Estando a pocos días de conmemorar los 50 años del acontecimiento donde pierde la vida en el desarrollo de una acción militar, es necesario recordar a Camilo Torres Restrepo; quien sigue siendo un referente de gran importancia para comprender y transformar la realidad social y política de la Colombia actual, ya que en sus mensajes […]
Estando a pocos días de conmemorar los 50 años del acontecimiento donde pierde la vida en el desarrollo de una acción militar, es necesario recordar a Camilo Torres Restrepo; quien sigue siendo un referente de gran importancia para comprender y transformar la realidad social y política de la Colombia actual, ya que en sus mensajes y en su ejemplo de vida se pueden encontrar varias pistas que siguen teniendo utilidad y pertinencia para las ideas políticas y los horizontes organizativos de diversos sectores populares que en la historia se encuentran con su apuesta política. En la vida y en las acciones de Camilo, podemos encontrar un proyecto de vida totalmente comprometido con hacer de la justicia social, la paz, y la democracia; tres valores fundamentales para la materialización de un propósito de nación en Colombia.
De antemano quisiera hacer una breve aclaración o salvedad. Cuando hablo de Camilo, no necesariamente quisiera hacer un ejercicio ególatra de reivindicar a una sola persona; ya que a mi juicio, hablar de Camilo permite agrupar un amplio ser colectivo que a partir de unas ideas comunes, y de una historia de lucha y acción política en diferentes escenarios, se identifica y se construye como parte de un proyecto político comprometido con el empoderamiento de los sectores populares. Por ello, más allá de reivindicar de una forma biográfica a un personaje asesinado hace 50 años, quisiera reflexionar en torno a un proyecto colectivo construido por miles de hombres y mujeres invisibles ante la historia, pero presentes en la memoria colectiva de las luchas populares de diversas latitudes. Ya que no fue sólo Camilo quién pensó, luchó y dio consistencia y materialidad a la consigna de ir hasta las últimas consecuencias por la organización y la búsqueda del mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares colombianos. Evidentemente Camilo es un gran referente, pero creo que sería equivocado e infortunado pensar que fue el único y que todo se debe agrupar entorno a su figura, y que lo más coherente con el legado y las ideas de Camilo, sería darle un lugar pero no excluyéndolo o situándolo por fuera del lugar que le dio fuerza y continuidad en la historia, Camilo hizo parte del pueblo Latinoamericano, y una parte de ese pueblo camino a su lado en su momento, y después de su muerte continúa caminando.
¿Por qué la siembra?
La idea de hablar de «la siembra de Camilo» no es una invención propia. Ese, es el título de una interesante y poco leída novela escrita por el colombiano Fernando Soto Aparicio, quien nos atrapa en un relato de la Bogotá y la Colombia de la década de los sesenta del siglo pasado, donde nos describe de una manera sutil, pero contundente la forma como una persona del común, conoce la figura y el mensaje de Camilo Torres Restrepo, quien con su sinceridad, compromiso y coherencia logró cautivar y llegarle a miles de colombianos cansados del régimen político excluyente, cerrado y elitista del frente nacional bipartidista (desafortunadamente el de hoy no es que sea algo sustancialmente distinto).
Me parece que el título es bastante apropiado de cara a la reflexión que propongo. En los últimos cincuenta años generaciones de jóvenes, intelectuales, sacerdotes, mujeres, luchadores sociales y dirigentes populares hemos visto en la vida y los mensajes de Camilo un valioso aporte para la comprensión y el análisis del entorno socio-político que vivimos, pero sobre todo vemos en el ejemplo de Camilo un referente fundamental en el camino hacia la transformación de una realidad que consideramos injusta y de alguna manera nos inquieta.
Dentro de las diferentes tendencias, fuerzas, y posturas políticas de izquierda, se han identificado como «Camilistas», a aquellas personas que desde diversos escenarios, interpretaciones y proyectos de vida hemos intentado dar continuidad y vigencia al proyecto político colectivo que construyeron y soñaron los sectores populares con los que Camilo tuvo contacto en vida. Por ello el ser camilista es algo muy diverso en Colombia, al punto de ser reivindicado por académicos, activistas barriales, jóvenes estudiantes, mujeres, por sacerdotes y por combatientes; quienes desde diferentes lugares y entendimientos, asocian y encuentran alguna relación entre su proyecto de vida, o sus posiciones ético-políticas personales, con las luchas que Camilo abanderó hace medio siglo en una Colombia que efectivamente era distinta, pero que también tiene rasgos de continuidad con la actual.
Por lo anterior, resulta apropiado decir que a partir de las lecturas e interpretaciones que se han hecho de la vida de Camilo, se ha forjado una identidad política al interior de un sector del movimiento popular colombiano, dicha identidad bien que mal ha permitido establecer un diálogo muy enriquecedor entre diversas generaciones, regiones y procesos populares hermanados por una causa común: empoderar y organizar a las bases, en clave de lo que se denomina como poder popular. Por ello, el nombre de Camilo todavía retumba con fuerza en las consignas y en las mentes de algunos luchadores populares que encuentran en el ser «camilista», una opción ética y política válida en aras de construir un sujeto colectivo que le apunte a tener cada vez mayor fuerza política.
A nivel personal, ubicaría tres ideas-fuerza alrededor de las cuales considero, es posible situar un consenso en el ser camilista desde sus diferentes lugares, opciones y entendimientos:
1° Una comprensión del sujeto colectivo emancipador a partir de la denominada clase popular, ésta constituida como una unidad diversa que responde a la complejidad misma de la sociedad. Hoy más que nunca, cobra sentido y vigencia la idea de Camilo que renunciaba a una lectura ortodoxa del Marxismo que aboque a un único sujeto -o sector- a ser la vanguardia de la revolución o el cambio político; en Camilo la idea de partido, o de sindicato, no era suficiente para lograr organizar y dar forma al sujeto colectivo llamado a trasformar la realidad. Sin embargo para él, las ideas de Marx si contienen importantes pistas y claves de análisis para dar orden y sentido al proceso de emancipación; por ello el uso de la noción de clase en las ideas de Camilo es fundamental, ya que ello implicaba necesariamente el reconocimiento de la existencia de un antagonismo entre dos grupos sociales diferenciados; por un lado está el grupo social de la clase dominante agrupado entorno a la denominada «oligarquía», y por otro lado está el heterogéneo y complejo sujeto colectivo del pueblo, agrupado entorno a la idea de «la clase popular».
2° El hecho de establecer una relación profunda entre lo político y lo ético. A partir de establecer esta relación directa y profunda, lo político toma un carácter de responsabilidad, de honestidad y de sacrificio al punto de llevar el compromiso con el ser revolucionario y con los oprimidos del mundo la lucha «hasta las últimas consecuencias». Y de manera recíproca, lo ético se carga de una intencionalidad política bajo la cual cada decisión y acción debe guardar coherencia; es decir, el entendimiento de lo político va más allá de una simple relación de suma cero entre fines y medios, sino que lo político está cargado de una fuerte carga moral en la cual cada decisión política debe ser tomada pensando más allá de los resultados, y donde asumiendo una dimensión humanista y reflexiva; se dará ese complejo complemento de lo ético y lo político. De esta relación dialéctica entre ética y política emergen nociones tan fuertes para los camilistas tales como el amor eficaz, o las implicaciones en ambos planos del denominado cristianismo liberador. En el caso del amor eficaz, se evidencia la determinación de pensar la acción de liberar al sujeto oprimido no sólo como parte de un acto político emancipador, sino imprimirle un contenido emocional y moral a dicho acto; es decir, sólo se puede realizar un acto de verdadera emancipación con el otro, cunando mi relación con este otro trasciende un plano meramente político, sino que también esté dotado de una carga emocional y moral. La finalidad o sentido que tiene esta relación entre ética y política, considero es en últimas, la definición de un proyecto ético – político que ponga a la vida y al ser humano en el centro de las decisiones.
3° La determinación de llevar las ideas a los hechos, y los hechos a las ideas. Sin proponérselo, la vida de Camilo Imprimió en el ser y el hacer de miles de luchadores y revolucionarios en Colombia la necesidad de que las ideas dejaran de ubicarse en planos de análisis abstractos, asilados y poco pertinentes para la comprensión, el análisis y sobre todo la transformación de la realidad. Para Camilo, las palabras y las ideas eran necesarias y útiles, siempre y cuando estuvieran en función de comprender y transformar la realidad. Dicha transformación en una perspectiva ético-política, que implicaba apostar por mejorar las condiciones de vida de quienes más lo necesitaban. Como sociólogo, como sacerdote, como dirigente popular y como revolucionario; siempre buscó la manera de que las teorías, las palabras y las ideas tuvieran una incidencia en la realidad en aras de transformarla en favor de la clase popular.
Por ello fue pionero en la sociología de un nuevo entendimiento y uso de la ciencia; Orlando Fals Borda siempre reconoció a Camilo sus aportes en la sociología latinoamericana, así como vió en él un pilar de referencia para la definición de algunos de los criterios de la Investigación Acción Participativa – IAP, y de la necesidad de pensar un socialismo propio en clave de lo que denominaría como «socialismo raizal». En el catolicismo, Camilo fue el motor de una nueva corriente sacerdotal en América latina que se apropió de una lectura y entendimiento de la fe y la biblia, ya no como fuerza de contención y sumisión de los más pobres, sino como un potencial elemento emancipador y liberador de los oprimidos, bajo la idea de luchar por hacer de la tierra el paraíso, y del papel que la iglesia debía jugar con los humildes del mundo, este movimiento se conoció comúnmente como el de la teología de la liberación; como dirigente popular, Camilo dejó una gran huella en Colombia con su propuesta novedosa y contundente de organizar la clase popular de la manera más amplia y heterogénea posible, dialogando fraterna y respetuosamente en medio de las diferencias con comunistas, con sindicatos, con campesinos, con obreros y con estudiantes para la organización del Frente Unido del Pueblo. Y como revolucionario, Camilo dejó un gran ejemplo, similar al que luego inmortalizaría la figura del Ché, ya que ambos eran figuras destacadas que podían tomar un lugar privilegiado y evadir la posición de combate, pero ambos renunciando a cualquier tipo de privilegio o trato diferencial, y ubicándose como un combatiente más, apostaron su vida junto al resto del grupo, asumiendo el riesgo de que les costara la vida.
La vigencia de Camilo
Tomando en consideración el momento político que vive el país, quisiera mencionar tres elementos que hacen parte de la propuesta y del ideario del sociólogo, sacerdote, luchador popular y revolucionario colombiano, los cuales a mi parecer, guardan una gran relevancia y vigencia con la Colombia actual. En primer lugar, lo que desde la perspectiva de Camilo implicaba la paz y sus dimensiones, en segundo lugar, el tema de la organización de las comunidades y de los horizontes políticos inmersos tras la idea del poder popular; y en tercer lugar, su visión sobre la unidad de las izquierdas, y especialmente de las urgencia de hacer de la unidad una realidad y no sólo un discurso. Luego de revisar estos tres elementos, podríamos hacer una valoración de lo que se puede cosechar luego de esta larga siembra y este medio siglo de caminar de lo que Camilo, y quienes nos hemos identificado con él, hemos aportado a los horizontes y perspectivas de comprensión y transformación de esa realidad dolorosa, desigual y compleja vigente aún en Colombia.
La paz y sus dimensiones
«La toma de poder podrá ser repentina o progresiva. Todo depende de la unidad y organización de la clase popular por un lado, y de la actitud beligerante o no de la oligarquía. La clase popular no decide sobre la vía para la toma del poder, ella ya ha decidido que lo ha de tomar tarde o temprano; la oligarquía es la que debe decidir cómo lo va a entregar»1.
La paz es uno de los puntos centrales de cara al contexto actual en Colombia. Hay que recordar que el país que vivió Camilo también estaba inmerso un conflicto social y armado como el que vivimos hoy, de hecho fue la dinámica misma de ese conflicto la que silenció su vida, ya que en parte fueron las amenazas y persecuciones por parte del poder político imperante del Frente Nacional, las que de alguna manera impulsaron la incorporación de Camilo en las filas de la insurgencia, claro está, sin desconocer sus posiciones y motivaciones personales que lo determinaron a incorporarse.
Respecto al asunto de la paz, hay que decir que Camilo reconocía al menos tres causas fundamentales que potenciaban la existencia del conflicto existente, y que por tanto eran asuntos indispensables por resolver para construir la paz en Colombia: En primer lugar, el acceso desigual y excluyente de la propiedad de la tierra para miles de campesinos y habitantes rurales con amplias expectativas de poder trabajar la tierra, esta problemática agudizaba un conflicto histórico en el país de carácter social y político, y por tanto era necesario dar tierra al campesino para que pudiera trabajarla y vivir en paz. En segundo lugar, las terribles condiciones de miseria, hambre, pobreza y precariedad bajo las que vivían las inmensas mayorías de colombianos en los campos o zonas rurales totalmente excluidas del desarrollo económico, y en las complejas zonas periféricas urbanas donde cada vez se asentaban y llegaban diariamente miles y miles de personas a construir ranchos de madera, hojas de zinc y plástico. Para Camilo, un país en graves condiciones de desigualdad, hambre y miseria jamás podrá estar en paz, porque si la gente se muere de hambre en un país donde la tierra puede producir lo suficiente para que abunde la comida, esa gente está en la capacidad y el derecho a rebelarse y no dejarse morir de hambre. Y en tercer lugar, para Camilo no puede existir la paz en un país donde la democracia, la participación efectiva y las posibilidades reales de organización del pueblo no sean elementos que existan fácticamente en la vida política del país. No puede existir paz si a las comunidades no se les permite organizarse según sus intereses y visiones propias, si les impiden expresar sus demandas y posiciones. El conflicto también se expresa en la manera como se manipula a las mayorías (decía sabiamente Marx, las ideas de la clase dominante, son las ideas dominantes en cada época) eso lo sabía Camilo y por ello impulsó la propuesta política y comunicativa del Frente Unido.
Entonces, la paz implica algo más que superar la situación de guerra. Ya que las causas de la guerra no se dan únicamente en una dimensión ontológica de disputa con un enemigo, sino que en Colombia, la guerra emerge como manifestación de un conflicto social y político, donde se expresan unas disputas entre actores. La paz bajo la perspectiva de Camilo – y los camilistas- implica hablar de justicia social, implica garantías y condiciones que sean favorables a los campesinos bajo una reforma agraria que haga reversible la tendencia histórica de acumulación y concentración de la propiedad rural en Colombia por parte de ganaderos y latifundistas, implica garantizar la vida y el acceso de alimentos a miles de colombianos que hoy se mueren de hambre, ¿o es que acaso es hoy legítimo creer en indicadores acomodados del gobierno colombiano empecinados en convencer al mundo de que cada vez hay menos pobres, pero paradójicamente diariamente nos acostumbramos a ver noticias de niños indígenas wayuu muriéndose de hambre en la Guajira?, la paz es ampliar la democracia y posibilitar que las comunidades participen y decidan sin el chantaje y sin el maniqueo de los poderes clientelistas locales, la paz es soberanía alimentaria y no el modelo agroindustrial implícito en la política nacional de las denominadas ZIDRES.
Por ello, luego de reflexionar alrededor de estas dimensiones implícitas bajo la idea de la construcción de la paz para Camilo, necesariamente me pregunto si efectivamente el modelo social y económico actual de Colombia realmente está en la capacidad y en la dirección de resolver estos tres elementos. Si la política del «gobierno de la paz» de Santos, apunta a dar tierra a los campesinos, o si por el contrario está enfocando los baldíos de la nación, que constitucionalmente deberían ser destinados para los campesinos sin tierra, pero que próximamente serán otorgados a empresas trasnacionales para la consolidación de zonas de producción agroindustrial de alimentos. Me pregunto si el modelo económico actual en Colombia hace posible una tendencia reversible en las dinámicas de distribución de la riqueza, ya que recientemente el famoso economista Thomas Piketty, recordaba con preocupación que Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo. Me pregunto entonces por estas condiciones que Camilo planteó en su momento como necesarias para la existencia de la paz de Colombia, y las pongo a la luz de hoy, y que cada quien saque sus conclusiones y reflexiones.
La organización de la clase popular para la construcción del poder popular
«En los movimientos políticos siempre hemos partido de arriba hacia abajo y mi aspiración es que ahora partamos de abajo hacia arriba comenzando a organizar la base como ella quiera organizarse.»2
Las consignas, horizontes políticos, y formas organizativas que en su momento planteó Camilo junto con otras personas; fueron un nicho embrionario de la idea de la construcción del poder popular en Colombia. Bajo el horizonte político de la construcción y el ejercicio del poder popular, hay una apuesta emancipadora claramente ligada al objetivo de transformar las relaciones de poder que de alguna manera dan sentido y continuidad a las dinámicas de dominación de determinada clase sobre otra.
Hablar de poder popular implica empoderar a los sujetos oprimidos, dominados y subordinados en unas relaciones sociales que traen consigo el beneficio de un grupo a partir del sometimiento de otro grupo; para Camilo la situación de opresión e injusticia que vivían miles de colombianos era intolerable. La división esquemática e impuesta de dividir al pueblo entre liberales y conservadores era inaceptable para él, en tanto las formas como se generaba un falso antagonismo, lo que buscaba era persuadir a las masas populares bajo la idea de una rivalidad política entre los dos grupos hegemónicos en el poder político. Por ello Camilo impulsó la iniciativa de consolidar una fuerza política propia de la clase popular, construida a partir de sus propios intereses, objetivos y horizontes políticos; y fue más allá, definiendo y aportando ideas para la conformación de formas organizativas para los sectores populares en ámbitos locales tales como comités, juntas de acción comunal, emisoras comunitarias, periódicos, y asambleas locales.
La propuesta de poder popular trae consigo la intencionalidad de dotar de capacidad de decisión a quienes nunca han podido decidir sobre sus vidas; por ello el poder popular es organizar, pero organizar para decidir, y decidir para transformar, y transformar para vivir mejor, y vivir mejor como apuesta política para humanizar y dignificar la vida. El poder popular no es otra cosa que radicalizar la democracia; hacer de la democracia directa un mecanismo necesario para deliberar, decidir, participar y organizar de una manera distinta las relaciones sociales y el ejercicio mismo de la política. Y sin dudas las ideas y acciones de Camilo apuntaban a esto.
Las juntas de acción comunal, la participación y la construcción de la paz
Camilo y Orlando Fals Borda fueron pioneros en diseñar una propuesta organizativa que ha cobrado especial relevancia en los ámbitos locales de muchos territorios de Colombia. Muchos no lo saben; pero él fue uno de los fundadores de las Juntas de Acción Comunal. Las JAC eran para Camilo órganos fundamentales para la deliberación, la participación y la organización de las comunidades, él partía de la idea de construir miles de espacios locales en los barrios, veredas y asentamientos locales con la finalidad de que las comunidades construyeran espacios asamblearios de participación y deliberación directa.
Dentro de la apuesta política de Camilo de organizar a la clase popular, las juntas de acción comunal eran un medio pertinente y necesario para agrupar a las comunidades; sin dudas esta propuesta todavía guarda gran potencialidad, a pesar de que con el paso del tiempo el uso y manejo de las JAC, estuvo mediado por las dinámicas de cooptación, clientelismo y aislamiento propias de las dinámicas del sistema político vigente en el país. Sin embargo no hay que desconocer que las JAC todavía son el principal referente organizativo en muchos territorios y lugares del país, y de alguna manera son escenarios potenciales para el ejercicio de la participación directa. Incluso, se debe reconocer en la actualidad la capacidad que tienen algunas JAC en ámbitos rurales como órganos de decisión, organización y deliberación; por tanto se mantienen como formas organizativas embrionarias de la manifestación y el ejercicio del poder popular.
La unidad de las izquierdas
«la clase minoritaria no nos permite tomar el poder -cosa fundamentalmente antidemocrática, ya que si vamos a constituir una mayoría, si somos una mayoría y si creemos en la democracia, merecemos el poder – si [esa clase minoritaria] llega a profanar la democracia colombiana ejerciendo la violencia, es necesario que sepa que nosotros estamos listos a contestar la fuerza con fuerza».3
La izquierda y la oposición política Colombiana sin dudas ha sido una de las fuerzas políticas más fuertemente golpeadas y señaladas en el mundo. En la historia ha sufrido tremendos golpes producto de señalamientos, ejercicios de violencia y estigmatización orquestados como una política de Estado y de algunos sectores políticos profundamente antidemocráticos. Ha existido una continuidad en la historia por parte de unos poderes económicos y políticos que se han empecinado en dar vigencia y continuidad al imaginario del «monstruo del comunismo» propio de la doctrina de la guerra fría. En la historia de Colombia claramente se puede ubicar un patrón de continuidad de dibujamiento del enemigo interno, ligando a la izquierda y la oposición política con ese «mal indeseable». Pero, todo esto no lo digo con el ánino de victimizar a estas fuerzas políticas, sino con el ánimo de dignificar la realmente heroica labor que miles de dirigentes, luchadores, intelectuales, activistas y seres con profundo compromiso y espíritu democrático han hecho por dar vigencia y continuidad a la posibilidad de pensar una alternativa económica, social y política construida por, y para las mayorías.
La unidad fue un asunto que en su momento Camilo también abordó, y supo entender con lucidez y respeto que sus posiciones políticas eran compatibles, pero no necesariamente idénticas a las de otros sectores y grupos de oposición política. Camilo, en lugar de cuestionar, persuadir, o rechazar estas diferencias; sabía que lo realmente importante era que se reconocieran estas diferencias, pero que se trazaran objetivos y metas comunes. Por ello, la principal discusión y consenso logrado por los sectores políticos que conformaron la plataforma del frente unido del pueblo fue definir como objetivo común la toma del poder para la clase popular, meta que compartían sacerdotes, comunistas, sindicatos, mujeres, campesinos, obreros y estudiantes.
El momento actual exige con imperiosa urgencia que esa heterogénea, plural y diversa clase popular se vuelva a agrupar. Exige el compromiso y voluntad de miles de demócratas luchadores populares para forjar un verdadero camino de unidad. Este momento requiere de un diálogo sincero, respetuoso y fraterno entre los sectores populares. La clase popular colombiana tiene una responsabilidad política con la historia, y en parte el camino que se debe transitar para dar viabilidad a ese sueño colectivo debe ser la unidad.
Muchas veces los egos, el sectarismo, las diferencias personales, el protagonismo, y la pretensión de ser vanguardias para imponer cosas a los otros sectores o colectivos, han sido los principales traspiés a esa meta de unidad. Es el momento de renovar ideas, de escuchar al otro, y de juntarnos en la unidad por la conquista democrática para materializar la paz de Colombia, con los cambios y transformaciones que se deban dar. Con las ideas, la organización desde abajo y los objetivos comunes que nos tracemos como clase popular, seguramente se podrán dar grandes pasos por la materialización de la unidad, condición necesaria para lograr una verdadera paz en Colombia.
Camilo vive
Para finalizar, quisiera hacer mención a una consigna que recurrentemente he escuchado y leído en mi caminar en la lucha social y política. Camilo vive. De acuerdo, vive como un personaje significativo para la historia de los sectores populares, la academia y la iglesia; pero sin dudas también vive como un sujeto colectivo que no ha desaparecido de la historia política colombiana y latinoamericana.
Camilo vive, porque debe vivir la esperanza. Ya que su muerte en lugar de entristecer y callar al pueblo; lo indignó y lo movilizó. Miles de colombianos vieron en sus palabras la sinceridad y la gallardía de alguien que no merece ser olvidado, por ello Camilo conquistó un lugar en el corazón del pueblo que hizo parte del proyecto político del frente unido.
Camilo vive, porque miles de jóvenes, de mujeres, de hombres y de luchadores nos oponemos al olvido e invocamos la memoria como dispositivo que nos educa, nos libera y nos transforma. Y en el acto de educarnos y de reconocernos en nuestra historia como colombianos, como latinoamericanos y como revolucionarios, Camilo aparece como uno más de nosotros.
Camilo vive, porque la Colombia con hambre, con una terrible desigualdad económica, social y política sigue ahí; porque el pueblo que el vió y al cual le habló sigue vivo, y porque las alternativas, opciones y caminos que él pensó junto con otros siguen siendo vigentes y oportunas como soluciones a estos problemas estructurales. Camilo vive, porque su sueño de una Colombia sin miseria y sin desigualdades deshumanizantes, retumba en las mentes y expectativas de miles de demócratas y luchadores populares de la Colombia actual.
Camilo vive, porque miles de personas anónimas también dieron su vida, sus ideas y sus sueños en el proyecto colectivo que buscó desde diferentes escenarios y apuestas de vida, ir hasta las últimas consecuencias por trasformar una realidad que no era, ni es justa.
Camilo vive, porque ello posibilita el seguir caminando, y en ese camino se ha ido labrando, sembrando, y luego cosechando. Y en esa compleja dialéctica de recoger, sembrar, trabajar y caminar; las semillas de dignidad, vida digna y poder popular seguirán dando frutos que alimenten el sueño colectivo de una Colombia para las mayorías.
Y lo más importante: Camilo vivirá, Porque luego de cincuenta años de intentar sepultarlo en el olvido; sus ideas son renovadas, fortalecidas y apropiadas por miles de jóvenes, de luchadores y de mujeres que consideramos que toda esa sangre, que todos esos muertos, que todas esas ideas, que todos esos sueños, que todas esas experiencias organizativas, y que todos estos años no fueron en vano. Hoy somos fruto de una semilla que se afianzó con mucha fuerza en esta tierra; somos fruto que alimenta la vida, y la posibilidad de hacer del mañana, nuestro mañana.
Notas:
1 Torres Restrepo, Camilo. «Consignas», en Frente Unido Número 2, Septiembre 2 de 1965, Pág. 8.
2 Frase Pronunciada por Camilo en una intervención pública, disponible en: MALDONADO, Oscar y OLIVIÉRI, Guitemie. Cristianismo y revolución. Ediciones Era. México DF. 1970. Pág. 402
3 Fragmento De una Entrevista realizada a Camilo. Disponible en, GUZMAN CAMPOS, Germán. El padre Camilo Torres. Siglo veintiuno editores. 1975. Pág. 72
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