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La sociedad del miedo

Fuentes: Rebelión

Misterioso aroma a miedo se respira estos días. Miedo acumulado en la atmosfera, miedo que sigilosamente se derrama en pequeñas dosis diarias de televisión, filtrándose así en las grietas mentales que deja un sistema enfermo, miedo que ya es costra en la conciencia y nos atornilla a lo que somos y adonde estamos. Los de […]

Misterioso aroma a miedo se respira estos días. Miedo acumulado en la atmosfera, miedo que sigilosamente se derrama en pequeñas dosis diarias de televisión, filtrándose así en las grietas mentales que deja un sistema enfermo, miedo que ya es costra en la conciencia y nos atornilla a lo que somos y adonde estamos. Los de arriba, tienen miedo a los brutales asaltos de los de abajo, y por miedo se enrejan las casas, se contratan alarmas y se llenan los patios de perros furiosos. Los de abajo, tienen miedo a no parecer lo que el sistema exige, sistema que genera pobres que después, por miedo, prohíbe. Los del medio (o los del miedo), dominados por un miedo manifestándose en pequeñas dosis temporales: primero a no saber cómo se pagará el jardín infantil del hij@, después el colegio y la universidad. Mientras tanto, miedo a enfermarse en un sistema de salud que atiende en función de la billetera, miedo a no pagar la deuda y miedo a tener otro hijo (más deuda). Al final, miedo a sobrevivir con las pensiones miserables que dejan las AFP. Miedo, en definitiva, a que el tiempo se mueva. Y el tiempo, en secreto, tiene miedo a que nunca se extirpe el miedo.

Toda una ciudad rumbo a convertirse en esas sociedades distópicas que describía Huxley u Orwell, donde el Soma queda remplazado por pastillas (legales), alcohol y televisión, y el Gran Hermano es un globo gigante espiando cada movimiento. En 1998, el informe «Las Paradojas de la Modernización» del PNUD, se atrevió a integrar dimensiones como el miedo y la desconfianza a los análisis sociológicos. Ahí, se planteaba que el país crecía económicamente, con el costo de la infelicidad y el deterioro constante de las relaciones sociales. Para ese entonces, el 53% de los chilenos percibían el crecimiento de la economía. Sin embargo, el 82% no consideraba ser más felices a pesar de ese crecimiento. La paradoja del crecimiento era (es) evidente: el país crecía económicamente, a la par con el miedo y la desconfianza. En aquel miedo, el otro siempre es un competidor, un enemigo, una amenaza, alguien que te va a quitar tu empleo, tu casa, tu mujer. Jamás una promesa. Hoy, ese miedo se desparrama como una especie de gas inmovilizador. Tenebroso miedo cotidiano. Miedo a que se acaben las pastillas para dormirse y las otras para aguantar el día, en el país que más fármacos consume en el mundo. Miedo a los ladrones y a las cárceles que amontonan presos, en el país que más presos tiene según cantidad de habitantes. Miedo a los curas, miedo a los milicos, miedo a los lanzas. Miedo de la mujer al hombre frustrado que desquita su rabia contra ella, y miedo del hombre a la mujer sin miedo. Miedo a caminar solo en la noche y miedo a respirar mierda en el día. Miedo del automovilista a ser asaltado en el portón de su casa, y pánico a quedarse sin bencina. Miedo al silencio de la noche y miedo a la multitud del metro. Miedo a comer plástico. Miedo del artista a no ganarse un FONDART. Miedo de las forestales al pueblo Mapuche, que se niegan a aceptar nuestro miedo. Miedo a perder la pega, miedo a no encontrar pega. Miedo a cambiar, miedo a seguir igual.

Miedo en la política. Miedo en una transición repleta de miedo a los militares y dueños de Chile. Miedo a no privatizar lo público. Miedo al miedo de invertir de las trasnacionales. Miedo de todos los políticos a una sociedad sin miedo, y más miedo a que se sepan sus chanchullos. Miedo del SERVEL a la Fiscalía y miedo de los pillines al fiscal sin miedo. Miedo a la Constitución de la dictadura, pero más miedo a tocarle una coma. Miedo de los empresarios a que la reformas se hagan en este tiempo, y miedo del trabajador a que nunca sea el tiempo. Miedo de las 7 familias dueñas del mar a que algún día el resto de los 17 millones (o los que seamos) se den cuenta de la perpetua estafa en la privatización del agua. Miedo de los militares a la falta de enemigos, por el miedo de quedarse sin el enorme financiamiento que les entrega el cobre. Miedo a la caída de China, al dólar, a la sequia, al aluvión y el terremoto. Miedo a sonreír, miedo a bailar, miedo a llorar. Miedo a levantar la voz. Miedo de los pactos en silencio a medios como éste. ¡ Miedo a todo!

No es el dinero ni las armas lo que gobierna a Chile, a Chile lo gobierna la dictadura invisible del miedo. Mirando de reojo, da la impresión que vivimos condenados a obedecer al miedo que necesita un opuesto para existir: ¿qué sería de la opulencia si no existiera nadie a quien presumirle?, ¿qué sería de los gastos militares si no hubiera enemigos que combatir? Si la amenaza no existe, se fabrica.

Y para el final, el miedo más grande y pavoroso de todos, el miedo que chorrea desde arriba, desde ese 1% más rico que concentra un 30% del ingreso, y, más aún, de ese 0,1% que concentra el 17%, ese miedo que sin decir dice: «que les quede claro, inocentes chilenitos: ¡si no crecemos nosotros, entonces no crece nadie!»

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.