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La solidaridad idiota

Fuentes: Al Fanar

El humorista sirio Muafaq Qat relaciona el atentado contra «Charlie Hebdo» (en el bol de lápices) con Hadala, personaje del caricaturista palestino Nayi al Ali, asesinado en Londres,en 1987. Handala escribe: «El terrorismo no tiene religión». Tras crímenes y tragedias como la que vivió París ayer, el discurso se ve desbordado por el leitmotiv de […]

El humorista sirio Muafaq Qat relaciona el atentado contra «Charlie Hebdo» (en el bol de lápices) con Hadala, personaje del caricaturista palestino Nayi al Ali, asesinado en Londres,en 1987. Handala escribe: «El terrorismo no tiene religión».

Tras crímenes y tragedias como la que vivió París ayer, el discurso se ve desbordado por el leitmotiv de la «Solidaridad con Francia» (como si hubiera sido víctima de una ofensiva exterior) sobre todo de árabes y musulmanes que consideran que el atentado les obliga a posicionarse, disculparse, manifestarse y apoyar la libertad de prensa y opinión para confirmar que ellos no son de los «musulmanes malos».

Ese lenguaje hueco y esos sentimientos envasados de las campañas de solidaridad falsifican la verdad de lo sucedido. No abordan el hecho ni permiten un debate real sobre las raíces del acto violento cometido ni los actos de violencia que nos depara el futuro. El leitmotiv de la «Solidaridad con Francia» y la presentación del ataque como un elemento foráneo o ajeno al país es un viejo comportamiento en el proceso de transformación de las crisis internas en crisis externas eludiendo así la idea esencial: que lo ocurrido en París es «Francia atacando a Francia».

Los ejecutores del ataque son probablemente franceses de nacimiento y educación, como muchos salafistas europeos que solo pueden ser vistos como un producto puro de la sociedad francesa y no como el marroquí o el tunecino que no han conocido, con el que no han convivido, porque entonces estaremos adoptando la teoría racista que considera que el islam es un elemento ajeno a Europa, que le llega del exterior, y no la religión de millones de sus ciudadanos.

El atentado de París evoca dos dinámicas, dos filosofías, dos sociedades, la relación de Francia con sus musulmanes en los años pasados. Y ahí comienza la respuesta a la pregunta de la violencia salafista que hizo sangrar al semanario Charlie Hebdo el miércoles por la mañana. En primer lugar, el racismo de la sociedad y el Estado de Francia contra los emigrantes y sus hijos no permite que el musulmán francés se integre de forma espontánea en su entorno, hasta el punto de que los términos musulmán y francés son antónimos. Al mismo tiempo el Estado francés permitió desde los años setenta que el capital saudí operara con libertad en el ámbito de la predicación y el salafismo wahabí a punto estuvo de hacerse con el monopolio de los centros islámicos, las mezquitas y la enseñanza religiosa en ese país.

El francés rechazado por la sociedad busca su identidad islámica, encontrarse a sí mismo y se hace salafista (el jeque salafista al que Arabia Saudí le paga el sueldo, la mezquita salafista, el entorno que se vuelve salafista). Y esa doctrina no tiene ninguna relación con el islam local que trajeron esos emigrantes ni con sus sociedades de origen. Las relaciones de Francia con Arabia Saudí, desde los contratos de armas hasta la corrupción y los pagos que han recibido los políticos franceses a lo largo de décadas, han permitido la «entrega» del islam europeo a los saudíes y la «salafización» de barrios enteros en las ciudades europeas.

Para no entrar en la lógica de dar más importancia a las víctimas blancas que a las demás, tenemos que recordar que vivimos en un mundo en el que cada día suceden cosas horribles e injustas, muchas de ellas más duras y abominables que el atentado de París. En lugar de recurrir a las disculpas, hay que explicarles a los franceses, con claridad, que ese es «su islam», de ellos, no nuestro islam, y que lo que ha pasado en París es el principio y no el final de la cosecha que han sembrado. Ahora les quedan dos opciones: o buscar los fallos de sus políticas y de su racismo, o tomar la dirección contraria, es decir, el camino de la extrema derecha, y rendirse a la idea de que «el problema» es el islam y los musulmanes llegados de otro planeta.

Fuente original: http://www.fundacionalfanar.com/la-solidaridad-idiota/