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La revolución y la realidad de una sociedad asustada

Fuentes: Rebelión

El capitalismo euro-yanqui y, junto con él, todo sentido del modelo de sociedad occidental, se desarrolló a costa, principalmente, de los ricos yacimientos minerales de nuestra Abya Yala, relegando luego a esta extensa región a la función de proveedora de materias primas y mercados estables para la colocación de sus productos manufacturados; enriqueciéndose y obteniendo […]

El capitalismo euro-yanqui y, junto con él, todo sentido del modelo de sociedad occidental, se desarrolló a costa, principalmente, de los ricos yacimientos minerales de nuestra Abya Yala, relegando luego a esta extensa región a la función de proveedora de materias primas y mercados estables para la colocación de sus productos manufacturados; enriqueciéndose y obteniendo grandes dividendos. Tal circunstancia histórica hizo que las naciones de este continente -al ser parte de este engranaje capitalista- fueran luego regidas, sobre todo a partir de las primeras décadas del siglo 20, por elites sumisas a la voluntad e intereses de las grandes corporaciones estadounidenses, lo que se escudó tras la fachada de una democracia «representativa», o «delegativa», teóricamente al servicio del pueblo, que no escatimaba recurso alguno (legal o represivo) para aplacar cualquier intento por cambiar (por menudo que fuera) el orden establecido.
 
Bajo este entendimiento, René Zavaleta nos dice en su libro «La autodeterminación de las masas», siguiendo a Carlos Marx, que «el modo de producción de la vida material determina (Bedingen) el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de éstos, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. […] Se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, todo el inmenso edificio erigido sobre ella».
 
Apoyado en las estrategias de manipulación diseñadas por los grandes conglomerados del entretenimiento y de las comunicaciones al servicio de sus intereses, el imperio global (representado, principalmente, por Estados Unidos, y en un segundo plano, sin dejar de ser importante su cuota de participación, sus aliados de Europa occidental) paulatinamente impusieron en nuestras naciones la realidad de una sociedad asustada, víctima del miedo generado por un terrorismo de Estado, carente de rostro, el cual podrá ser identificado -en cualquier momento y en cualquier latitud- con el rostro de quien decidan los poderes hegemónicos. Todo esto supone un gran desafío para quienes proclaman la necesidad de una verdadera revolución en nuestras naciones. Se tendrá que destapar aquello que sigue haciendo de nuestros pueblos simples masas manipulables y moldeables en manos de oportunistas, demagogos y empresarios ávidos de grandes ganancias.
 
No obstante, hay que tener en cuenta, adicionalmente, -como destaca Zygmunt Bauman en su libro ‘Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores’-  que «el espíritu moderno nació bajo el signo de la búsqueda de la felicidad, es decir, de una mayor y eternamente creciente felicidad. En la sociedad moderna líquida de consumidores, cada miembro es instruido, formado y preparado para que busque la felicidad individual por medios individuales y a través de esfuerzos igualmente individuales». Habría, por tanto, una tendencia, un comportamiento y/o un plan premeditado para que este tipo de sociedad sólo se preocupe por alcanzar los niveles mínimos de sobrevivencia, sin que exista un rasgo de solidaridad ni de respeto por el prójimo. A ello se suma el clima creciente de inestabilidad interna y externa, patrocinado por las potencias occidentales, con Estados Unidos al frente, que obligaría a poblaciones enteras a preferir regímenes de derecha que ofrezcan aparentemente una mayor seguridad ciudadana, pese a la restricción tácita o expresa que esto supondría respecto a las garantías constitucionales de las libertades colectivas e individuales. Tal realidad obliga a que los revolucionarios comiencen a generar -desde ya- un serio cuestionamiento y una demolición de las estructuras que sirven de base al sistema de cosas imperante y formular, en consecuencia, una propuesta de transformación integral del mismo, privilegiando en todo aspecto y momento la soberanía de los sectores populares.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.