El Recuerdo de Salvador Allende cava más hondo que cualquier bomba de olvido arrojada por esas manos enguantadas de indolencia y desprecio… ¿De qué manera, de qué sublime manera se levantarán los recuerdos, ahora que el tiempo nos hundió 30 años de tristezas, de rencor, de sueños esparcidos sobre viejos caminos ya irreconocibles, de tanta […]
El Recuerdo de Salvador Allende cava más hondo que cualquier bomba de olvido arrojada por esas manos enguantadas de indolencia y desprecio…
¿De qué manera, de qué sublime manera se levantarán los recuerdos, ahora que el tiempo nos hundió 30 años de tristezas, de rencor, de sueños esparcidos sobre viejos caminos ya irreconocibles, de tanta añoranza?
Treinta años atrás quedó sepultada la insistencia, la tenacidad, ese empeño que viajó a lomo de arena a través del tiempo, desde el norte y sus mineros, desde el sur a caballo de trigo y sus esclavos campesinos.
Cuántos humildes cruzaron el umbral del tiempo y de la muerte para venir a sentarse a nuestra mesa, para gritar en los sindicatos, para rayar las murallas con el nombre de un doctor con olor a mar y amaneceres de amarantas mariposas.
Ese pequeño gigante año 1970, fue una pausa inolvidable en ese largo viaje que fue hasta ese día, el correr de nuestras vidas. Sí, fue la pausa en medio de la jornada laboral. Fue una colación breve, tal vez nimia, pequeña, pero con el sabor de la mejor comida.
Nos reíamos a carcajadas, se besaban los hombres, se levantaban las mujeres, los niños reían de ver a reír a sus padres. Si hasta las mediaguas más humildes izaron una sonrisa aquellos mil días. Si aún puedo ver las caras sonrosadas de alborozo. ¡Ganamos! ¡Ganamos! Y las lágrimas fueron la vanguardia de aquellos hombres templados a golpes de barro, de carbón y a latigazos, latigazos que ya venían heredados, cicatrices que se heredaban de padre a hijo, de padre al hijo, de padre a hijo. Pero por fin comenzarían a diluirse, como el vapor lejano de una maldición de arena, espinas y piedras sobre el jardín que se levantaba hermoso y merecido. ¿Pero cuánta carne de obrero fertilizó ese jardín, cuanta sangre regó ese huerto donde por fin se vislumbraba la primera cosecha?
No por la fuerza, no por las armas, no por la violencia, el empeño va poder más que el dinero, el sacrificio no tiene precio, la consecuencia brilla sobre los pechos, más que cualquier medalla, un compañero vale por diez mercenarios. Aún recuerdo a doña María, pidiéndole a su Santo Patrono que cuidara a nuestro compañero presidente. Y cientos pedían un rayito de luz sobre el oscuro sótano que había sido toda la vida esa vértebra dolorida que llamamos Chile.
Cuántas oraciones, cuántos padre nuestro, cuántas ave María para que los niños pudieran recibir ese medio litro de leche diario. Y gratis, ese si era un milagro y más que un milagro una promesa del compañero presidente.
Poco duró el día de campo antes que nubes verdes ahogaran en sangre, sangre y más sangre ese sueño estúpido que fue querer hacer entender a algunos que no ganasen tanto, que repartiéramos el pan entre todos.
Millones de monedas verdes cayeron sobre las manos de la jauría demócrata cristiana, la derecha, los fascistas y un sinnúmero de mercenarios. El dinero pudo más. La ambición pudo más. La avaricia pudo más. La estupidez pudo más.
Tanto sufre un ser humano a lo largo de su vida, que cuando algo bueno le pasa no alcanza a calibrarlo, no puede darse real cuenta de lo que tiene sobre sus manos. No alcanza a saborear la felicidad, sino hasta que la maldad le escupe sobre sus ojos la bilis de la traición.
Fuimos tan pequeños, pudiendo ser tan grandes. Fuimos tan grandes y nos volvimos tan pequeños. Escuchamos a quien no debimos escuchar, callamos al que no debimos. Confiamos en aquellos que no debíamos, despreciamos a quienes lo dieron todo.
Y cayó el péndulo sobre la tela, desgarrando sueños, esperanzas e ideales.
Cae el péndulo una y otra vez oscilando entre el dolor y el dolor.
No existe pausa entre dolor y dolor.
Y comenzó la estampida.
Un ejército de sicarios, saltimbanquis y sabandijas despedazó, descerrajó las entrañas de todos los valientes que decidieron quedarse. Los demás huimos, huíamos por miedo, por temor, por esperar el momento exacto, (30 años y aún seguimos esperando el momento exacto) huimos por querer aunar un esfuerzo común para enfrentar esa bestia abyecta e inmensa que es el dinero, ahora tapizado de muerte, soldados y muerte.
Aún no terminábamos de enterrar aquellas flores deshojadas y volvíamos y volvíamos a vivir mil veces el mismo ritual, el mismo círculo maldito. Cada vez eran menos, éramos menos. Mitad hombres, mitad fantasmas llorábamos en cementerios llenos de nombres anónimos y olvidados y dolientes y sangrantes, nombres que aún sangraban, sin caras, sin brazos, destrozados hasta la raíz de sus uñas.
Vivimos en los cementerios, en cementerios pequeños para ir a pernoctar sobre otros grandes cementerios.
Todo se transformó en una larga y fría lápida llamada Chile.
A los hombres que no pudieron doblegar a lo hombre, los doblegaron atados a un cepo. Entre 10 luchaban contra un hombre amarrado, era la única manera de enfrentarse a un obrero decidido. La única manera de callar a un cantor para siempre, la única manera de arrebatarle sus apuntes a un joven estudiante, la única manera de despedir para siempre a un doctor. Cómo envidiaban el orgasmo hermoso entre un obrero y una mujer de nuestra clase. Si babeaban envidia de vernos cantar y soñar. Tuvieron que violar a las mujeres esperando tomar con mano ajena lo que no les pertenecía, el orgasmo perdido de tardes hermosas. Fue en vano, creyeron que arrancando la flor se llevarían la raíz, que ilusos, tristemente torpes.
No entienden ni entenderán, ni siquiera el nombre de los días.
Pero nada puede contener y aplastar la rebeldía para siempre. Por entre la suela de sus botas crecieron nuevas flores, nuevos pétalos se levantaron para volar.
Unos luchaban por pena, por tristeza, por impotencia, por valientes, por nobles por esa palabra que debe repetirse descaradamente, repetitivamente, insistentemente: Libertad.
Pocas veces se ve la maldad, el oscurantismo y la brutalidad sin sus acostumbradas máscaras de justificación y dominación.
La araña del terror hiló una mordaza sobre los ojos rebeldes, sobre las bocas altivas.
Cuántos creyeron que estaban en un mal sueño, que al rato despertarían de esta horrible pesadilla. (Los sueños se construyen, las pesadillas vienen solas)
Desde todos los rincones del país y del planeta miraban desde sus esquinas desterradas y escondidas, cientos de hombres y mujeres con su único vestido; sus maletas bajo el brazo. Cuántos escupieron el agua de la justicia y se unieron al vómito de odio de los militares, al nauseabundo sabor de sus bocas, esa boca de patrón, que no tolera una mirada horizontal. Cuántas mujeres rotas, cuántos hombres reventados, cuántos niños enceguecidos de por vida.
¿Para qué? Por un puñado de monedas más.
En 30 años no se ha borrado nada, en 30 años los mismos traidores llegan incluso a ser presidentes, a ser senadores. Senadores del descaro y el desparpajo. Aún esperamos un perdón, con su dios por testigo.
En 30 años aún no se ha decantado toda la sangre coagulada en rencores sordos, en lamentos insistentes, ¿Dónde están? Vivos se los llevaron, vivos los queremos.
Y nuestra opinión se dio con un par de piedras en las manos, fuimos barricada, protesta estudiantil, paro nacional y peña humilde y proletaria y batucada y velatón y huelga y ayuno y volantes y panfleto borroso pero fiero y el neumático contra los tanques y era el pañuelo raído contra la neblina blanca del miedo que arrojaban. Y la molotov y la ráfaga y el bombazo y la cacerola gritando libertad. Y el afiche y el papelógrafo y el rayado a la carrera y la pancarta. Fue la toma y la retoma y el centro de alumnos y la junta de vecinos y el centro cultural y la comunidad cristiana y los talleres y la radio clandestina. Y el beso clandestino y la revista rebelde de mano en mano y fue tu recuerdo Víctor y fue tu reír Miguel, fue tu heroísmo Chicho, fue tu sacrificio de flores y balas Cecilia Magni, fueron tus eternas bromas Bautista, tu pelo eternamente al viento Antionelleti, que nos llamó, nos buscó. Y nos levantamos dentro de todas nuestras derrotas, nos levantamos. Y mordimos los dientes para no hablar, cercenamos nuestros dedos antes apuntar a uno de los nuestros. Dentro de todas nuestras mediocridades, dimos lo mejor que pudimos o lo que creímos o lo que teníamos o lo que fuera o lo que no fuese o todo o casi todo. Lo que sirviese para arrancar la sanguijuela sobre la espalda de nuestro pueblo.
Y volvimos a fallar y volvimos a creer en los que no debimos y acordaron entre gallos rojos, y tibia medianoche reducir el latigazo diario sobre los humildes, eso ganamos. Eso nos quedó. 20 años luchamos, entregando todos nuestros hijos a ese gran sacrificio que fue recuperar ese sueño a medio terminar que fueron nuestros propios sueños.
Cambió de piel la serpiente y perfumó su veneno con el rocío de las falsas promesas, con el agua generosa de la demagogia. Ahora viste a la usanza de los mortales. Nos mostró un arco iris y como niños, una vez más creímos en el. Arco iris que se destiñó de tanto incumplimiento, de tantas mentiras, de tanto castigo, de tanto de lo mismo, de tanto, de lo de siempre. Ahora se mezcla entre nosotros, ahora contempla su antigua vestidura. Y en cualquier momento esa serpiente cambia de piel y el veneno se huele desde lugares remotos.
¿Recordaremos los 50 años de la Unidad Popular, maldiciendo nuevamente nuestro aciago destino, una vez más culparemos a los demás de nuestros propios fracasos? ¿Si en veinte años más, ganamos algo, lo volveremos a perder, lo volveremos a entregar, aún creeremos en el guante blanco de la clase dominante?
Por la Razón o La Fuerza. Tuvimos la razón, ellos la fuerza.
Moraleja: Cuando se trate de explotadores, nos guste o no, la Razón se Defiende con la Fuerza.