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La revolución, un recorrido histórico que no ha terminado

Fuentes: Rebelión

Dos siglos de revoluciones entran en el análisis de un reciente libro de Enzo Traverso que va desde 1789 hasta las últimas décadas, en un proceso que parece haberse cerrado y al menos suscita el interrogante sobre cómo reabrirlo.

Enzo Traverso

Revolución: una historia intelectual.

1ª edición en español. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica, 2022.

644 páginas.

Las revoluciones no pueden programarse: siempre vienen cuando menos se las espera.»

Con esta frase cierra Enzo Traverso este volumen, hace poco publicado en español,que contiene el examen de la idea y la práctica de la revolución a través del tiempo.

Esa afirmación apareja una cuota de optimismo estimulante en tiempos en que la idea de revolución no atraviesa un período de apogeo, sino más bien lo contrario. Y en el que tantas fuerzas materiales y simbólicas se despliegan en el intento de demostrar que sólo remite a un pasado más bien repudiable.

Se puede y se debe, al mismo tiempo, desechar las visiones teleológicas y deterministas (muy criticadas a lo largo de esta obra) y asumir la apuesta por la irrupción de lo inesperado. Producto sin duda de factores arraigados en el proceso histórico. Pero a menudo no susceptible de ser apreciado al compás de los hechos. Y menos aún de ser previsto con prudente antelación.

Ya no es novedoso afirmar que Traverso es uno de los historiadores de mejor producción en la actualidad, entre los que sostienen una mirada afín a la tradición marxista y de izquierda en general.

Ahora nos encontramos frente a un recorrido por la trayectoria revolucionaria, sobre todo europea, sin descartar los acontecimientos en el sur del mundo. El punto de partida es la toma de la Bastilla. La revolución rusa constituye un núcleo del libro y los sucesos de 1848 y 1871 reciben un tratamiento sintético pero muy expresivo. Aunque con menos ahínco los itinerarios posteriores a 1945, como los de China, Cuba y Vietnam merecen su atención.

La referencia a la “historia intelectual” en el subtítulo no entraña un recorrido ceñido al campo teórico. A lo largo del libro laten los procesos revolucionarios reales. Y una atención más centrada en quienes pusieron el cuerpo y el pensamiento en procesos de transformación social radical que en los que hicieron de la escritura y la cátedra sus esferas casi exclusivas de actuación.

Dos siglos de búsqueda de transformaciones radicales.

Esta obra porta una mirada matizada, a diferencia de tanto escrito contemporáneo que centra su visión en los costados más oscuros de los procesos revolucionarios, como vehículo para declararlos no ya superados sino enteramente indeseables.

El autor incluso incorpora a su análisis las miradas francamente contrarrevolucionarias del pasado, desde Alexis de Tocqueville a Max Weber pasando por Karl Schmitt. Y utiliza como fuente a analistas conservadores contemporáneos, entre ellos el muy leído Orlando Figes. Lo que no hace es doblegarse ante los enfoques de la derecha explícita o vergonzante, para tomar como refugio los valores supuestamente incuestionables de la democracia liberal.

Sin abandonar cierta circunspección académica, queda claro a lo largo de su trabajo que el autor de A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945 tiene posición tomada en la cercanía con las revoluciones, a lo largo de la historia y alrededor del mundo.

Un aporte sugerente es que el historiador italiano dirige una mirada atenta al plano simbólico y artístico. De hecho la extensa introducción está vertebrada en parte en el mundo de las imágenes, con un análisis de La balsa de la medusa, una pintura famosa de Theodore Gericault datada en 1819 como punto inicial del recorrido.

El capítulo inicial se remonta asimismo a ese plano, al desenvolverse a partir de la metáfora de procedencia marxiana de las revoluciones como “locomotoras de la historia”.

Allí, y en torno al protagonismo de los ferrocarriles, se encuentra cifrada la conflictiva relación del pensamiento y la acción socialista con la perspectiva decimonónica de “conquista de la naturaleza” y modernización que articulaba al despliegue del capitalismo. Y que luego tuvo tanta proyección en la perspectiva revolucionaria del siglo XX. Y en muchas de sus restricciones así como en la adopción de senderos equivocados.

En un parágrafo de ese capítulo nominado como “Máquinas locas”, se brinda un abordaje de la íntima relación entre los trenes y la revolución mexicana, en una de sus excursiones al “Sur mundial” que puede agradecer el lector de estas latitudes. La evocación del revolucionario que seguía a Adelita en un “tren militar” asoma por allí, aunque Traverso no la menciona.

En otro capítulo “Conceptos, símbolos, reinos de la memoria” hay una sección en la que se abordan elementos que van desde la imagen de las barricadas a la estetización de la toma del Palacio de Invierno en Octubre de Serguei Eisenstein. Allí se encuentran algunas de las páginas mejor logradas de todo el transcurso del libro.

Asimismo es cautivante su análisis de las diferentes y a veces no tan antagónicas posiciones del pensamiento revolucionario y el de derecha en torno a las nociones de modernidad y «progreso». Traverso construye uno de sus ejes reflexivos alrededor del peso del positivismo y el enfoque «modernizador» a ultranza en el proceso soviético y otras construcciones con propósito socialista.

En otros pasajes se detiene sobre algunos clásicos como Historia de la Revolución Rusa de Trotsky y varios escritos de Walter Benjamin, a modo de exponentes de una tradición en torno a la cual hay que seguir «trabajando».

Asimismo se ocupa de Ernst Bloch, en particular de su crítica a la «corriente fría» dentro del pensamiento emancipatorio.

Esa mirada es uno de sus puntos de partida a la hora de examinar al comunismo como «régimen». Allí contrapone la «calidez» del momento revolucionario de Octubre, con el viraje no democrático y represivo, más bien gélido, cuyo punto de partida no sitúa en el estalinismo. Se remonta más atrás hacia la tesitura, forzada pero no inevitable, que adopta la conducción del proceso arrancado en 1917 a propósito de la guerra civil.

En la caracterización del recorrido posterior de la Unión Soviética sostiene una reflexión matizada, que al tiempo que rechaza las idealizaciones intenta desmitificar la concepción de que el “germen totalitario” estaba inscripto en las mismas raíces del bolchevismo.

En lo que respecta al régimen soviético en su etapa estaliniana, el investigador realiza algunos apuntes a contracorriente. Nos referimos a su claro rechazo a los enfoques que acercan o incluso asimilan a la URSS del segundo tercio del siglo XX con los horrores de la época nazi y del fascismo en general.

Señala las profundas diferencias de concepción ideológica entre ambos regímenes. Y otorga su reconocimiento a la heroica resistencia soviética frente a la invasión alemana hasta la derrota final de su agresor, que incluyó hasta a los reclusos de los campos de concentración.

Hasta tiene el coraje de marcar disimilitudes entre los sitios de exterminio regidos por las SS y el sistema del Gulag, sin que dicho análisis lo inhiba para la rotunda condena de este último.

En el capítulo que le dedica, el tratamiento de la intelectualidad revolucionaria le lleva bastante más de un centenar de páginas. Allí pivota sobre los deslizamientos entre actitud bohemia y militancia partidaria, que ya estaban presente en Melancolía…», para cerrar el capítulo con la construcción de un «tipo ideal» de los «hombres y mujeres de pensamiento» involucrados en la militancia por la revolución.

Examina además cierta tendencia a la “domesticación” de los intelectuales radicales, una vez que se permite su ingreso pleno al campo académico y su inclusión en los mecanismos de consagración instaurados y celebrados desde la cultura hegemónica. Lo que no le impide ver auspiciosas excepciones, como la de Georgy Lukacs, capaz de escribir exhaustivos tratados y asimismo de ser ministro de un gobierno cuya integración equivalía a poner en riesgo su cabeza.

Fuera del ámbito europeo sus aportes son menos profundos y más breves. Lo que no quita lo sugerente de algunas apreciaciones, como cuando analiza el «anticolonialismo» como una de las encarnaciones del comunismo. Y en contraposición a las posturas proimperialistas de las corrientes socialdemócratas.

Por allí está tambiénJosé Carlos Mariátegu, a quien asigna el merecido lugar de privilegio entre quienes desafiaron a la ortodoxia y desbastaron el predominante eurocentrismo.

Resultan remarcables también, mucho más atrás en el tiempo, las relevantes referencias a la revolución haitiana. Y a las pioneras reflexiones suscitadas, en medio del silencio general, por una obra capital como Los jacobinos negros. Toussaint L’Ouverture y la revolución de Haití, de. Cyril Lionel Robert James.

Traverso dedica algunas menciones al decurso de su país, rematadas con justas críticas al PC italiano, al que toma como el ejemplo mayor de la deriva socialdemócrata de agrupaciones comunistas de Europa Occidental. La que en el caso itálico no se detuvo allí sino que se hundió en un liberalismo más emparentado con el Partido Demócrata estadounidense que con cualquier visión de raigambre marxista.

Algunas ausencias y los debates posibles.

Con todo, algunos elementos se extrañan en su libro. Un ejemplo es que no emprende el análisis de por qué procesos recientes de rebelión no desembocan en revoluciones triunfantes. En un pasaje hace el señalamiento de que el paso de una a la otra radica en que la indignación se trasmute en la “transformación consciente del estado de cosas”. Lo que deja en pie el interrogante de por qué en los últimos años no se desencadena ese paso, o bien se desvirtúa casi de inmediato cuando se produce.

Desde nuestra situación latinoamericana se echa de menos una mirada sobre aquellos procesos que postularon su identificación con “el socialismo del siglo XXI”. Tal vez se deba a que los considera por fuera de cualquier perspectiva revolucionaria, pero no lo explicita.

De cualquier manera el recorrido que hace desde la revolución francesa de 1789 hasta las de la segunda posguerra del siglo XX está muy bien fundamentado y reflexionado, como hemos tratado de mostrar aquí.

Cuando se acerca a nuestros días las referencias que hace el autor se hacen más escuetas, lo que no lo incapacita para efectuar alguna consideración general.

Valga el siguiente párrafo como ejemplo: “La experiencia de los movimientos de ‘alterglobalización’, la Primavera Árabe, Occupy Wall Street, los Indignados Españoles, Syrisa, Nuit debout y los Gilets jaunes franceses, los movimientos feministas y LGBT y Black Lives Matter son pasos en el proceso de construcción de una nueva imaginación revolucionaria, discontinuos alimentados por la memoria pero al mismo tiempo escindidos de la historia del siglo XX y privados de un legado utilizable.”

Este juicio de Traverso acerca del hiato irreductible entre el siglo XX y el actual es apto para suscitar el debate. Cabe el interrogante de si una mirada no “ortodoxa” y de espíritu creativo de los procesos revolucionarios del siglo XX no es aún un punto de partida plausible para construir esa “nueva imaginación revolucionaria” postulada por el historiador.

Hasta podría señalarse cierta apariencia de contradicción cuando en un párrafo casi inmediato afirma: “Una nueva izquierda global no tendrá éxito si no ‘trabaja sobre’ esa experiencia histórica. La extracción del núcleo emancipatorio del comunismo de ese campo de ruinas no es una operación abstracta y meramente intelectual: exigirá nuevas batallas, nuevas constelaciones, en las que, de improviso, el pasado resurja y “la memoria destelle’.

El sentido de la esperanza sigue allí, más allá de los quiebres insoslayables y las actualizaciones imprescindibles.

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Es esta una lectura necesaria, de algún modo un complemento de su anterior Melancolía de izquierda. Y un aliento grato entre tanta apología de la adaptación al orden capitalista que circula en nuestros días, incluso desde perspectivas supuestamente críticas.

Se podrá discrepar mucho o poco con el abordaje de Traverso, lo que parece quedar claro es que la discusión derivada de las diferencias será un intercambio en el interior del campo revolucionario.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.