¿A quién leemos cuando leemos los diarios chilenos? Leemos al duopolio, que incluye intoxicarnos con el pensamiento de un golpista y un empresario favorito del innombrable; es también caer en una visión del mundo que por hegemónica ha sido invisible durante las últimas décadas de fruición neoliberal y que, hoy, se esfuerza por mantenerse como […]
¿A quién leemos cuando leemos los diarios chilenos? Leemos al duopolio, que incluye intoxicarnos con el pensamiento de un golpista y un empresario favorito del innombrable; es también caer en una visión del mundo que por hegemónica ha sido invisible durante las últimas décadas de fruición neoliberal y que, hoy, se esfuerza por mantenerse como cortafuego del nuevo pensamiento en expansión. Al hojear estos diarios y observar el ambiente en las calles, lugares de trabajo y organizaciones sociales, resalta la atmósfera sancionada en todas las encuestas, que expresa la gran brecha entre las elites corporativas, los poderes políticos aislados y la ciudadanía. Dos miradas que avanzan en direcciones contrapuestas o hacia su enfrentamiento.
El duopolio, favorecido durante la dictadura y la pesadilla neoliberal, es tan peligroso como una organización terrorista, lo que quedó para siempre sellado y refrendado en su activa incitación al golpe de Estado de 1973, en su silencio cómplice y en múltiples momentos de apoyo explícito al terrorismo de Estado durante los años del dictador. Sobre este pasado se levantaron los dos consorcios periodísticos que controlan la opinión en Chile.
Durante los largos años de la Concertación esta prensa estimuló -junto a todo tipo de especuladores, mercenarios y oficiantes del laissez faire – la gran fanfarria mercantil para beneficio propio y de sus socios. Una operación desplegada desde la información económica y extendida a la política binominal, como nuevo Edén de la gobernabilidad, y a la farándula como anestésico previo al consumo de masas. Una construcción que se mantuvo en equilibrio precario por dos décadas y hoy se cae a pedazos. Las deudas, la exclusión, la corrupción, las desigualdades, el colapso ambiental son sólo algunos de los efectos que ha dejado un paradigma que ha favorecido a un reducido grupo de corporaciones y sus accionistas. ¿Al cinco por ciento de la población? ¿Al diez? Como mucho, al 24 por ciento que aún apoya a Piñera.
De cada diez chilenos, sólo dos están conformes con el actual presidente. Y casi siete de cada diez lo rechazan. Cada semana múltiples protestas se extienden por el país como expresión directa y cruda del profundo malestar de un modelo que ha colocado el lucro, la competencia y el individualismo como formas de relación «humanas». Un país convertido en mall , casino, prostíbulo y zona franca, controlado por un puñado de grupos empresariales.
Chile vive, como ocurre en otras latitudes, en un trance político terminal, silenciado por los medios de comunicación. A más de un año del levantamiento estudiantil, que ha despertado a toda la sociedad civil, la prensa se esfuerza por silenciar, aislar y distorsionar otras formas de pensamiento. El pensamiento neoliberal, acotado en la Constitución de 1980, insiste en ver estabilidad y consenso donde hay un evidente proceso de inestabilidad e ingobernabilidad.
La prensa del duopolio, la gran caja de resonancia de las elites financieras, no duda en perturbar gobiernos o desatar el caos. Es la misma que celebró el golpe en Chile, y la misma que estimula los intentos desestabilizadores en Bolivia, Venezuela, Argentina y Ecuador. Un eventual futuro gobierno que intentara desmontar el modelo neoliberal desataría las mismas campañas y operaciones que observamos en esas naciones o las que sufrimos los chilenos hace 40 años.
Hoy estamos ante un desmoronamiento del pensamiento hegemónico de las últimas décadas. Aquella construcción instalada a partir de 1973 está gravemente fracturada y nada podrá repararla. El mundo como mercado, la vida orientada al consumo, el crecimiento económico por sí mismo, son categorías que sólo comparte la elite en el poder, sus súbditos directos y sus amanuenses en el duopolio. Los movimientos ciudadanos que se expanden desde Chile a Madrid, Nueva York o Londres, tienen por objetivo la desinstalación del mundo en su clave económica y financiera. Este proceso de cambio, jamás recogido por la prensa conservadora, tiene otro componente de tanto o mayor peso. Las nuevas corrientes de pensamiento no han surgido espontáneamente, sino como reacción a estructuras del capitalismo extremo que hoy lanzan todo tipo de señales de error, desde la corrupción y la estafa a su mismo desfonde. El colapso de la Unión Europea es un claro aviso no sólo de un inminente cambio histórico sino de un sistema político y económico en descomposición.
El discurso hoy viene desde otros lados. No desde las elites, sino desde la ciudadanía, y es un discurso tan básico como justicia para vivir bien. El mismo que ha marcado la historia y también las revoluciones de los últimos siglos. Quien o quienes no ven este proceso, es porque lo rechazan.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 758, 25 de mayo, 2012