridad, del amor humano y del espíritu altruista del pueblo soviético, una visión tan restringida es poco menos que ofensiva. Pero, resignémonos, es su diletante (adjetivo acentuado) opinión, pues él obviamente no conoció directamente de esas experiencias. En fin, no hay que extenderse, por tentado que me vea a hacerlo. Valga este otro criterio, apenas un «botón», como contraparte: quienes se interesen en conocer una exposición de la verdad más rica y matizada, encontrarán seguramente dónde y cómo hacerlo.
V.- La primera conclusión (absoluta, naturalmente) que ofrece la axiomática de Boaventura de Sousa Santos es esta: «[En Cuba] La resistencia terminó por superponerse a la alternativa.» Y a ella sigue este lindo galimatías: «Y de tal modo, que la alternativa no se pudo expresar según su lógica propia (afirmación de lo nuevo) y, por el contrario, se sometió a la lógica de la resistencia (la negación de lo viejo).«
Asumamos que para cualquier lector es evidente que la lógica interna de la alternativa es la afirmación de lo nuevo, mientras que la lógica de la resistencia es la negación de lo viejo… Más difícil resulta aceptar que la afirmación de lo nuevo sea el contrario de la negación de lo viejo, cuando al sentido común se le hace más plausible admitir que la afirmación de lo nuevo ES la negación de lo viejo, pero sobre todo parece muy festinada e inexacta la conclusión de que «[en Cuba, la alternativa] nunca se transformó en una verdadera solución nueva, consolidada, creadora de una nueva hegemonía y, por eso, capaz de desarrollo endógeno según una lógica interna de renovación (nuevas alternativas dentro de la alternativa)«, lo cual equivale a decir que en Cuba el conservadurismo (resistencia) triunfó sobre la espontaneidad (alternativa) [libérrima traducción-interpretación del autor a la terminología de Boaventura de Sousa Santos].
No parece estar Boaventura de Sousa Santos muy familiarizado con la realidad cubana, de primera mano, sudor mediante que no por textos polarizados, axiomáticas infundadas e interpretaciones literarias enanas, ya que este país es famoso por haber negado todas las supuestas verdades establecidas por los manuales -desde la Biblia a los textos de Afanásiev, el celebérrimo difusor de la comprensión del marxismo según la «norma soviética»-, en función exclusivamente de los requerimientos internos de su propio proceso.
En la misma cuerda está su afirmación de que: «El carácter endógeno de esta última ruptura [la Revolución misma] pasó a justificar la ausencia de rupturas endógenas con los pasados más recientes, incluso cuando eran conocidamente problemáticos.»
Me he permitido subrayar la última idea de la oración aducida porque de ella se infiere que en Cuba problemas conocidos no han sido superados… porque la alternativa quedó secuestrada por la resistencia, o -dicho en las palabras exactas de Boaventura de Sousa Santos-: «Debido a este relativo desequilibrio entre resistencia y alternativa, la alternativa ha estado siempre a un paso de estancarse, y su estancamiento siempre disfrazado por la continua y noble vitalidad de la resistencia. Esta dominancia de la resistencia acabó por atribuirle un ‘exceso diagnóstico’: la necesidad de la resistencia podía invocarse para diagnosticar la imposibilidad de la alternativa. Aun si es errada, en los hechos tal invocación siempre ha sido creíble.«
Es difícil rechazar la interpretación de que «algo» (evento, proceso, situación, fenómeno) puede ser calificado de conocidamente problemático sin: a.-) conocer el problema; b.-) conocer las alternativas de solución; c.-) disponer de varias de ellas en términos de viabilidad y factibilidad; d.-) conocer anticipadamente los resultados que se obtendrían de la aplicación de las variantes mencionadas. O sea que tras leer la idea expuesta por Boaventura de Sousa Santos es difícil no concluir que la conducta del gobierno cubano, incluso ante problemas conocidos, es la de instrumentar ex profeso las variantes asociadas a la resistencia [conservadurismo] por malas que ellas sean, en virtud de satisfacer esa exigencia de suyo ontológica…
Al margen de cualesquiera otros razonamientos posibles, cabe señalar que muchas de las personas que vivimos en Cuba somos fundamentadamente partidarias de que entre las guías éticas que rigen la conducta del gobierno cubano no se encuentra la de hacer prevalecer a toda costa la resistencia sobre la alternativa. Menos radical y más ajustado a la lógica simple parece ser la suposición de que un gobierno que ha logrado derrotar -mejor que simplemente resistir– los embates del imperialismo estadounidense y los poderes globales por cinco décadas, conservando sus objetivos programáticos básicos de justicia y equidad al nivel que le asegura el apoyo irrestricto de la mayoría de la población (estrategia), en condiciones de maniobrabilidad limitada (escenario), se haya guiado por razones eminentemente prácticas (táctica).
Por último, respecto a este asunto, sin intención de argumentar ad hominem, permítaseme solo señalar que es curioso que este criterio es esencialmente coincidente con el de la (mengüe) contrarrevolución militante radicada en Cuba, famosa por su parquedad de ideas pobres y nulidad de pensamiento fecundo, acerca de que el inmovilismo del país, cuya asumida realización se imputa a la burocracia gubernamental, es alegadamente de origen sistémico y tiene como fin hacer perdurar el dominio de los hermanos Castro.
VI.- Dentro de la axiomática expositiva de Boaventura de Sousa Santos se introduce (esto es, no se deduce) un «segundo vector (¡!) del ‘problema difícil’ […]», a saber: «el modo específicamente cubano en que se desarrolló la tensión entre revolución y reforma.»
Aunque no es una «aproximación» novedosa, pues la historia, a la par que -como siempre- desconoce las millones de personalidades equivalentes que forzosamente tiene que haber existido en África, Asia y la América precolombina, recoge otros pares de figuras contrapuestas debidamente exaltados (César-Octavio; Lenin-Stalin; Stalin-Jruschov; Marx joven-Marx viejo; Eisenhower-Kennedy, etc.), Boaventura de Sousa Santos, para hacer más entretenida su visión, comienza a desarrollar en el plano subliminal un contrapunteo entre el carisma de Fidel y la sobriedad de Raúl con la siguiente afirmación (también notablemente absoluta), que resulta un precioso oxímoron, como se verá a continuación: «En cualquier proceso revolucionario, el primer acto de los revolucionarios después del éxito de la revolución es evitar que haya otras revoluciones.«
Es posible que Boaventura de Sousa Santos haya vivido eventualmente de primera mano la experiencia de alguna revolución auténtica y triunfante. No lo sé, aunque ellas no son tantas en la historia reciente. En puridad, no creo que en una revolución se pueda identificar «un acto primigenio». (Diríase más acertado sustituir el concepto de «el primer acto» por una expresión como «la intención principal», la cual permitiría traer a colación el adagio leninista de que «Una revolución vale cuanto sepa defenderse«.) En cualquier caso, nuestras experiencias mutuas -o la interpretación que a ellas damos- divergen fuertemente.
Tal vez no sea ocioso aclarar que usualmente se acepta por «revolución verdadera» aquella que: a.-) es objetivamente gestada por circunstancias sociales, cuya lógica interna exige su superación dialéctica; b.-) la realización de los objetivos programáticos de la revolución ES la superación dialéctica señalada; c.-) lleva a vías de hecho esos objetivos programáticos. Antecedentes advertidos, es sensato afirmar que: a.-) todos los primeros actos de una revolución verdadera persiguen la real-ización (instrumentación, llevar a la práctica, hacer realidad, implementación y conceptos análogos) de sus objetivos programáticos; b.-) esa misma conducta es la única que justifica su existencia (ha sido dicho), concita el apoyo creciente de la población, y garantiza –de este modo– su permanencia.
En un sentido aparentemente estrecho, refiriéndonos siempre a una revolución verdadera, el llamado a hacer una revolución tras ella suena a restitución del pasado, esto es, parece una invocación a una contrarrevolución. Pero no es esa la única interpretación posible: podría este llamado ser una apelación a [hacer] revoluciones dentro de la revolución. Admitamos que esa es la significación del texto, aún si de escritura anfibológica…
Sin desdorar a ninguna otra, si se evalúa por las modificaciones de las aproximaciones a problemas sociales y a las soluciones que alguna vez se pusieron en práctica, considerando tanto los criterios aceptados mundialmente en la época como razones nacionales de carácter histórico, es difícil encontrar una revolución que haya sido más herética, humanísticamente radical, justa e ilegal, disidente, cismática, autóctona, excéntrica, experimentadora e irreverente que la cubana.
Por eso asombra la afirmación de Boaventura de Sousa Santos, siempre refiriéndose a Cuba, de que «Con ese acto [evitar que haya otras revoluciones después del triunfo de la revolución] comienza el reformismo dentro de la revolución. Reside aquí la gran complicidad -tan invisible como decisiva- entre revolución y reformismo. En el mejor de los casos, esa complementariedad se logra por una dualidad -siempre más aparente que real- entre el carisma del líder, que mantiene viva la permanencia de la revolución, y el sistema político revolucionario, que va asegurando la reproducción del reformismo. El líder carismático ve el sistema como un confinamiento que limita su impulso revolucionario, y lo presiona hacia el cambio; en tanto el sistema ve al líder como un fermento de caos que hace provisionales todas las verdades burocráticas. Esta dualidad creativa fue durante algunos años uno de los rasgos distintivos de la Revolución Cubana.»
La visión que se revela de las palabras de Boaventura de Sousa Santos acerca de una Revolución consiste en la de un cataclismo social brusco respecto al pasado engendrador, de intensidad y alcance variables, tras cuya ocurrencia sobreviene una «calma esencial», dictada por su propia «lógica interna», alterada por movimientos subsiguientes espasmódicos espurios e indeseados y que -en tanto tales- la Revolución se esfuerza en sofocar, que constituyen sin embargo el reflejo verdadero del kernel mismo de esa Revolución.
Ese cuadro parece describir adecuadamente los procesos sociales, ocasionalmente muy súbitos y formalmente profundos, que tienen lugar en países que conservan después de su ocurrencia la formación socio-económica precedente. Por ejemplo, la instauración de las dictaduras militares en países democráticos de América Latina y viceversa, la superación de esas dictaduras cuando esos países retornaron a los cauces de la democracia liberal burguesa.
No es el caso de la Revolución Cubana de 1959. Más aún, la mente sana se resiste a aceptar seriamente la afirmación de que una nación como Cuba, la precariedad de cuya economía, su naturaleza típicamente excolonial y la juventud de su historia, la obligan -como a tantísimos otros estados similares- a depender fuertemente de los vaivenes que experimenta el mundo, sometida además a múltiples y constantes presiones externas de incalculable envergadura por medio siglo, situación que no ha experimentado ninguna otra nación en toda la historia humana, se haya mantenido incólume e inalterada.
Así, contrariamente a la opinión que se deduce del texto de Boaventura de Sousa Santos, muchos críticos del gobierno cubano y otros simplemente desconocedores profundos de la realidad de esta isla acusan -o califican, según sea el caso- a las autoridades del país no de conservadurismo, sino de tener una conducta política oportunista (o adaptable), ya que materias que en un momento parecieron modulares de su política interna y externa se han visto sustancialmente modificadas en muchos sentidos en el curso, notablemente, de las últimas dos y media décadas. (Como dicen con criolla jocosidad, vamos alegremente de Brezhnev a Juan Pablo II y de Gorbachov a Putin, porque este es un proyecto sustentado en ideas, no en figuras.)
Pongamos algunos ejemplos, muy pocos, fácilmente constatables -mediante «vida in situ»- de cambios «bruscos», cuya ocurrencia comenzó notablemente antes de 2006, expuestos -en evitación de dilaciones- sin orden específico.
1· ha aumentado ostensiblemente la «permisividad religiosa cotidiana» (la libertad de culto siempre ha estado legalmente refrendada, pero casos hubo, en tiempos ha, de restricciones laborales, educacionales y de otro tipo por motivos religiosos, algunos de ellos penosamente notables);
2· hay una mayor comprensión hacia la diversidad de la conducta sexual humana y libertad en el ejercicio individual de una sexualidad responsable, dentro de las normas legales vigentes, que excluyen la prostitución y tipifican el delito de corrupción de menores, etc., pero que protegen ampliamente las alternativas preferenciales individuales características de las prácticas sexuales;
3· se observa mayor moderación en las relaciones oficiales con la comunidad cubana en el exterior y comedimiento hacia los emigrantes;
4· se han abierto mercados, paralelos a los estatales, con precios regidos por la relación entre la oferta y la demanda, dentro de límites de ganancia coyunturalmente aceptables;
5· se respetan obras de arte de discreto compromiso social, disociativas o escapistas, críticas o francamente contestatarias, realizadas por autores cubanos residentes en el país;
6· se ha despenalizado la tenencia de divisas extranjeras;
7· se han reducido las restricciones para el establecimiento de relaciones entre nacionales y extranjeros;
8· hay un trato más comprensivo (menos intransigente) hacia los quebrantadores del código penal y un trabajo más profundo e inteligente de prevención de delitos, tendiente a la erradicación de sus causas sociales (lo cual implica, en buen castizo, el abandono del lenguaje triunfalista del pasado y la aceptación de que tales causas, relacionadas siempre con la marginalidad y la pobreza cultural, no han sido todavía erradicadas en el país);
9· no se promueve oficialmente la insurgencia ni se apoyan directamente a grupos armados en el mundo;
10· se admite el acceso de amplios grupos de población a literatura, filmes, diarios, revistas, piezas musicales, obras pictóricas y otros artículos similares producidos en el extranjero sin que sea considerado «diversionismo ideológico», independientemente de su mensaje, si este -como ocurre en todos los países civilizados- no es explícitamente pornográfico, ni hace llamados a la violencia social o al cambio del régimen instaurado en el país, ni promueve el racismo, la xenofobia o ideas similares;
11· se permite el trabajo por cuenta propia, dentro de límites que impiden el enriquecimiento desmedido ni la explotación de unos seres humanos por otros;
12· han sido establecidos diversos convenios de copropiedad con corporaciones capitalistas en ramas estratégicas del país, tales como la minería, la agricultura, la industria de materiales de la construcción, la telefonía y el petróleo, sin perder la soberanía del país sobre esos medios y recursos;
13· se contrajo considerablemente la industria azucarera, la que, junto al tabaco, constituyera uno de los pilares de sustentación de la cubanidad (cualquiera que sea el contenido y alcance de esta categoría sociológica), al decir de don Fernando Ortiz;
14· se abandonaron los planes de instauración obligatoria de la enseñanza secundaria fuera de las ciudades y ha disminuido la insistencia oficialista en subrayar la importancia de cursar estudios en semejantes instalaciones, lo cual fortalece el papel de la familia en la educación ciudadana;
15· se reconoce la vigencia en el país de violencia social y familiar, y de conductas sexistas y racistas (sin que nada de esto alcance niveles siquiera mínimamente comparables a los que prevalecen en otras latitudes);
16· se ha renunciado a las aproximaciones tipificadoras, simplistas y maniqueas del complejo universo psíquico humano, caracterizadas por las inútiles, estúpidas, reductivas y humillantes «parametraciones», o ha disminuido mucho el valor que otrora se les otorgara;
17· aunque de manera todavía insuficiente, a través de la prensa y de oficinas de atención a la población, se ha visto elevada la autoridad y fortalecidos los derechos de la ciudadanía sin necesidad de alegaciones de vínculos formales con los aparatos de estado y de gobierno;
18· aunque queda todavía mucho por hacer, hay un respaldo creciente de las instancias superiores a favor de la autoridad de los delegados de base del Poder Popular para el mejor desempeño de sus funciones;
19· se han ampliado las esferas productivas cooperativizadas;
20· se observa una paulatina laxación de los mecanismos de otorgamiento de secretividad y clasificación de documentos, lo que se trasluce en un ligero, pero perceptible, incremento de información relacionada especialmente con el sensible tema de la economía, aun si la agresividad del gobierno estadounidense sugiere cautela en este entorno;
21· mediante una fuerte presencia en los medios e intensa promoción oficial, ha habido, en detrimento del triunfalismo competitivo, una progresiva elevación del papel social otorgado a la masividad de la práctica del deporte y a actividades deportivas centradas en el mejoramiento de la calidad de vida por su impronta en la salud física y mental, la interconexión de colectividades, el empleo sano del tiempo libre, la afectividad humana, el soporte que brinda a minusválidos y discapacitados, etc.;
22· la gama de noticias que se difunden se ha ampliado notablemente respecto a la situación de aguda discriminación noticiosa que se vivía en la era soviética, cuando había que esperar a que apareciera en Granma el desastre de Chernóbil para hablar de ello sin peligro real de recibir amonestaciones policiales, y era norma aceptada que algunos podían saber lo que a otros les estaba vedado enterarse;
23· se han abierto espacios, todavía reducidos y academicistas, en que se discuten hechos espinosos de la historia de la Revolución, tales como el papel de las fuerzas citadinas y de estructuras políticas diferentes del Movimiento 26 de Julio en la preparación del triunfo de la oposición al régimen de Fulgencio Batista en enero de 1959, el episodio de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, el tema de los esquematismos, la censura y las relaciones de «ordeno y mando» hacia los intelectuales durante el llamado «quinquenio gris», la clausura de la revista Pensamiento Crítico y otros asuntos similares;
24· de manera tímida pero creciente, han aparecido en los órganos informativos temas novedosos de análisis que son tratados con frecuencia y fuerza ascendentes en el pensamiento crítico cotidiano, forjado notablemente fuera de los foros académicos en gran parte de los casos, acerca de la realidad cubana actual, tales como el sensible envejecimiento de la población, el grado de afección de la juventud de hoy hacia las metas y el lenguaje político de la Revolución, contraposición de las formas social y estatal de propiedad en el socialismo, y otros;
25· hay, más que alejamiento, un claro rechazo del «marxismo soviético de manuales» en todos los niveles de la sociedad, sin exclusión de esferas, lo cual entraña -por cierto- la posibilidad real de pérdida de influencia productiva y útil en el acervo cultural cubano de los elementos valiosos pertinentes a la cultura ruso-soviética;
26· se observa un «descongelamiento» gradual de las obras escritas de Ernesto Guevara y, en general, entre los círculos intelectuales hay una muy intensa búsqueda y relectura de mitos otrora preteridos o excluidos (Gramsci, Luxemburgo, Mariátegui y otros);
27· a la par de la proyección del pensamiento de la intelectualidad cubana actual hacia todas las ideas cosmopolitas que antaño se vieron relegadas en el país en las esferas -entre otras- de la teoría de la literatura, las artes plásticas, el teatro, la música, el cine, la televisión, la arquitectura, la estética, la antropología, la semiótica, la sociología de la cultura, la teoría social y la filosofía1, es patente un renacimiento casi explosivo de la vertiente de exaltación de la autoctonía, lo cual se manifiesta -por una parte- en una eclosión de estudios de corte nacionalista (como los consagrados a la definición del término «cubanía» o «cubanidad», identidad nacional y similares, así como los historiográficos, destinados a iluminar todos los momentos de la historia de Cuba), y -por otra- en una revitalización de las obras de pensadores cubanos o precursores merecedores de tal calificativo;
28· lentamente se avanza desde la argumentación ad hominem y la inculpación del opinante crítico (o incómodo) -en diversos grados y modos- hacia el análisis sereno de la opinión emitida; desde la aceptación apriorística del argumento de «autoridad» (magister dixit) o la descalificación apriorística del opinante por discrepar de criterios de prestigio (argumentum ad verecundiam) hacia la valoración fecunda de juicios y circunstancias;
29· ha aparecido un discurso ecológico de creciente relevancia en las inquietudes ciudadanas;
30· palmo a palmo avanzan en la sociedad las preocupaciones relacionadas con la dimensión estrictamente humana de las personas, en detrimento del peso que en el pasado se dedicaba exclusivamente a su valor como ciudadanos, lo cual se manifiesta en aspectos «vivenciales» tan «pedestres» como la vivienda, los medios de cocción y conservación refrigerada de alimentos con que cuenta la población, las vías de comunicaciones telefónicas en comunidades muy alejadas de poblados y ciudades, la generación de energía en esos sitios, etc.;
31· hay la percepción de que se perfilan con nitidez creciente los fundamentos que han sido llamados «principios políticos de la Revolución» (cubana), atribuidos antaño -ante la razón del ciudadano común- de una dispersión interpretativa, conducente a relaciones discursivas muy dogmáticas, sectarias e inflexibles entre dialogantes, toda vez que, dada la imprecisión de los límites de esos «principios», cualquier disputa se realizaba en dos planos paralelos: en forma explícita y directa sobre el asunto mismo y en forma subliminal acerca de la pertinencia de la discusión, o sea, acerca de cuán alejado se encontraba el tema en disputa del ámbito de la vigencia de los «principios» 2;
32· tanto en la esfera de la enseñanza pública como en la del análisis político público se abre paso paulatinamente la comprensión de que la educación no se reduce a la «instrucción», a la simple exposición de ideas ante un grupo de oyentes, sino que es un proceso activo que requiere la participación consciente de los educandos;
33· ha habido un abandono de la aceptación crédula del «consenso automático», lo cual se manifiesta en el empleo creciente de métodos científicos de investigación sociológica antes aparentemente usados con extrema cautela, cuales son las encuestas y las investigaciones en el terreno (el reciente llamado hecho por la máxima dirección del país al análisis sin cortapisas de los problemas que enfrentamos los cubanos hoy para la búsqueda de soluciones coyunturalmente idóneas es un ejemplo de ese enfoque);
34· se aprecia un incremento sustantivo en la atención a los grupos poblacionales menos favorecidos, cual es el caso de minusválidos, ancianos sin amparo filial, personas de muy escasos recursos, a través principalmente de los trabajadores sociales, institución creada en los últimos años. Entre las medidas adoptadas está el incremento de las pensiones y la creación de comedores locales para personas desatendidas.
35· ha crecido la fiscalización y el control de activos financieros y de los medios materiales;
36· con discreción y sin espectacularidad se desarrolla una lucha indeclinable y sostenida contra la corrupción.
Ciertamente los puntos expuestos se refieren a temas de difícil -aunque no imposible- mensuración aceptable, lo cual permite acusar de subjetivismo la apreciación que de ellos se tenga, pero en este caso esas afirmaciones no se aducen sin que puedan ser presentadas medidas y hechos que las respalden (legislaciones publicadas, eventos realizados, creaciones de instituciones estatales, informes de auditorías, resultados de controles gubernamentales, actas de procesos judiciales, memorias de conferencias científicas, encuentros abiertos del público con especialistas y otros) y que tanto su número como su alcance sean abrumadoramente mayores que las de aquellas que contradigan la dialéctica de la sociedad cubana actual en la dirección que ellas suponen. La forma «descriptiva» en que aposta esos «movimientos del quehacer cotidiano y la subjetividad social» se exponen aquí, persigue subrayar la impronta con que ellos son percibidos por la conciencia del ciudadano avezado, pues en esa huella radica la meta esencial de la batalla de ideas que hoy libra la izquierda comprometida mundial, en aras de crear consenso y convocar a la acción a partir de la consolidación de la hegemonía en el sentido gramsciano: con mentes, corazones y voluntades de hacer conquistadas.
En cambio, en correspondencia con la axiomática subjetivista que desarrolla en el texto de referencia, Boaventura de Sousa Santos hace afirmaciones «auto-sustentadas». Por ejemplo, cuando escribe: «Sin embargo, con el tiempo, la complementariedad virtuosa tiende a transformarse en bloqueo recíproco. Para el líder carismático, el sistema, que comienza por ser una limitación que le es exterior, con el tiempo se convierte en su segunda naturaleza. Se hace así difícil distinguir entre las limitaciones creadas por el sistema y las limitaciones del propio líder. El sistema, a su vez, conociendo que el éxito del reformismo terminará por erosionar el carisma del líder, se auto limita para prevenir que tal cosa ocurra. La complementariedad se transforma en un juego de autolimitaciones recíprocas. El riesgo es que, en vez de desarrollo complementario, ocurran estancamientos paralelos.»
Nada de eso puede ser probado. No son afirmaciones que se sustenten en documentos, discursos registrados, opiniones recogidas, políticas explícitamente implementadas con la intención que aquí se señala. Son simples especulaciones expuestas con un lenguaje verosímil, como el que se emplea en la ficción, pero dotado de un aire «ensayístico».
Además de los ya señalados cambios bruscos que ha experimentado el mundo en los últimos 50 años -que han ido desde la agudeza extrema de la Guerra Fría, una de cuyas principales cúspides fue la Crisis de los Misiles protagonizada por la nación caribeña, hasta la borrachera neoliberal de los años ’90-, es natural admitir que existen fuentes internas que explican esos incesantes y perceptibles movimientos del hacer y del pensar cotidianos de la sociedad cubana de nuestros días. Entre ellas cabe destacar la naturaleza excolonial de Cuba y la profunda raíz ética de sus luchas. (Como notablemente han señalado Armando Hart Dávalos y Eduardo Torres-Cueva, este tema merece un acercamiento más minucioso a la historia de este país por parte de la izquierda académica comprometida. En él, la insularidad, la cercanía a una metrópolis naciente como los Estados Unidos y la forzada y compleja composición poblacional obligaron a la burguesía criolla durante las guerras por la independencia a considerar múltiples variantes de desarrollo, lo cual condujo a realizar análisis muy avanzados de lo que significaba el voraz vecino del Norte, así como intereses genuinamente populares, ajenos a sus intereses de clase, algo que probablemente no haya ocurrido con igual fuerza en las naciones del continente, poseedoras de una población a quien explotar: los nativos. O sea, mientras que allí, las burguesías «nacionales» sustituyeron a sus padres, los explotadores foráneos, de forma «ordenada y natural», aquí había que crear una nación en el sentido más amplio e incluyente del concepto.)
VII.- La tesis del «raulismo versus fidelismo» (o viceversa, es igual de infundado y absurdo, según han declarado públicamente los dos actores implicados más de una vez) se revela con mayor claridad en este párrafo: «La relación entre carisma y sistema es, pues, muy sensible a veces, y particularmente en momentos de transición. El carisma, en sí mismo, no admite transiciones. Ningún líder carismático tiene un sucesor carismático. La transición solo puede ocurrir en la medida en que el sistema reemplaza al carisma. Pero, para que tal cosa suceda, es necesario que el sistema sea suficientemente reformista para lidiar con fuentes de caos muy diferentes de las que emergían del líder. La situación es dilemática, siempre y cuando la fuerza del líder carismático tenga objetivamente bloqueado el potencial reformista del sistema.»
Habida cuenta de que, despersonalización lingüística obviada, aquí se habla de actores concretos (no de un sistema virtual, genérico, impreciso y de fuentes de caos abstractas, sino de personas vivas, interactuantes, que se encuentran en relación fraternal permanente), forzoso es concluir que estamos ante un párrafo descriptivo de una situación hipotética, posible, vero-símil, plausible, novelera, shakesperiana, llena de absolutismos («Ningún líder carismático tiene un sucesor carismático.«, lo que nos lleva mentalmente a reevaluar los pares de Filipo y Alejandro, César y Octavio, Lenin y Stalin, Mao y Deng, et al.), como si hablara la voz de dios o de un gurú muy bien informado, cuya principal singularidad, escasamente significativa quizás a los efectos del relato, estriba en un detalle minúsculo… es falsa. No solo no puede ser corroborada por ninguna vía documental, sino que no hay un solo gesto proveniente de los dos principales protagonistas implicados, ni el más mínimo, que permita sustentar razonablemente esas presunciones, sin apelar a construcciones llenas de subjetivismo.
VIII.- Para que su texto porte utilidad práctica, Boaventura de Sousa Santos, a la par que introduce en su axiomática un tercer vector (que por esta vía se va convirtiendo en tensorial), regala la siguiente receta absoluta de éxito, en la que se señala adicionalmente la única causa que ofrece la disyuntiva de fracaso: «Este vector del ‘problema difícil’ puede resumirse así: el futuro socialista de Cuba depende de la fuerza reformista del sistema revolucionario; no obstante, esta es una incógnita para un sistema que siempre hizo depender su fuerza del líder carismático. Este vector de la dificultad del problema explica el discurso de Fidel en la Universidad de La Habana el 17 de noviembre de 2005.»
Debemos entender que, en lenguaje profano, Boaventura de Sousa Santos nos revela que, en el discurso mencionado, Fidel Castro, consciente de la decisiva necesidad de su presencia para la supervivencia de la Revolución Cubana, expone su preocupación por el futuro de esta cuando él no esté…
Esa es la interpretación que Boaventura de Sousa Santos da al discurso. Puede parecer estrecha, limitada, muy pobre, incluso mezquina, pero Boaventura de Sousa Santos, fiel a su hermenéutica vectorial, la expone con el mismo tono absolutista y admonitorio que ha empleado hasta el momento, sin dar resquicios a otras exégesis. Una vez más, para hacerlo, Boaventura de Sousa Santos apela a su fértil imaginación, pues no hay ni una palaba aislada de Fidel Castro, por asombroso que eso parezca a algunos, que denote semejante opinión de sí respecto a la revolución que encabezó. Todo lo contrario, hay numerosos discursos publicados y testimonios de allegados e interlocutores de ocasión que recalcan la independencia existencial que Fidel Castro siempre ha atribuido a esos dos eventos: su vida y la de la Revolución Cubana.
Pero, con razón se alega que las palabras son significaciones que cualquiera está en capacidad de falsear o elucidar arbitrariamente, motivo por el cual los analistas prefieren atenerse a los hechos. En este caso, dudar de la perdurabilidad de una obra equivale a hacerlo de la obra misma, y basada en tales hesitaciones es de esperar la ocurrencia de actos radicalmente contrarios a dicha obra por parte de los agentes activos… Por ejemplo, la opinión de Boaventura de Sousa Santos tendría ciertamente mucho fundamento si Fidel Castro hubiera dado pasos para devolver los medios de producción a los dueños expropiados, reinstaurar el capitalismo en Cuba, o si hubiera hecho gestos de acercamiento político hacia sus opositores históricos. (No le habría sido nada difícil reunirse con Eloy Gutiérrez Menoyo, ex comandante de 75 años, ex prisionero político durante 22 años, residente desde el 2003 en Cuba por propia voluntad.) Nada de eso ha ocurrido.
La preocupación que Fidel Castro ciertamente muestra en el discurso referido por la perdurabilidad de la Revolución Cubana no es nueva ni está asociada a temores relacionados con la capacidad de evolución y maniobra que ella tenga tras su desaparición física, por haber sido «un sistema que siempre hizo depender su fuerza del líder carismático«. Cualquiera puede comprobar que en fecha tan lejana como 1987, en el discurso ante el V congreso de la UJC, Fidel Castro dijo: «Pienso que si es ridículo y vanidoso que algunos hombres se consideren imprescindibles, insustituibles, etcétera, es, en cambio, un sentimiento legítimo que los hombres se preocupen de su trabajo, de su obra y de la perdurabilidad de esa obra, sobre todo cuando parten de la convicción de que es la más humana y la más justa de las obras.»
Uno puede preguntarse si en verdad es humanamente legítimo que personas de hoy se preocupen por eventos cuya ocurrencia futura restringe fuertemente (a seres atados existencialmente al presente del tiempo referido) la posibilidad individual de incidencia directa sobre ellos y acaso la impide. Uno puede adicionalmente indagar cómo descalificar los esfuerzos de los sustentadores de otras ideas por perseguir ese legítimo sentimiento, que -de serlo- para ellos tendría necesariamente igual calidad. Uno puede cuestionarse cómo negar a otros la convicción de que sus obras son las más humanas y justas, y cuál papel le está reservado a la violencia en el camino que conduce a subrayar la superioridad humanística y legitimista de unas obras sobre otras. Pero sería muy ingenuo suponer que, después de que la debacle del socialismo irreal euroasiático demostrara la fragilidad del incompleto paradigma comunista en condiciones de dominación de la ideología de la burguesía, Fidel Castro no alertara a sus conciudadanos acerca de que el principal enemigo de la Revolución Cubana está agazapado en la falsa conciencia de cada cual. A ese tenor, en la carta que envió al IV Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, escribió «El ser humano moderno no es menos egoísta que el griego de la época de Platón. Por el contrario, el de hoy está sometido a un diluvio de publicidad, imágenes e influencias a las que jamás lo había sido.»
Por tal razón en el discurso del 15 de noviembre de 2005, Fidel Castro, asumiendo la legitimidad del sentimiento de trascendencia mencionado, aceptando que han sido debidamente fijados los límites éticos no transgredibles para hacer valer ese sentimiento, sin mostrar la menor duda de que la obra a perpetuar es la más humana y justa posible, pero obviando aposta que la «racionalidad ínsita» de semejante obra ha de coadyuvar -como un motor interior- a su aceptación universal y eventual realización trascendente, invita a explorar al auditorio las mejores vías para conseguir la prevalencia futura de esa obra.
Es relevante el hecho de que Fidel Castro en esa intervención no mostró preocupación por la creatividad de la Revolución Cubana, ni por sus capacidades de modificación. Es más, probablemente el rasgo más importante del conjunto de actitudes y visiones que mejor explican la supervivencia de la Revolución Cubana ha sido su creatividad, su apertura de pensamiento, su desapego de cualquier dogma, su pragmatismo inteligente, o sea, hacer lo que sea eventualmente conveniente, pero considerando consecuencias. En resumen, parafraseando un conocido pensamiento de Fidel Castro, esa conducta sine qua non consiste en «actuar de acuerdo a los principios«, entre los que se encuentra el compromiso de la dirección del país con el ciudadano común, y la visión de que, como escribió en la carta recién mencionada, «La conciencia del ser humano no crea las condiciones objetivas. Es al revés. Sólo entonces puede hablarse de revolución.»
Esa línea de comportamiento le ha garantizado al gobierno revolucionario de Cuba la adhesión irrestricta de las mayorías, conocedoras en mayor o menor grado de que el capitalismo -como ha sido históricamente demostrado- no puede asegurarles ningún porvenir, pues, salvo sus ganancias fiscales, nada más le interesa, y -lo peor- depende para su funcionamiento de mantener a las personas en permanente estado de precariedad, de convertirlos en necesitados, todo lo cual atenta contra la realización plena de las mismas y demuestra axiomáticamente la incapacidad del capitalismo de ofrecer vías a todos para la solución del problema humano.
IX.- A continuación, Boaventura de Sousa Santos graciosamente (o sea, de gratia) ofrece a Cuba el camino a fin de -parafraseando a este autor- asegurar suficiente fuerza reformista al sistema para sobreponerse al carisma del líder.
Para conseguir tan loable propósito, Boaventura de Sousa Santos indica que Cuba -en justa retribución de todo el bien que ha hecho a la izquierda- debe beneficiarse de [los logros teóricos de] «aquella izquierda que, sin abandonar el horizonte del post-capitalismo o socialismo, evolucionó mucho en los últimos cincuenta años«. De esta manera, en las iluminadas palabras de Boaventura de Sousa Santos, «Resolver el ‘problema difícil’ implicaría, pues, concretizar con éxito el siguiente movimiento dialéctico: renovar a Cuba renovando la izquierda; renovar la izquierda renovando a Cuba.»
Evitando al máximo emociones, se acerca uno pues a los Principales pasos de renovación de la izquierda socialista en los últimos cincuenta años, según los expone en su trabajo el compañero scholar Boaventura de Sousa Santos. He aquí un resumen de ellos:
1.- «Nuestra condición teórico-política de hoy está dominada por una brecha entre teoría y práctica», ya que «la teoría de izquierda crítica se desarrolló […] en cinco países del Norte global (Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y los Estados Unidos) [según sus realidades]» mientras que «[…] las prácticas de izquierda más creativas ocurrieron en el Sur global.»
Este primer punto -parece evidente- no revela un «logro» o «paso renovador de la izquierda», sino un escenario de eventos, fruto de la historia reciente: mientras el Tercer Mundo ha sufragado al Primero las condiciones materiales para pensar, él mismo se ha visto obligado a actuar.
Sin embargo, todo está lleno de matices. Tal vez una pregunta fuerte que pudiera plantearse la izquierda ilustrada se refiera al hecho de que en Europa nació el marxismo, cuando el proletariado europeo vivía como lo hacen hoy los habitantes de los Barrios Miseria tercermundistas. (En esa época las colonias tercermundistas, por embrollados vericuetos económicos, satisfacían mínimamente las exigencias vivenciales de Karl Marx, Friedrich Engels, Vladimir Ilich, y otros, de suerte que ellos pudieron dedicarse a la creación intelectual.) Una vez que aquellas condiciones de vida fueron exportadas a las excolonias a cambio de convertirlas en remedos de repúblicas, a fin de que fueran las burguesías autóctonas las intermediarias de la explotación globalizada, en cumplimiento del proyecto imperial de jerarquización de las naciones, y se creó el estado de bienestar general, muchos de los nuevos generadores de «ideotas» comenzaron a renovar la izquierda de Boaventura de Sousa Santos, de acuerdo a la nueva realidad, porque los seres humanos piensan como viven y no a la inversa.
No obstante, salvo que se trate de orates, la acción humana es imposible sin intencionalidad y esta exige pensar, todo lo cual nos lleva a la conclusión de que la acción revolucionaria del Sur ha estado sustentada en un pensamiento muy fuerte, aunque la gran prensa lo hayan invisibilizado y algunos pensadores supongan que la potencia de las ideas depende del eco que ellas tengan en los medios de las sociedades light primermundistas y en los podios de premiaciones. (El hecho de que a Winston Churchill le haya sido otorgado un premio Nobel de Literatura y no a Fidel Castro es una prueba fehaciente no de que el pensamiento del primero sea superior al del segundo, sino de que ese premio es tan banal como encandilante, embaucador y vano; del descrédito total lo salvan las excepciones que -en busca de balance- ha entregado como consuelo por su insulsa condición.)
Todo según Boaventura de Sousa Santos, los restantes peldaños de virtuosa transformación que sufrió la izquierda en los últimos cincuenta años en los que Cuba estuvo entretenida en cómo sobrevivir acosada por el mayor y más poderoso imperio anti-izquierdista de todos los tiempos, mientras construía ignorante una sociedad de la que la izquierda pudiera sentirse verdaderamente orgullosa, pero sin ofrecer a esa izquierda enseñanza alguna, ya que el pensamiento cubano ha permanecido sumido en las tinieblas a causa del inmovilismo a que la sometía su líder carismático, son:
2.- «El final de la teoría de la vanguardia marca el final de toda forma de organización política asentada en ella, en particular el partido de vanguardia.»
No es posible sobrevalorar el alcance de la afirmación anterior tan absoluta como falsa, por decir lo menos. Los lectores deben comprender que su interpretación stricto sensu sugiere que el nacimiento de los partidos políticos está asociado al de alguna teoría, que deviene de esta forma en genérica, y no a la dialéctica de una clase social específica. O sea, que tras el surgimiento del partido de los plebeyos, de los patricios, de los Tories, de los Whigs, de los demócratas y republicanos, del partido de los trabajadores, etc., no están los intereses de los patricios, plebeyos, proletarios y burgueses de inclinaciones diversas, sino que se alza alguna teoría, cuyo «declive» [mediático] ha de suponer la disolución del partido en cuestión. Eso no es lo que demuestra la historia, por tanto es una teoría insostenible.
Ineludible será más adelante retornar al tema del partidismo.
3.- «[Apropiación] de las concepciones hegemónicas (liberales, capitalistas) de democracia y [su transformación] en concepciones contra-hegemónicas, participativas, deliberativas, comunitarias, radicales.»
No caben dudas de que, de acuerdo con el trabajo que se analiza, Boaventura de Sousa Santos ve límites en la democracia liberal. Así, asegura que: «Aun cuando no se asiente en el fraude, en el papel decisivo del dinero en las campañas electorales, o en la manipulación de la opinión publica a través del control de los medios de comunicación social, la democracia liberal es de baja intensidad, toda vez que se limita a crear una isla de relaciones democráticas en un archipiélago de despotismos (económicos, sociales, raciales, sexuales, religiosos) que controlan efectivamente la vida de los ciudadanos y de las comunidades.»
Aunque Boaventura de Sousa Santos no explica a qué llama «democracia de baja intensidad«, vale la pena aclarar que es en principio imposible que la democracia liberal, o la democracia burguesa en general, escape a algún grado de fraude, de influencia del dinero, de la manipulación de la opinión pública, justamente porque la democracia, entendido en los sentidos que permiten los diferentes regímenes burgueses, ES fraude, dinero y manipulación. Con toda modestia me atrevería a opinar que entre las respuestas fuertes que debían proponerse dar los pensadores de la izquierda a que se adscribe Boaventura de Sousa Santos se encuentra revelar por qué la democracia burguesa no puede escapar al fraude (lato sensu, esto es, como estafa, dolo, timo, bribonada, engaño, trampa, mentira, embuste, falacia, superchería y falsificación), a la influencia del dinero y a la manipulación de la opinión pública. (Si no fuera así, ¿qué sentido tendrían las «campañas eleccionarias», en torno a las cuales los electores dan por sentado -sin aspavientos- que los aspirantes tienen una suerte de «patente para mentir dentro de ciertas normas»?… Se ruega a los que tengan dudas de esta afirmación que conserven los discursos de Barack Obama antes de la toma de posesión y los compare con su conducta presidencialista.) Justamente esa esencia fraudulenta, monetarista y manipuladora explica muy bien el «archipiélago de despotismos» que menciona el autor.
Inmediatamente Boaventura de Sousa Santos declara que «La democracia tiene que existir mucho más allá del sistema político, en el sistema económico, en las relaciones familiares, raciales, sexuales, regionales, religiosas, y en las relaciones de vecindad y comunitarias. Socialismo es democracia sin fin.»
Lo extraordinario es que, según se infiere de todo el texto analizado, Boaventura de Sousa Santos no vea que justamente esa democracia sin fin es el sistema de gobierno que se va construyendo en Cuba, habida cuenta de que nada nace en su forma final y definitiva, todo tiene un desarrollo.
Precisamente en relación con la democracia sin fin, la dialéctica que necesariamente acompaña a ese proceso debería constituir otra de las inquietudes fuertes de la izquierda académica.
En particular es perentorio pensar cómo lograr que las personas superen la manipulación a que han sido sometidas desde la cuna. Por pertinentes, que no por brillo autoral de moda, vale la pena recordar a este tenor las palabras de José Martí en el prólogo a El poema del Niágara de Pérez Bonalde: «So pretexto de completar al ser humano, lo interrumpen. No bien nace, ya están en pie, junto a su cuna, con grandes y fuertes vendas preparadas en las manos, la filosofía y las religiones, las pasiones de los padres, los sistemas políticos. Y lo atan: y lo enfajan: y el hombre es ya, por toda su vida en la tierra, un caballo embridado […] Las redenciones han venido siendo teóricas y formales: es necesario que sean efectivas y esenciales. Ni la originalidad literaria cabe, ni la libertad política subsiste mientras que no se asegure la libertad espiritual. El primer trabajo del hombre es reconquistarse. Urge devolver los hombres a sí mismos […]»
Diríase obvio que la democracia asumida ingenuamente en el sentido de validación de la simple mayoría en torno al asunto en cuestión podría ser un instrumento tan inútil y engañoso como peligroso. Ejemplos, sobran, desde el Consejo de Naciones Unidas hasta una hipotética encuesta para dirimir el idioma que debería asumir la humanidad como obligatorio para todos, o las decisiones que toma, en torno a los gastos, una familia con minoría de adultos…
De hecho nadie en el mundo procede de esa manera, aunque a Cuba -dada la espléndida infraestructura industrial y productiva que dejaron en ella las metrópolis que la gobernaron, el incalculable monto de sus riquezas naturales, sus magníficas relaciones financieras con las naciones poderosas y la buena voluntad con que esos mismos estados se relacionan con ella- todos le exigen (incluyendo ahora cierto sector de la «izquierda», visos advertidos) no solo que su desarrollo sea endógeno, sostenido, creciente, incontradictorio, amigable con el medio ambiente y que dé resultados inmediatos; que ponga en manos de toda la población sin excepción suficientes recursos tecnológicos y comunicacionales para el esplendor individual de cada quien, incluyendo casas sólidas, ecológicas y modernas de una habitación por persona, internet, telefonía celular, agua potable (fría y caliente), televisión satelital, medios de transporte supereficientes y a precios módicos, así como microondas, automóviles ligeros, herramientas de trabajo, computadoras, refrigeradores, cocinas, aires acondicionados y televisores con pantalla de cristal líquido; que su sistema de salud satisfaga todas las necesidades de la población sin fallas, desde cambios de sexo e implantes estéticos hasta trasplantes de órganos y vacunaciones masivas contra todas las enfermedades; que todos los egresados de su sistema de enseñanza primaria sepan varios idiomas y dominen sobresalientemente las asignaturas de rigor; que sus deportistas conquisten más medallas en todos los eventos celebrados anualmente que todos los demás países (de ser posible, juntos) y que disuelva sus instituciones armadas y derogue sus prisiones, sino que tenga un sistema democrático que ponga a consideración global -no ya nacional- la opinión de cada ciudadano cubano y que esa opinión se lleve siempre a referendo. Probablemente, por altas que parezcan esas metas (algunas de ellas -se sobrentiende, aceptada la ironía- francamente espurias), el gobierno cubano esté trabajando en esa dirección, pero es seguro que la aplastante mayoría de los demás estados NO LO ESTÁ HACIENDO.
El camino que ha encontrado Cuba para poner a las personas a pensar por sí mismas es -como exigía Martí- liberarlas espiritualmente, mediante una suma de instrucción, educación y cultura, en una magnitud tal que solo los testigos presenciales de ese acontecimiento pueden creerlo. Cursos académicos por televisión impartidos con rigor y muy alto nivel acerca de los más disímiles temas, festivales de cine, danza, literatura, teatro, artes plásticas, eventos deportivos, Cuba es un hervidero constante de acontecimientos como esos en un alcance casi increíble.
Para poder instrumentar semejantes políticas liberadoras, la Revolución Cubana, fuente en sí misma de legitimidad, aprovechando creativamente la especificidad de las coyunturas históricas que han acompañado su realización, se ha valido de una forma de ejercicio del poder político, cuyo uso mesurado y racional, acorde a estrictos principios éticos derivados de la aceptación en la praxis de la identidad esencial de los humanos, es tan invaluable para la izquierda comprometida e ilustrada, como grande el estigma con que la ha tachado una parte de la izquierda académica durante los últimos años, especialmente tras la caída der Berliner Mauer: la dictadura del proletariado, todo lo concerniente con la cual (factibilidad, condiciones de aplicación, límites éticos, mecanismos de control sobre ella, condiciones y gradaciones de su desmonte, etc.) deberían constituir preguntas fuertes actuales de la izquierda académica.
El hecho mismo de que en Cuba se escuche con pujanza creciente la voz de jóvenes con opiniones diversas, es testimonio a una del crecimiento espiritual de la población y de la enconada batalla de ideas que se libra en el país entre -otros temas obviados- el comunismo y el consumismo, el crecimiento humano y el derroche, la racionalidad y la superficialidad… Pocas dudas caben de que, a pesar de esfuerzos, una parte de la población quisiera entretenerse con el show de Francisco y similares sandeces mediáticas, pero eso no amilana a las autoridades competentes: hay que seguir diseminando cultura, sin ceder al reclamo de esas minorías ignorantes, pero sin criminalizarlas ni demonizarlas.
4.- «Democratizar significa transformar relaciones desiguales de poder en relaciones de autoridad compartida.», por lo que «El pluralismo político y organizacional se convierte así en un imperativo dentro de los límites constitucionales sancionados democráticamente por el pueblo soberano.»
Es imperioso considerar que este punto es un llamado al pluripartidismo…
Tal vez sea tan difícil a un lector imparcial que desconozca vivamente la realidad de Cuba entender la absurdidad que a un lector imparcial conocedor de esa realidad le parece el pluripartidismo para Cuba, como a este último el empeño y la insistencia del primero en ese tema, por eso el tratamiento de este espinoso asunto requiere tiento para ser bien comprendido.
Diríase que quienes abogan por el pluripartidismo para mejor ejercicio de la democracia, parten de dos presupuestos íntimamente ligados. Por una parte asumen que toda sociedad, independientemente de cuál sea ella, está inevitable y esencialmente fracturada. Eso sería cierto, si las diferencias circunstanciales, fenotípicas de las personas y las peculiaridades fenoménicas de los eventos en que ellas participan no fueran elementos concomitantes (condición necesaria) para la escisión esencial de una sociedad, sino que su sola existencia determinara tal fractura (condición suficiente). Si eso fuera así, no existirían sociedades homogéneas. (De hecho, se pondría en entredicho la posibilidad de existencia misma de las nacionalidades, y hasta de las familias.)
En segundo lugar, esas personas ven la democracia como una plaza de liza en la que cada estrato de la sociedad, inevitablemente escindida, lucha por validar consensualmente (imponer de ser posible) sus visiones, problemáticas y aproximaciones.
Sin embargo, aunque ese cuadro parece describir con bastante exactitud la realidad de la mayoría de los países, especialmente de aquellos en que la multinacionalidad incorpora un elemento objetivo de diferenciación social, contrasta con la que muestran otros sin acudir a grandes ni penosas homologaciones, ni homogeneizaciones forzadas.
Por otra parte, el pluripartidismo es fruto genuino y legítimo de las relaciones sociales en sociedades divididas en clase. La organización partidista de las clases desposeídas es un paso importante en sus luchas por el poder político a fin de superar la situación en que se encuentran, mediante un reordenamiento de la sociedad. El surgimiento del partido es testimonio de la transformación de la clase en sí en clase para sí.
Valga agregar que, en propiedad, las burguesías no son representativas de nación alguna: tal como demuestra la historia, sus miembros conductualmente no se deben más que a las ganancias; el país, la patria, sus símbolos no son sino el escenario en que explotan a sus connacionales, pues las burguesías, de entre los sitios en que tienen posibilidades reales de inversión, lo hacen allí donde sean mayores las probabilidades de obtención de mayores réditos (así nació el concepto de ciudadanía, dicho sea al pasar). Como norma, cuando hay una revolución en sus países de nacimiento, las burguesías ponen a buen recaudo las riquezas acumuladas en el extranjero y luego se marchan a acompañarlas; el destino del país que abandonan les importa muy poco, ya que los burgueses se sienten traicionados y malqueridos porque sus desagradecidos conciudadanos se resisten a mantener el status quo pre-revolucionario que favorecía a los explotadores. En este sentido, solo los explotados representan a la nación, quienes forzosamente encuentran ligado su destino individual a la suerte de todos, y es natural que vean a sus esquilmadores como alienígenas. Consecuentemente, si ellos construyen un partido que los represente, este se constituye -en un grado muy amplio- en personalización de toda la nación.
Es cierto que América Latina, en los últimos tiempos, ha sido escenario de revoluciones evolucionistas, que se caracterizan por la ocurrencia de cambios sociales muy profundos en forma gradual, esto es, con menor brusquedad respecto a la forma en que transformaciones semejantes han tenido lugar en las revoluciones tradicionales. Esto se explica porque ellas no son el resultado de un hecho catártico de gran envergadura (dictadura cruenta institucionalizada, como fue el caso de Cuba bajo Batista, guerra prolongada, como la Rusia de Nicolás II) que colme las insatisfacciones acumuladas por la población a consecuencia de la incapacidad del capitalismo de resolver el problema humano, sino que sobrevienen como resultado de largos períodos de explotación que propician la formación de un pensamiento hegemónico entre la ciudadanía a favor del cambio, incluyendo a amplios sectores de las fuerzas armadas, en particular a los elementos populares que necesariamente ingresan en su composición, permeados de ese pensamiento. (La burguesía no puede comprar a todos; si pudiera, ella no existiera.)
Como resultado de la relativamente lenta revelación y solución paulatina de las agudas contradicciones clasistas, en estos países coexisten por largo tiempo clases antagónicas. Sus feroces luchas, que ocasionalmente adquieren tintes dramáticos, se dirimen mayormente en el plano jurídico y discursivo. En ellas -ha sido resaltado muchas veces- los medios de propaganda burgueses dejan una huella sobre la conciencia del individuo manipulado cotejable con el de la acción revolucionaria, y ese es un hecho no desdeñable. (Curiosamente, una enseñanza práctica que la burguesía latinoamericana extrajo de la Revolución Cubana es -por una parte- que el éxodo de los burgueses facilita a la revolución la consecución de sus fines, y -por otra- que una revolución verdadera no es un evento pasajero cuyo fin puede esperarse en las costas de Miami saboreando un daiquirí preparado con ron de contrabando, toda vez que la marca no hace al producto.)
Es claro que en las condiciones descritas el monopartidismo sería una solución forzada.
¿Cuál es la realidad cubana en este sentido? En primer lugar, en Cuba no hay clases sociales antagónicas. Hay personas que disfrutan -acaso por puro azar, entre otras razones- de condiciones de vida mucho mejores que otras, pero nadie posee en Cuba los instrumentos para reproducir en forma sistémica su situación. (Nadie es dueño de los medios de producción, y esa es conditio sine qua non, para esa replicación de desigualdades.) Es cierto que las posibilidades de esas personas para acumular un capital, fundamentalmente intangible, heredable por sus deudos directos, es mayor que las de los ciudadanos menos favorecidos, y que -a su vez- ese estado de penurias vivenciales casi nulas se traduce en una ventaja para sus hijos. Por lo demás, las diferencias de condiciones de vida no se convierten directamente en desniveles de posibilidades para acceder a los sistemas de salud pública y educación. (Habría que añadir, en honor a la más estricta verdad, que las inequidades de vida de los cubanos, además de no ser propósito estatal, son infinitamente menores que las que exhibe casi todo el resto de países de este planeta. Los empeños estatales se concentran en hacer desaparecer tales disparidades.) Por esos motivos, nada de lo expuesto da a esas personas, o a sus contrapartes, sentido de pertenencia clasista.
Nadie niega que haya cubanos residentes en Cuba, de extracción humilde, que sueñan con convertirse en burgueses, militen o no en contra de la Revolución, deseen o no marcharse del país, y sería muy raro que con los esfuerzos que se realizan en todo el mundo por asociar «la felicidad» a esa forma de vida, no hubiera personas sin criticismo suficiente para doblegarse a tamaña manipulación. También es cierto que otros cubanos de procedencia igualmente humilde son pro-capitalistas ideológicos, en el sentido de que sustentan la idea, desde posiciones economicistas, de que lo más conveniente al país, la forma más directa de obtener mayores cantidades de riquezas materiales (y son ellas, aseguran estos individuos, las que importan), es poner la mayor cantidad de recursos en manos de las personas que hayan demostrado ser las más eficientes (aumento de la eficiencia productiva vía ejército de asalariados), independientemente de cuál sea el monto de las ganancias que esas mismas personas devenguen… En concordancia con esta línea de pensamiento, derivada directamente de la ideología dominante de la época, estos prosélitos del capitalismo consideran que la aproximación más igualitarista que sigue el comunismo en Cuba es injusta por premiar a los indolentes e incapaces. En resumen, ellos se oponen al quehacer oficial del gobierno cubano, basado en que la satisfacción y sobrecumplimiento de los índices economicistas no son el sentido de la vida humana, por entender la economía como instrumento no como fin, y en que la conducta de las personas, incluyendo las capacidades y disposición que muestren, es asunto que -por una parte- compete más a las circunstancias que las rodea que a los genes (de donde se sigue que hay que modificar convenientemente las circunstancias), y aquella fracción de la conducta que -por otra- sea probadamente una derivación genética sería muy injusto imputársela al individuo y castigarlo a una vida con menos posibilidades de realización personal.
Nadie niega a cada quien el derecho a opinar lo que estime pertinente respecto a ese u otros temas. Sin embargo, la filiación ideológica es solo uno de los factores concomitantes en la formación de los partidos políticos; la raíz verdadera que nutre el surgimiento de los partidos políticos es la existencia estable de una clase social diferenciada. Así vemos que, por razones históricas, tampoco estos prosélitos ideológicos del capitalismo poseen de sí mismos recursos humanos ni financieros cuantiosos como para implementar en la práctica políticas que respondan a su visión, por eso el imperialismo estadounidense asume el papel de organizador y mecenas, actitud que convierte en mercenarios a tales personas, porque la clase capitalista estadounidense no puede formar -bajo ninguna legalidad ni concepción alguna de la soberanía nacional- partidos políticos fuera de su territorio.
En segundo lugar, en relación con el pluripartidismo, Cuba es un país multirracial, no multinacional. Hay cubanos negros, blancos, mestizos y cubanos descendientes de chinos, pero no hay afro-cubanos, sino-cubanos ni hispano-cubanos, etc. Eso no significa que no haya racismo des-institucionalizado o sexismo cultural intra y extrafamiliar ni otras formas de discriminación velada, cuya acción e influencia práctica tienen diversos alcances. Por ejemplo, justamente en respuesta al clamor nacional de los años ’60 nació, ante una discriminación muy aguda y generalizada contra la mujer, la Federación de Mujeres Cubanas. Pero, bien se entiende, para que los componentes de esos grupos vean la necesidad de organizarse como partidos políticos en defensa de sus derechos deben ser sometidos a un régimen muy agudo de discriminación institucionalizada, como primera condición. Las personas no se nuclean como clase en torno a su sexualidad somática o psíquica, sino en derredor a la relación con los medios de producción, porque únicamente de ella dependen las relaciones sociales en la sociedad de referencia.
Por lo demás, a guisa de información para indoctos con diversas titulaciones y tendencias, en Cuba hay instituciones religiosas, medioambientalistas, de nacionalidades y culturales diversas, cuyos nexos con el estado no son más rígidos ni laxos del grado con que lo hacen entidades similares en otras latitudes.
5.- «[Repensar] radicalmente la centralidad monolítica del Estado, así como la supuestamente homogénea sociedad civil.»
Este punto no parece ser uno de los «pasos de renovación de la izquierda«, sino una meta a cumplir por el estado cubano. En su momento, pues nos referiremos a él con mayor detenimiento.
A pesar de esta «dilación metodológica» que impone el discurso de Boaventura de Sousa Santos, imperioso resulta señalar que en varios momentos de este texto, al lector le acompaña la sensación de que hay una suerte de lamento más o menos -menos- velado porque la Revolución Cubana haya tenido un cauce evolutivo marcadamente diferente al de los cambios que se están dando ahora en otras naciones hermanas de Latinoamérica… Desde acá se espera que la izquierda comprometida mundial sienta la seguridad que brinda a la Revolución Cubana la unidad de su pueblo en torno a su proyecto social, base de la centralidad monolítica del estado, fuente de su pujante vigencia frente a los obstáculos externos.
X.- Según señala Boaventura de Sousa Santos, en Cuba se cumplen presupuestos que, sumados a la profunda renovación que ha sufrido la izquierda mundial, facilitan la instrumentación de las reformas necesarias. En resumen, estos son los presupuestos que él señala:
1.- Boaventura de Sousa Santos comienza por reconocer que en Cuba no hay corrupción institucionalizada y los líderes son competentes. Es una premisa que no exige comentarios, pero acerca de la cual la izquierda académica podría plantearse algunas interrogantes fuertes. Por ejemplo, podría indagar qué relación existe entre esos hechos y el monopartidismo, la estructura del estado cubano, el ejercicio del control democrático de sus instancias de poder popular, los principios éticos que instaura la práctica social, los fines que persigue el funcionamiento del estado… Tal vez encuentre en la dilucidación de esos hechos la izquierda académica referentes de valor en la Revolución Cubana.
Habría que añadir que en Cuba hay, naturalmente, casos de corrupción, porque de lo contrario obligatorio sería aceptar que no hay en Cuba individuos suficientemente manipulados por la ideología dominante de la época, algo que -tratándose del veleidoso psiquismo humano- es casi imposible. Sin embargo, esos casos enfrentan el rechazo mayoritario de la población cubana y la desaprobación total del sistema.
2- Boaventura de Sousa Santos escribe que «El régimen cubano llevó a su límite la tensión posible entre legitimación ideológica y condiciones materiales de vida.«
De acuerdo con esta afirmación imperativo resulta concluir que el «régimen cubano» ha tenido espacios de maniobra diferentes a los impuestos por la política agresiva del imperialismo, pero «[…] llevó a su límite la tensión posible entre legitimación ideológica y condiciones materiales de vida.» Es muy difícil que este aserto descanse en la ignorancia o la ingenuidad. En cualquier caso, de la izquierda ilustrada lo más superficial que puede esperarse es un análisis… que se ajuste a la verdad histórica.
La idea inmediatamente posterior de Boaventura de Sousa Santos es muy reveladora. Él escribe: «De aquí en adelante, los cambios que cuentan deben ser los que transformen las condiciones materiales de vida de la abrumadora mayoría de la población. A partir de aquí, la democracia de ratificación, si se mantiene, sería para ratificar lo ideológico solo en la medida en que tenga un sentido material. En caso contrario, la ratificación, en lugar de consentimiento, llegaría a significar resignación.»
Es imposible ser más claro: Boaventura de Sousa Santos augura que de ahora mismo en adelante -interpretación de adverbio temporal asumida- el pueblo cubano solo aceptará aquellos pasos, cualesquiera que ellos sean, si transforman (se sobrentiende que «para mejor») «[…] las condiciones materiales de vida de la abrumadora mayoría«. Es de nuevo inevitable pensar que: a.) las condiciones materiales de vida de la abrumadora mayoría de los cubanos es muy mala; b.) lo es tanto, que hay que actuar ahora mismo; c.) los cubanos solo aceptarán los pasos que las mejoren, n’importe lesquels, porque: c.1) su sistema de vida ha sido tan malo hasta el presente que cualquier solución es buena; c.2) aceptarían incluso el capitalismo, porque: c.2.1) los cubanos son tan crédulos e ignorantes que suponen que él les brindaría solución a su terrible situación; c.2.2) el capitalismo en verdad les resolvería sus problemas.
(Como el compañero académicien Boaventura de Sousa Santos no hace alusión, siquiera de soslayo, a ningún otro pueblo, resulta curioso que la situación de los cubanos es, como se autocalificó sor Juana Inés, «la peor de todas«. Por ejemplo, en busca de alguna equivalencia o referente útil para la izquierda de Boaventura de Sousa Santos, él podría haber escrito «Como ocurre con los palestinos, de aquí en adelante, los cambios […]».)
Visto el caso, hay ineludiblemente que concluir que las condiciones reales de vida de los cubanos constituyen para la izquierda ilustrada una pregunta fuerte a la que tiene que buscar urgentemente una respuesta fuerte, so pena de pecar de escatofagia aguda de aquí en lo adelante.
3- «La temporalidad a largo plazo del cambio civilizatorio estaría por algún tiempo subordinada a la temporalidad inmediata de las soluciones de urgencia.»
¿A qué llama Boaventura de Sousa Santos «cambio civilizatorio«?
Tentado uno a explayarse como es debido ante semejante opinión del afamado catedrático, apela con vigor al comedimiento civilizado… Digamos solo, a fin de introducir algún sesgo relativista en esta visión del titulado representante de la izquierda modificada que son llamativos sus esfuerzos por cambiar (¡hacia la civilización!) a uno de los pocos países de este mundo que no solo ya cambió justamente en ese sentido, sino que conserva sus variaciones civilizadas a pesar de todos lo pesares… Uno se pregunta fuertemente qué pasaría si la «izquierda avanzada» mostrara celo par y preocupaciones con constancia cercana a la que evidencia ante la díscola Cuba por cambiar civilizadamente a los que nunca lo han hecho, a los incívicos estados obedientes, a las incivilizadas naciones normalizadas, a los inciviles gobiernos de correcto actuar…
4- El siguiente pensamiento assolutissimo de Boaventura de Sousa Santos es todo un dechado de supina enseñanza. Presuntamente sin rubor, él escribe el siguiente adagio en el que me he permitido subrayar los elementos francamente contradictorios: «Una sociedad capitalista no lo es porque todas las relaciones económicas y sociales sean capitalistas, sino porque estas determinan el funcionamiento de todas las otras relaciones económicas y sociales existentes en la sociedad.» O sea, que un castillo, digamos, no es grande porque todas sus habitaciones sean grandes, sino porque estas determinan el tamaño de todas las otras… Se pueden invocar muchos ejemplos que se avengan al espíritu del aforismo de Boaventura de Sousa Santos con no menor éxito, enjundia, ingenio y gracejo.
En última instancia, una sociedad es capitalista porque en ella hay una clase, la explotadora, que detenta en propiedad los medios de producción, y esta sola condición le permite definir todas las relaciones que tendrá con la clase de los explotados e imponerlas. Cualquier otra afirmación es un sofisma huero y los intentos de privatizar los medios de producción en aras de una pretendida elevación de la productividad para mayor beneficio de la sociedad es una aproximación que exige aceptar varias respuestas sumamente débiles. Por ejemplo hay que admitir que la sola condición de dueño nos hace más responsables, o que la codicia es la principal fuente motriz del psiquismo de los seres humanos…
A esos fines, hacia la domesticación del capitalismo, apunta la invitación que hace a Cuba Boaventura de Sousa Santos cuando escribe: «Al respecto, sería muy útil para el pueblo cubano estudiar y evaluar con mucha atención los sistemas económicos consignados en la constitución de Venezuela y en las constituciones de Ecuador y de Bolivia recientemente aprobadas, y las respectivas experiencias de transformación. No para copiar soluciones, sino para apreciar los caminos de la creatividad de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas.»
El intercambio de experiencias diversas es una gran cosa. Lo que uno tercamente se pregunta es ¿de dónde sacó Boaventura de Sousa Santos que el pueblo cubano, muchas decenas de miles de cuyos hijos, como internacionalistas, han vivido íntima y plenamente o muy de cerca la cotidianidad de los pueblos hermanos que menciona, no conoce esa experiencia? Esa invitación al acercamiento a otras realidades, sin embargo, adquiere pleno sentido si el conocimiento que tiene el pueblo cubano acerca de los entornos mencionados se mide por el grado en que asuma para sí las soluciones que otros han encontrado idóneas -o las más adecuadas- en su contexto: visto de que Cuba sigue otro camino, el suyo, «[… le] sería muy útil para el pueblo cubano estudiar y evaluar con mucha atención los sistemas económicos consignados en la constitución de Venezuela y en las constituciones de Ecuador y de Bolivia […]», lo cual entraría en franca contradicción con la farisaica explicación causal que se da a continuación acerca de por qué Cuba debe hacer esto: «No para copiar soluciones, sino para apreciar los caminos de la creatividad de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas.» ¿Alguien ciertamente cree, con seriedad, que los cubanos no apreciamos «los caminos de la creatividad de la izquierda latinoamericana en las últimas décadas«?
Con todo, hay que reconocer la meticulosa tenacidad con que aquí, como ha ocurrido desde el inicio mismo de su trabajo, el compañero Boaventura de Sousa Santos subestima la inteligencia de los cubanos, acaso como parte del aggiornamento (o updating) de la «izquierda mundial».
5- El último de los presupuestos encontrados en Cuba por el docto Boaventura de Sousa Santos para, unido a los profundos cambios sufridos por la «izquierda mundial», poner a este país en el camino de la salvación civilizatoria, adquiere en su texto el siguiente aspecto: «Desde el punto de vista del ciudadano, la diferencia entre un socialismo ineficaz y un capitalismo injusto puede ser menor de lo que parece. Una relación de dominación (basada en un poder político desigual) puede tener en la vida cotidiana de las personas consecuencias extrañamente semejantes a las de una relación de explotación (basada en la extracción de la plusvalía).»
Resulta ineludible (pocas veces mejor usado este adjetivo en este texto) detenerse en las dos afirmaciones absolutas e indirectas, como el resto del escrito, que hace en ese párrafo Boaventura de Sousa Santos, a saber: la referida a que el socialismo [en Cuba] es ineficaz; la de que un ciudadano cubano debe percibir su vida de manera muy similar a como lo hace un residente (pobre) de un país capitalista del Tercer Mundo.
Para valorar un sistema económico hay que tener alguna referencia. Así, si existen varios criterios, todos ellos muy discutibles, para medir la eficiencia económica (inversión/resultado; gastos/ganancias; erogaciones/recuperaciones; costes/producciones; ingresos/egresos, etc.), para medir la eficacia, o sea, «la capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera«, después de muchas elucidaciones, los expertos del sistema de Naciones Unidas elaboraron consensualmente el concepto de Índice de Desarrollo Humano (HDI, por sus siglas en inglés). De acuerdo al último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (UNDP, por sus siglas en inglés), Cuba ocupa el lugar 52 en un listado de 177 naciones en que Brasil aparece en el lugar 72.
Si, como sería justo esperar de la izquierda académica, Boaventura de Sousa Santos juzgara por todos los informes económicos editados en Cuba, aun si los analizara críticamente, y no emitiera infundadamente sus opiniones voluntariosas llenas de tópicos y apreciaciones subjetivas, daría testimonio de que la economía cubana milagrosamente crece, al margen de que los cubanos todos estamos insatisfechos y se hacen ingentes esfuerzos por mejorar incesantemente esa situación, mientras -como respuesta fuerte a una pregunta fortísima– entre todos diseñamos una alternativa ética, genocentrada y ecosostenible al esquema de desarrollo (tecnológico y mercantilista) impuesto al mundo por los poderes globales.
En cuanto al tema de percepción de realidades, la situación es esta. En Cuba todo el mundo come cada día y nadie sospecha que quizás no lo haga. Nadie piensa que puede ser desalojado de su hogar por impago y nadie duerme a la intemperie. (Faltan muchas casas por carencia de recursos materiales, pero no hay casas vacías y personas sin techo.) Ningún padre se preocupa por carecer de dinero suficiente para la escuela de su hijo, independientemente del nivel de enseñanza de que se trate. Tampoco toma alguna providencia especial para que su hijo sea inmunizado contra muchas enfermedades, incluyendo la poliomielitis y el sarampión, ni se alarma pensando que, en caso de enfermedad, a él o a alguno de los suyos le sea vedada la asistencia médica debida. Todas las embarazadas reciben pesquisa médica regular, al igual que quienes padecen enfermedades crónicas o minusvalías. Ningún trabajador puede ser despedido y en caso de cesantía laboral, por disímiles razones, el estado está en la obligación de buscar a esa persona la mejor ocupación que las condiciones le permitan. En Cuba no hay mafias que dominen las calles, ni drogadicción incontrolada, ni secuestro de menores, ni tráfico de órganos, ni distritos amurallados para burgueses. Son conocidas las facilidades deportivas y culturales que se ofrecen constantemente a todos los ciudadanos cubanos para su crecimiento individual… ¿Es esa la realidad que percibe una persona humilde en otros países capitalistas del Tercer Mundo?
Dudar es aquella tendencia congénita del psiquismo humano, propiciada por sus estructuras neuronales, que permite a los humanos apropiarse productivamente de todo cuanto le rodea y de sí, mediante el ejercicio de uno de los poderes que los singularizan: el del conocimiento. Por eso, formularse interrogantes (especialmente si son fuertes) es, amén de inevitable, un ejercicio sumamente útil. En el caso que nos ocupa es lícito que los interesados se pregunten cuán válido es el enfoque económico cubano, claramente centrado en producir -en medio de sus posibilidades materiales artificialmente deprimidas desde el exterior- para satisfacer las necesidades de las personas y no en pos de las ganancias. Uno puede preguntarse si a corto plazo resulta racional invertir en ofrecer enseñanza a personas cuya actitud y comportamiento demuestran que no están interesadas en recibirla, si es útil a la sociedad ayudar a resolver los problemas de salud de alguien que malgasta su existencia en la satisfacción voluntaria de vicios que acortan su vida, o cuánto obtiene la sociedad -sea en términos medibles de ganancia o de crecimiento individual- por sufragar fuertemente la alimentación de millones de personas en escuelas, centros de trabajo y hospitales, la venta de libros, los eventos deportivos (algunos de nivel mundial, en virtud de la calidad de los participantes), las más diversas actividades culturales, muchas de las cuales -como el Ballet Nacional de Cuba que dirige Alicia Alonso- gozan del justo reconocimiento del público de las más diversas latitudes. Uno puede preguntarse cuántas personas aprenden idiomas (inglés, alemán, francés, portugués, italiano y otros), o cuántas lo hacen de alimentación, o neurociencias, o ecología, o arquitectura, o ajedrez, o literatura, o historia, o relaciones internacionales, o filosofía, o axiología, o meteorología, o astronomía, o diseño, o de tantos otros saberes, con las miles de horas de trasmisiones televisivas que a esos efectos se realizan diariamente y si esas cantidades justifican las fortísimas erogaciones de recursos que necesariamente el estado realiza con ese fin. Uno puede dudar de si la conducta altruista del estado se convierte necesariamente en virtud del individuo… Uno puede finalmente preguntarse cuán eficaz y eficientemente se emplean esos medios, aun en los fines propuestos…
El estado cubano intenta avituallar lo más posible a cada ciudadano para que pueda encontrar por sí mismo el sentido de su existencia individual, para que esté preparado para enfrentar la vida, para que no pueda alegar precariedad sistémica invalidante.
No obstante, sin que ninguna de esas provisiones haya sido tomada en aras de las finanzas, en medio de la crisis total en que se debate el capitalismo globalizado, cuando las materias primas y las manufacturas se deprecian espectacularmente, y cada vez más se cotiza el saber, la maestría, la pericia en personas físicamente aptas y psíquicamente estables, uno se pregunta por la justeza adicional de esas políticas.
Pero se impone una pregunta fuerte para la izquierda académica: ¿cómo vencer la ideología dominante?, ¿cómo hacer para que todos los cubanos comprendan cuán libres son, carentes como están de la posibilidad de cotejar vivencialmente, en paralelo, la situación que tendrían en otros entornos? ¿Cómo hacer para que empleen las posibilidades que se le ofrecen en su crecimiento individual de la mejor manera posible y cómo hacer para que ese crecimiento redunde en beneficio de sus conciudadanos y congéneres? En otras palabras, ¿cómo hacer para que cada quien se vea en condiciones de incrementar la eficiencia individual respecto de sí? Y, mejor aún, ¿cómo hacer para que los habitantes de los países capitalistas comprendan que no son libres, independientemente del país de que se trate ni de la clase de pertenencia? Más lejos todavía, ¿cómo hacer para que los representantes académicos de la izquierda renovada vean estas realidades tal como son?
XI.- Una vez más lleno de generosidad intelectual, Boaventura de Sousa Santos, representante de la remozada izquierda académica, nos regala las acciones que permitirían a Cuba experimentar una evolución civilizatoria salvadora. Helas aquí resumidas:
1.- Democratizar la democracia.
Después de ciertos sofismas en los que Boaventura de Sousa Santos reconoce la crisis de la democracia liberal y que en Cuba las relaciones capitalistas no son dominantes ni hay una tradición de democracia liberal mínimamente creíble, Cuba -asegura él- tendría que instaurar directamente la democracia radical…
Boaventura de Sousa Santos no explica qué entiende bajo tal denominación. Pero, si en Cuba hay ahora algún tipo de democracia o no, es tema que Boaventura de Sousa Santos no discute. Él claramente asume que -como bien señalan El País, el State Department, la CIA y el Miami Herald- en Cuba no hay democracia. Ninguna. O sea que el ilustre izquierdista no analiza el sistema de gobierno cubano, no expone el funcionamiento del Poder Popular, de la Asamblea Nacional; no señala cuáles serían -a su juicio- las fallas estructurales de ese sistema de gobierno, qué vías de perfeccionamiento tendría… Nada.
Es claro que las personas que se interesen en este tema, encontrarán información más rica y plural que esa.
2- De la vanguardia a la retaguardia.
En este punto, Boaventura de Sousa Santos sabiamente llama al Partido Comunista de Cuba a que se deconstruya y reconstruya como una fuerza política más dentro de la nación, que se dedique a discutir con las restantes y a convencerlas de sus verdades en la medida de lo posible… Ese proceso implicaría la organización, desde el poder, de las restantes «fuerzas políticas» de la nación. Se comprende que en ese caso, y solo en ese caso, «lo democrático no quedaría en un inventario de logros y argumentaciones retóricas sino que alcanzaría a consumarse en sistema» y quedaría probada la voluntad política del gobierno y partido cubanos a favor de la democracia radical…
Sinceramente, uno se pregunta -lleno de la mejor buena fe posible- qué libros de historia de Cuba lee el afamado intelectual, pues -para no repetir elementos de conveniencia, referidos a las ventajas que a la mayor parte de la ciudadanía ha traído la Revolución, no solo en términos de mejoras materiales tangibles de condiciones de vida para todos sin distinción, sino (más importante aún) en el sentido de la apertura de oportunidades que ella significa ante el pueblo de mejoras crecientes para sí, toda vez que su futuro le pertenece- solo la admisión de que existen textos que probablemente afirmen que la Revolución Cubana no se erigió en poder político por la fuerza de las armas, a costa de la vida de miles de personas, ni que ha sido defendida también frente a la metralla enemiga por la aplastante mayoría de su pueblo, explicaría sanamente la solicitud que hace Boaventura de Sousa Santos para que la Revolución fraccione el poder político, fragmente la ciudadanía, organice a la oposición y entregue mansa y pacíficamente cuotas de poder equivalente a todos los segmentos sociales, en un proceso sin precedentes de auto-desmantelación retroactiva y suicida, habida cuenta de que Cuba no es la URSS: aquí la revancha imperialista haría derramar riadas de sangre.
Consignemos, antes de continuar, que en este punto quedan introducidas, sin que se den mayores explicaciones de ellas, las simpáticas categorías de preguntas fuertes (débiles)/respuestas fuertes (débiles), que tan gozosamente hemos venido usando a discreción, por carecer de referentes.
3- Constitucionalismo transformador.
Aparentemente obsesionado con que Cuba se reconvierta en alguno de los países hermanos de América Latina que han emprendido caminos renovadores de su sociedad, Boaventura de Sousa Santos, desconociendo con alcurnia olímpica, una vez más, la historia de Cuba y de su Revolución, propone que su gobierno inicie un proceso constitucionalista.
La idea no es mala, salvo por un pequeñísimo detalle. Veamos. Los países del continente americano inmersos en las modificaciones paulatinas de sus respectivas constituciones, persiguen con ese proceder dar el poder al pueblo, en una primera instancia, para luego alegadamente avanzar hacia la construcción del socialismo… En el caso de Cuba en que el poder está en manos del pueblo (imperfecciones incluidas) y tiene una constitución socialista (falencias perfectibles admitidas), no se ve tan claro para qué serviría este mecanismo constitucionalista a los fines expuestos.
4- Estado experimental.
La próxima tarea que, según la visión de nuestro amigo, Cuba debe cumplir para civilizarse es convertirse en lo que él llama un Estado experimental. Además, para evitar malentendidos, Boaventura de Sousa Santos nos dice que esta transformación se consigue de acuerdo con tres principios. Son estos:
1.- «[…] la experimentación social, económica y política exige la presencia complementaria de varias formas de ejercicio democrático (representativo, participativo, comunitario, etcétera).»
2.- «[…] el Estado solo es genuinamente experimental en la medida en que las diferentes soluciones institucionales reciben iguales condiciones para que se desarrollen según su lógica propia.»
3.- «[…] el Estado experimental no solo debe garantizar la igualdad de oportunidades a los diferentes proyectos de institucionalidad democrática, sino que también debe […] garantizar patrones mínimos de inclusión que hagan posible la ciudadanía activa necesaria para monitorear, acompañar y evaluar el desempeño de los proyectos alternativos.»
Aquí, la lectura de este trabajo de Boaventura de Sousa Santos, una vez más, obliga a uno a dudar de que el autor se esté refiriendo a la Cuba actual, porque si existieran calificativos que peor describieran a este país serían los de normal, normalizado, estándar, conservador, formal, formalizado… O sea, el que mejor se aviene al estado cubano es el de «experimental», tomando como referente cualquier otra nación de la Tierra.
La lectura detallada de las conductas y pasos que -siempre de acuerdo al texto de Boaventura de Sousa Santos- convertirían a Cuba en un «estado experimental», nos revelan que es un llamado simple y sincero del académico de la izquierda reformada para que Cuba acepte el pluripartidismo, la fragmentación insidiosa y en profundidad de su sociedad y la propiedad privada sobre los medios de producción. En otras palabras, tras ese proceso, Cuba se verá transformada en… otro estado más del Tercer Mundo.
5- Otra producción es posible.
Este es el último punto de las modificaciones que Boaventura de Sousa Santos propone para salvar a Cuba, en el que se expresa que las producciones de riquezas pueden crecer con la varita mágica de la propiedad privada.
Para no perdernos en una madeja de racionalizaciones de hechos convertidas en texto, analicemos la idea esencial contenida en la afirmación que aquí hace Boaventura de Sousa Santos de que «[…] la alternativa sistémica al capitalismo, representada por las economías socialistas centralizadas, se mostró inviable.»
Esto equivale a decir que el capitalismo, un sistema sin dudas éticamente inferior al socialismo -tanto más al comunismo-, fue reinstaurado en los países europeos que antes habían conscientemente optado por la construcción del socialismo.
Para iluminar las causas de este fenómeno, imaginemos un sistema mecánico, compuesto por un solo cuerpo masivo, que suponemos regido únicamente por la fuerza de gravedad. Si el cuerpo no sigue la trayectoria que dicte su caída libre, resulta natural deducir que hay una fuerza desconocida actuando sobre este.
Si aplicamos ese razonamiento al caso que nos interesa -el fracaso del socialismo irreal euroasiático-, tendríamos que concentrarnos en buscar qué no había sido previsto, a partir de lo que dábamos por conocido.
Partimos de tres afirmaciones básicas, a saber:
1.-) tras haber sostenido una lucha de 7 décadas con el socialismo, el capitalismo prevaleció sobre el régimen social llamado a enterrarlo, a pesar de que:
2.-) Lenin desarrolló, y probó en la práctica, la tesis de que el cambio revolucionario del capitalismo hacia el comunismo empezaría no por los eslabones más sólidos de la cadena formada por los países de mayor desarrollo industrial de la época, como afirmaban la mayor parte de las premoniciones y admoniciones comunistas en boga entonces, sino -todo lo contrario- lo haría por Rusia, el eslabón más débil de esa cadena, con lo cual adecuó acertadamente a la realidad las exigencias respecto a las condiciones mínimas límites planteadas por la teoría.
3.-) las regularidades de la dialéctica de los sistemas sociales, inherente a ellos en función de la realidad ínsita de los actores sociales, fueron reveladas previsoramente por K. Marx de manera básicamente correcta y suficiente.
Para facilitar el análisis, concentrémonos en las afirmaciones que conforman las estipulaciones consideradas.
La lucha de siete décadas
El socialismo se propuso (y consiguió) hacer una distribución de bienes más incluyente que la del capitalismo, basada en la identidad esencial de los seres humanos. Sin embargo, respecto a la producción misma de esos bienes y a los factores asociados a ella (eficiencia, productividad, etc.), el socialismo no se planteó metas distintas de las del capitalismo. En otras palabras, el socialismo, como todos los sistemas económico-sociales precedentes, persiguió el incremento ilimitado de la producción, de la eficiencia, de la productividad, etc., sin establecer -siquiera detenerse a considerar- algún tipo de intelección en torno a este enjundioso tema. (Con este proceder, el comunismo parecía convenir con el presupuesto largamente sustentado por todas las formaciones económico-sociales clasistas, argumento justificativo principal de la actuación cotidiana de los seres humanos socializados y de la sociedad en su conjunto, de que la acumulación de riquezas es un fin existencial en sí mismo, tal vez el más importante, pero -seguramente- el que goza de aceptación más generalizada.)
Ante ese hecho, cabe que nos preguntemos, ¿por qué habría que suponer que situar cantidades equivalentes de recursos en manos de cada quien, a despecho de la disposición individual previa (preparación profesional, conocimientos, luces, experiencias, dotes) de cada persona, es, a corto plazo, desde el punto de vista de producción bruta de bienes, una aproximación mejor (¡a esos mismos fines productivos!) que la filosofía del capitalismo, basada en una sencillísima premisa: descubrir a los más aptos (eficientes) en cuanto a productividad se refiere, mediante una competencia despiadada de los ciudadanos entre sí y entregar más recursos a los vencedores en esa lucha a fin de obtener mayores dividendos? Para que ese hubiera sido claramente el caso, tendría el capitalismo que haberse agotado en tanto sistema, pero en esas circunstancias el parto del comunismo habría seguido cauces «naturales», sin necesidad de revolución social alguna (variante por la que apuestan, dicho sea tangencialmente, todos los socialdemócratas del mundo).
O sea, que no hubo una lucha de dos sistemas totalmente contrapuestos. A lo sumo hubo un enfrentamiento de dos enfoques (uno históricamente probado y no agotado; el otro, experimental) por alcanzar un mismo «premio»: producir «ríos de riquezas», alcanzar una producción ilimitada de bienes (o sea, sin topes racionales), a fin de satisfacer necesidades crecientes de los seres humanos, sin que tampoco se revele alguna «inteligencia» en torno al término «necesidades crecientes». En realidad, llegó un momento en que «la lucha» entre los dos sistemas se centró y redujo, justamente, en ver cuál de ellos producía más acero, cemento, petróleo, etc..
Una verdadera lucha de dos sistemas sociales contrapuestos implicaría una diferencia no solo de las vías y métodos para alcanzar el objetivo, sino del objetivo mismo.
Esto es cierto especialmente para el comunismo, que constituye no solo un proyecto (lo cual ya de por sí presupone -y exige- «actuar con sentido» para producir permanentemente «acciones con sentido», esto es, acciones de las que se conozca su origen, sus agentes, sus fuentes motrices, sus metas y sus consecuencias), sino uno esencialmente nuevo en toda la historia humana.
(Valdría la pena explorar las metas adecuadas al comunismo para su propia construcción y, a partir de la interrelación del individuo humano con el medio social, analizar cuáles de ellas serían presuntamente factibles en cada etapa.)
En conclusión, el comunismo desde un inicio se vio enfrascado en una lucha espuria, con un contrincante (los países capitalistas tecnológicamente más desarrollados del planeta), por demás, permanentemente dopado a costa del Tercer Mundo.
Luego, en propiedad, el comunismo no fue derrotado… Simplemente no podía ganar: no era su lucha.
Esa conclusión es muy importante, porque la «derrota» del comunismo, tras haber recibido incontables análisis superficiales (de derecha e izquierda) y la carga correspondiente de manipulación mediática, llega a ser fácilmente identificada, en el imaginario vulgar, como el fracaso de la eticidad frente a la productividad… No se requieren esfuerzos especiales para imaginar el alcance y envergadura del daño que, a los más genuinos y positivos valores humanos y -por su conducto- al comportamiento humano, semejante conclusión acarrea para las generaciones futuras.
La tesis leninista
La tesis leninista acerca de las condiciones límites (objetivas y subjetivas) para la ocurrencia de una revolución social es, en mi modesta opinión, uno de los avances teóricos de mayor alcance que experimentó la sociología en los primeros años del siglo XX, con profundas consecuencias para otras ramas de la antropología.
Se puede inferir con bastante crédito que el pensamiento, conducta, magisterio y acciones de Vladimir Ilich Ulianóv (a. Lenin) relacionados con su teoría revolucionaria, se basaba en los siguientes o similares preceptos (cuya justeza, por cierto, demostró en la práctica):
Sobre la dialéctica de los procesos
0.-) Todo proceso en su dialéctica enfrenta permanentemente diversas coyunturas (ellas son el proceso mismo; el enfrentamiento y superación de esas coyunturas, su dialéctica).
1.-) los elementos del conjunto de salidas (soluciones, en el sentido de outcomes) a toda coyuntura que enfrenta la dialéctica de entes con historia ante cualquier proceso, pueden ser ordenados por sus probabilidades de ocurrencia inmediata (llamo entes con historia aquellos que sean capaces de tomar decisiones dispuestas -o disponibles- en el eje del tiempo y que se encuentren en permanente relación, con variable grado de consciencia, consigo mismo, con entes similares a sí, con el entorno natural y cultural y con la suma compleja de esos mismos elementos);
2.-) dentro de ese conjunto de salidas se pueden distinguir, por el sentido de su dialéctica, dos subconjuntos de elementos:
- el subconjunto de salidas cuyo sentido coincide con la dirección previa de la dialéctica del proceso (subconjunto de soluciones revolucionarias);
- el subconjunto de salidas cuyo sentido se opone a la dirección previa de la dialéctica del proceso (subconjunto de soluciones reaccionarias).
3.-) Dentro de cada uno de esos subconjuntos se distinguen, a su vez, dos subconjuntos de elementos por el valor de la probabilidad de su ocurrencia:
- el subconjunto de las salidas «naturalmente realizables», esto es, aquellas cuya «evidente virtualidad» hace que su probabilidad de realización (índice de factibilidad) sea superior a cualesquiera otras alternativas ante los ojos de la mayoría de los actores interesados, sin esfuerzos especiales;
- el subconjunto de las salidas «forzadamente realizables», o sea, aquellas para las cuales el incremento de probabilidad de ocurrencia, hasta hacerlas factibles, requiere la creación activa de condiciones especiales mediante -y en particular- la participación consciente y mancomunada de un grupo suficientemente numeroso de individuos actuantes hacia (y hasta) la consecución del fin propuesto;
Sobre la violencia
4.-) toda superación coyuntural constituye en sí misma la expresión de cierto grado de violencia (esa afirmación es extensible hasta el individuo humano), independientemente del subconjunto de salidas (revolucionaria o reaccionaria) a que pertenezca, porque no hay violencia apreciable solo cuando (idealmente) el fenómeno considerado sigue un curso sin enfrentar coyunturas;
5.-) por el signo del movimiento que provocan, se distinguen, consecuentemente, dos tipos de violencia: la revolucionaria y la reaccionaria;
6.-) respecto a los individuos humanos, la fuente de la violencia social puede encontrarse fuera o dentro de ellos;
7.-) tanto mayor rechazo provoca la violencia en los individuos, cuanto más «externa» (dentro de diferentes estratos de externalidad: personal, familiar inmediata, parental, laboral, social, etc.) sea su fuente originaria, y solo la violencia que ejerce un individuo sobre sí mismo de manera consciente puede ser aceptada por este como la superación de un escalón u obstáculo necesario para su crecimiento y generalmente pasa inadvertida para él;
8.-) las soluciones del subconjunto de salidas «forzadamente realizables» son las que mayor violencia exigen, y el grado de violencia es inversamente proporcional a la probabilidad de ocurrencia natural;
Sobre la calidad y efecto de las decisiones
9.-) solo puede ser calificada de genuinamente revolucionaria la conducta de aquellos actores que, tras haber alcanzado una comprensión cabal de las circunstancias, se esfuerzan por conseguir -dentro del subconjunto de salidas revolucionarias- las salidas «posibles menos probables» antes de esperar por la ocurrencia de lo «probable de sí mismo factible» (mientras menos probable es una opción más revolucionaria resulta). Dicho en términos actuales, tanto más revolucionaria es una conducta cuanto más información porte su realización.
10.-) La aceleración que reciba el proceso es inversamente proporcional a la probabilidad de ocurrencia de la salida considerada, independientemente de cuál sea el subconjunto a que ella pertenezca, de acuerdo al sentido de su dialéctica. (Mientras más revolucionaria, o reaccionaria, sea la solución considerada mayor aceleración, o desaceleración, recibe el proceso en cuestión.)
{Habría que agregar que, desde el punto de vista expuesto, la «actitud revolucionaria», asociada a la elección de salidas menos probables del subconjunto de soluciones cuyo sentido coincide con la dirección previa del proceso, no solo no es descabellada (intempestiva, irracional, absurda, desatinada, desordenada, etc.), sino que constituye una muestra fehaciente de amplitud de miras, capacidad de comprensión profunda y crecimiento humano.
(En particular, la actitud revolucionaria exige un claro entendimiento de estas dos tesis:
1.- de Hegel – «Todo lo racional es real; todo lo real es racional.» [Was vernünftig ist, das ist Wirklich; und was wirklich ist, das ist vernünftig.];
2.- de Marx – «La humanidad, por tanto, solo se propone aquellas tareas que ya está en condiciones de resolver, puesto que -bien miradas las cosas- siempre encontraremos que la propia tarea surge únicamente cuando ya existen o están al menos en proceso de formación las condiciones materiales necesarias para su solución».
Ya que ellas testimonian la existencia de algún grado de factibilidad a cualquier salida del mencionado conjunto de soluciones coyunturales, bajo la única condición de que esa salida sea racionalizable. Es claro además que tanto más «lejos» un individuo «verá», condición previa a cualquier racionalización, mientras mayores sean su desarrollo cultural, sus conocimientos y su experiencia.)}
En resumen, Lenin y sus seguidores interpretaron correctamente la situación creada y forzaron los hechos hasta límites extremos pero reales de ocurrencia, a fin de conseguir las factualización de sus propósitos, esto es, la aceleración de la caída del sistema capitalista atrasado que regía los destinos del imperio de los zares rusos.
[Tarea muy diferente -a la postre imposible- resultó la construcción de un nuevo sistema, anteriormente desconocido en la historia humana, sobre (con y desde) las ruinas del destrozado.]
La dialéctica de la sociedad
Marx acertadamente identifica el instante en que las contradicciones existentes entre el modo de producción y las relaciones de producción resultan insalvables y entran en crisis definitiva como el momento histórico en que una forma de producción queda agotada (caduca) y salta por los aires para dar lugar a una nueva forma de producción.
Así, en el Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, escrito por Marx en 1859 [Zur Kritik der Politischen Ökonomie. Vorwort, 1859], leemos: «Al llegar a una fase de su desarrollo, las fuerzas de producción material de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes, o -lo que no es sino su expresión jurídica- con las relaciones de propiedad dentro de las que se han desarrollado hasta entonces.»
En ese texto Marx revela en síntesis el mecanismo que explica las modificaciones que han observado espontáneamente (a partir de fuerzas internas) las estructuras adoptadas por las sociedades humanas (europeas), según testimonia la historia de esas estructuras, razón por la cual -aceptado el lenguaje categorial del autor- es del todo imposible oponerse a la justeza de esos asertos sin faltar a la verdad históricamente verificable.
Sin embargo, surge una interrogante relacionada con las palabras subrayadas del párrafo del texto de Marx apuntado, a saber: ¿por qué habrían de agudizarse paulatinamente las contradicciones entre las fuerzas de producción y las relaciones de propiedad hasta alcanzar «cierta fase de su desarrollo»?, esto es, ¿qué hace que las fuerzas productivas «se modifiquen, en su desarrollo, de una fase a otra diferente»?, ¿de qué desarrollo estamos hablando?, ¿respecto a qué [paradigma, sistema referencial] se puede constatar esa modificación o desarrollo? Esas palabras evidencian que K. Marx otorgaba algún grado de independencia, dialécticamente compleja, a la subjetividad de los seres humanos que perciben las condiciones objetivas de la sociedad respecto a esas mismas condiciones objetivas, toda vez que, parece evidente, las referidas contradicciones nunca se agudizarían (o sea, permanecerían estables) si, en última instancia, su dialéctica (y con ellas las de la sociedad toda) no dependiera en algún grado de -o guardara íntima relación con- peculiaridades no sometibles por ningún medio de los miembros que la componen, vale decir, peculiaridades genéticas culturalmente potenciadas.
Dicho en otros términos, la historia de la humanidad ha demostrado que no existe ninguna posibilidad de doblegar definitivamente el espíritu humano, ni medio alguno para conseguirlo, pues, a pesar de la enorme plasticidad del psiquismo humano, no es posible convertir seres humanos, no manipulados genéticamente antes de nacer, en «esclavos continuamente felices de su estatus», independientemente del tiempo que hayan sido sometidos a vasallaje, ni del grado de terror que enfrenten en ese régimen, ni del adoctrinamiento que reciban: en condiciones de subordinación extrema, las personas, a lo sumo, están únicamente en condiciones de expresar mínimos y aislados estados de adaptación, más o menos prolongados.
De este modo, cualquier estructura social no solo constituye un reflejo de las relaciones de producción, razón por la cual recibe el escrutinio constante de quienes detentan el poder y la persistente censura de quienes lo padecen, sino que ella se ve permanentemente confrontada por sus miembros, pertenezcan o no a la elite, con ciertas expectativas y exigencias de su psiquismo, de lo contrario, ¿por qué habría de llegar el momento en que «los de abajo no pueden vivir como antes» y «los de arriba no pueden gobernar como en el pasado»?
De hecho, según demuestra la historia y señala Marx («Al llegar a una fase de su desarrollo […]»), se requiere cierto tiempo para que, por acumulación de experiencias, las personas de diferentes generaciones se percaten de cuál es el índice de satisfacción (insatisfacción) que la sociedad creada brinda a las mencionadas «expectativas y exigencias» y se decidan a modificarla convenientemente, como si cada nueva generación timada consumiera el margen de engaño que le correspondiere hasta el agotamiento final del embuste.
Tal vez dentro del cuadro expuesto, el tema más espinoso sea el de las «expectativas y exigencias» del psiquismo humano. Especialmente polémica diríase la cuestión pertinente a cuáles de esas exigencias son congénitas del individuo y cuáles de ellas son de origen cultural.
A pesar de las innegables dificultades existentes hoy por hoy para establecer patrones teóricos en este sentido, los descubrimientos más recientes de las neurociencias nos acercan al momento de validar ciertas especulaciones productivas. Por ejemplo, la sola existencia de las llamadas neuronas-espejo fundamentan suficientemente la presunción de que los individuos humanos somos congénitamente empáticos -algo a lo que apunta con mucha fuerza la sociabilidad no elegible de nuestra viabilidad en edades tempranas-, y es de esperar que la ulterior profundización de su estudio revele eventualmente los mecanismos complejos de la cognición y el aprendizaje. En otras palabras, tal como -por ejemplo- nacemos acompañados por la capacidad potencial de adquirir (usar, desarrollar) lenguajes signo-simbólicos complejos, los seres humanos poseemos una disposición ínsita a la socialización, a la adquisición de conocimientos y -en virtud de la recreación que hacemos del hábitat- a la libertad.
Por todo lo anterior, parece sensato adelantar la idea de que: 1.-) cada una de las formaciones económico-sociales genera de sí, ante sus pares de actores antagónicos, su propio paradigma, esto es, un conjunto interrelacionado y dinámico más o menos consensuado, impuesto y aceptado (aunque sometido rigurosamente al dictamen de la clase dominante como moralmente deseable, históricamente necesario y circunstancialmente posible) de metas, sueños, aspiraciones, ciencias, creencias, y similares, así como -lo que es muchísimo más relevante- las vías supuestamente disponibles a cada quien para alcanzarlo; 2.) es contra ese paradigma social que cada individuo confronta su situación en la estructura social, respecto de la satisfacción (insatisfacción) de sus exigencias psíquicas ingénitas.
(No es ocioso señalar que -sea subrayado- los paradigmas, en calidad de motivaciones asumidas, constituyen la principal fuerza que permite la reproducción de la sociedad.)
A ese tenor, diríase atinado afirmar, por ejemplo, que la dialéctica de las sociedades ha seguido un camino hacia una acentuación del reconocimiento de la igualdad esencial de los seres humanos, misma que nunca ha sido plenamente realizada en la praxis, sino que -salvo en los cuerpos religiosos, la moral oficialista, las aproximaciones teórico-legislativas, la ética académica y quizás en el contexto cerrado de familias y personas aisladas- ha quedado como enunciado formal, desiderátum utópico, entelequia representativa, virtualidad onírica castrada de todo vigor, puesto que todas las sociedades sin excepción no solo han sido estructuradas jerárquicamente sobre la base de las diferencias funcionales (reflejo de la suma compuesta de diferencias fenotípicas circunstanciadas y eventos históricos interpretados) de los seres humanos que las componen -algo necesario en sí mismo y posiblemente virtuoso-, sino que las jerarquías sociales derivadas han subsumido (permeado, inundado y absorbido) todos los ámbitos de la vida civil y se han visto consecuentemente consagradas en ella.
Sin embargo, probablemente la institucionalización de esa identidad esencial (más que de la igualdad a secas) de los seres humanos en el nuevo régimen, cuya observancia irrestricta parecería conducir indefectiblemente al respeto de la diversidad y singularidad de las individualidades, habría constituido -riesgos asumidos- un atractor suficientemente poderoso y fecundo como para: 1.-) otorgar viabilidad al sistema mediante la incorporación efectiva, en calidad de protagonistas, de grandes masas de personas a su diseño y construcción; 2.-) generar de sí un nuevo paradigma socialista, basado en una ética derivada de las peculiaridades ingénitas del psiquismo humano, conducente a satisfacer con la mayor plenitud posible las demandas vivenciales y existenciales, epocalmente consideradas, de sus ciudadanos, a fin de que cada uno esté en condiciones de: 2.1.-) elegir circunstanciadamente el sentido de su existencia; 2.2.-) realizarlo.
Estoy diciendo que la causa principal de la caída de la URSS se debió a que los habitantes del nuevo estado nunca fueron inducidos a plantearse (ni lo hicieron) ese nuevo paradigma: en los países de socialismo irreal, la principal aspiración existencial de las personas comunes consistía, como ocurría en los regímenes precedentes, en vivir como el estrato representante y detentador del poder.
Quizás una de las interrogantes más perturbadoras gire en torno de las posibilidades reales con que contaban los hacedores directos de aquella gesta para cumplir la enorme tarea histórica consistente no tanto en destruir el viejo régimen como en construir uno nuevo.
Supongo que, en primer lugar, los individuos preeminentes y responsables debían haber desarrollado, como entorno hospedero del nuevo paradigma, un fuerte sentido de historicidad, o sea, aquella comprensión del devenir humano, adquirido mediante el conocimiento vivo de las culturas que en la Tierra son y han sido, que ofrece al poseedor una visión perspectiva de la historia humana, en la cual su propia vida individual es vista como un episodio asociado a una cadena de hechos que le trascienden y le permite actuar conscientemente y en consonancia con ellos, sobre la base de la comprensión cabal de que:
a) Todos los homii sapiens sapiens somos esencialmente idénticos; nuestras diferencias son solo fenotípicas y todos, consecuentemente, desde nuestras inevitables mortalidad e intrascendencia cosmogónica, somos solo en la historia causales y efectivos, cualquiera que sea el nivel de esa «historia», por lo que solo en ella podemos realizarnos vale decir, hacer real nuestra virtualidad;
b) toda construcción social es pasajera;
c) los comportamientos humanos individualmente considerados dependen mucho más de las circunstancias sociales en que se desarrolla el individuo en cuestión que del conjunto de cualidades de que esté atribuido (hayan sido genéticamente potenciadas o no estas cualidades);
d) todos los eventos, fenómenos y situaciones sociales que ocurren, sin excepción, tienen causas históricas, esto es, causas que se encuentran en eventos, fenómenos y situaciones sociales anteriores.
e) no existe un sentido apriorístico trascendental para la vida humana: cada individuo humano es un fin en sí mismo.
(Es comprensible, por otra parte, que la creación de semejante contexto ideológico es tarea de cumplimiento gradual. Primeramente, porque los líderes de aquellos eventos estaban seguramente ocupados en disímiles tareas inmediatas, de cumplimiento impostergable. En segundo lugar, porque esa es una perspectiva a la que solo se llega culturalmente. Nosotros hoy, en virtud de sus fracasos, tenemos el privilegio de avizorar fenómenos que a ellos les resultaban invisibles.)
Una visión como esa no evitaría obligatoriamente la sana «selección funcional», imprescindible en toda sociedad, concerniente con todos los asuntos de los cuadros o «personal responsable», incluyendo su proyección y desempeño, pero presumiblemente originaría de sí al menos tres corrientes sociales, íntimamente inter-vinculadas, relacionadas con la democracia general participativa, el respeto irrestricto a la vida, el planteamiento y solución del problema humano, todo lo cual -asociado como está a las inquietudes básicas de los humanos– podría constituir preguntas fuertes para la izquierda ilustrada en su perfeccionamiento.
De eso se trata. ¿O no?